Por Walter Goobar
Francia está realizando una intervención que, camuflada como una acción multinacional, esconde el objetivo de consolidar su papel como gendarme de la zona.
Mali se convirtió la semana pasada en el octavo país, en los últimos cuatro años en el que Occidente
despliega su doctrina intervencionista. Esa nación africana de 15 millones de habitantes es el octavo país bombardeado por las potencias occidentales después de Irak, Afganistán, Pakistán, Yemen, Libia, Somalia y las Filipinas, sin contar las numerosas tiranías sostenidas por Occidente en esa región.
“Tenemos un objetivo. Garantizar que cuando nos vayamos, cuando terminemos nuestra intervención, Mali sea seguro, tenga autoridades legítimas, un proceso electoral y que no haya más terroristas amenazando su territorio”, prometió el presidente socialista François Hollande, que demostró ser un fiel continuador de la política inaugurada por su antecesor, el neonapoleónico Nicolas Sarkozy. Sin embargo, lo que la narrativa oficial omite es que Mali es el tercer productor de oro de África –con siete minas en actividad–, y que cuenta con importantes yacimientos de uranio de Níger gestionados por la compañía francesa Areva.
Gilles Labarthe, uno de los mayores expertos en la neocolonización africana, asegura que “está claro que Francia y el resto de los países implicados en Mali también se están moviendo por el interés de asegurar los yacimientos mineros de la región, como ya sucediera hace dos años con Libia”.
Labarthe admite que “es más complicado identificar qué lobby industrial es el que está detrás de todo”, pero apunta hacia compañías como la francesa Areva, con importantes explotaciones de uranio en Níger –apenas a unos 200 kilómetros de la frontera con Malí–, que podrían estar peligrando.
El oro es el otro gran atractivo de Malí para Occidente: Malí exporta anualmente cerca de cuatro toneladas de oro, encontrando en Suiza y Emiratos Árabes a sus mayores compradores. En el país africano operan las mineras canadienses Barrick Gold, Iamgold o Aviongold; Amara Mining (hasta el año pasado conocida como Cluff Gold), con sede en Londres; o Randgold Resources, con sede en el paraíso fiscal de la Isla de Jersey. Ninguna de estas poderosas transnacionales estaba dispuesta a permitir que los rebeldes islamistas tomaran el poder.
Desde esta perspectiva, Francia estaría realizando una intervención que, camuflada como un operativo multinacional, esconde un objetivo diferente: consolidar su papel como gendarme de la zona.
Las advertencias sobre el serio riesgo de regionalización del conflicto fueron subestimadas. Sin embargo, los acontecimientos de Argelia, donde un grupo islamista ha efectuado una toma masiva de rehenes occidentales que ha provocado la intervención militar y la muerte de un número todavía indeterminado de personas avala lo acertado de esa advertencia.
El New York Times admite que la inestabilidad de Mali es el resultado directo de la intervención de la OTAN en Libia. Específicamente, “combatientes islamistas fuertemente armados, aguerridos, volvieron del combate de Libia” y “el considerable armamento proveniente de Libia y los diferentes combatientes islámicos que volvieron” causaron el colapso del gobierno central apoyado por EE.UU.
Por su parte, Owen Jones escribe en el diario británico The Independent: “Esta intervención es en sí la consecuencia de otra. La guerra de Libia se ensalza frecuentemente como un éxito del intervencionismo liberal. Pero el derrocamiento de Muamar Khadafi tuvo consecuencias que probablemente los servicios de inteligencia occidentales nunca se preocuparon de imaginar”.
Lo cierto es que el derrocamiento del gobierno de Mali fue posibilitado por desertores entrenados y armados por EE.UU. Según el New York Times, “comandantes de las unidades de elite del ejército de esa nación, fruto de años de cuidadoso entrenamiento estadounidense, desertaron cuando eran más necesarios, trasladando sus armas, camiones y nuevas capacidades al bando enemigo en el entusiasmo de la guerra, según altos oficiales malíes.” Y luego, en marzo de 2012, se produjo un golpe de Estado: “Un oficial entrenado por EE.UU. derrocó al gobierno elegido de Mali, preparando la escena para que más de la mitad del país cayera en manos de los fundamentalistas islámicos”.
Una y otra vez, una intervención occidental termina –por ineptitud o intencionalmente– sembrando las semillas de otra intervención.
Aunque Francia parece haber asumido gustosamente el papel de fuerza de despliegue rápido de Occidente, lo cierto es que la gravedad de la situación está obligando a François Hollande a poner sus propias tropas sobre el terreno. En ese sentido, llama la atención la relativa soledad con la que Francia se está encontrando ante este operativo militar en el escenario internacional. Además de las dificultades previstas para concretar la participación africana, es significativo el gélido apoyo con el que se ha recibido la noticia. Más allá de una manifestación de comprensión y solidaridad de carácter formal, los países miembros de la OTAN, la Unión Europea y los Estados Unidos no demuestran ningún entusiasmo ante una intervención cuyos resultados parecen difíciles de predecir. Inglaterra ha señalado su comprensión y apoyo, los Estados Unidos han anunciado su colaboración en tareas de inteligencia aportando la información ofrecida por vuelos no tripulados, al tiempo que España se ha limitado a permitir el uso del espacio aéreo al ejército francés. Existe el temor generalizado de que un apoyo a la intervención podría ocasionar represalias con atentados en diversas ciudades occidentales por parte de comandos islamistas.
Más aún, existen crecientes indicios de que el conflicto en Mali servirá de pretexto para una intervención militar occidental en Argelia que es el siguiente objetivo más probable de los intereses geopolíticos occidentales en la región desde la exitosa desestabilización de Libia en 2011.
Ya en agosto de 2011, Bruce Riedel, del think tank Brookings Institution, escribió que “Argelia será la próxima en caer”. En ese artículo –publicado hace un año y medio–, Riedel predijo que el éxito en Libia podría envalentonar a los elementos radicales en Argelia, AQMI en particular. Entre la violencia extremista y la perspectiva de ataques aéreos franceses, Riedel esperaba ver la caída del gobierno argelino. Irónicamente Riedel señaló: “Argelia ha expresado particular preocupación de que los disturbios en Libia podrían llevar al desarrollo de un refugio seguro y principal santuario de Al-Qaeda y otros yihadistas extremistas. Y gracias a la OTAN, eso es exactamente en lo que se ha convertido Libia –un santuario patrocinado por Occidente para Al-Qaeda–. Riedel es coautor del libro Wich path to Persia?” que abiertamente propone armar a la organización Mujahedin-e Khalq (MEK) para producir atentados en Irán y provocar el derrocamiento del gobierno de ese país . El libro de Riedel ilustra el método de utilización de organizaciones claramente terroristas, incluso las que figuran clasificadas como tales por el Departamento de Estado, para llevar a cabo la política exterior de EE.UU.”
Lo cierto es que nadie supera a Washington y sus aliados en la creación de sus propios enemigos, asegurando así una situación de guerra interminable. Donde EE.UU. no encuentra enemigos que combatir, simplemente los inventa.
Fuente: Info News
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