Estos días se cumple medio siglo del episodio más crítico de la guerra fría, la llamada crisis de los misiles, que enfrentó a Estados Unidos y la URSS a raíz de la instalación de bases de armamento nuclear soviético en Cuba, a muy pocas millas de la superpotencia que lideraba el bloque occidental. Entre los días 16 y 28 de octubre de 1962, la escalada de la tensión entre Washington y Moscú parecía abocar inexorablemente el planeta a una tercera guerra mundial de consecuencias imprevisibles. El miedo a una contienda nuclear alcanzó entonces su máximo nivel y el mundo asistió, sobrecogido, al pulso diplomático y militar que protagonizaron John F. Kennedy y Nikita Jruschov con la participación, en segundo plano, de Fidel Castro, entonces flamante líder de la revolución cubana.
Fueron apenas trece días en que los delicados equilibrios surgidos después de la Segunda Guerra Mundial estuvieron a punto de romperse. Estadounidenses y soviéticos exploraron frenéticamente los límites del tablero de juego y, finalmente, supieron reconducir la situación y abrir una etapa de distensión, simbolizada en la creación de un canal de comunicación directo y urgente entre la Casa Blanca y el Kremlin, conocido popularmente como el teléfono rojo.
La prudencia de Kennedy y Jruschov se impuso finalmente. Aquella crisis se resolvió con la retirada de los misiles de suelo cubano y la retirada también, al cabo de unos meses, de los misiles que Estados Unidos había instalado en Turquía. Asimismo, el Gobierno Kennedy -que en 1961 había planificado y sufragado la invasión fracasada de exiliados cubanos en Bahía de Cochinos- se comprometió a no invadir la isla.
Las coordenadas políticas, económicas y culturales de nuestro presente tienen poco que ver con las de comienzos de los años sesenta. La llegada a la presidencia de Kennedy supuso un gran cambio en el estilo de hacer política y en el discurso sobre las relaciones internacionales, un aire fresco que conectó con las nuevas generaciones. No obstante, la lógica de bloques de la guerra fría y la amenaza nuclear moldeaban las ideas dominantes y las actitudes colectivas. La crisis de los misiles certificó que el riesgo de un conflicto a gran escala no era una mera cuestión teórica.
Hoy, la URSS ya no existe, Estados Unidos tiene el primer presidente afroamericano de su historia y el principal reto de las democracias occidentales ya no es el desafío comunista, sino el terrorismo islamista, los estados fallidos y las organizaciones extremistas que amenazan las libertades fundamentales desde dentro de la sociedad abierta. Vivimos un mundo multipolar en el que potencias emergentes -China, India, Brasil y Sudáfrica- disputan las viejas hegemonías y la democracia busca su expansión, como ocurre en el norte de África y el mundo árabe. El futuro de los recursos naturales y su gestión preocupa mucho más que la posibilidad de una guerra nuclear. La globalización de la economía y de la comunicación choca con los mecanismos clásicos de toma de decisiones de los gobiernos y ello exige repensar los modelos de participación de la ciudadanía. La crisis de los misiles remite, sin duda, a un tiempo completamente superado.
De todos los protagonistas de aquellos agitados días de octubre de 1962 sólo Castro sigue todavía cerca del poder, aferrado a un mundo que ya no existe. Como si el pasado pudiera perdurar eternamente por decreto.
Fuente: Sitio La Vanguardia.com
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