martes, 11 de septiembre de 2012

CUANDO EL ARTE LLEGA AL ESPACIO PUBLICO

Por Jimena Arnolfi       
 
Teatro Callejero.
      
En la Argentina, los primeros grupos de teatro callejero tomaron las calles y las plazas hacia el fin de la última dictadura militar. Con la vuelta de la democracia, los grupos se fueron multiplicando hasta que en 1991 se conforma La Runfla (en lunfardo, “gente de una misma especie unida por un objetivo en común”). Primero se asentaron en el Parque Rivadavia y después se consolidaron en el Parque Avellaneda (Directorio y Lacarra). En plena crisis de 2001, crearon el primer Encuentro de Teatro Callejero de Grupo, el mismo que hoy celebra su sexta edición en el parque que los vio crecer. Este año, el encuentro reúne compañías de artistas callejeros de Francia, Colombia y Uruguay.
El grupo comandado por “el hombre del sombrero”, llamado Héctor Alvarellos, es referente en la actividad teatral callejera tanto por su estética como por su labor en la docencia, la investigación y el trabajo social. “Cuando el país se venía abajo, nosotros consideramos que la mejor manera de hacerle frente a la crisis era apostar al crecimiento cultural de la mano de la reunión y la organización entre los vecinos del barrio”, dice Alvarellos.
Hablar de teatro callejero es hablar de la calle como espacio de resistencia. “El teatro nació en la calle y después se hicieron las salas. La propuesta de la Runfla es la de recuperar la sorpresa de la obra de arte en el espacio público. La sala condiciona, pone límites. Y, además, hay gente que nunca en su vida iría a una sala a ver una obra de arte. El teatro callejero puede sorprender a esos transeúntes distraídos”.
A eso se le suma que hoy, que los medios de comunicación inyectan panic attack ante cualquier cosa que ocurra, salir a la calle para habitarla es una declaración de principios. La Runfla actúa hace 20 años en el Parque Avellaneda, uno de los pocos espacios verdes de la ciudad que no se encuentra enrejado. Los vecinos lograron ser parte del gobierno del parque a través de una ley que regula la participación comunal en una mesa de trabajo común. Es decir, un cogobierno del Estado y los vecinos. Desde La Runfla promulgan defender el espacio público con arte, en lugar de rejas que dejan afuera.
“Hay que habitar y defender los espacios: sentirlos propios. El teatro callejero no tiene un espacio dentro de la política cultural de la ciudad, por eso creemos que este tipo de encuentros pueden instalar este espacio de realización y debate como una instancia de promoción, difusión del lenguaje del teatro de calle en todo el país”, explica Alvarellos.
El lenguaje del teatro de la calle habla de muchas cosas. Casi siempre la palabra “callejero” trae aparejado cierto desprestigio –en la calle está aquello correspondiente al conjunto de lo indeseable, el pirujerío, la prostitución, la basura, la delincuencia–. Por eso mismo, Alvarellos remarca la palabra “lenguaje” para alejar ese lugar común que identifica al teatro callejero como un grupo de gente que hace teatro en la calle porque no dispone de un edificio. Los actores de la calle trabajan ahí porque ahí creen que deben estar, así conjugan arte y trabajo social.
Hay un sinfín de diferencias: “En la calle, la gente no está convocada, hay que transformar a los transeúntes en espectadores, puede estar viéndote gente que nunca fue a un teatro de sala; si hay teatro en la calle, se embellece el espacio público que es de todos; en la calle hay interferencias que hay que sumar al texto; en la calle se hacen cosas que no se pueden hacer en un teatro, se puede aprovechar una luna, un paisaje”, resume Alvarellos. Y de acuerdo al último punto, durante este encuentro se pudo disfrutar de Drácula, obra de teatro que empezó a las cuatro de la madrugada con luna de fondo en el Parque Avellaneda y terminó hacia el amanecer ante un público expectante. El director de La Runfla concluye: “El teatro callejero desmitifica al actor y lo deja en estado puro, brilla”.
 
Fuente: Miradas al Sur.

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