jueves, 31 de mayo de 2012

"UNO ESCRIBE PORQUE TIENE MIEDO"

Ante una sala repleta, el escritor y conductor radial Alejandro Dolina, tuvo salidas bien “dolinescas”: habló sobre la literatura, el erotismo, el amor y el sentido de la existencia. Y disparó: “Mis personajes nunca fueron sensibles”.

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Por María Daniela Yaccar

El día estaba especial para escucharlo. Goteaba levemente, hacía mucho frío y la noche comenzaba a anunciarse en un cielo violáceo. Esa voz, compañera de soledades cuando la ciudad y todos duermen, volvió a ser un refugio, cuando se apagó la de la Negra Sosa reviviendo en una canción. “No escribí este libro para contestar preguntas que yo mismo no me hacía”, bromeó Alejandro Dolina al presentar Cartas marcadas, su primera novela, en la Sala José Hernández de la Feria del Libro. Se lo dijo al periodista Nino Ramella, quien le hizo una entrevista que ambos calificaron como “ficcional”. La sala, con capacidad para 850 personas, estaba el sábado colmada de cuerpos abrigados. Como pasa siempre que este hombre agarra un micrófono, todos querían escucharlo, aun cuando la excusa sea la otra palabra, la que le cuesta más, la escrita. Y aun cuando se dedique durante una hora a responder preguntas que nunca se hizo, porque lo hace cautivantemente bien.
El formato de la presentación parecía un poco forzado: son raras las entrevistas convencionales delante de tanta gente. Fue el mismo Dolina el que usó este calificativo. “Pero es menos raro que la soledad del tipo que se larga a soltar confidencias como ‘hace diez años que vengo pensando en libros de caballería’”, se consoló. Luego avisó que “la respuesta es un género limitado por otro”. La charla con Ramella recorrió diversos aspectos de la novela editada por Planeta, pero también se salió de ese eje y hubo reflexiones sobre la literatura en general, autores fetiche de Dolina –como Borges–, el erotismo y el amor y el sentido de la existencia, ni más ni menos. Todas las respuestas fueron bien dolinescas, con iguales dosis de profundidad y de humor, de formalidad e informalidad, de saber académico y observaciones que parecen efectos del consumo de marihuana. En esa mezcla algunos ven alta cultura y cultura popular, pero él dijo no estar de acuerdo con esa mirada.
Los temas fueron muchos, pero uno que volvió cual espectro lacaniano fue el porqué del escritor. De hecho, esa misma idea dio comienzo a la charla y le puso fin. “Amén de los resortes psicológicos o vivenciales hay una serie secundaria pero importantísima de elementos, como el cansancio. Es una fuerza enorme que hace nacer cosas, avanza y no se discute. Uno se cansa de las ideas de los demás y de las de uno repitiendo una danza interminable. El hombre cansado de lo anterior, de unas tristezas que no puede compartir con nadie y de preguntas y discusiones ya dadas escribe libros”, se explayó el autor de Crónicas del ángel gris, de traje negro, casi como siempre. Algunos de los personajes de Cartas marcadas ya vivieron en ese y otros de sus textos. “Me cansé de que la gente dijera que eran sensibles, sentimentales, enamorados. Eso nunca fue verdad. Decidí escribirlo bien para que se entendiera. Estos tipos piensan que el mundo no tiene sentido. Eso pienso yo. En charlas y libros está lo que unos llaman vitalidad militante: estar en contra de la muerte. Esa es otra razón para escribir.”
En la presentación, Planeta le entregó un Libro de Oro por los 90 mil ejemplares vendidos de Bar del infierno, anterior a Cartas marcadas. Debutante en la novela, Dolina reflexionó sobre este terreno. “Es un género más peligroso. Si hay que tirar un cuento tiramos una o como mucho diez tardes de trabajo. Uno se da cuenta de la inviabilidad de una novela en la página 700”, comparó. Antes marcó una diferencia respecto de su otro oficio, el de conductor-narrador radial. “La literatura es un género más exigente. Uno dice voy a escribir un libro de 500 páginas y a los 20 segundos exclama: ‘¡imposible!’”, definió, en un pasaje que lo condecoró con aplausos. Sostuvo que se dio cuenta de que le interesa más el cómo que el qué: “Al principio no sabía nada de lo que quería contar. Hasta el final me daba lo mismo, pero me importaba la forma. Un poeta escribe, pero siempre reflexiona acerca de la condición humana. Eso interesa mucho más que la moneda en el aire, las cartas marcadas”. Son otros tiempos, dio a entender: antes el lector se salteaba páginas. Hoy el goce está en los detalles.
Y a cada rato llegaban esas verdades de melancolía tanguera, esos pedacitos de filosofía de la cotidianidad que emocionan a tantos corazones. Con algunas de estas reflexiones, claro, valdría la pena otro libro. “Es una noticia triste darse cuenta de que nada importa mucho”, remarcó cuando habló sobre el (no) sentido de la existencia. “¿Qué se puede hacer ante un montón de sucesos que no importan? Construir importancias. Eso es lo que hace (Gabriel) Rolón. A él todo le importa, incluso si las papas son con perejil o no.” Se cebó explorando el erotismo y el amor, presentes en su obra. “Me gusta lo que ha dicho Octavio Paz: el comienzo es la visión de un cuerpo hermoso. Ahí se produce una atracción, pero no es irremplazable. Si no es Fulana, mal no estará Sutana. El problema es cuando ese cuerpo se convierte patológicamente en algo irreemplazable”, reflexionó.
Los autores más descontracturados, aquellos de los que la cultura popular se quiere adueñar, parecen no terminar de llevarse bien con esto de subirse a la cima del saber y dar a conocer su último trabajo. Es el caso de Dolina, que al final retomó el tema. “Había traído un texto sobre eso, porque es un género en sí mismo. Pero me di cuenta de que era la presentación de un libro de Pacho O’Donnell. Me pareció que no era pertinente”, canchereó. Finalmente, de nuevo, ahondó en las razones para escribir: “Uno escribe porque tiene miedo. En el infierno nadie lo siente, porque el miedo tiene que ver con el futuro. ‘Jaja’, dice el condenado mientras arde.” Pero si está presente Dolina el infierno puede ser un bar y la presentación de un libro puede no ser un infierno.

"LAS ELITES SON MUY AGRESIVAS CON LOS GOBIERNOS QUE PRESENTAN POSIBILIDADES DE CAMBIOS"

Martin Becerra, investigador del Conicet sobre el sistema de Medios en la Argentina. Los procesos de concentración mediática y de oposición de estos grandes medios a los gobiernos populares en América latina son un dato que observan las embajadas norteamericanas en la región. Las relaciones con los gobiernos.
 

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Por Natalia Aruguete

–¿Es posible establecer un denominador común en la mirada de la Embajada de Estados Unidos sobre el escenario mediático de América latina?
–Las embajadas (de Estados Unidos) en los distintos países de América latina tienen un comportamiento bastante similar cuando se trata de gobiernos que son francos adversarios o tienen una línea claramente enfrentada con Estados Unidos. Es el caso de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Honduras cuando estaba (Manuel) Zelaya, antes del golpe de Estado. La regularidad del comportamiento estadounidense consiste en ser un articulador de la oposición a esos gobiernos que considera hostiles. Además, hay una diferencia entre la administración Bush y la de Obama, que en el libro vemos como importante. El golpe en Honduras se produjo con el cambio de administración en Estados Unidos. Eso hizo que la actitud de la embajada cambiara y pasara a escandalizarse por el comportamiento de los golpistas con los que venía reuniéndose, incluidos los empresarios mediáticos. Otro análisis merece el grupo de países grandes, Brasil y México, que son en sí mismos enormes mercados, enormes negocios en la actualidad, además de potenciales negocios a futuro. Entre éstos también hay diferencias. No es lo mismo Brasil que México, que es prácticamente una extensión de la economía estadounidense. Hay países que son amigos, como Chile o Colombia. Chile es un buen alumno que no genera disturbios. En cambio, Colombia, uno de los países latinoamericanos donde más inversión y presencia estadounidense hay, es un país con una tradición de conflicto que despierta la necesidad de actuar mucho más activamente de parte de Estados Unidos.–La embajada tiene la idea de que los medios chilenos son “numerosos, competitivos, modernos y libres”. No critica el alto nivel de concentración que ustedes observan en el libro. En el caso de la Argentina, lo advierte al menos. ¿A qué responden las diferencias en la mirada de Estados Unidos entre países “aliados” y “enemigos”?
–En principio, en Chile no hubo ningún debate acerca de la regulación de los medios y la concentración que existe en ese mercado, como sí hubo en la Argentina, con presidentes –como es el caso de Cristina Fernández y de Luiz Inácio Lula da Silva– que enuncian el rol político que tienen los medios, más allá de que se traduzca en regulación o no. Lula tuvo enfrentamientos públicos con O’Globo. Ese no es el caso de Chile. La Concertación chilena –y el presidente Sebastián Piñera menos aún– ni siquiera ha verbalizado la concentración mediática y la convergencia entre el interés económico de un grupo de medios y su línea editorial.–¿Eso significa que son los gobiernos los que estimulan o limitan el involucramiento de la embajada en este terreno?
–En los tres casos que mencioné diría que sí. Incluso en el caso de Colombia. Porque cuando la embajada se involucra tiene informantes, fuentes que provienen de la dirigencia política de esos países. Es decir, en los distintos países funciona como un “confesionario” de diversos actores. Los cables de Wikileaks reúnen el testimonio de las escuchas que la embajada realiza de fuentes calificadas de la elite política, empresarial y mediática. En Chile, esa elite ni siquiera verbaliza la cuestión de los medios.–En su análisis mencionan que existe una “circularidad” entre medios y política, sobre todo en la Argentina y Brasil, donde la embajada usa testimonios de la elite política, económica y periodística como fuente de información y es, al mismo tiempo, fuente de información de los medios.
–Esa circularidad es muy endogámica. Para sostener sus cables internos, en muchos casos la embajada se vale del testimonio de algunas de sus fuentes calificadas: empresarios, políticos, grandes periodistas o dueños de medios de comunicación. Al mismo tiempo, esos periodistas, políticos y empresarios citan el despacho de los diplomáticos norteamericanos del cual ellos fueron la fuente informativa. Y lo usan como una fuente de autoridad para legitimar la posición pública que tienen cuando escriben la columna dominical. El de Joaquín Morales Solá es un caso emblemático: cita a la embajada para legitimar la información que brinda, pero es al mismo tiempo el periodista que más contacto tiene con esa institución. Esa endogamia produce una alta ineficacia informativa. En este aspecto se nota el estilo de los distintos embajadores.–¿Podría citar algún ejemplo que grafique esta diferencia?
–Hay embajadores como (Earl) Anthony Wayne (fue embajador en la Argentina durante la sanción de la ley de medios), que son cuadros diplomáticos. Y comprenden el peligro que encierra basar el diagnóstico de un país como éste en un grupo muy pequeño. Porque, provengan de los medios, del gobierno o de la oposición, son muy pocas personas para hablar de todo un país. Funcionarios como Wayne toman distancia. Otros embajadores, en cambio, no toman distancia, quedan engrampados y les erran por mucho a los diagnósticos.–¿Estas diferencias en la performance de los diplomáticos norteamericanos responden a cuestiones subjetivas o a que no hay una línea unívoca en la política exterior hacia la región?
–Hay matices que, desde luego, tienen que ver con la dimensión subjetiva. Con respecto a la descalificación que realiza la embajada en Bolivia sobre el presidente Evo Morales, creo que otros embajadores no habrían caído tan bajo. Pero más allá de la cuestión de estilo, la línea acérrimamente crítica hacia el gobierno de Morales no se habría modificado si cambiaba el embajador.–¿Por qué?
–Hay un rasgo que avala lo que digo. Cuando la embajada se relaciona con la elite política, económica y mediática de los países de la región –-elite que valora mucho ese contacto– es esta elite la que otorga la regularidad, y no la subjetividad del funcionario, que puede ser más liberal o más conservador.–¿Por qué la elite tiene tanta incidencia para delinear esa regularidad política de la diplomacia estadounidense?
–Porque la regularidad está situada en el plano sociopolítico de las elites de la región, que son muy agresivas con todos los gobiernos que presentan posibilidades de cambios. Tal es la agresividad que, cuando el embajador recibe ese testimonio, si es ingenuo o comparte esa mirada, “compra” ese diagnóstico. En otros casos son más distantes, como lo fue Wayne con la ley de medios en Argentina: escuchó al Gobierno, escuchó a los columnistas de los diarios más concentrados y luego observó: “En realidad, a nosotros no nos parece que esté en riesgo la libertad de expresión, sino que es una excelente oportunidad para hacer negocios con las señales estadounidenses. El Gobierno nos abre la puerta para eso”.–En esta observación se vislumbra un claro pragmatismo de parte de Estados Unidos.
–Cuando redactábamos el libro, con Sebastián Lacunza, discutimos mucho este aspecto. El es periodista y yo vengo de la academia. Desde la universidad miramos más las determinaciones económicas de los procesos sociales; el periodismo suele mirar más las determinaciones políticas o ideológicas. Yo creo que los cables reúnen las dos cosas: es importante la dimensión política, pero no basta para hacer una lectura del funcionamiento de la embajada norteamericana, que en muchos casos defiende intereses comerciales y punto. Lo político maquilla su posicionamiento, pero, en definitiva, aparece la cuestión económica fuertemente.–Sin embargo, en países como Venezuela, Ecuador y Bolivia se manifiesta más fuertemente esta dimensión político-ideológica.
–Pero lo diría por el lado contrario. Con Bolivia, Venezuela y Ecuador aparece una lectura más radical en lo político-ideológico. Pero, desde esa lectura, podríamos preguntarnos por qué no avalan todo lo que ha hecho Vicente Fox o Felipe Calderón, que es un aliado de Estados Unidos. Sin embargo, la embajada en México no opera con un criterio sólo ideológico, porque ven que el monopolio de Telmex les quita posibilidades de negocios a las empresas de telecomunicaciones estadounidenses. Y lo ven como una aberración desde el punto de vista del libre mercado. Lo cual me hace sospechar que la oposición a Correa, a Evo y a Chávez sea únicamente política. Creo que hay también una cuestión de intereses económicos. Evidentemente, el plan económico que desarrollan estos tres gobiernos no favorece la presencia comercial de Estados Unidos.–¿Qué efectos tuvo el proceso de discusión del proyecto de la ley de medios argentina en la relación entre la embajada y empresarios mediáticos opositores al Gobierno?
–A pesar de lo que dicen los editorialistas y políticos, la política exterior de un país tan importante como Estados Unidos, o incluso Brasil, no se define solo por una cosa. Hubo dos acontecimientos casi simultáneos: Argentina adoptó la norma japonés-brasileña de TV digital mientras (José Antonio) Aranda y la plana mayor de Clarín le aseguraba a la embajada que Argentina adoptaría la norma estadounidense. Y al mismo tiempo impulsó la ley de medios. La embajada puso en la balanza una cantidad de cuestiones.–¿Y cómo operaron ambas políticas?
–La elección de la norma nipón-brasileña fue un revés para los Estados Unidos. Pero la ley de medios no solo que no les molestaba sino que, al intentar desarticular la concentración del mercado de TV por cable –cuya posición dominante ejerce (el Grupo) Clarín– beneficia hipotéticamente la situación de las señales norteamericanas. En eso, la embajada demuestra pragmatismo y sangre fría, con mucho distanciamiento respecto del fervor y de la posición cerril que adoptaron los grandes grupos comerciales de medios.–¿”Sangre fría” significa darse cuenta de que los medios no tienen toda la razón ni están en una situación de absoluto poder?
–Eso por un lado. Pero también significa relativizar la importancia de un hecho, por más importante que sea en la política interna, al lado de la gran cantidad de intereses que ellos deben defender en forma simultánea.–A partir del reconocimiento de la embajada a Pedro Carmona como presidente de Venezuela, cuando se había tratado de un golpe de Estado, ¿es posible inferir una posible influencia, o al menos conocimiento previo, de que el golpe se fuera a producir?
–En el caso hondureño yo diría que sí, pero en el venezolano, no. Lo que sí es claro en Venezuela y Ecuador es el reconocimiento de la embajada como articuladora y financiadora de ONG y medios de comunicación, así como columnistas y periodistas opositores a Correa y Chávez, que adoptaron posiciones golpistas. Pero eso es una reconstrucción indirecta; no podría afirmar que la embajada fue la que alentó el golpe.–Ese financiamiento no es fácil de captar en otros países.
–Claramente no. En el caso venezolano, la embajada admite literalmente que hay flujo económico hacia ONG y medios de comunicación. En ningún otro país he visto eso.–¿Por qué generó tanta alerta en la diplomacia norteamericana el desarrollo de la red de medios estatales que impulsó Chávez?
–Aparece indignada, denunciadora, financiadora de toda expresión opositora, con un discurso que se asemeja mucho al de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa). Lo mismo vale para Bolivia. Insisto en que estas tres embajadas (la de Venezuela, Bolivia y Ecuador) se comportan de forma muy distinta de las del resto de los países. No abundan en matices que sí muestran las de otros países. Cuando la diplomacia en Buenos Aires plantea que una cosa es el interés de los empresarios mediáticos que los visitan y otra es la libertad de expresión, están haciendo una distinción fundamental, que forma parte de la discusión que se dio la sociedad argentina cuando se debatió la ley de medios. Las otras embajadas no aceptan esta diferencia.–No solo en estos tres países, tampoco la embajada en Chile se plantea esa diferencia.
–Sí, tenés razón. Mi hipótesis es que no se la plantea porque no es un tema. Pero OK, no la plantea. Sí lo hace en Colombia, que es un país aliado.–Y allí, además, critican la falta de libertad de expresión de parte del gobierno.
–Por supuesto, pero además ellos no lo hacen motu proprio, sino que había personajes de altísimo nivel dentro del gabinete de Alvaro Uribe que discuten a Uribe. Es la interna del gobierno relatada por la embajada, recogiendo voces que dicen que Uribe es peligroso porque no vacila en violar los derechos humanos.–¿Qué pudieron visualizar, a través de los cables de Wikileaks, sobre la mirada estadounidense de la relación entre Luiz Inácio Lula da Silva y los grandes medios brasileños?
–Allí opera un doble pragmatismo. Por un lado, el pragmatismo de los gobiernos de Lula –que ha continuado con el gobierno de Dilma Rousseff–- con el sistema de medios concentrados. Por el otro, el pragmatismo de la embajada cuando testimonia esto. A pesar de que en Brasil también la embajada se nutre de información de destacadísimos columnistas de grandes medios, que tienen una mirada muy crítica de esos gobiernos y le piden una posición mucho más agresiva. Pero la embajada, con mucha altura, recoge testimonio, cita fuentes y punto. Durante la candidatura de Dilma, (su adversario, José) Serra se refirió a la candidata del PT como “la Juana de Arco guerrillera”, citando como fuente de autoridad a la embajada. Una campaña que Estados Unidos debió desmentir. En la Argentina, la embajada también tuvo que desmentir a Clarín. Claramente tiene un perfil muchísimo más moderado que los voceros de los grupos dirigentes en nuestros países.–¿Por qué en el libro se plantea que Wikileaks avivó un debate histórico sobre quién informa, con qué criterios y qué se oculta?
–El hecho de liberar tal caudal de información y que la organización WikiLeaks decidiera aliarse con cinco grandes medios para su difusión –-alianza que quedó rápidamente frustrada porque el líder de Wikileaks interpretó que esos grandes medios editorializan cualquier pavada o lo están traicionando– se inscribe en la discusión sobre qué rol juegan los medios. Por un lado, porque esa discusión es fruto de la desintermediación de la labor que históricamente hicieron los medios. Esto es un proceso que aún no concluyó.–¿En qué elementos se basa para decir que no concluyó?
–En que el primer impulso que tuvo Julian Assange fue hacer una alianza con los medios, porque entendía que a través de Internet los cables no tendrían trascendencia pública, por eso necesitaba de la intermediación de los medios, pero no es menos cierto que esa labor se ha resentido mucho. Hay una erosión de esa labor entre los años ’70 y la actualidad, entre otras cosas por la proliferación de redes informacionales y sociales que van componiendo el paisaje mediático. El otro nivel de discusión que aparece en escena es el rol político de los medios como editores y seleccionadores de una porción de la realidad. La desnaturalización del credo de la objetividad periodística es simultánea al proceso de discusión sobre la desintermediación de los hechos. Es un combo explosivo visto desde los medios tradicionales, porque pone en tela de juicio dos pilares fundamentales de éstos. Un medio tradicional no pensaba que hubiera forma de que la gente se enterara de algo si no era a través suyo. Segundo, edita (la información) sosteniendo un fetiche de objetividad que permite que eso que edita circule como si fuera natural. Esas dos cuestiones están puestas en tela de juicio en toda la región. Más aún, en relación con los grandes medios, están puestas en tela de juicio por los propios gobiernos.–Desde el análisis de la estructura de medios, ¿qué evidencia esta convergencia entre el mundo digital y los periódicos, en la difusión de los cables de Wikileaks?
–Esa es una de las enseñanzas del caso Wikileaks. Pero insisto en que es un proceso, de ninguna manera licuaría el poder que tienen los medios de establecer, construir y diseñar agenda. Ese poder existe y seguirá por muchos años más, pero por primera vez está siendo asediado por condiciones sociopolíticas y tecnológicas, lo cual deriva en crisis socioeconómicas.–¿En qué sentido?
–En que hay condiciones sociopolíticas que reclaman la apertura del juego y desmitifican la labor presuntamente objetiva del periodismo, más condiciones tecnológicas que multiplican las ventanas de información. Yo no soy un apocalíptico de los medios tradicionales, ni creo que ya operó su reemplazo por los nuevos medios. El caso Wikileaks lo enseña. De hecho, de la información de esos cables, intermediados por estos grandes diarios, a la Argentina le llegaba básicamente lo que publicaba El País de España, replicado por Clarín y La Nación. Me refiero a antes de que se liberaran. Y lo que llegaba es que los K estaban desequilibrados o la Presidenta era bipolar, pero evitaban tematizar todo lo demás que hemos visto. Es Santiago O’Donnell, en su libro ArgenLeaks, quien saca a la luz algo que los diarios no habían mencionado.–¿A qué se refiere?
–A que ni los (diarios) afines ni los opositores tematizaron las visitas que recibió la embajada en Buenos Aires de (Héctor) Magne-tto, por ejemplo, que son fundamentales. No sólo para entender el sistema de medios, sino para entender la política argentina de los últimos ocho o nueve años. Esto también habla de la labor editorial intermediadora de los medios tradicionales, que todavía opera como tapón. Sobre todo en un esquema de opinión pública polarizada como el que tenemos hoy en la Argentina. Los medios son un obstáculo para la aparición de temas gigantescos en la agenda. Afortunadamente, existen mayores posibilidades de discutir eso hoy que hace veinte años, por razones sociopolíticas y tecnológicas.

"HAY UN PROCESO DE INCLUSION EXCLUYENTE"

Entrevista a la investigadora Ana Maria Ezcurra, autora de Igualdad en Eduacion Superior, Un Desafio Mundial. Los sectores sociales desfavorecidos que ingresan a la universidad gracias a la masificación de la educación son los mismos que luego sufren un mayor abandono estudiantil. Ezcurra, profesora de la UNGS, analiza la responsabilidad de las universidades en la deserción.
 

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Por Javier Lorca

Su libro Igualdad en educación superior diagnostica la convergencia global de dos procesos en los sistemas universitarios: masificación de la educación superior y altas tasas de abandono estudiantil. ¿Cuál es la relación entre estos procesos? ¿Es casual o causal?
–La relación es causal. La investigación que llevamos adelante en la UNGS recorta la problemática de la desigualdad en la educación superior a escala global, la desigualdad en el acceso. En el marco de esa problemática se identifican ciertas tendencias internacionales, a modo de hipótesis. La masificación es una tendencia estructural ya muy comprobada y reconocida, se da desde hace aproximadamente 40 años en forma intensa y continua, y se estima que va a persistir. Esta masificación implica procesos de inclusión social, de ingreso de sectores sociales antes excluidos, de franjas desfavorecidas en la distribución del capital económico y cultural. Por supuesto, este proceso de masificación es desigual a nivel internacional, hay diferencias entre regiones y dentro de las regiones, por ejemplo en América latina. Este ciclo extraordinario de masificación se asocia con tasas de deserción muy altas, incluso en países del capitalismo central. De hecho, Estados Unidos es el país con mayor deserción en educación superior. La problemática de la desigualdad en educación superior hace a la justicia social, también al desarrollo nacional, al poder de las naciones en el contexto de la globalización y la sociedad del conocimiento. La hipótesis central es que esta alta deserción implica una desigualdad social aguda y en alza.
–¿Por qué?
–Porque afecta sobre todo a esa población desfavorecida en la distribución del capital económico y cultural que, con la masificación, logra ingresar en el sistema educativo superior. Por eso decimos que hay un proceso de inclusión que es, a la vez, excluyente. La relación es causal, son procesos vinculados: las franjas sociales que se incluyen son luego las más afectadas por el abandono. Hay una imagen muy ilustrativa del investigador Vincent Tinto: él dice que la presunta puerta abierta a la educación superior es una puerta giratoria. Así como entran, rápidamente salen. Hay brechas de graduación muy fuertes, y son brechas de clase. Una segunda hipótesis fuerte es que estos procesos de exclusión y abandono se concentran en primer año, no sólo, pero sí principalmente. El primer año, el momento del choque con la universidad, es un tramo crítico.
–Mientras la interpretación dominante atribuye la deserción a problemas de los estudiantes (su deficiente formación escolar) y exculpa a las universidades, su planteo en el libro es que las instituciones trabajan como máquinas de reproducción de la desigualdad social y cultural.
–Hay una visión dominante a nivel global, y también acá, tanto en las instituciones como en las políticas públicas –esa visión está estrechamente ligada a estrategias de intervención–, que considera que fallan los alumnos. Se oculta, se enmascara el papel de las instituciones como factor causal o condicionante. Entonces, las estrategias de intervención que se desarrollan son aproximaciones periféricas, actúan en los márgenes del sistema académico, omiten la institución y la enseñanza. Esa es la razón por la cual fracasan este tipo de intervenciones y los procesos de abandono continúan casi idénticos. Se invierten esfuerzos y dinero sin resultados. Por lo general se trata de programas dirigidos a los alumnos y no a los docentes, son cursos que se agregan a las asignaturas regulares y suelen estar poco o nada conectados con ellas. Lo dominante son servicios de apoyo académico, tutorías individuales o grupales, focalizadas en algunos alumnos considerados “en riesgo”. Ese es el formato. Desde una perspectiva alternativa, consideramos que el abandono es usualmente un fenómeno educativo, aunque sobredeterminado por otros factores. Las dificultades académicas son un factor causal dominante en el abandono, pero no exclusivo, operan en concurrencia con otros factores, un conjunto de barreras convergentes e inherentes a una posición social en desventaja. Uno es el factor económico, que puede ser fatal para la graduación, aun en los sistemas gratuitos, por los costos privados que implican los estudios universitarios; otro es el trabajo de tiempo completo, la dedicación parcial al estudio. También hay una estratificación jerárquica del circuito educativo medio, la consolidación de segmentos de calidad dispar, brechas educativas que son brechas de clase social. Pero creemos que el abandono responde, predominantemente, a dificultades educativas.
–¿Por qué enfatiza la incidencia del “alumno esperado” por las universidades y los docentes?
–De acuerdo con nuestras hipótesis, los establecimientos de educación superior y, en particular, las universidades no son un factor causal más sino que son un condicionante primario, una determinación dominante en el desempeño académico, en la permanencia, en la graduación y, por lo tanto, en el abandono. Desde la sociología de la educación hablamos del alumno esperado por las instituciones y, en particular, del capital cultural esperado. ¿Qué significa esto? Es un sistema institucional de expectativas respecto de los conocimientos, habilidades y hábitos académicos críticos que se presupone que los alumnos ya poseen y, por lo tanto, no son materia de enseñanza. Es una enseñanza omitida. En las franjas sociales donde ese capital cultural no está se generan “dificultades por desconocimiento”.
–¿Qué elementos integran ese “capital cultural esperado”?
–A través de investigaciones empíricas, logramos identificar un conjunto de componentes. En primer lugar están –según palabras de los alumnos– el “saber estudiar”, “saber aprender” y “saber pensar”, habilidades cognitivas que son cruciales. (Pierre) Bourdieu analizó estas cuestiones cuando se ocupó de las técnicas del trabajo intelectual: saber tomar apuntes en clase, armar una bibliografía, trabajar en una biblioteca, leer y comprender... En segundo lugar están las competencias metacognitivas, el control del propio aprendizaje, saber si aprendí o no aprendí. En términos de enseñanza, esto se podría enfrentar con dispositivos de monitoreo y retroalimentación de los docentes a los alumnos, en forma frecuente y temprana, antes de los exámenes. En tercer lugar, la planificación, la organización y el aprovechamiento del tiempo de estudio. Es algo muy importante para los alumnos de franjas sociales desfavorecidas, en particular para los de primera generación, porque tiene que ver con el conocimiento familiar sobre la vida universitaria. Estos alumnos dedican un tiempo insuficiente al estudio y además no saben organizarlo. Las estrategias de enseñanza que promueven el aprendizaje activo y en colaboración tienden a generar más implicación y un tiempo de tarea mayor y mejor: o sea, el tiempo en tarea tiene un fuerte condicionamiento institucional, no es sólo cuestión de los alumnos. En cuarto lugar, “el dominio del rol del estudiante”, la capacidad de los alumnos de reconocer y responder a las expectativas de los docentes en materia de desempeño y a los parámetros de evaluación implícitos. Los alumnos de franjas sociales en desventaja ni siquiera saben que esto existe. Desde el punto de vista de la enseñanza, la respuesta sería enseñar a ser evaluado a nivel universitario. Otro aspecto muy importante es la imagen que cada alumno tiene de su propio capital cultural, y sus expectativas sobre su propio desempeño. En los alumnos de franjas sociales desfavorecidas prevalecen una imagen negativa y bajas expectativas, predomina el temor al fracaso. Y el miedo es un factor clave en el desempeño académico. La contracara es la validación de los docentes y la institución hacia los alumnos; las señales que reciben respecto de si son capaces de aprender y tener un buen desempeño. Esto es central, porque son estudiantes extremadamente vulnerables a cualquier señal que refuerce su propia imagen negativa.
–¿Qué políticas concretas podrían ser útiles para propiciar una redistribución del capital cultural?
–De nuestras hipótesis surgen lineamientos generales de acción que, por supuesto, requieren mayor desarrollo. La estrategia es actuar sobre la enseñanza y sobre las instituciones para enseñar lo omitido. Lo que impulsamos es un proceso de reforma educativa que comprometa a la institución en su conjunto, no esfuerzos aislados. Esa reforma tiene que ser sistémica, debe apuntar a este capital cultural esperado y a aminorar la brecha con el capital cultural de los alumnos en el punto de partida. El eje tiene que estar puesto en darle prioridad real al primer año del grado, con una asignación importante de recursos, humanos y financieros. Los mejores docentes, ¿dónde van a estar?, ¿en posgrado o en primer año? Otro aspecto necesario es un enfoque curricular del primer año, planificarlo como un todo. Es ahí donde se puede analizar incorporar dispositivos ad hoc, como los llamados “seminarios de primer año” y las “comunidades de aprendizaje”, que en otros países tienen resultados muy positivos.
–¿Por qué propone estrategias universales y no focalizadas?
–Los programas focalizados tienen algo de estigmatización. Son para los alumnos “con problemas”. Además, nunca cubren a toda la población afectada, que en nuestras universidades masivas suele ser mayoritaria. Por eso es tan valioso que incluso dispositivos pensados como de apoyo y orientación académica, como las tutorías, puedan adquirir rango curricular: de esa manera dejan de ser un servicio para algunos y pasan a ser una enseñanza de lo omitido para todos.

ARRANCO LA MARCHA INDIGENA EN BOLIVIA

En contra de la construccion de una carretera en un santuario. En los próximos días, el gobierno nacional comenzará una consulta en sus comunidades para obtener el consentimiento de quienes viven allí. Pero para los caminantes, la ley que regiría ese diálogo, la 222, es inconstitucional.
 

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Por Sebastián Ochoa

La Novena Marcha Indígena llego a La Paz para reclamar al presidente Evo Morales que respete los acuerdos firmados seis meses atrás con quienes hicieron la octava marcha. Fundamentalmente, que no se construya una carretera por dentro del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis). En los próximos días, el gobierno nacional comenzará una consulta en sus comunidades para obtener el consentimiento de quienes viven allí. Para los caminantes, la ley que regiría ese diálogo (la 222) es inconstitucional y exigen su abrogación para detener la protesta. Pero en el Palacio Quemado están seguros de ya haber hecho lo necesario para desarticular esta movilización.
La novena marcha tendría que haber salido el 25 de abril de Chaparina, localidad rural a más de 200 kilómetros de Trinidad. Allí, el 25 de septiembre de 2011 la Policía Nacional había reprimido con gases y palos a cientos de familias indígenas ahí bloqueadas por campesinos aliados al gobierno de Morales –y los policías también–. Los pobladores de San Borja y Rurrenabaque se levantaron contra las fuerzas del orden para que no metieran a aquellos marchistas –golpeados y atados con cinta de embalar– en aviones de la Fuerza Aérea. Aunque Morales ya pidió perdón por la inolvidable paliza, la Justicia boliviana aún no avanzó en la investigación para identificar a los responsables.
“Estamos aquí por voluntad propia. Nadie nos está pagando, mientras en San Ignacio de Moxos se le ha pagado a los mototaxistas, se les ha dado combustible. No es una mentira, no es una calumnia: vivimos seis meses de represión, de persecución, solamente por decir al gobierno que respete nuestros derechos y la dignidad de nuestros pueblos. Nos costó muchos años la consolidación y la titularización de nuestros territorios”, dijo Bertha Bejarano, del pueblo Mojeño, elegida presidenta de la Comisión de Marcha. Las organizaciones indígenas acusan al ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, de haber orquestado el bloqueo de San Ignacio, cosa que el ministro desmintió.
“La consulta según la Ley 222 me dice que van a destruir mi pahuichi, que van a saquear mi casa. Les digo al presidente y a sus ministros y a sus legisladores: ‘préstenme un machete, una picota, un azadón y un combo, yo voy a entrar también a su patio por donde me dé la gana’. Yo también voy a hacer la consulta a mi manera. Y si usted no está presente en su casa, voy a pedirle permiso –si es que tiene hogar– por lo menos al perrito. Y voy a hacer otra puerta por donde a mí me dé la gana. Si usted me encuentra ahí adentro voy a decirle ‘me va a disculpar, es que no debía hacer esto y ahora le voy a preguntar a la fuerza’. Y le diremos a la policía que nos ayude y sea testigo. Así sentimos la amenaza en nuestros territorios”, dijo Adolfo Chávez Beyuma, presidente de la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob).
El gobierno nacional busca sepultar a la movilización con un manto de indiferencia.
“Somos muy respetuosos de la marcha, de los dirigentes, de los marchistas. Vamos a garantizar esa movilización, tienen derecho a hacerlo. Pero el tema del Tipnis se va a resolver en el Tipnis”, dijo el ministro de Gobierno, Carlos Romero.
Entre junio y septiembre, el gobierno realizaría la consulta en comunidades del Tipnis, que definirían la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos. Para asegurar el resultado, desde hace meses el presidente y varios ministros visitan diariamente este territorio de un millón de hectáreas para llevar regalos a las comunidades. Según la Cidob, el Poder Ejecutivo promovió también la conformación de organizaciones indígenas paralelas y obedientes a Morales. Por ello en esta marcha hay menos participación de organizaciones indígenas y más urbanas.
Ahora, quienes están en la novena marcha acampan en Puerto Varador, a 15 kilómetros de Trinidad, junto al río Mamoré. Allí esperan la llegada de botes con más marchistas del Tipnis. También recibir algunas carpas, entre otras necesidades. Y si fuera posible, que pare de llover en la Amazonía, porque los mosquitos transitan como nubes entre los indígenas, quienes podrían reiniciar el viaje esta tarde o mañana.
En estos días, el gobierno nacional enfrenta conflictos con otros sectores, el más duro con los trabajadores de Salud, que exigen mejores condiciones para trabajar. Por ello, los hospitales no funcionan desde hace un mes. Para aplacar un poco el fervor social, Morales decidió que el feriado del 1º de mayo se extienda por dos días.

REPORTAJE A ALAIN BADIOU

Alain Badiou es un pensador que podría llamarse polifónico: ha abordado la filosofía y la política, la historia, el marxismo y la vida contemporánea, pero siempre parece haberlo hecho con la mirada puesta en el presente: buscando los modos en que el pasado puede ayudarnos a construir un futuro mejor. Su pensamiento por el que orbitan las revoluciones árabes y el desastre ecológico, el duelo por las revoluciones del siglo XX y la salud del capitalismo, el mercado de las opiniones contra la comunidad de las ideas y, fundamentalmente, el amor como centro de gravedad ineludible a partir del cual comenzar la construcción de una nueva forma de futuro.

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Por Eduardo Febbro

Pensar el mundo a la velocidad que va; las revoluciones árabes; el colapso ecológico; el movimiento de los indignados; la crisis sistémica del capitalismo. Pensar también las matemáticas, la poesía; y pensar también lo que no tiene tiempo y nos compromete más que cualquier otra cosa: el amor. Esta es la dimensión polifónica del filósofo francés Alain Badiou. Objeto de adoración o de un sólido cuestionamiento, el pensador francés ha tejido una obra sin concesiones que abarca la filosofía analítica, la matemática, el teatro, la política, la literatura y hasta el amor como temas de una reflexión conectada a la raíz de las transformaciones y trastornos humanos. Su obra contiene una de las críticas más densas y lúcidas contra lo que Badiou llamó “el materialismo democrático”, ese orden mundial donde cada cosa tiene un precio, un interés material final. En pleno siglo XXI, y con los referentes históricos que se conocen, Alain Badiou alega todavía a favor de lo que él define como “la idea comunista”. El pensador francés rescata de esa ideología la “idea de la emancipación de toda la humanidad, la idea de la igualdad entre los componentes de la humanidad, el fin del racismo y de las fronteras”. En esa misma línea, Badiou reintroduce el pensamiento de Marx. Puesto en un cajón con las piedras del Muro de Berlín, Marx regresa hasta nosotros. Las revoluciones árabes lo reactualizaron en el sentido más estricto: el movimiento de las masas hacia su emancipación.
Invitado a Buenos Aires a partir del 7 de mayo por la Universidad Nacional de San Martín, Alain Badiou recibió a Página/12 en su casa de París. En este diálogo, el autor de Elogio del amor expone su análisis sobre los cambios históricos que se desprenden de las revoluciones árabes al tiempo que, en contra de la opinión optimista dominante, destaca que el sistema liberal está lejos de haber abdicado.

La lucha o la oposición contra las modalidades del sistema actual se ha multiplicado y solidificado. Revoluciones árabes, movimiento de los indignados, movilización creciente de los grupos que están contra la globalización, en todo el planeta surgen grupos de protesta. Analizando lo ocurrido, ¿qué les diría usted hoy a todos esos rebeldes del mundo para que su acción conduzca a una auténtica construcción?

–La consigna de antiglobalización parece sugerir que, a través de varias medidas, se puede rehumanizar la situación, incluida la rehumanización del capitalismo. Yo les diría que, para mí, más importante que eso es la globalización de la voluntad popular. Globalización quiere decir vigor internacional. Pero esa globalización internacional necesita una idea positiva para unirla y no sólo la idea crítica o la puesta en común de desacuerdos y protestas. Se trata de un punto muy importante. Pasar de la revuelta a la idea es pasar de la negación a la afirmación. Sólo en lo afirmativo podemos unirnos de forma duradera.

Varios filósofos apuntan el hecho de que los valores capitalistas destruyeron la dimensión humana. Usted cree, al contrario, que todavía persiste una potencia altruista en el ser humano. Usted, por ejemplo, ve en las revoluciones árabes la restauración de la generosidad, de la fuerza colectiva, de la capacidad del ser humano en activarse para despojarse de los totalitarismos.

–Nunca creí que esas manifestaciones en el mundo árabe iban a inventar un nuevo mundo de un día para otro, ni pensé que esas revueltas proponían soluciones nuevas a los problemas planetarios. Pero lo que me asombró fue la reaparición de la generosidad del movimiento de masa, es decir, la posibilidad de actuar, de salir, de protestar, de pronunciarse independientemente del límite de los intereses inmediatos y hacerlo junto a personas de las que ya sabemos que no comparten nuestros intereses. Ahí encontramos la generosidad de la acción, la generosidad del movimiento de masa, tenemos la prueba de que ese movimiento es aún capaz de reaparecer y reconstituirse. Con todos sus límites, también tenemos un ejemplo semejante con el movimiento de los indignados. Lo que resulta evidente en todo esto es que están ahí en nombre de una serie de principios, de ideas, de representaciones. Desde luego, el proceso será largo. A mí me parece más interesante el movimiento de la primavera árabe que el de los indignados, porque ese movimiento tiene objetivos precisos, o sea, la desaparición de un régimen autocrático y el tema fundamental que es el horror ante la corrupción. La lucha contra la corrupción es un problema capital del mundo contemporáneo. En los indignados hemos visto la nostalgia del viejo Estado providencia. Pero vuelvo a reiterar que lo interesante en todo esto es la capacidad de hacer algo en nombre de una idea, incluso si esa idea tiene acentos nostálgicos. Lo que a mí me interesa es saber si aún tenemos la capacidad histórica de actuar en el régimen de la idea y no simplemente según el régimen de la concurrencia o de la conservación. Eso es para mí fundamental. La reaparición de una subjetividad disidente, sean cuales fueren sus formas y sus referencias, me parece muy importante.

“La idea” es el eje rector de su filosofía. Desde una lectura más contemporánea, se tomó como un hecho ineluctable que la idea es un producto y no la plena relación humana. Sin embargo, en medio del híper liberalismo, del consumo, de la etiqueta de un precio puesto sobre cada cosa, incluido los sentimientos, de pronto surge el antídoto de la idea contra la materialidad del mercado.

–Algunos dirán que hay valores trascendentes, religiosos, y que es preciso someter al animal. Otros, al contrario, dirán: liberémonos de esos valores trascendentes, Dios ha muerto, vivan los apetitos salvajes. Pero entre ambas hay una solución intermediaria, dialéctica, que consiste en decir que, en la vida, a través de encuentros y metamorfosis, puede haber un trayecto que nos ligue a la universalidad. Eso es lo que yo llamo “una vida verdadera”, es decir, una vida que encontró al menos algunas verdades. Llamo idea a ese intermedio entre las verdades universales, digamos eternas para provocar un poco a los contemporáneos, y el individuo. ¿Qué es entonces una vida bajo el signo de la idea en un mundo como éste? Hace falta una distancia con la circulación general. Pero esa distancia no puede ser creada sólo con la voluntad, hace falta que algo nos ocurra, un acontecimiento que nos lleve a tomar posición frente a lo que pasó. Puede ser un amor, un levantamiento político, una decepción, en fin, muchas cosas. Allí se pone en juego la voluntad para crear un mundo nuevo que no estará a la orden del mundo tal como es, con su ley de circulación mercantil, sino por un elemento nuevo de mi experiencia. El mundo moderno se caracteriza por la soberanía de las opiniones. Y la opinión es algo contrario a la idea. La opinión no pretende ser universal. Es mi opinión y vale tanto como la de cualquier otro. La opinión se relaciona con la distribución de objetos y la satisfacción personal. Hay un mercado de las opiniones como hay un mercado de las acciones financieras. Hay momentos en que una opinión vale más que otra, después esa opinión quiebra como un país. Estamos en el régimen general del comercio de la comunicación en el cual la idea no existe. Incluso se sospecha de la idea y se dirá que es opresiva, totalitaria, que se trata de una alienación. ¿Y por qué ocurre esto? Pues simplemente porque la idea es gratis. A diferencia de la opinión, la idea no entra en ningún mercado. Si defendemos nuestra convicción, lo hacemos con la idea de que es universal. Esa idea es entonces una propuesta compartida, no se la puede poner en venta en el mercado. Pero, como con todo lo que es gratis, la idea está bajo sospecha. Se pregunta: ¿cuál es el valor de lo que es gratis? Justamente, el valor de lo gratis es que no tiene valor en el sentido de los intercambios. Su valor es intrínseco. Y como no se puede distinguir la idea del precio del objeto, la única existencia de la idea está en una suerte de fidelidad existencial y vital a la idea. La mejor metáfora la encontramos en el amor. Si queremos profundamente a alguien, ese amor no tiene precio. Hay que aceptar el sufrimiento, las dificultades, el hecho de que siempre hay una tensión entre lo que deseamos inmediatamente y la respuesta del otro. Es preciso atravesar todo esto. Cuando estamos enamorados se trata de una idea, y eso es lo que garantiza la continuidad de ese amor. Para oponerse al mundo contemporáneo se puede actuar en política, pero no es todo: estar cautivado completamente por una obra de arte o estar profundamente enamorados es como una rebelión secreta y personal contra el mundo contemporáneo.

Es casi una broma adelantar que el sistema liberal está en crisis. Para usted, ¿en qué fase se encuentra el capitalismo? No está derrotado, desde luego, pero la crisis lo golpeó.

–El capitalismo es un sistema de robo planetario exacerbado. Se puede decir que el capitalismo es un orden democrático y pacífico, pero es un régimen de depredadores, es un régimen de bandidismo universal. Lo llamo bandidismo de manera objetiva: llamo bandido a cualquiera que considere que la única ley de su actividad es el provecho. Pero un sistema como éste que, por un lado, tiene la capacidad de extenderse y, por el otro, de desplazar su centro de gravedad, es un sistema que está lejos de encontrarse moribundo. No hay que creer que, porque estamos en una crisis sistémica, nos encontramos al borde del hundimiento del capitalismo mundializado. Si creemos eso sería ver las cosas a través de la pequeña ventana de Europa. Creo que hay dos fenómenos que están entrelazados. El primero es el hundimiento de la segunda etapa de la experiencia comunista, el hundimiento de los Estados socialistas. Este hundimiento abrió una enorme brecha para el otro término de la contradicción planetaria que es el capitalismo mundializado. Pero también le abrió nuevos espacios de tensiones materiales. El desarrollo capitalista de países de la talla de China, de la India, así como la recapitalización de la ex Unión Soviética, tiene el mismo papel que el colonialismo en el siglo XIX. Abrió espacios gigantes de despliegue, de clientela y de nuevos mercados. Estamos ahora ante ese fenómeno: la mundialización del capitalismo que se hizo potente y se multiplicó por la extenuación de su adversario histórico del precedente período. Este fenómeno lleva a que, por primera vez en la historia de la humanidad, se pueda hablar realmente de un mercado mundial. Ese es un primer fenómeno. El segundo es el desplazamiento del centro de gravedad. Estoy convencido de que las antiguas figuras imperiales, la vieja Europa por ejemplo, la cual pese a su arrogancia tiene una cantidad considerable de crímenes para hacerse perdonar, y los Estados Unidos, pese al hecho de que aún ocupan un lugar muy importante, son en realidad entidades capitalistas progresivamente decadentes y hasta un poco crepusculares. En Asia, en América latina, con la dinámica brasileña, e incluso en algunas regiones de Medio Oriente, vemos aparecer nuevas potencias. Son nuevos centros de gravedad. El sistema de la expansión capitalista llegó a una escala mundial al mismo tiempo que el sistema de las contradicciones internas del capitalismo modifica su geopolítica. Las crisis sistémicas del capitalismo –hoy estamos en una grave crisis sistémica– no tienen el mismo impacto según la región. Tenemos así un sistema expansivo con dificultades internas.

Pero esos nuevos polos se desarrollan según el mismo modelo.
–Sí, y no creo que esos nuevos polos introduzcan una diferenciación cualitativa. Es un desplazamiento interno al sistema que le da margen de maniobra.
Ahora llegamos a Marx, mejor dicho a los dos Marx: el Marx marxista y el Marx de antes del marxismo. Usted reivindica plenamente la figura y la obra de Karl Marx. ¿Cuál de los dos prefiere usted: el Marx marxista o el que precede al marxismo?
–Marx y marxismo tienen significados muy distintos. Marx puede significar el intento de un análisis científico de la historia humana con los conceptos fundamentales de clase y de lucha de clases, y también la idea de que la base de las diferentes formas que adquirió en el curso de la historia la organización de la humanidad es la organización de la economía. En esta parte de la obra de Marx hay cosas muy interesantes como, por ejemplo, la crítica de la economía política. Pero también hay otro Marx que es un Marx filósofo, es un Marx que viene después de Engels y que intenta mostrar que la ley de las cosas hay que buscarla en las contradicciones principales que pueden percibirse dentro de las cosas. Es el pensamiento dialéctico, el materialismo dialéctico. En lo concreto, hay una base material de todo pensamiento y éste se de-sarrolla a través de sistemas de contradicción, de negación. Este es el segundo Marx. Pero también hay un tercer Marx, que es el Marx militante político. Es un Marx que, en nombre de la idea comunista, indica lo que hay que hacer: es el Marx fundador de la primera Internacional, es el Marx que escribe textos admirables sobre la Comuna de París o sobre la lucha de clases en Francia. Hay por lo menos tres Marx y el Marx que a mí más me interesa, incluso reconociendo el mérito inmenso de todos los Marx, es el Marx que intenta ligar la idea comunista en su pureza ideológica y filosófica a las circunstancias concretas. Es el Marx que se pregunta qué camino puede encontrarse para organizar a la gente políticamente a fin de que se oriente hacia la idea comunista. Hay ideas fundamentales que fueron experimentadas y que aún permanecen, y en cuyo centro encontramos la convicción según la cual nada ocurrirá mientras una fracción significativa de los intelectuales no acepte estar orgánicamente ligada a las grandes masas populares. Ese punto está totalmente ausente hoy en varias regiones del mundo. En Mayo del ’68 y en los años ’70, este punto fue abandonado. Hoy pagamos el precio de ese abandono que significó la victoria completa y provisoria del capitalismo más brutal. La vida concreta de Marx y de Engels consistió en participar en las manifestaciones en Alemania e intentar crear una Internacional. ¿Y qué era la Internacional? Pues la alianza de los intelectuales con los obreros. Por ahí se empieza siempre. Yo llamo entonces a que comencemos de nuevo: por un lado con la idea comunista y, por el otro, con un proceso de organización bajo esta idea que, evidentemente, tomará en cuenta el conjunto del balance histórico pero que, en cierto sentido, tendrá que empezar de nuevo.
Si tomamos en cuenta las revoluciones árabes, las crisis del sistema financiero internacional, el colapso ecológico y el poderío de las oligarquías, ha habido muchos trastornos en el último cuarto de siglo. Bajo el flujo de esta avalancha, muchas cosas cambiaron en el mundo. Pero, ¿cuál fue, según usted, la transformación íntima del ser humano en este período? ¿Cuál ha sido la dosis de inocencia que perdimos?
–Lo que cambió más profundamente es la división subjetiva. Las elecciones fundamentales a las que estuvieron confrontados los individuos durante el primer período estaban aún dominadas por la idea de la alternativa entre orientación revolucionaria y democracia y economía de mercado. Dicho de otra forma, estábamos en la constitución del debate entre totalitarismo y democracia. Ello quiere decir que todo el mundo estaba bajo el influjo del balance de la experiencia histórica del siglo XX. A escala mundial, esta discusión, que adquirió formas distintas según los lugares, se focalizó en cuál podría ser el balance de este siglo XX. ¿Acaso hay que condenar definitivamente las experiencias revolucionarias? ¿O acaso hay que abandonarlas porque fueron despóticas, violentas? En este sentido, la pregunta era: ¿debemos o no unirnos a la corriente democrática y entrar en la aceptación del capitalismo como un mal menor? La eficacia del sistema no consistió en decir que el capitalismo era magnífico sino que era el mal menor. En realidad, aparte de un puñado de personas, nadie piensa que el capitalismo es magnífico. Hace 20 años estábamos en ese contexto, o sea, la reactivación de una filosofía inspirada por la moral de Kant. O sea, no había que tener grandes ideas de transformación política voluntaristas porque ello nos conduce al terror y al crimen: lo que había que hacer era velar por una democracia pacificada dentro de la cual los derechos humanos estarían protegidos. Hoy, esta discusión está terminada, y está terminada porque todo el mundo ve que el precio pagado por esa democracia pacificada es muy elevado. Todo el mundo toma conciencia de que se trata de un mundo violento, pero con otras violencias, que la guerra sigue rondando todo el tiempo, que las catástrofes ecológicas y económicas están a la orden del día y que, encima, nadie sabe a dónde vamos. ¿Podemos acaso imaginar que esta ferocidad de la concurrencia y esta constante sumisión a la economía de mercado duren aún durante varios siglos? Todo el mundo siente que no, que se trata de un sistema patológico. Se ha revelado que este sistema, al que nos presentaron como un sistema moderado, sin dudas en nada formidable pero mejor que todo lo demás, es un sistema patológico y extremadamente peligroso. Esa es la novedad. No podemos tener más confianza en el futuro de esta visión de las cosas. Estamos en una fase de intervalo, incierta. Se introdujo la hipótesis de una suerte de humanismo renovado al que podríamos llamar un humanismo de mercado, el mercado pero humano. Creo que esa figura, que sigue vigente gracias a los políticos y a los medios, ha muerto. Es como la Unión Soviética: estaba muerta antes de morir. Creo que, en condiciones diferentes y en un universo de guerra, de catástrofes de competencia y de crisis, esta idea del capitalismo con rostro humano y de la democracia moderada ya ha muerto. Ahora será necesario no ya arbitrar entre dos visiones constituidas sino inventar una.
¿De esa ambivalencia proviene tal vez la sensación de que las jóvenes generaciones están como perdidas, sin confianza en nada?
–Eso es lo que siento en la juventud de hoy. Siento que la juventud está completamente inmersa en el mundo tal como es, no tiene idea de otra alternativa, pero al mismo tiempo está perdiendo confianza en este mundo, está viendo que, en realidad, este mundo no tiene porvenir, carece de toda significación para el porvenir. Creo que estamos en un período donde las propuestas de ideas nuevas están al orden del día, incluso si una buena parte de la opinión no lo sabe. Y no lo sabe porque aún no llegamos al final de este agotamiento interno de la promesa democrática. Es lo que yo llamo el período intervalo: sabemos que las viejas elecciones están perimidas, pero no sabemos aún muy bien cuáles son las nuevas elecciones.
Aunque a los lectores les resulte sorprendente en un autor resueltamente político como usted, uno de sus libros más universalmente conocidos es sobre el amor. Se trata de una meditación de una conmovedora sabiduría. Para un filósofo comprometido con la acción política y cuyo pensamiento integra las matemáticas, la aparición del tema del amor es poco común.
–El amor es un tema esencial, una experiencia total. El amor está bajo la amenaza de la sociedad contemporánea. En el amor lo fundamental está en que nos acercamos al otro con la condición de aceptarlo en mi existencia de forma completa, entera. Eso es lo que diferencia al amor del interés sexual. El interés sexual se fija sobre lo que los psicoanalistas llamaron “los objetos parciales”, es decir, yo extraigo del otro emblemas fetiche que me interesan y suscitan mi excitación deseante. No niego la sexualidad, al contrario. La sexualidad es un componente del amor. Pero el amor no es eso. El amor es cuando estoy en estado de amar, de estar satisfecho y de sufrir y de esperar a propósito de todo lo que viene del otro: la manera en cómo viaja, su ausencia, su llegada, su presencia, el calor de su cuerpo, mis conversaciones con él, sus gustos compartidos. Poco a poco, la totalidad de lo que el otro es se vuelve un componente de mi propia existencia. Esto es mucho más radical que la vaga idea de preocuparme por el otro. Es el otro con la totalidad infinita que representa, y con quien me relaciono en un movimiento subjetivo extraordinariamente profundo.
¿En qué está el amor amenazado por los valores contemporáneos?
–Porque el amor es gratuito y, desde el punto de vista del materialismo democrático, injustificado. ¿Por qué habría de exponerme al sufrimiento de la aceptación de la totalidad del otro? Lo mejor sería extraer de él lo que mejor corresponde a mis intereses inmediatos y mis gustos y desechar el resto. El amor está amenazado porque se lo distribuye en rodajas. Observemos cómo se organizan las relaciones en esos portales de Internet, allí donde la gente entra en contacto: el otro ya está pre-cortado en rodajas, un poco como la vaca en las carnicerías. Sus gustos, sus intereses, el color de sus ojos, si tiene los cabellos largos o cortos, es grande o pequeño, es amarillo o negro. Vamos a tener unos 40 criterios y al final de ellos vamos a decirnos: esto es lo que compro. Eso es todo lo contrario al amor. El amor es justamente cuando, en cierto sentido, no tengo ni la menor idea de lo que estoy comprando.
Y frente a esa modalidad competitiva de las relaciones, usted proclama que el amor debe ser reinventado para defendernos, que el amor debe reafirmar su valor de ruptura y de locura.
–El amor debe reafirmar el hecho de que está en ruptura con el conjunto de las leyes ordinarias del mundo contemporáneo. El amor debe ser reinventado como valor universal, como relación a la alteridad, a aquello que no soy yo. El amor implica una generosidad que es obligatoria. Si yo no acepto la generosidad, tampoco acepto el amor. Hay una generosidad amorosa que es inevitable, estoy obligado a ir hacia el otro para que la aceptación del otro en su totalidad pueda funcionar.
La política no está muy alejada de todo esto. Para usted, en la acción política hay una dimensión del amor.
–Sí, incluso puede resultar peligroso. Si buscamos una analogía política del amor diría que, al igual que en el amor donde la relación con una persona tiene que constituir su totalidad existencial como componente de mi propia existencia, en la política auténtica es preciso que haya una representación entera de la humanidad: en la política verdadera, que también es un componente de la verdadera vida, hay necesariamente esa preocupación, esa convicción según la cual estoy ahí en tanto que representante y agente de toda la humanidad. Igual que en el amor, donde mi preocupación, mi propuesta, mi actividad, están ligadas a la existencia del otro en su totalidad. Creo que el proyecto de pareja puede ser un arma contra los valores corrientes si no se disuelve, si no se metamorfosea en un proyecto que terminaría siendo en el fondo la acumulación de los intereses de unos y otros. No hay que perder el rumbo de nuestra experiencia. No hay que ceder. El mundo se recrea a partir de la experiencia amorosa. De esa forma salvaremos la idea y sabremos qué es exactamente la felicidad. No soy un asceta. No estoy por el sacrificio. La construcción amorosa es la aceptación conjunta de un sistema de riesgos y de invenciones.
Usted también introduce una idea peculiar y maravillosa: debemos hacer todo para preservar lo excepcional que nos ocurre.
–Ahí está el sentido completo de la vida verdadera. Una vida verdadera se plasma cuando aceptamos los regalos peligrosos que la vida nos hace. La existencia nos hace regalos pero, la mayor parte de las veces, estamos más espantados que felices por esos regalos. Creo que aceptar eso que nos ocurre y que parece raro, extraño, imprevisible, excepcional, que sea el encuentro con una mujer, o sea Mayo del ’68, aceptar eso y las consecuencias de ello, eso es la vida. Eso es la verdadera vida.

"TODO PROYECTO INNOVADOR ES BIENVENIDO"

Milton Romani, embajador itinerante de Uruguay, ante Organismos de Drogas y Derechos Humanos. Es uno de los mayores expertos sobre drogas. Aquí explica cómo funciona en ese país la despenalización del consumo, analiza los avances en la región y hace elogios y advertencias sobre el proyecto que fue presentado en el Senado argentino.
 

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Por Emilio Ruchansky


Milton Romani, embajador itinerante de Uruguay en Misión Especial ante Organismos en Drogas y Derechos Humanos, pasó esta semana por Buenos Aires para participar de una conferencia sobre “experiencias de reforma y estrategias de gobierno para la seguridad”, organizada por el Centro de Estudios Legales y Sociales. Un rato antes de hablar en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, explicó a Página/12 los puntos centrales de la política de drogas en Uruguay, donde no se penaliza la tenencia de estupefacientes para uso personal y la gestión de salud se enfoca a la accesibilidad a los tratamientos y a la reinserción social. Romani destacó el debate que se reabrió a partir del proyecto de ley presentado por Aníbal Fernández, quien suele mencionarlo en sus discursos como uno de los impulsores del cambio de paradigma en el tema, y calificó como un avance que en la última Cumbre de la Américas “se haya admitido que puede haber un debate sobre modelos alternativos” a la guerra contra las drogas.
–Uruguay se destaca en la región hace varios años por tener una política de drogas más humana y eficaz. ¿A qué lo atribuye?
–Yo creo que si tenemos ese reconocimiento es porque arrancamos con una legislación que tiene el gran mérito de no penalizar la tenencia para consumo personal. Es un handicap muy grande. Nos pudimos concentrar en los problemas principales, salud por ejemplo, y no en un derecho que está consagrado en nuestra Constitución y protege las conductas privadas que no afectan a terceros. Nosotros asumimos como autoridades en drogas, con el primer gobierno de la izquierda en Uruguay. El gobierno de Tabaré Vázquez se vio enfrentado a una situación social dificilísima. El tema drogas, que nunca había estado en la agenda pública, lo colocó nuestro gobierno, pero bien que se aprovecharon los medios y la derecha y lo asociaron a la seguridad ciudadana, como un tema supuestamente nuevo.
–¿Qué cuestiones abordaron respecto del crimen organizado?
–Uruguay, entre el ’90 y hasta 2002, había sido una plaza financiera totalmente desregulada, donde organizaciones que se dedicaban al tráfico ilegal habían encontrado la posibilidad de lavar dinero. Las famosas sociedades anónimas financieras de inversión quedaron anuladas en las reformas tributarias que impulsó el gobierno de Vázquez porque apuntaban fundamentalmente a destruir una herramienta investigativa. Esos fueron los desafíos normativos que tuvimos. Nosotros, deliberadamente, sabíamos que era perfectible la ley penal, pero privilegiamos la gestión pública en drogas desde un organismo transversal como la Junta Nacional de Drogas, que depende de Presidencia y está integrada por nueve viceministros de áreas como Interior, Educación, Trabajo, Salud, Cultura, Relaciones Exteriores, entre otros. Ese es un gran acierto.
–Al no estar penalizada la tenencia, ¿la relación entre los usuarios y el sistema es más fluida?
–No necesariamente. Para empezar, no tenemos los índices de detención por consumo o por tenencia que tienen otros países, pero en salud hay un fenómeno de discriminación y estigmatización del consumidor que no se da como efecto necesario de la ley. Esto hay que incorporarlo como un desafío político, social y cultural. El sistema de salud todavía tiende a expulsar al usuario problemático de drogas y no sólo a él. Trabajé 30 años en el sistema de salud, el mamao en una emergencia molesta. Lo echan. Y es un intoxicado alcohólico que resulta muy fácil de tratar. Se lo pone de costado para que no absorba el vómito y se llama a la familia para que lo pase a buscar. Si está pasado de rosca, recibe sedantes y se duerme. Las autoridades políticas tienen que dar el ejemplo y enfrentarse a la corporación médica en este punto. Además, el mecanismo expulsivo también está en el mundo laboral, donde hay una tendencia a penalizar y estigmatizar.
–¿Qué otros puntos abordaron?
–Nosotros identificamos el tema alcohol, pasta base y lavado como prioritarios. Y después nos abocamos a la construcción de una red de asistencia en drogas pero no sólo en los centros especializados, que teníamos tres, sino en crear una red de los tres niveles de salud, y también en la reforma de salud incorporamos la obligatoriedad del subsistema privado de dar atención en el tema drogas, bajo la premisa de que un pediatra o un médico de familia también tienen que incorporarlo. Hay una tendencia a pensar que la droga es una cosa tan rara, que la tienen que atender los drogólogos o los superespecialistas. Después, lo que termina pasando es que ante la ausencia del Estado, se termina tercerizando la atención en organismos no gubernamentales que curran al Estado.
–¿Qué tipo de avances hubo en torno del consumo de paco o pasta base?
–Como todas las drogas, la pasta o el paco no vienen solos, vienen de la mano de un conjunto de problemas que tienen que ver con tres, cuatro o cinco generaciones excluidas socialmente y también de pobrezas e indigencias, aunque no son sólo los factores económicos. Más bien es una sociedad fracturada, donde hay una segmentación del mercado que ha encontrado una mercancía que circula, con o sin controles o con controles tan rígidos que no permiten una adecuada fiscalización. Y además surgen novedades, como en cualquier mercado, que están segmentadas para una población determinada. La pasta base surgió, a mi entender, por un efecto de control de precursores químicos, lo que demuestra que la ultrafiscalización no siempre da resultados.
–¿Cuándo comenzó a ocurrir eso?
–En el ‘98 se empezó controlar y los grandes laboratorios que estaban impedidos de conseguir grandes cantidades comenzaron a territorializarse o a crear pequeñas cocinas para fabricar. Es una hipótesis y me parece razonable. Hubo un pasaje del gran cartel o supermercado a pequeños supermercados o almacenes o grupos de tareas que se juntan para determinada actividad y después se desligan.
–¿Cómo se acerca el sistema de salud al usuario de pasta base?
–Estamos intentando todavía construir lo que llamamos una terapia de base comunitaria y una gestión local en materia de drogas, que combine todos los recursos para, ahí sí, desde una perspectiva de reducción de daños, no la conocida como sustitución de sustancias, sino por la admisibilidad de algunos dispositivos intermedios, aquellos lugares a nivel comunitario donde se brinde una oferta de servicios a la población vulnerable, que no necesariamente tiene que ser de tratamiento, sino que puede ser de reinserción laboral, lo que nos obliga a conocer y acercarnos de otra manera al consumidor.
–Sin estigmatizarlo.
–Y sin decirle: “Andá a la policlínica”, porque el tipo tiene una cantidad de dificultades.
–Además de la determinación de no querer ir.
–De todas maneras, en Uruguay hubo y hay una fuerte tendencia a la internación compulsiva y a los mecanismos represivos. Es decir, hoy en día, la sociedad uruguaya y el sistema político navegan entre medidas menos intolerantes, más cercanas a la reducción de daños, pero también con la tentación de clasificar a la pasta base como un veneno, para aumentar las penas desproporcionadamente, y no como una droga.
–En Uruguay hay un proyecto de ley que contempla ocho plantas hembras y menciona los clubes de cultivo como forma alternativa de control.
–Todo proyecto que sea innovador para regular de otra manera el mercado es bienvenido, pero a condición de que sea una buena palanca para un debate ciudadano. Estoy convencido de que para hacer reformas en política de drogas hay que hacer alianzas y lazos sociales. Uruguay es un país muy liberal pero también con una capacidad brutal de resistencia al cambio en algunos temas. No va a ser fácil. Soy más afín a los clubes de cultivo cannábicos, desde la mirada del Estado para regular y fiscalizar, que al autocultivo, aunque es debatible.
–En Argentina, se acaba de presentar otro proyecto de despenalización, el del senador Aníbal Fernández.
–Si hay despenalización de la tenencia para uso personal es un avance. Hay tres temas importantes en política de drogas. Las reformas legales son uno. Otro es la gestión pública y el prestigio que se haga al consolidar el derecho a la salud y a la buena administración de Justicia; no todo depende de las reformas. Gestión pública transparente, confiable, y tercero: alianzas a nivel regional e internacional que nos permitan afrontar algunos fenómenos que están sobredeterminados por las convenciones internacionales y el régimen de fiscalización actual. Yo creo que hay que mirar con un optimismo mesurado lo que pasó en la última Cumbre de la Américas. Es una buena noticia. Que se admita que puede haber un debate sobre modelos alternativos, que se dará en la OEA un debate democrático sobre este tema es muy importante. El sistema prohibicionista lleva implícito, como una columna vertebral, el concepto moralista de que esto no se discute, que es el bien y el mal, si estás con nosotros “sos el bien” y si presentás cualquier duda sos el representante del diablo en la Tierra y hay que quemarte en la hoguera pública. En cambio, que se diga que puede y debe haber un debate democrático es un avance importante, sale de la lógica de la guerra.

"TAL VEZ FORMEN PARTE DE UNA OFENSVA CONTRA EL GOBIERNO"

Juan Gelman hablo sobre las declaraciones que realizo Jorge Videla. El poeta afirmó que el dictador no dijo cosas como “cuántos campos de concentración hubo y qué pasó con los desaparecidos”. Sobre YPF, advirtió que quienes sostienen que la expropiación es un robo no están informados sobre lo que robó Repsol.
 
Por Darío Pignotti

Esta entrevista que le fue hecha a Videla, donde él confiesa que mató a ocho mil, me permite descubrir en él una cualidad que le desconocía: la modestia. Porque en realidad fueron más de treinta mil.” Juan Gelman está en su habitación del duodécimo piso de un hotel en Brasilia, desde allí se domina el paisaje urbano donde los edificios públicos rigurosamente rectangulares se alternan con las curvas futuristas del Congreso y la Catedral. Para Gelman el reportaje concedido por el dictador requiere ser visto en perspectiva. “Videla se expresa como quien encabezó el golpe, pero para analizar los golpes necesitamos tener en cuenta, primero, que siempre tuvieron respaldo civil; segundo, que ha habido partidos políticos que lo incitaron; tres, los golpes estuvieron movidos por intereses muy concretos e importantes.”
–¿Qué le faltó decir a Videla?
–Por ejemplo cuántos campos de concentración hubo y qué pasó allí dentro, y que pasó, en definitiva, con los desaparecidos, porque cierta vez Videla dijo (siendo jefe de Estado) algo así como que los desaparecidos no existían, pero los militares no son magos, ellos saben dónde los hicieron desaparecer. Videla tampoco dijo dónde están los archivos. En fin, hay una cantidad de preguntas que los familiares de los desaparecidos se hacen que él no tocó.
–¿Por qué habló Videla?
–No lo sé, no me atrevo a hacer ninguna afirmación categórica, pero tal vez esto forme parte de una ofensiva de la oposición al Gobierno, dentro y fuera del país. Creo que hay elementos personales y elementos políticos que se mezclan. Digo que la entrevista puede formar parte de todo esto, aunque ésa no haya sido la decisión consciente de Videla. También hay tramos de autojustificación, de autopresentación en que él se muestra como una suerte de héroe nacional, un héroe al que habría que reivindicar, adorar, en vez de haberlo metido preso.
–Algunos periodistas consideran inaceptable entrevistar a un tirano, otros entendemos que se debe interrogar, sin concesiones, a todo personaje relevante. ¿Cuál es su opinión?
–Entrevistarlo no está ni bien ni mal, lo que sí me parece es que ésta es una entrevista en que hay un montón de preguntas que brillan por su ausencia, que es una entrevista absolutamente dirigida hacia la aceptación de la impunidad de los criminales del golpe, algo que el pueblo argentino no está dispuesto a aceptar.
Pronto a “cumplir 70 años como fumador”, Gelman enciende su segundo cigarrillo al promediar la conversación y formula preguntas acerca de la actualidad brasileña y la Comisión de la Verdad sobre la dictadura, con la curiosidad intensa de un reportero novato. Parece estar más a gusto cuando escucha que cuando habla. Gelman se niega a opinar sobre la coyuntura brasileña y evita comentar la vigencia de la Ley de Amnistía, decretada por el dictador Joao Baptista Figueiredo en 1979, ratificada por el Supremo Tribunal Federal hace dos años.
–¿La memoria se puede borrar por decreto?
–Hace 2500 años, en la Grecia de Pericles, hubo una dictadura, la Dictadura de los 400, cuando esa dictadura fue derrocada obligaron a todos los ciudadanos a jurar que no iban a recordar nada de lo que había pasado, es decir establecieron el olvido por decreto. Esto es imposible: por más decretos que se quieren imponer, no hay olvido de los crímenes cometidos por las dictaduras, los familiares saben muy lo que han perdido y entonces una sociedad que dice “no hay que mirar para atrás” que “no hay que tener ojos en las espaldas”, “no hay que abrir viejas heridas”, es una sociedad que se equivoca. Porque no se está hablando de viejas heridas, hablamos de heridas abiertas que laten como un cáncer en el subsuelo de la memoria y en la medida en que estas heridas no se cierran con la verdad y con la Justicia van a enfermar toda posibilidad de que haya una conciencia cívica sana.
–¿Resta mucho por ser investigado en el Plan Cóndor?
–Creo que hay mucho que investigar en relación con el Plan Cóndor, se sabe quiénes desa-parecieron y no se sabe, en muchos casos, ni cómo, ni cuándo, y esto angustia a los familiares, una cosa es imaginar qué pasó y otra es saberlo, esto no evita el dolor, pero le da un conocimiento. Los casos del Cóndor no esclarecidos son como una verdad partida en dos, por un lado las preguntas de los familiares y por otro los militares que no dejan que se conozca lo ocurrido. Se vive una situación en que la verdad está partida como una sandía por la mitad –compara el Premio Cervantes de Literatura.
Los diarios locales dedicaron bastante cobertura a la presencia de Gelman en la Primera Bienal del Libro y la Lectura de Brasilia, que lo tuvo como uno de sus figuras centrales junto al Nobel nigeriano Wole Soyinka, que disertó sobre la tolerancia.
La memoria fue uno de los asuntos tratados por Gelman, quien además leyó poemas en la apertura de la Bienal brasiliense, la cual se perfila como uno de los eventos literarios más politizados del país.
–¿Leyó los diarios argentinos de estos días?
–El otro día me reí después de leer en Wall Street Journal un artículo sobre lo de Repsol, donde decía que esto que hizo el gobierno argentino es un robo, es divertido. Parece que quien escribió eso no fue informado sobre lo que robó Repsol. Esto se repite en otros medios extranjeros y es parte de la reacción de varios países como Estados Unidos, la Unión Europea y en España desde luego. En España vemos cómo un gobierno se ha convertido en defensor de una empresa y con esto da pie y sustancia a la teoría de que en esos países desarrollados no es la política la que maneja a la economía, es exactamente al revés, es la economía la que manda.

CHARLY CHARLA

En diciembre del año pasado, Charly presentó en el Gran Rex un show en tres partes en el que apostaba todo: repasar su carrera entera en 60 canciones y arreglarlas, juntando finalmente una banda de rock clásica, los aires de tango del bandoneón y un ensamble de cuerdas. No sólo estuvo a la altura sino que todo fue prolijamente grabado y ahora, después de un meticuloso y obsesivo trabajo de mezcla en el estudio, sale en una impecable caja con 3 CD y 3 DVD. No es un disco más para Charly: es una mirada profunda a su pasado y una reconciliación extraordinaria con eso que jamás lo abandonó: su música.
 
Por Mariano Del Mazo y Juan Ignacio Boido

El otoño le queda bien a Charly. Está fresco, amable, con ganas de charlar. No es sólo buen humor, algo demasiado pasajero. Ya tiene lista la caja de 60 x 60: 3 CD y 3 DVD que reúne, disco por disco, el show en tres partes con el que a fines del año pasado en el Gran Rex terminó de redondear esa etapa de recuperación: shows en los que, además de recuperarse él, recuperó sus canciones. Está feliz con el resultado, como si ahora sí pudiera decir ya está, así son, acá están.
Es sábado a la tarde en su departamento del Palacio de los Patos y en la casa se respira vida cotidiana. Están su novia con unas amigas, y una asistente que coordinó la entrevista y ajusta detalles. Preparan café, alguien bajó a comprar facturas. Hay un equipo de música sobre la chimenea, parlantes hogareños a los costados, vinilos de Dylan, una biblioteca con libros y fotos (algunos de Woody Allen, biografías de músicos, fotos de Charly con amigos), un plasma en una mesita con ruedas y un sillón enfrente: el desorden natural de una casa que está siendo vivida. Charly es un anfitrión amabilísimo que delega en otros detalles como el azúcar o el agua, pero que no por eso se le escapan. Tiene una sonrisa que irradia calidez, como si toda la armonía a su alrededor proviniera de ella. Es canchera la manera en que disimula la ligera corriente de ansiedad por empezar la entrevista. Aunque su música no es su historia clínica, sabe que de alguna manera esta caja es el certificado de alta.
Su relación con su propia obra fue durante mucho tiempo tan complicada como la que tenía con él mismo: como si por momentos (a veces largos momentos) le hubieran pesado o fueran una sombra de la que era imposible escapar. Es verdad que esas mismas canciones fueron su refugio, un lugar donde recostarse, incluso cuando era el público y no él quien las cantaba, igual que otros se tiran de espaldas desde el escenario para ser atajados. Nadie, ni siquiera el tiempo, puso a prueba sus canciones como él mismo. Y ahora Charly, un artista proteico como nadie, capaz de buscar y adoptar, disco tras disco, el lenguaje y el sonido de una época para reflejarla, parece haber encontrado finalmente un sonido con el que está conforme y en el que sus canciones pueden viajar cómodas, clásicas, perfectas. Son casi 60, pero podrían ser todas.
Algo de todo esto ya había en aquel Vélez del regreso. Una noche de 2009 que tuvo mucho de exorcismo. “Basta. O más fuerte”, desafió Charly a un cielo cerrado que empezaba a llover. Bajo el diluvio que se desató, Charly, recién recuperado, cantó con un poncho en homenaje a Mercedes Sosa, que acababa de morir, y con Spinetta en un reencuentro histórico. Aquella noche pareció la última batalla antes de la paz de un alma en guerra con los dioses. Después de eso, Charly volvió a salir de gira, volvieron los halagos, algunos premios, la vuelta a países que hacía mucho no visitaba, estadios, los Luna Park, hasta un anfiteatro en Israel. La banda sonaba impecable. De a poco, la delicadeza de los arreglos pedía más atención. Sintonía fina. Algo de eso que se había escuchado en aquel Unplugged del ’95, pero enchufado: el bandoneón y las percusiones de Fernando Samalea, un pequeño ensamble de cuerdas clásicas, esta vez a cargo de Alejandro Terán. Rock, música clásica y tango. Las canciones tenían más para dar y lo darían en los Gran Rex. Y aunque no es devoto de los discos en vivo (“muchos aplausos, mucho ruido”, dirá más tarde), está satisfecho con éstos. Había que ver el gesto de ternura con que el miércoles pasado le dijo a una periodista que le preguntó por la caja: “Muchas gracias por lo de obra de arte; hacía rato que no llamaban a un disco mío así”. No es sólo una serie de recitales que salieron bien sino una mirada hacia atrás, quizá la más larga, la más serena y la más consciente que haya dado en su vida musical hasta ahora.
Cuando el grabador se prende, sin perder la gracia, se pone un poco más serio, se sienta más de frente y mientras le saca el filtro a un cigarrillo como si los dedos fueran pinzas, escucha la pregunta.
Cuando volvés a tus canciones, como lo hiciste en la retrospectiva de los shows del Gran Rex del año pasado, ¿qué te pasa? ¿Cambia la perspectiva de tu propia obra?
–De alguna manera, sí. Las canciones fueron elegidas un poco por feeling, por intuición y también un poco porque eran las que la banda sabía tocar o lo que a mí me resultaba más fácil enseñar. Fue algo bastante experimental, porque al contar con cuerdas, bandoneón y vibráfono, yo no tenía claro cómo iba a funcionar mi idea. Y funcionó bien: se pegaron los timbres del bandoneón con las cuerdas, con los sintetizadores, las guitarras eléctricas. Así se fue desarrollando: tenía esas sesenta canciones, hicimos una enorme cantidad de ensayos, trabajamos muchísimo, después me reencontré con el material en las mezclas y ahí lo disequé. Las canciones eran como ratas que yo abría para verles los órganos.
¿Y qué viste?
–Que más allá del sonido y los arreglos, eran canciones muy buenas. Lo que hice fue una búsqueda muy enfocada. Soy muy obsesivo en la instancia de la mezcla, porque es un momento en que puede cambiar todo. Ahí me dedico a manejar los planos de los instrumentos, llegado el caso pongo la batería más fuerte, o agrego eco a las cuerdas. Si un arreglo, algún aspecto de la guitarra o el bajo se va de mi concepción, lo borro. A mí, Clics modernos me parece el disco mejor grabado que hice y, de alguna manera, un disco en vivo es el opuesto. No me gustan los discos en vivo: tienen muchos aplausos y los instrumentos no se distinguen muy bien, por eso a este disco lo trabajé muy bien desde la mezcla y desde los arreglos, como si fuera un disco de estudio. Vas a ver que no se escucha mucho la gente.
¿Regrabaste algo en el estudio y lo metiste?
–No, no metí nada. Dejé todo así. Una vez que tuvimos la primera canción mezclada, el resto fue fácil. Era todo el mismo sonido.
Hablando de sonido, tus discos suelen tener un sonido de época. ¿Hay arreglos que hiciste ahora que ya tenías en mente hace muchos años y que por un motivo u otro no hiciste entonces?
–Sí, surgieron arreglos que me hicieron recordar cosas que yo quería poner, pero que no pude en su momento porque no tenía los instrumentos adecuados. Básicamente no tenía una orquesta, como la que ahora tengo con Alejandro Terán. La orquesta me dio la posibilidad de meterme más en las armonías. Me gustó también el sonido del bandoneón y las cuerdas, le da una cosa tanguera muy evocativa. La combinación de eso con las guitarras saturadas se acerca a lo que yo imaginaba para muchas de mis canciones. Antes yo era más de meter muchas capas sonoras.
¿Cuándo es “antes”? ¿A qué etapa te referís?
–“Antes” es una palabra muy grande para mi carrera, ¿no? El momento de capas, la sublimación de las capas, fue Say No More.
Algunos ven la etapa de Say No More como confusa. En esta suerte de antología, ¿pudiste advertir los grados de inspiración en tu obra? Hay una coincidencia bastante generalizada en considerar tu etapa solista de los años ’80 como insuperable. ¿Estás de acuerdo o pensás que tu obra posterior a esa década no fue valorada justamente?
–Las dos cosas. Por eso la motivación actual que tengo para hacer un nuevo disco no viene de las canciones, viene por otro lado: sé que no puedo hacer un disco de canciones y que no sean tan buenas como aquéllas. Es complicado competir con vos mismo. Entonces me veo como Peter Gabriel, buscando otros sonidos. O como Annie Lennox, que sacó un disco buenísimo todo de voces. Say No More, el disco, me parece desgarrador: se destruye al tiempo que se va creando. Lo veo como una sola canción, una canción muy buena. Por eso a esta altura no me veo haciendo un disco con un piano. Aunque debo decir que siempre fue así, la mayoría de las canciones no las hice al piano, ni siquiera con sintetizador: las hice pensando, escribiendo las notas al mismo tiempo que la letra. Sin instrumento y de un tirón, la música y la letra escritas. Ahora tengo un plan, una idea de un futuro disco, que tiene que ver con la matemática y con la infancia. En la matemática y la infancia está todo.
¿Por qué?
–Por un lado me parece que la creación siempre ocurre durante la infancia y la adolescencia, y después lo que uno hace el resto de su vida es recrear ese momento. Yo quiero volver a la infancia, metafóricamente hablando. A esos años impresionantes en cuanto a lo creativo. Y a lo matemático que tiene la música... A veces pienso en mi viejo, que era físico, químico y matemático. Esta etapa también sería volver a él. Yo me pregunto por qué la música no se enseña en la escuela como se enseña la matemática. Yo pienso la música como una fórmula matemática. Para que se entienda: para que haya un acorde tiene que haber tres notas, la primera es fundamental y la tercera es la que define su carácter, si es mayor o menor, si es alegre o triste. Siempre tuve muy en cuenta eliminar la tercera, porque al eliminarla le das al sonido una ambigüedad que hace que el acorde lo termine de construir el que escucha. Un poco como “Yendo de la cama al living”, que tiene una ambigüedad muy interesante. Ahí cada instrumento hace una cosa diferente. Es lo que pienso hacer en un futuro disco. Pero por ahora es apenas una idea, como la que tenía de hacer música debajo del agua.
El poster desplegable que viene junto con la caja 60 x 60 es –junto a otros detalles como que los CD y los DVD juegan con la gráfica de los viejos discos simples– un homenaje a la década de la que Charly se nutrió. Hay cientos de fotos, dibujos, apuntes, tickets y afiches de viejos shows, memorabilia de lo más variada agrupada como en un collage (“igual que en el Album blanco”, dirá García), como si se hubiera ordenado un allanamiento al cajón del placard de un fan del estilo El Porsuigieco, el magistral monstruo rockero creado por Saborido y Capusotto. Hay, también algunas frases. “¿Por qué no vamos por la escalera, que está completamente inventada?” J.L. Borges, se lee por ahí, con la grafía urgente de Charly. La ingeniosa sugerencia del escritor ante la disyuntiva “ascensor o escalera” plantea si se quiere un postulado conservador. ¿Charly se refleja en esa frase? Más que conservador, clásico: García ha tomado el ascensor demasiadas veces, con diversas y temerarias provocaciones. Incluso ha experimentado con el balcón y la ventana. Quizás éste sea el momento de subir su propia escalera, completamente inventada por él. Otra frase del poster: “El futuro está en el pasado”. Esa frase es de Dylan, y va a hablar varias veces de él.
“Algunos no la pescan. El primer 60 es por los sixties. El segundo por mi edad. Hay como 60 temas, etcétera. Es, como siempre, una ocurrencia mía”, explica, también, de puño y letra, en la caja. Y abajo escribe su marca registrada, pero con signo de interrogación: Say No More? Aunque el presente sea esta reinvención del pasado, el futuro no parece estar en el pasado. Al menos eso debe pensar el equipo que lo asiste y trata, y su novia Mecha Iñigo. Ahí está, entonces, en el living de un departamento del Palacio de los Patos de la calle Ugarteche: Mecha, peluquero y rock and roll. Tiene una sonrisa esculpida en la cara; una sonrisa cannábica sin cannabis. Esa sonrisa viene de otro siglo y en su campo magnético todos caemos encantados. Da la sensación de que uno podría quedarse a vivir en esta casa discretamente burguesa, de chimenea blanca y laptop; da la sensación de que si uno se queda efectivamente a vivir, va a ser permanentemente agasajado con café, facturas y buen tabaco. Y buena charla. Aquel Charly esquelético, de perfiles faciales filosos, agudos, que se movía como un desacatado arlequín punk, es hoy un charlista reflexivo, memorioso, algo melancólico y por momentos pasional. En off o, mejor dicho, en esas situaciones en las que queda claro que se está fuera de la entrevista periodística, se refiere con calidez a Andrés Calamaro, se ríe de Violencia Rivas (“un whiskicito”), elogia a Skay Beilinson (“si lo ves, mandale saludos; es buena gente y un gran músico”) y habla de rutinas físicas: “Hago un poco de cinta... Me aburre olímpicamente. Más me gusta salir a caminar, pero se complica con la gente. Aunque la otra vez salimos con Mecha por los bosques de Palermo y la pasamos bárbaro”.
Frente al grabador no pierde esa luminosidad. Se vuelve, sí, más riguroso con la elección de las palabras. Examina su pasado sin condescendencia y con un tono autopiadoso, otra evidencia de su inteligencia. “Durante mucho tiempo renegué de Sui Generis. Es que la música de Sui se asociaba mucho con el fogón... ¡y yo jamás fui a un fogón! Me acuerdo de las críticas de los músicos pesados, Pappo, Billy Bond... aunque yo tocaba con Billy y él me producía. Pero bueno, Sui Generis vendía más discos que nadie y eso provocaba un poco de envidia.”
¿Y por qué renegabas?
–Porque en ese entonces yo tenía un sintetizador, un piano Fender y un mini Moog y me creía moderno, o algo así. Muchas cosas no resistieron el paso del tiempo. Pero con los años, y sobre todo con esta recopilación, empecé a cantar las canciones desnudas y son muy buenas. Por ahí en su época no fueron muy entendidas. Para mí, Instituciones es un discazo. Es un poco lúgubre, un poco retorcido. Fue como una transición perfecta hacia La Máquina de Hacer Pájaros. Fui a ver a Roger Waters, y me pareció un show impresionante. Salvando las distancias, algunas cosas de The Wall las relaciono con Sui Generis.
Cuesta relacionar The Wall con Sui Generis...
–“Rasguña las piedras” habla de lo que habla The Wall. Mucha gente piensa que tiene que ver con una persona que enterraron y que no había muerto, y nada que ver. Habla de la pared, del aislamiento. Y más: lo que yo quería hacer originalmente con Instituciones era un disco blanco igual que The Wall, y desarrollar el Manifiesto Comunista en tiempo de rock. ¡Empezaba con “Proletarios del mundo, uníos”! Obviamente fue imposible de hacer. Incluso Jorge Alvarez, que era el productor discográfico, un tipo muy inteligente, me dijo: “Anteponele Pequeñas anécdotas al título para aliviar un poco y sacale ‘Botas locas’ y ‘Juan Represión’”. Hubo como una fricción. Yo metí “Tango en segunda” y no me acuerdo qué otra. En “Tango en segunda” le hablo a Jorge Alvarez: “A mí no me gusta tu cara y no me gusta tu olor”.
El disco es de 1974... ¿vos te dabas cuenta de lo que estaba pasando en el país?
–Sí. Aunque debo decir que nunca vino un militar a mi casa a decirme que no tocara tal tema... Me metían en cana como a todo el mundo. Pero a su vez yo me preguntaba después: ¿por qué nunca prohibieron mis discos? Yo era consciente de lo que escribía: “Tengo los muertos todos aquí, ¿quién quiere que se los muestre?”. Mucha gente dice ahora que no se daba cuenta de lo que ocurría...
¿Y cuando apoyaste a Menem te dabas cuenta?
–Yo nunca lo apoyé, yo nunca lo voté... ¡Simplemente quería saber si era un ser humano!
¿Y?
–Y era. Le canté “Los dinosaurios” y se largó a llorar. ¿Sabés lo que me dijo la primera vez que nos vimos? “La mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver más allá.” ¡Terrible! Pero, por favor, no lo nombremos más.
Se puede pensar que el lugar común de “Charly García, la gran antena de la República Argentina” tiene asidero. Al menos es posible conjeturar con liviandad de fibra resaltadora que el clima y tono de sus discos en general acompañaron los procesos políticos y sociales del país. La frescura y optimismo de los dos primeros discos de Sui Generis (1972/1973); las sombras y el cinismo de Instituciones (1974); el hipercandombe de los dos discos de La Máquina (1976/1977, “qué se puede hacer salvo ver películas”); la melancólica solidez y amalgama grupal de Seru Giran y su crítica de costumbres (de 1978 a 1982); el demoledor y festivo período solista que se extiende aun más allá del alfonsinismo; la confusión y las tinieblas de la ancha etapa Say No More en los años menemistas; la resurrección espectral de 2002 con Influencia, y así. García dice que para la caja se enfrentó ante esos matices de su obra y que concluyó que, finalmente, se trata de una larga y única canción: “Lo que cambia es la ropa, el vestuario”. “Las condiciones objetivas también quedan relativizadas –completa–. Antes el enemigo era claro, ahora el enemigo puede ser tu vecino. Está en la casa de al lado o en el celular. No es un tema menor: el enano fascista que tenemos adentro está vivito y coleando.”
El trazo grueso de las etapas no alcanza tampoco para destacar otras aristas de Charly, menos enfocadas, como las de intérprete. Aunque ahora su voz es carraspera y caverna, el eco áspero de lo que fue, la voz de Charly conforma una de las grandes matrices tímbricas del rock argentino. La otra es la de Luis Alberto Spinetta. Charly no admite la propia, pero subraya la manera de cantar de Spinetta –mejor dicho, su fonética– como fundacional. El tema lleva directamente a cómo pensar “la vida sin Luis”. Es el único momento en las dos horas de entrevista que el rostro de García se nubla: “La muerte de Luis me devastó. Fue una sensación igual a cuando me enteré de que murió Lennon. Yo era muy amigo del Flaco. A veces nos distanciábamos por temas musicales, porque cada uno estaba haciendo su propio camino. Nos admirábamos mutuamente. Hicimos algunas canciones juntos, temas como ‘Total interferencia’, ‘Rezo por vos’ para aquel famoso disco trunco... Había una química que nos sobrepasaba a los dos, demasiada energía. Tanta... que nos asustamos”.
¿Cómo se conocieron?
–Yo era fan de él. Me acuerdo de un encuentro en Pippo, de madrugada. Yo recién había terminado de grabar Vida. Se acercó y me dijo: “Vos tenés mucho talento, cuidate de los vampiros”. Un grande. Miren: si bien Los Gatos, Moris y otros ya habían inventado el rock en castellano, para mí el gran hallazgo de Luis fue descubrir una forma de sonar en castellano, pero con sonido inglés. El problema de cantar rock en castellano es que a veces la fonética no es buena. El rock fue inventado por ingleses y americanos, y sus palabras son más cerradas. El castellano tiene palabras más abiertas, y Luis descubrió cómo hacerlo. Sus letras pegaban totalmente lo lírico con la música que hacía. Me parece que esto fue su mayor aporte.
¿Y vos reconocés aspectos spinetteanos en tu obra?
–Todos los que alguna vez escuchamos a Luis tenemos su aguijón clavado. Porque además del placer de escucharlo, su música siempre ofrece una lectura más. Es música muy compleja. Almendra para su época era supercomplejo. Hay gente que encuentra spinetteana a “Filosofía barata y zapatos de goma”, por ejemplo. Para mí fue un orgullo cuando la hizo en el concierto de las Bandas Eternas. Me mató. Me emocionó muchísimo.
¿Proyectaste en la de él tu propia muerte?
–Es algo casi natural, ¿no? Primero me atravesó una sensación de orfandad. Ahora, por otra parte, sentí otra cosa. Me proyecté, pero no me identifiqué con su muerte. Si hubiera muerto, qué sé yo, inyectándose heroína o reventándose por ahí, quizá me hubiera sentido más cerca de él... Pero no. Me pareció muy injusto que le tocara a Luis. Porque era supersano, un tipo muy humano, muy amable, muy inteligente, muy familiero. Es un gran misterio... por qué no me tocó a mí, por qué le tocó a él.
Aunque la versión de “No soy un extraño” del Unplugged del ’95 no desentonaría para nada en 60 x 60, Charly dice que nunca le gustó demasiado el disco para MTV: “El disco está bien, pero mi ego dice que es una fórmula que hizo todo el mundo”. Recuerda cuando teloneó a Bob Dylan en Vélez, con Gustavo Santaolalla y León Gieco. “Dylan no permitía a nadie que tomara alcohol, pero él se paseaba por los pasillos con una taza de té. Soplaba la taza, hacía como que el té estaba muy caliente... y era tequila.” Volverá sobre Dylan. Su memoria es notable y ordenada: sólo que en vez de fechas o años, está organizada por discos, por sonidos. Ahora está hablando de La Máquina de Hacer Pájaros, tal vez su banda menos reconocida. En la caja 60 x 60 no hay ningún tema de La Máquina. El motivo, dice, es que la mayoría son temas muy complicados de tocar. “No dividíamos en negras o corcheas, dividíamos en semicorcheas y era tiriririti tiririri tiriri. Los podría tocar, pero no es lo más fácil que puedo hacer en este momento. Sí podría haber hecho ‘No te dejes desanimar’ o ‘Cómo mata el viento norte’, que son más sencillas. Pero no se dio.”
“Cómo mata el viento norte” tiene una pequeña y cándida historia detrás. “Fue el primer tema que compuse después de Sui Generis. Al final de la última función del Luna Park, el 5 de septiembre de 1975, me fui caminando por Corrientes con mi novia y una amiga. Eso era lo lindo que tenían esos tiempos. ¡Andaba caminando! Después me vengué y me tomé doscientas limusinas juntas, pero en ese tiempo era así, y era lindo. Esa noche terminé en mi departamento de Cucha Cucha y Yerbal, solo. Cuando se hicieron las ocho de la mañana bajé y me compré dos grabadores National. Jugando, haciendo grabaciones de un grabador sobre otro, compuse ‘Como mata el viento norte’.”
Es cierto que además de poco reconocida, La Máquina de Hacer Pájaros fue poco escuchada. El entonces pequeño, casi familiar Planeta Rock estaba como enojado por la separación de Sui Generis, y el enojo funcionó como negación. Charly dinamitaba los puentes por los que pasaba y doblaba apuestas. Fue acústico cuando hubo que ser acústico; fue progresivo cuando hubo que ser progresivo; y fue moderno cuando hubo que ser moderno. Pero siempre antepuso al sonido el concepto de canción y la ética artística. La idea es de María Moreno: a Charly García lo salvó, siempre, la ética.
Hoy, él mismo parece haber reflexionado y llegado a algunas conclusiones sobre sí mismo y sobre esos puentes que fue dinamitando. En los extras de los DVD –donde Charly es breve, pero esencial para responder a las preguntas de Badía sobre los repertorios de cada disco– dice eso de que “las bandas en las que estuve eran maneras de vestir la misma esencia”. Pero también ofrece de manera conmovedora una perspectiva que une su debut solista del ’82 con las últimas turbulencias de la era Say No More: “Cuando estaba con las bandas, todos metíamos notas por todos lados; pero cuando empecé como solista, mi cabeza creaba toda la música y dejaba pocos espacios para que alguien ayudara”. 60 x 60 no fue sólo diseccionar las canciones como ratas en el laboratorio sino, también, abrirlas para que otros entraran.
Tu obra es una fuga permanente hacia adelante... Recién ahora te pusiste a mirar hacia atrás.
–Sí, es como que me di cuenta de lo que hice. Y al tener una orquesta a mi disposición pude encontrarme con ritmos y sentimientos que había imaginado en el momento original, y que recién ahora pude concretar. Todo tiene que ver con la inspiración y con el medio en el que estás. Yo ahora estoy limpio y tengo otros estímulos. Tengo que aprender a manejar esos estímulos y convertirlos en canciones. Yo creo que lo que me pasó fue que alguna parte de mí se sentía incomprendida y que tenía ideas que no podía realizar. La droga lo que hizo fue exacerbar eso, se mezcló todo y creó una especie de “omnipotencia, autodestrucción & Say No More”. Algo así como no digas nada, callate y escuchá. Creo que tuvo que ver con la frustración de no poder realizar lo que yo quería, y derivó en una especie de Pete Townshend rompiendo todas las guitarras.
¿Y qué era lo que vos querías realizar?
–Por ejemplo, que todos escuchen un concierto con auriculares. Lo hice, pero fue mal entendido. Más allá de lo que yo quería hacer, ahora pienso que es el poder, finalmente. Ser estrella de rock tiene que ver con el poder. Roger Waters lo explicó perfectamente, porque él vivió tirando sus propias paredes, o las paredes que la sociedad impone. El definió perfectamente a la estrella de rock fascista.
Hace varios años, en unas presentaciones en Obras, Charly llevó al límite el flirteo con ese fascismo idólatra del rock: en medio del recital, ante un estadio lleno, García se paró en el borde del escenario y alzó su brazo derecho. La respuesta fue inmediata: cientos de brazos que habían comprado el brazalete de Say No More en la puerta, le devolvieron el saludo nazi. García no dudó. Sin bajar el brazo, dijo: “Ahora se arrodillan”. La gente quedó helada. Fueron los dos segundos más largos de Obras. Entonces, García sonrió con aprobación y dijo: “Menos mal”. Y siguió tocando.
Charly deja quietas las manos con que desarma otro filtro para escuchar su propia anécdota, y cuando termina se ríe como si fuera una picardía, un poco de él, un poco de otro. Pareciera que Charly volvió a ser pudoroso. Fuma y fuma y los cigarrillos se pierden en esos dedos-garras que Dios le dio. Una foto de Max Vernazza adorna el living: son esos mismos dedos, esa mano, en tiempos de azufre. La foto impresiona, y funciona como el espejo retrospectivo de lo que García fue ayer nomás. Ahora se trata de dar con la fórmula Charly como si se tratara de la receta de un suplemento de cocina, y él no duda: “Mucho beatle, actitud stone, tango”. “¿Leyeron la autobiografía de Keith Richards? Con Keith Richards me identifico completamente. El libro es hermoso, tiene mucha ternura. Creo que los tipos que son valientes y que van para adelante, arrastrando también el pasado pesado, son con los cuales me identifico. Hagan la música que hagan. No me identifico con los que hicieron poco y lo siguen repitiendo. Hubo una época en que yo pensé que el rock estaba envejeciendo mal, la época de grupos como Scorpions... Ahora creo lo contrario. Fui a ver a Paul McCartney, a Gabriel, a Waters... Ni hablar de Dylan.”
Pareciera que el rock nació y creció joven, hasta que un día Dylan cumplió 70 años, ¿no? De repente empezó a hablar de la vejez, de la cercanía de la muerte, de temas que parecían ajenos al rock...
–Dylan fue un adelantado tan grande que quizás él no tenga una percepción muy realista y muy firme de lo que hizo. Para mí Dylan, por ejemplo, inventó el rap. El hizo con el blues algo que yo de algún modo traté hacer con el tango.
En los extras de los DVD le decís a Badía que al fin y al cabo siempre hiciste “tango-rock”.
Es que es nuestro blues. El tango siempre me gustó como idea. Las letras de tango son impresionantes, y la música también. Quizá lo que no me gustaba era el sonido que tenía, y tampoco la reacción de los tangueros hacia nuestra música. Ellos nos veían como un enemigo. Y nos veían como enemigos porque disputábamos el mismo mercado y la misma ciudad. Javier Martínez, Luis, yo y muchos más le cantamos a Buenos Aires, a la gran ciudad, la pálida ciudad, como a su modo lo habían hecho antes los tangueros. Creo que el rock de Buenos Aires es realmente importante. No diría que el rock latino es importante, pero el rock de Buenos Aires sí.
Una vez dijiste que en el verso de Homero Expósito “era más blanda que el agua, que el agua blanda” ya estaba Spinetta. Y de alguna manera tu canción “No soy un extraño” es como “Volver”...
–Puede ser, puede ser... pero “Volver” es más pesimista y mucho más fatal.
También hay mucho bar, mucho cafetín en tus canciones...
–Sí, ¡pero en mis bares se fuma porro!
La risa de Charly se esparce por el living. Se escucha una frase que no llega a ser imperativa: “Un whiskicito”. Está con los últimos detalles de la gira que va a hacer por Nueva York (“mi segunda ciudad”), Miami (“me reconcilié con Miami”) y varias ciudades de América latina. Viaja con toda su banda, The Prostitution, orquesta de Terán incluida. Vuelve a la música, le gusta hablar de música más que nada. El tono puede parecer soberbio, pero no lo es. Maneja una sobriedad borgeana, una pedagogía nada enfática: “No sólo el rock and roll es rock and roll. Yo te digo que tocar una ‘Polonesa’ de Chopin es un vértigo total. Yo viví en un mundo que era de mucha fantasía, pero estaba escrito en un pentagrama. Con el tiempo me fui dando cuenta de muchas cosas. Tengo oído absoluto, lo cual puede ser una tortura: una noche me di cuenta de que todas las bocinas suenan en un Si bemol. ¿Quién afina las bocinas? La música produce algo que va más allá de los gustos. Si te invade una secuencia de no sé cuantos ciclos de bajo, te hace vomitar. ¿Sabían? Ahora hay escudos que proyectan sonidos dirigidos y te voltean. La música tiene un misterio que se fue diluyendo cuando se convirtió en una prostituta, cuando la gente vio una forma de hacer dinero con eso. Y la música no está hecha para eso. Por eso mi apuesta actual, lo que viene, es seguir investigando. Cosas simples, como la tónica, la octava, la quinta, qué te producen. El Si bemol te produce irritación, por eso las bocinas te ponen nervioso. Si algún valor tiene 60 x 60, la caja y todo eso, es que hay una apuesta muy grande a la música. No al fashion, no a la fórmula, no a los sonidos modernos, sino a la música. A eso que se llamaba la música”.
Habla de Paul McCartney con antigua devoción, una devoción sedimentada a lo largo de medio siglo. Se roza el tema de ese gran disco que fue Chaos and Creation in the Backyard y se especula que la solidez del álbum fue porque al fin Paul supo contemplar la mirada de otro (como en los tiempos de John y George Martin) y recostarse en la pericia del productor estrella Nigel Godrich. “No es fácil”, se dice... ¿Quién tiene autoridad para decirle a McCartney que tire una canción a la basura? ¿Quién a Charly García? “No, no es fácil. Pero...” La frase queda suspendida...
¿Te bancarías estar bajo las órdenes de un productor artístico?
–No sé si me lo bancaría, pero me gustan las opiniones. No estaría nada mal.
Alguien que con autoridad te dijera: “Esta canción no va”.
–Eso no me pasa desde la época de Sui Generis, con Jorge Alvarez. No sé, sólo es posible si uno tiene confianza ciega. Yo a Joe Blaney le volvería a dar un disco. A mí me produjo Oldham, que es un productor no de sonido sino de concepto. No sé, tendría que ver...
Charla Charly. Habla de su (vieja) pasión por la música del Brasil y de su intención de recuperarla (“me arruinó la muerte del tocadiscos”), de la partida de Hilda Lizarazu de su banda (“la entiendo”), de Graciela Borges, de Fabiana Cantilo, de ciudades amadas y de su propia obra. “El disco mejor grabado es Clics modernos; mi mejor canción podría decir ‘Desarma y sangra’; pero si tomo todo Say No More como una sola canción, elegiría esa. Me escudo en Say No More: es la canción de un alma torturada.”
Vuelve a lo que vendrá: “Quiero encontrarme con mi niñez, pero desde otro lugar. Quiero salir de mi yo, de mi actual yo”.
¿Cuesta?
–Cuesta. Pero voy bien. ¿La verdad? Estoy bien, el tratamiento terminó, progreso día a día.
“El futuro es una hoja en blanco, y no me asusta”, dijo el miércoles pasado en la presentación pública de 60 x 60. Acá, una tarde de otoño, en el living de su casa, se permite ser igual de honesto, pero más íntimo:
–Lo único que me aterra es convertirme en alguien normal.