miércoles, 23 de mayo de 2012

"LOS PAPELITOS DE CLEMENTE, LA COARTADA PERFECTA"

Por Pascual Albanese


Nos conocimos en el Nacional Buenos Aires, aunque íbamos a turnos distintos. Pero nos juntó el peronismo. Caloi no era un “simpatizante”. Era un cuadro político de alto nivel que juntaba una conducta ejemplar con un talento muy particular, que lo hacía capaz de hilar muy finito, una intuición formidable que le permitía captar el mundo de las emociones populares.
La famosa historia de la guerra de los papelitos y su confrontación con José María Muñoz, no fue sólo un rasgo de su extraordinaria genialidad artística, fue también la consecuencia de un lúcido análisis político de una de las situaciones más difíciles de la historia de la Argentina contemporánea. El régimen militar quería convertir al Mundial 78 en una tribuna de propaganda para contrarrestar su total desprestigio internacional. Las calcomanías que rezaban: “Los argentinos somos derechos y humanos”, eran colgadas de los parabrisas de los automóviles. Mostrar la imagen de una Argentina ordenada, tranquila y prolija, era la prioridad de Videla y compañía. En ese contexto, la militancia política de un peronismo de las catacumbas, que intentaba reorganizarse en la adversidad, parecía encaminarse hacia un callejón sin salida. La disyuntiva era avalar con el silencio la parafernalia gubernamental o plantearse una consigna de “boicot al Mundial”, que era políticamente suicida, porque nos aislaría completamente del sentimiento popular.
En esa ardua discusión política, el genio de Caloi encontró la coartada perfecta. Cuando Muñoz empezó su campaña exhortando al público a que no arrojara papelitos en los estadios, para mostrar al mundo un supuesto rostro “civilizado” de la Argentina, el Negro vio la veta. Los papelitos que alfombraron el césped de los estadios, cada vez que salía a la cancha el Seleccionado argentino, fueron la impronta popular del acontecimiento deportivo. Los argentinos encontraron en esas toneladas papelitos la forma de liberar sus sentimientos sin transformarse en comparsa del régimen. Por primera vez, desde marzo del 76, la gente en las canchas y en las calles pudo alterar la “paz de los cementerios” (tal vez nunca tan apropiado el término). En el balance posterior a los hechos fue posible entonces acuñar una consigna para pintar en las paredes: “El Mundial lo ganó el pueblo”.
A Caloi nada de esto “le salió” de casualidad. Lo pensó y lo hizo. Demostró cómo, aún en las peores condiciones, un historietista de apenas 30 años, desde la contratapa de un diario, podía ganar una “batalla cultural” contra el aparato de propaganda de un Estado omnímodo.

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