Por Barbara Alvarez Pla
Probablemente no sabía que Charles Manson soñaba con ser una estrella de rock, ni que Horacio Sanguinetti mató al hombre que vivía con su hermana, y que la maltrataba, ni que la escritora de policiales Anne Perry tuvo que cambiarse el nombre tras matar a la madre de su amiga, en un siniestro plan ideado por ambas. Y no son estos los únicos artistas que guardan macabros secretos que quizás se puedan observar de alguna manera en sus obras, al estilo de Caravaggio, cuyas oscuras pinturas traslucían su personalidad pendenciera y transgresora. De todos estos personajes y de muchos más, habla Marcos Mayer en su obra Artistas asesinos, en la que detalla los morbosos secretos que hacen que converjan el arte y el crimen.
–¿Por qué escogiste este tema?
–Salió un poco de casualidad. Yo trabajaba en una revista llamada Pistas, y como era el único que venía del palo de la cultura no sabían qué hacer conmigo, Empezamos haciendo críticas de novelas policiales y películas, y entonces se me ocurrió la idea de contar historias de artistas que tuvieran que ver con el crimen. La revista desapareció y quedó la idea. Con el tiempo pensé que había una relación interesante entre las dos cosas, me daba la posibilidad de leer las obras de esos artistas desde otro lado.
-¿Cómo seleccionaste los personajes y las historias?
-Tenía algunos muy conocidos y otros fueron apareciendo en la investigación. Pero el primer criterio de selección fue que la historia me pareciera interesante y que me pareciera claro ese vínculo entre su arte y el crimen que cometieron. Además dejé afuera todo lo que tenía que ver con la pedofilia y las drogas o cosas demasiado sórdidas. Hay un personaje, por ejemplo, que le tiró ácido a la cara a su mujer y lo dejé afuera: las historias que me obligaban a ponerme del lado de la víctima no me dejaban reflexionar.
-¿Cuál es la relación entre una mente creativa y una criminal?
-Creo que hay un punto de la no aceptación de la identidad. Un crimen y una obra de arte son dos cosas que no tienen retorno, que te marcan: en mi opinión, si es posible establecer algún vínculo, es ese. Las dos cosas son estallidos contra la idea de identidad: no somos ni lo que suponemos que somos ni menos aún lo que los demás suponen o quieren que seamos. Es eso o es un momento de estallido, pero no hay retorno.
-¿Qué historia te impactó más?
- Hubo dos que me afectaron especialmente: la del filósofo racionalista Louis Althusser, él mató a su mujer y no niega haberlo hecho, pero no lo entiende. Escribió un libro en el que trata de explicarse quién es él para haber hecho tal cosa, se llama El porvenir es largo. Y la del escritor y pintor japonés Issei Sagawa, que se comió a una compañera de estudios en sus años de universidad.
-¿Qué tienen en común el crimen y el arte?
-Que te desubican, y que suponen una ruptura de la que no hay retorno. Después de realizar determinada obra de arte, no hay vuelta atrás, lo mismo que después de cierto tipos de crimen. Es la ruptura absoluta.
-¿Quién te resultó más difícil?
-Caravaggio, porque era el más grosso de todos. Rescatar su lado criminal me permitió enfrentarme desde otro lugar a su obra y entenderla mejor. De todos modos, a las grandes obras de arte nunca se las termina de entender.
-Y el crimen, se puede llegar a entender?
-El crimen pertenece a lo inexplicable; me interesó indagar en estos sujetos porque pueden arrojar un poco de luz en la comprensión de la naturaleza del crimen, que creo que tiene que ver con el fracaso de lo social. Estos tipos no mataron por necesidad o para comer, fue por placer o por impulso. En este caso son artistas, y se nota en las obras. Los artistas usan materiales, entre ellos su propia vida, y en algún momento se ve la marca de la espátula.
Fuente: Clarin.
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