Cuando se funda Proa, a mediados de 1924, existen ya en Buenos Aires y en la otra orilla del Plata varias pequeñas revistas literarias, hechas en su gran mayoría por jóvenes que pugnan por tener sus propios órganos de difusión, una efervescencia que procura sacudir “la antigua modorra” y “atronar con el mensaje de los nuevos, expresado desde todos los ángulos”, escriben Lafleur, Provenzano y Alonso en su estudio sobre las revistas literarias en Argentina. Hay que recordar la legendaria Prisma, de diciembre de 1921, una hoja mural con la que Borges, González Lanuza, Guillermo Juan y Francisco Piñero transplantan a Buenos Aires el ultraísmo español; los tres números de la primera Proa, entre 1922 y 1923, con un formato tripartito muy parecido a la revista madrileña Ultra; Inicial, fundada en octubre de 1923; Martín Fierro, creada pocos meses antes; Valoraciones, publicada en La Plata; más adelante,Pulso, dirigida por Alberto Hidalgo, y la revista Libra, cuyo único número, de agosto de 1929, cierra de hecho la década y los impulsos juveniles de renovación, poco antes de la creación de Sur en 1931, publicación que incorporaría a muchas de las nuevas voces surgidas en la década de 1920.
Oliverio Girondo, que ha participado activamente en la creación de Martín Fierro, acaba de iniciar un viaje continental por Chile, Perú, México y Cuba en representación del “frente único” conformado por las revistas juveniles de la región del Plata. En la Memoria que escribió en 1949 para celebrar los veinticinco años de la aparición de Martín Fierro, Girondo explica mejor que nadie esta necesaria y vital agitación juvenil al evocar el ambiente cultural estancado que encuentran los jóvenes escritores y pintores a su regreso de Europa. A principios de los años veinte, su descontento y desasosiego ante la “asfixiante atmósfera espiritual”, la “monotonía fosilizante” o la “chatura espiritual” del entorno, circunstancias que los impulsan a “arremeter contra tantos convencionalismos exangües y tantas ramplonerías”: Mientras pululan y se suceden los “ismos” y nace en Zurich, en 1916, para explotar en París, la “inanidad sonora” y destructiva de “Dadá”; mientras en la misma España “con algún retardo y cierta timidez” surge el “ultraísmo”, y germina de nuevo en París “a través de Apollinaire” el surrealismo, aunque no florezca hasta el 24, “aquí no sucede nada”.
La reacción a este entorno poco propicio a lo nuevo no se hará esperar. Proa aparece en este contexto y buscará crearse desde un principio, como se verá, un perfil propio, con un tono más mesurado, alejado de las polémicas, para distinguirse de otras publicaciones juveniles, como el periódico Martín Fierro, del cual son también asiduos colaboradores los propios directores de Proa. Se suele acudir al testimonio, muy posterior a los hechos, que dio Borges en An Autobiographical Essay, que dicta a Norman Thomas di Giovanni en 1970, para conocer las circunstancias del nacimiento de la revista, que parece el resultado casi fortuito y jocoso de una serie de encuentros: Una tarde, Brandán Caraffa, un joven poeta de Córdoba, vino a verme al Garden Hotel, donde nos habíamos instalado al regresar del viaje a Europa. Me dijo que Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz tenían la intención de fundar una revista que representara a la nueva generación literaria, y que como se trataba de una revista de jóvenes no se podía prescindir de mí. Desde luego, me sentí halagado. Esa noche fui al Phoenix Hotel, donde vivía Güiraldes, y él me recibió con estas palabras: “Brandán me contó que anteanoche se reunieron para fundar una revista de escritores jóvenes y todos dijeron que no se podía prescindir de mí”. En ese momento llegó Rojas Paz y nos dijo: “Me siento muy halagado”. De modo que intervine. “Anteanoche nos reunimos los tres y decidimos que una revista de escritores jóvenes no puede prescindir de usted”. Gracias a esa estratagema, nació Proa.
En la breve presentación de sí mismo que escribe unos pocos años después de la desaparición de Proa para la Exposición de la actual poesía argentina (1922-1927), de Pedro Juan Vignale y César Tiempo, nota que ha sido rescatada en Textos recobrados, Borges reconoce explícitamente el papel determinante del “instigador” Brandán Caraffa: “El veinticuatro, a instigaciones de Brandán Caraffa, fundé una segunda revista Proa, esta vez con don Ricardo Güiraldes y Pablo Rojas Paz”. Gracias a otros testimonios y estudios, hoy tenemos mayor claridad sobre el asunto y es posible corroborar el papel central que tuvo Brandán en la creación de Proa, a raíz de la escisión que se produjo en la dirección de la revista Inicial, de la que formaba parte, en abril de 1924, y que lo llevó a separarse de la misma. Abogado de profesión, este joven poeta de Córdoba, que había participado activamente en las jornadas de la Reforma Universitaria, y se había asentado en Buenos Aires, intentará desde 1922 crear una nueva revista, que será finalmente Inicial, cuyo primer número se edita en octubre de 1923. Borges participó en estas reuniones preparatorias, pero su salida a Europa en julio de 1923 impide su participación en la fundación de la revista. La amistad entre Borges y Brandán es desde luego anterior a la creación de Proa, como lo comprueban el encuentro entre ambos en Madrid a principios de 1924, y la visita que le hacen a Rafael Cansinos Assens en el Café Colonial, algo que relata Brandán en “Voces de Castilla”, un texto que aparecerá en el número 2 de Proa.
Tanto Patricia M. Artundo como Fernando Diego Rodríguez han aportado datos contundentes que confirman el papel de Brandán en la creación de la segunda Proa. Artundo muestra que el texto inaugural titulado “Proa”, que ha sido atribuido en ocasiones a Güiraldes y en otras a Borges, contiene fragmentos idénticos al texto “Inicial”, que abre el número 5 de esta revista, fechado en abril de 1924, el número disidente que Brandán publica junto con Raúl González Tuñón, Luis Emilio Soto, Roberto A. Ortelli, Roberto Cugini y el dibujante, pintor y excelente caricaturista Dardo Salguero Dela-Hanty como director artístico. Todos ellos, con excepción de Ortelli, serán colaboradores de Proa. Sería más ajustado a la verdad, entonces, decir que en el texto programático “Proa”, que se publica en el número 1 de la revista, colaboraron al alimón los cuatro directores, aunque una parte sustancial del mismo fue redactada probablemente por Brandán ya que retoma pasajes del texto publicado en “Inicial” y porque veía en Proa la posibilidad de continuar la empresa interrumpida en Inicial. Por otra parte, los “inéditos papeles autobiográficos” de Brandán Caraffa, que pudo consultar Rodríguez en la Fundación Bartolomé Hidalgo, confirman el papel protagónico de Brandán en la fundación de Proa. Escribe Brandán: En Amigos del Arte conocí a Güiraldes y nuestra amistad fue inmediata. Incomprendido por los hombres de su clase que en el Jockey Club hacían chistes con El cencerro de cristal, libro extraordinario y precursor, se vino inmediatamente con nosotros, y habiendo visto yo en él al hombre con quien podía rescatar la fuente de irradiación intelectual que me robaron Guglielmini y compañía, los otros directores de Inicial, le propuse fundar una revista. Él lo aceptó de inmediato, y al nombre de Proa, símbolo de avance, y como resolvimos llevar a su dirección a cuatro escritores de tipos mentales diferentes, seleccionamos para completar el elenco a Borges y a Rojas Paz. Pero como todavía no nos unía a los cuatro una amistad muy cimentada y preveía yo posibles diferencias hablé a cada uno por separado y le dije que los otros tres ya habían aceptado. Logramos de ese modo completar la dirección de Proa en sólo 48 horas.
Al igual que Girondo, que saca a Güiraldes de su aislamiento y lo invita a las reuniones previas a la fundación de Martín Fierro, en el que empieza muy pronto a colaborar, Brandán ve en él al precursor, a una figura tutelar dentro de la revista de jóvenes que será Proa. Parece claro que Brandán Caraffa, al que Evar Méndez considera poseedor “de una vasta cultura” y de “una gran capacidad organizativa”, armó muy pronto el primer número con los recién nombrados directores de Proa y con otros colaboradores de Inicial que salieron de la revista con Brandán: Raúl González Tuñón, Roberto Cugini, Luis Emilio Soto y Salguero Dela-Hanty, que ilustrará con sus “arquicaricaturas” y “estilizaciones” varios números de la revista. No de otra manera se explica la celeridad con que sale el primer número, apenas un mes después del regreso de Borges a Argentina y recién instalada su familia en el número 222 de la Avenida Quintana, que fungirá como la sede de la redacción de Proa a lo largo de los quince números. Una nota que aparece de manera destacada en el número 1 tiene como trasfondo la polémica de Inicial y sólo puede interpretarse como una declaración solidaria hacia Brandán y el nuevo proyecto de revista que encabeza junto a Borges, Güiraldes y Rojas Paz: Luis Emilio Soto, Roberto Cugini, Raúl González Tuñón y D. Salguero Dela-Hanty. Consecuentes con el fin que nos propusimos al fundar Proa, los escritores y artistas que encabezan la presente nota, se han refundido con nuestra revista, entrando a formar parte de la redacción de la misma.
Rojas Paz será el primero en alejarse definitivamente de la revista, una vez publicado el número 10. Pero lo hace “amigablemente”, como precisa Güiraldes en una carta a Jules Supervielle, “porque no concurría casi y se sentía tal vez molesto en un ambiente que no era precisamente el suyo”. No son, por lo tanto, conflictos internos los que provocan el final y cierre de la revista Proa, algo bastante común en las revistas de vanguardia de varias latitudes, en donde surgen rivalidades, pugnas, diferencias estéticas, políticas e ideológicas insalvables, como parece haber sido el caso de Inicial y poco después el de Martín Fierro que, como es bien sabido, concluye cuando un grupo de redactores (encabezado por Borges), que apoya la candidatura de Hipólito Yrigoyen a la segunda presidencia, quiere que el periódico se adhiera a la misma, a lo cual se niega Evar Méndez, que opta entonces por cerrarlo.
El acontecimiento que precipita el final de la revista parece haber sido la salida de Ricardo Güiraldes de la dirección de Proa en agosto de 1925, después de ver publicado el número 12, aunque ello no significa que se aleje totalmente de la revista. Seguirá colaborando, al igual que su mujer Adelina del Carril, y ambos formarán parte de los “Redactores de Proa” a partir del número 13. La revista interrumpe su entrega mensual en agosto y sólo reaparece en noviembre de 1925, ya con la incorporación de Francisco Luis Bernárdez en la dirección, con lo que la revista parece querer tomar un nuevo impulso, como se manifiesta en el texto editorial del número 13, titulado nuevamente “Proa” (como en el número inaugural): “Calafateada de optimismo, Proa surge con el sabor antiguo de los frutos maduros”. Con todo, no pueden ocultar que el “retiro del viejo lobo impecable y gentleman Güiraldes”, que quiere concluir “la epopeya de Segundo Sombra, abrió un paso a la angustia, dislocando el triángulo pitagórico”. Las cartas de Güiraldes a Larbaud y a Supervielle y sobre todo la carta fechada en agosto de 1925 que dirige a Brandán y a Borges, explican las razones de su retiro y son las que permiten entender el final de Proa: razones económicas, sin duda, la falta de suscripciones y anuncios, pero también factores de otro tipo –desaliento ante la ausencia de respuesta y ante la indiferencia e incluso la hostilidad del medio ante la empresa que significa Proa.
Anteriormente, en una nota que escribe Güiraldes en el número 6 (enero de 1925), defiende la labor de la juventud literaria argentina y las nuevas revistas que han ido apareciendo (Martín Fierro, Proa, Valoraciones, Inicial, Noticias Literarias), frente al desdén de los periódicos de gran tiraje como La Nación que las ignora o las trata “dura y despectivamente”. Con todo, confía en el porvenir porque sabe que el “tiempo se encargará de establecer valores”. Pero en su crítica, Güiraldes olvida o no toma en cuenta la recepción favorable de sus pares, como las notas que aparecen en Martín Fierro. El desdén se ve compensado por el apoyo que reciben de sus amigos franceses, principalmente de Valery Larbaud desde las páginas de Commerce y de La Revue Européenne. A Supervielle le escribe que “es un verdadero tour de force mantenerla. Los diarios nos maltratan cuando no nos protegen con admirable estupidez. Apenas recibimos cuatro o cinco pedidos de suscripción. Los muchachos no nos mandan casi colaboraciones y hasta ellos nos hacen solapadamente la guerra. El ambiente aquí es realmente inmundo, no siempre de mala intención, sino a veces de simple pereza indiferente”. En una carta a Guillermo de Torre, Oliverio Girondo se refiere a la clausura de Proa y confirma la versión de Güiraldes cuando alude “a la indiferencia del público y a las dificultades financieras” de la revista. Pero agrega, refiriéndose ahora a las características de Proa, otros elementos de juicio para entender su fracaso en el contexto argentino de la época: Se confirma así lo que yo le decía en Madrid: aquí no puede vivir una revista puramente literaria que se venda a un peso. Y aunque es una lástima que Proa desaparezca yo no me lamento demasiado de que las cosas sean así. La revista como se ha comprendido hasta ahora, ya no tiene razón de ser, o el Libro o el Periódico barato, que se ocupe de todas las manifestaciones de la vida intelectual. De ahí mi fe en Martín Fierro.
Hubo un intento posterior, en marzo de 1928, de iniciar una tercera época de Proa, como lo demuestra la carta con el membrete Proa. Revista Literaria, que Borges, Bernárdez y Marechal le envían a Alfonso Reyes –entonces embajador de México en Argentina y amigo de la juventud literaria del país– para invitarlo a colaborar. La dirección que aparece al pie de la página, “Triunvirato 537”, es la del editor Manuel Gleizer, que publicará hacia el final de la década libros de Borges (El idioma de los argentinos, Evaristo Carriego, Discusión), de Marechal (Odas para el hombre y la mujer) y de otros jóvenes escritores. Gleizer edita, asimismo, el único número de la revista Libra, en 1929, dirigida por Marechal y Bernárdez con la decisiva ayuda de Alfonso Reyes. En junio de 1928 se anuncia en la revista Criterio “la aparición de tres revistas literarias dirigidas y escritas por jóvenes autores: Proa, de Borges, Bernárdez y Marechal; Pulso, de Hidalgo, y La Vida Literaria, de Espinoza”. Pero Proa no aparecerá: su ciclo ha definitivamente concluido.
Fuente: Miradas al Sur
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