martes, 11 de septiembre de 2012

CRITICAS HECHAS DESDE PARTITURAS PERDIDAS

Por Nicolás Casullo.
 
Populismo: el regreso del fantasma.
      
Cuando las izquierdas revolucionarias argentinas de los ’60 y ’70 se desmoronaron o fueron exterminadas por la dictadura (proceso paralelo a la profunda crisis teórica y política del marxismo en Occidente) también murió una biografía crítica al populismo, al peronismo. Crítica dogmática e iluminista sin duda –pero digna de atención– contra las causas que se pensaban guías equivocadas y burguesas de las mayorías populares.
(…) Aquel cuestionamiento de las izquierdas le planteó siempre al peronismo, al caudillismo irredento que lo caracterizó, una lectura de larga prosapia, que dio cuenta de una hermandad fallida entre el clasismo proletario y el movimientismo nacional. Dos maneras distintas, pero a la vez concurrentes, de mirar la injusticia social y cultural como dato casi absoluto, a veces por demás temerario y reductor, desde la política, de importantes cuestiones. Dos maneras de entender a las masas democratizadoras, de tratar de involucrarse en su destino. Y de reconocer a los enemigos a superar para modificarlo. Esa había sido la historia sobre todo desde 1945/55, desde aquel desenlace.
Lo preocupante es cómo ciertas posturas que hoy se sienten o se dicen progresistas han perdido todo contacto con ese legado de los desencuentros entre políticas populares que sostuvieron tales debates sobre el populismo, para deslizarse –como muchas otras cosas– hacia el campo ideológico del neoliberalismo y de la cultura conservadora, y seguir tratando la cuestión del peronismo “como si fuese la misma” pero desde las antípodas ideológicas. Desde una actualidad donde vuelve a hacerse presente –perdón por el anacronismo– una lectura distinta y rotunda de clase social.
Hoy se describe el populismo de Kirchner, Chávez, Evo Morales, Lula, López Obrador, desde un claro hegemonismo argumentativo reaccionario que vuelve bastante patético a cierto progresismo opositor, en cuanto a que borró toda la elaboración que las izquierdas (las más y las menos radicalizadas) habían realizado como comprensión afiatada del fenómeno y significados del populismo latinoamericano, largamente teorizado desde el primer estructural funcionalismo de Gino Germani y Torcuato Di Tella, luego por las teorías de la dependencia, más tarde por los estudios gramscianos, postalthusserianos y ahora por tesis críticas a formas de la globalización. Esto es, casi medio siglo de debate. Quiebre entonces con este linaje argumentativo, para retrotraerse ahora –como progresía reactiva y antiperonista– a un lejanísimo tiempo de las izquierdas argentinas sorprendidas y desmedidamente ideologizadas por la cultura oligárquica durante los acontecimientos de 1945/46 y las realidades de la segunda post-guerra europea.
En el presente se ha instalado –a partir de una supuesta o imaginaria “desaparición” de fuerzas democráticas drásticamente enfrentadas en lo económico y social– una progresía que analfabetiza la política y termina por corroer la memoria sobre la espinosa lucha de un pueblo. Enuncia desde un lugar donde las palabras vuelan por el éter informativo sin necesidad de anclaje alguno en la realidad, y las diatribas contra el populismo flotan en la massmediática magia de la extinción de todo referente. Como cuando Elsa Tata Quiroz, secretaria general del ARI, sentenció hace unos días que “siempre nos plantean que López Murphy está a la derecha, pero resolver el problema del hambre no tiene que ver con izquierdas o con derechas”.
Este curioso progresismo conservador argentino, entre otras cosas antipopulista e instalado hoy precisamente en la derecha de una historia político intelectual del país, es hijo de nuestros años ’90, que no sólo dieron corruptos peronistas o tarjetas Banelco, sino algo similar a eso pero también desplegado en el todo cultural. Fenómeno que aparece como síntoma profundo de las pérdidas de ideas sufridas en un largo y reciente período, que no sólo angostó categóricamente la participación trabajadora en el producto bruto, sino que de manera concomitante elitizó y a la vez barbarizó la práctica política que hace referencia a lo popular: a la biografía y lucidez política del pueblo llano.
(…) Auroleada nuevamente por un poderoso discurso extranjero a estas latitudes, la crítica o nueva caracterización del populismo perdió las connotaciones latinoamericanas y de las neoizquierdas que signaron su comprensión en décadas anteriores. Vuelve a ser, como en los años ’40, un peligro potencial de intenciones “comunista” o “fascista” (da lo mismo) mirado desde un autista primer mundo y desde las sempiternas traducciones locales de tal mirada distante, para la cual muchas mayorías políticas latinoamericanas pasaron a ser poco menos que un cualunquismo sin alma.
Este deslizamiento de óptica lo acusa ahora de autoritarismo de Estado fuerte. De aprovechamiento indebido y hegemonista del Estado democrático. De asistencialismo vertical clientelista madre de todas las corrupciones y lealtades espurias. De cultivar relaciones paternalistas concesivas ante cualquier protesta. De búsqueda demagógica de enemigos sociales, de alimentador de discordias entre intereses diferentes necesarios de conciliar.
Sin duda, el punto nodal de esta crítica alarmista vuelve a una antigua narrativa enunciada por una democracia patrimonialista a cargo de pensadores liberales selectos que perciben la polis amenazada, en tanto el populismo lesiona la calidad política de la República, genera rencores sociales que se pensaban hoy superados con el fin de las ideologías, y remite a una innata o psicológica vocación o eros de permanencia en el poder que borra las explicaciones sociopolíticas de los litigios.
Efectivamente, el populismo es una experiencia política democratizadora, pero además y a la vez deficitaria en lo democrático institucional. Que muy difícilmente encontró una armonía positiva entre el contenido de sus políticas y la construcción de lo político democrático; entre su irrupción concreta en una época y el despliegue de un pensamiento político e intelectual abierto, plural, acorde a la magnitud de lo que se propone, como de manera tan eficaz lo logró siempre el liberalismo en el marco de las batallas culturales de largo aliento.
Pero hoy, además, se acusa al populismo de pasar por encima de una imprescindible intervención equilibrada de todas las fuerzas políticas opinantes, de izquierda a derecha. También de no plantear su actuación desde un consenso democrático que represente a todos los intereses del país. De instituir el negativo criterio de fuerzas adversarias a los objetivos calculados como populares y nacionales. O de manejarse en términos partidarios de manera monolítica donde diputados, senadores, ministros y secretarios deben responder a una política, y no operar de manera individual, autónoma y hasta opositora. Esto es: desde la crítica impera más bien la idea de una política como juego formal de equivalencias. O la permanente estancia en un grado cero inmodificador. O una administración decorativa a los intereses económicos, a los lobbys enquistados en el mercado y en el Estado y al statu quo cultural. Una suerte de ideológico simulacro de autonomía de la política y de noción de cambios.
Desde esta nueva perspectiva crítica sobre el populismo, producto de un particular presente ideológico mundial en muchos sentidos regresivo para las aspiraciones populares, el debate abierto es sobre qué democracia institucional se está actuando, se quiere actuar y se pretende discutir, en relación a imprescindibles y auténticos cambios de situaciones sociales, y frente a actualizadas formas salvajes de poderes económicos y políticos que hoy dominan la lógica de la historia planteándola como única. En el debate sobre populismo que se da en esta difusa edad post-peronista, lo que se va poniendo en evidencia con dicho concepto, es que –democráticamente– hay proyectos sociales y políticos muy distintos y claramente encontrados.
 
*Extractos de un artículo publicado en la revista Confines e incorporado a Peronismo. Militancia y crítica (1973-2008). Colihue, 2008.
 
Fuente: Miradas al Sur.

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