Flavio Cianciarulo, de la música a la literatura. Acaba de publicar un nuevo libro, editado en México. El camino del compositor y el regreso de los Cadillacs.
Por Bruno Lazzaro
Compuso “Matador”, la canción más representativa de Los Fabulosos Cadillacs en sus veinte años de historia –y quizá el mejor tema de los ’90 en lo que refiere al rock latino–. También salieron de su pluma, y recorrieron las cuatro cuerdas de su bajo, “Gitana”, “V Centenario” y “Manuel Santillán, el león”. Una firma por aquí, otra por allá y podría estar descansando en los laureles de su legado creativo. Pero no. Flavio Cianciarulo es uno de esos músicos en constante movimiento. Un artista que mira hacia adelante, pero que no cierra puertas. Con más de cien canciones en su haber y varios proyectos musicales como huella –Flavio Calaveralma trío, Flavio y La Mandinga, Misterio y una recordada alianza con Ricardo Iorio–, el artista acaba de publicar Las crónicas del León, según el autor: “Un road book. Un libro subjetivo, personal. Carente de rigor periodístico. En el que hablo de lo que quiero. Desde una situación en un camarín hasta una espera en un aeropuerto. Tiene un sabor informal que me hace fantasear con la idea de que lo pueda leer cualquiera, más allá de los fanáticos de Los Cadillacs. Y es, además, una excusa para la autobiografía”.
Esta no es la primera experiencia de Flavio –quien se encuentra presentando Nueva ola, su último material– como escritor.
En Rocanrol, canciones sin música probó con el formato de cuentos; en The dead latinos se convirtió en novelista, y en esta, su tercera experiencia literaria, decidió apostar a la crónica. Eso sí, él prefiere definirse a su manera: “Soy un escritor punk rocker. No tengo elementos académicos. Si requiriera de ellos, no podría haber escrito nada. Hoy, leo más de lo que toco. Benditos los que estudian, pero el ángel no siempre pasa por ahí”.
–En “Malos tiempos para las buenas canciones”, de Nueva Ola, dice: “Los bohemios andamos desangelados”. ¿Por qué se incluye?
–Porque desde hace un largo tiempo hasta acá desconfío de las letras que señalan a los otros. ¿Y uno qué? Todos andamos desangelados. Que el mejor de los discos de mi carrera haya sido El León, no quiere decir que me voy a quedar quieto. Voy a seguir haciendo discos.
–¿Cuál es el motor?
–Los compositores siempre deseamos hacer la canción más bonita. Que puede ser la más combativa, la más romántica o la más caprichosa. Y si no aparece, el nervio motor que te lleva es ese. Conocí grandes compositores que se quedaron anclados en lo que hicieron. Yo lo combato. Mi presente lleva canciones y voy a seguir buscando.
–¿La variedad estilística de sus canciones responde a esa búsqueda interna?
–Rompí la barrera del prejuicio hacia lo estilístico hace muchos años atrás. London calling, el tercer disco de The Clash, nació de una banda de punk rock. Y está lleno de ska, reggae, pop y rockabilly. Cuando empezás a usar la paleta de colores, usás muchos y ninguno. Es una práctica. No es que los músicos de un género escuchan música de ese género. Hay que dejarse influenciar y derribar los prejuicios propios. Siempre es mejor hacer que no hacer.
–Hace varios años que es solista. ¿Dejar una banda tan convocante es como volver a empezar?
–Como músico tengo una trayectoria, pero como solista me vengo rehaciendo. Y me reinvento siempre. Lo disfruto mucho. No dejo de ser nuevo, y a mis alturas lo considero todo un privilegio.
–Hizo más de cien canciones. ¿Es un número proporcional a lo que descarta?
–Hago muchas canciones. No me considero un genio, sino alguien prolífico a la hora de hacer. Creo que en el hacer hallaré atisbos de cosas iluminadas. Es como el fotógrafo que tiene que sacar muchas fotos para encontrar la única. Me gusta la idea de la cantidad para hallar calidad. Una buena forma de despojarse de filtros. Para sacar las cien canciones de El Salmón, Andrés Calamaro tuvo que hacer quinientos temas. Hay tipos que escribieron muchos libros y terminaron siendo genios por uno solo.
–¿Siempre es importante dejar un testimonio en la letra de la canciones?
–El mensaje siempre está. Pero por más que escribí temas que se consideran fuertes y testimoniales, me despojo de la idea del músico que utiliza como herramienta a la palabra para liberar. Creo que está muy bien, pero no es mi personalidad. Mi movilización siempre es hacer una canción. El contenido viene después.
–Su hijo, Ástor –de 14 años–, toca la batería en su último trabajo. ¿Se puede seguir siendo padre cuando se es compañero de banda?
–Sí, porque con Ástor tenemos una comunión de colegas que es muy interesante. Él lo permite porque es muy especial. Es muy serio y aplomado. Es un chico que parece grande. No tiene muchos amigos de su edad, algo que por un lado me preocupa, pero por el otro me parece increíble de ver por cómo lo lleva. Ya grabó tres discos. Es un monstruo.
–¿Por qué el libro se publicó por una
editorial mexicana?
–En la Argentina busqué y no encontré eco mejor que el que me daban en México. Es tan buena la edición y el libro es tan pesado que traje pocos ejemplares. Estoy deseando que salga en todo el país.
–¿Cómo fue el proceso de escritura?
–Fui escribiendo contemporáneamente a lo que iba sucediendo con Los Cadillacs y algunas cosas las agregué después. Lo incorporé a mi vida como una herramienta más de mis posibilidades creativas y me ayudó a recordar un montón de cosas. Es un libro que me alinea. La escritura se convirtió en un buen vicio. Pero soy un “antiintelectual”, aunque me duele ver que leer parecer haber quedado cernido a lo intelectual. Hay gente que se priva, y no lo entiendo.
–¿Hay posibilidad de que Los Fabulosos Cadillacs se vuelvan a juntar?
–Sí, claro. Los Cadillacs pueden estar en cualquier momento. Sería una necedad no dejar la puerta abierta. Me ocupa mi presente, pero lo otro siempre estará abierto. Se puede activar cada tanto y salir una fecha. Es sólo cuestión de esperar que suceda.
Fuente: Revista Veintitres.
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