martes, 4 de septiembre de 2012

TODO LO QUE PERDEMOS CADA VEZ QUE SE TALAN LOS ARBOLES

Por Bernie Krause MUSICO Y ESCRITOR NORTEAMERICANO

A primera vista, pocas cosas cambian. Pero un “mapa del sonido y del silencio ” del área detecta las voces de la fauna y la flora desterradas.
 
Hace años, cuando se hizo una primera tala selectiva, se le aseguró a una comunidad cercana a un antiguo bosque de la Sierra Nevada que la eliminación de unos pocos árboles aquí y allá no tendría impacto alguno en la fauna y la flora silvestres de la zona. Sobre la base de esas garantías de la compañía taladora, la población local aceptó la operación.
Yo, sin embargo, me mostré escéptico y pedí permiso para grabar los sonidos del hábitat antes y después de la tala.
El 21 de junio de 1988 grabé al amanecer un rico coro de animales silvestres en la prístina Lincoln Meadow de California. Era un bioma repleto de voces de gorriones de Lincoln, sílvidos de MacGillivray, chupasavias de Williamson, carpinteros crestados, reyezuelos corona dorada, petirrojos y picogordos, así como ardillas, ranas primavera y numerosos insectos.
Cuando volví un año después, nada parecía haber cambiado a primera vista. No había ni tocones ni desechos, sólo coníferas y un exuberante sotobosque. Pero para el oído –y el grabador- la diferencia era asombrosa.
Desde entonces he regresado en quince ocasiones y, a pesar de que ya pasaron muchos años, la densidad y diversidad de voces nunca se recuperó. Hay un silencio apagado, que sólo rompe el sonido ocasional de un gorrión, un ave rapaz o un cuervo.
La riqueza sobrenatural de la biofonía original ha desaparecido.
Los panoramas sonoros cuentan muchas historias sobre los hábitats del mundo, revelando los signos vitales de la vida en un extremo del espectro y los efectos del ruido humano en el otro. En los hábitats aptos, la biofonía muestra cohesión entre todas sus fuentes acústicas. Así, los llamados territoriales o de celo que son fundamentales para la supervivencia de cada especie no quedan ocultos o ahogados por sonidos que compitan. Los insectos, los reptiles, los anfibios, las aves y los mamíferos establecen sus propios “nichos de ancho de banda”, que pueden expresarse como frecuencia (de los sonidos más bajos a los más altos) y temporalmente (cuando una criatura vocaliza seguida de otra).
¿Qué ocurre cuando esa orquesta se ve alterada por la antropofonía: sierras, sopladoras de hojas o tránsito de una autopista?
Si un sonido indiscriminado como una moto estridente compite con el chirrido de un insecto, el croar de una rana o el canto de un pájaro, el animal afectado quizá no pueda enviar su señal a un compañero o a competidores.
Las voces de las criaturas del coro podrían quedar ahogadas.
Y los compañeros y los competidores ya no podrán oírlos. La integridad de la biofonía se ve afectada.
Todo lo que destruya el hábitat -la minería, la contaminación, la deforestación y el calentamiento global- perturba la biosfera. La minería me recuerda la sabia advertencia de Aldo Leopold de que, si se va a meter mano en la naturaleza, es mejor guardar todos los pedazos.
El poeta Robert Hass advirtió en su poema A la manera de Goethe: “Los pájaros están callados en los bosques./Espera: bien pronto tu callarás también.”

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