Fútbol, recitales y pirotecnia. Hace 33 años, un hincha de fútbol murió cuando una bengala marítima lo impactó en el cuello. El 30 de abril de 2011, un fanático de rock falleció de la misma manera. Entre ambos hechos hubo 194 víctimas en Cromañón. Cómo detener a una cultura asesina.
Por Lucas Cremades y Carlos Stroker.
Una bengala marítima suele ser usada para salvar vidas que naufragan en el mar. Al ser disparada, su luz puede durar en el cielo más de un minuto y su intensidad lumínica advierte –de ser necesario– a aviones y embarcaciones.
En el autódromo Roberto Mouras, de La Plata, La Renga tocaba el tema “Canibalismo galáctico” cuando un potente haz de luz surcó el campo ritualizado del rock e impactó en el cuello de Miguel Ramírez. Era una bengala destinada a extasiar al público más fervoroso del mundo. Aquel que, al igual que un hombre que tropieza dos veces con la misma piedra, se mata a sí mismo.
Ramírez estuvo en un coma profundo durante nueve días, hasta que falleció en el Hospital Alejandro Korn de Melchor Romero, el lunes 9 de mayo. Tenía 32 años, dos hijos y una esposa embarazada de siete meses.
Las 194 personas muertas en Cromañón el 30 de diciembre de 2004 parecieran no ser suficiente para explicar la sinrazón de una cultura asesina, que no sólo se predispone a vivir el riesgo –aun al aire libre– durante un recital de rock, sino también en cualquier cancha y categoría del fútbol doméstico.
El mismo lunes 9, ocho horas después de que los medios de comunicación anunciaran el deceso de Ramírez, la televisión mostraba al público de Vélez en el estadio José Amalfitani bajo un denso humo de bengalas y cohetes “tres tiros”. Festejaban la victoria por 2 a 0 frente a Banfield, que los dejaba punteros y a cuatro puntos de su perseguidor inmediato en el campeonato de primera división. Mientras tanto, nuevas noticias de más bengalas prendidas llegaban desde San Juan. Alumnos de quinto año de la escuela secundaria de comercio Libertador General San Martín prendieron bengalas para festejar que tenían camperas nuevas de egresados. Pero terminaron empañando la jornada: le lastimaron el ojo a un compañero y se quemaron varias de esas prendas. “Lo que queríamos era festejar”, se excusó uno de los alumnos. “Una bengala es lo más común del mundo, en todas partes las prenden y nadie lo hace para lastimar.”
El Código Contravencional que prohíbe el ingreso de bengalas a recintos cerrados en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ya estaba vigente desde antes que ocurriera la tragedia de Cromañón. La contravención conlleva multas para el que ingrese bengalas a un lugar cerrado y clausuras para el dueño. Además existe una legislación sobre armas y explosivos que restringe su uso, ya que las bengalas entran en la categoría de explosivos.
La falta de memoria no es nueva en la Argentina. Y si bien las leyes provinciales difieren una de las otras, la sobrecarga de insensatez ante esta problemática que incluye a personas de toda clase y a 196 muertos relacionados con bengalas en espectáculos musicales y deportivos, parece no tener fin.
Ante estos hechos, Veintitrés planteó a las bandas de rock la pregunta: ¿Cómo solucionar este problema? ¿Estaría de acuerdo con interrumpir un show en caso de que alguien del público prendiera una bengala?
Mariano Botti, manager de la banda El Bordo, apoyó la iniciativa. “Si la pregunta es puntualmente si estamos dispuestos a parar un show si prenden pirotecnia, sí lo estamos, más teniendo en cuenta lo sucedido con anterioridad. Y mucho más considerando que ese tipo de acciones evidentemente ponen en peligro al público”. En solidaridad con los músicos de La Renga, Botti pide hacer una aclaración: “Fui a ver a La Renga en otras oportunidades y los vi interrumpir shows porque prendieron pirotecnia”. Tal vez Botti haga referencia al recital que la banda de Mataderos dio en julio de 2005 en el estadio de Vélez. Allí un fan encendió una bengala y Chizzo (el cantante de la banda) interrumpió el show. “Por respeto no podemos permitir nunca más una bengala”, dijo esa vez. Seis años más tarde le pasaría algo parecido. En el autódromo de La Plata hubo tres tiros y bengalas. Pero la banda siguió tocando. Una vez terminado el show y enterados del hecho, los integrantes se acercaron a darle apoyo a la familia de Miguel. Y de inmediato decidieron suspender el recital previsto para el sábado 7 de mayo en Resistencia, Chaco.
Luis Lata, cantante de Mavirock, opina que son precisamente los grupos los que deben asumir su responsabilidad: “Nada vale más que la vida de un pibe. Creo que las bandas debemos ser más responsables. No hay que prender más bengalas. Pero tampoco hay que convertir esto en un ataque deliberado a las bandas y solistas independientes”.
El uso de bengalas no sólo es propiedad del rock y del fútbol. En los festivales de música electrónica Creamfields, el éxtasis también se potencia si entre los miles de jóvenes que saltan y bailan hay prendida una ráfaga de color que ilumine los rostros.
Sebastián Bianchini, de Árbol, cuenta que “cuando aparecía alguna bengala parábamos de tocar hasta que se apagara. En un show en Bahía Blanca, el escenario parecía venirse abajo. Paramos y vimos que se habían roto las vallas. Con la presión que hacía la gente, se movía el escenario. Se terminó haciendo un show con las luces encendidas y con un cordón de fans que separaba a la masa del escenario. Y estuvo todo bien”. Una actitud similar viene adoptando Divididos, una banda muy crítica de la cultura del aguante que desembarcó en el rock. En abril de 2009, su líder, Ricardo Mollo, paró un tema por la mitad durante un Quilmes Rock y le pidió al público que no prendiera más bengalas.
“Que se abstengan de su uso en mis conciertos si tomamos en cuenta los accidentes que pueden ocasionar”, escribió en un comunicado el Indio Solari. “El control en estas reuniones multitudinarias se hace prácticamente imposible (...) el público no concurre al estadio sino hasta un momento cercano al inicio del show y en tan corto tiempo, entonces, se torna muy difícil revisar exhaustivamente a los concurrentes”, explicó el Indio.
“En cada recital que hacemos en la ciudad de Buenos Aires, la productora que nos contrata (Fénix-Pop Art) nos hace firmar un papel a cada uno de los músicos en donde nos establecen la obligatoriedad de suspender o interrumpir el recital en caso de que haya una bengala prendida”, dice el manager de Ratones Paranoicos, Roberto Ricci.
El fútbol, también, tiene su lado mortal con las bengalas. La triste cultura de la pirotecnia hizo su presencia en el mundo de la pelota hace varios años y de manera trágica. Y aunque haya algunos despistados que intenten maquillarla como una especie de “folklore del fútbol”, la historia dice que hubo muertes cuando debió haber seguridad. Roberto Basile era un empleado del Banco Shaw y fanático de Racing. La noche del 3 de agosto de 1983 fue a la Bombonera para ver a su equipo jugar ante Boca. Se encontraba en la tribuna visitante junto a su novia. Desde la popular local partieron cuatro bengalas. La primera cayó en la boca del túnel xeneize (ver columna), la segunda y la tercera partieron sin rumbo, pero la cuarta se le incrustó en el cuello a Basile. Murió a los pocos minutos. De su boca y nariz salían humo y fuego. A tal punto que otra persona que intentó ayudarlo perdió un ojo por el fuego que emanaba del fallecido. Fue la primera víctima mortal debido a una bengala en un estadio. Sólo hubo dos condenados con penas de dos años de prisión en suspenso. En aquel entonces, el líder de la barra brava de Boca era el difunto José “El Abuelo” Barrita.
El caso del encuentro entre Vélez y Banfield del último lunes 9 marca una vez más las posibilidades de los hinchas para ingresar a los estadios con material explosivo y la supuesta complicidad de algunos dirigentes o la indiferencia de aquellos responsables de custodiar la seguridad de un espectáculo deportivo. Las bengalas se convierten en un arma que puede terminar con la vida del otro. No sucedió nada grave debido a que las bengalas salieron con destino incierto. Pero pudo pasar. Esos hinchas que las arrojaron fueron mostrados varias veces por televisión y ahora la Justicia intenta dar con ellos. La pirotecnia tiene el ingreso prohibido en los espectáculos en los estadios. Así lo indica la Ley del Deporte (llamada Ley De la Rúa, confeccionada por el ex presidente en 1985), que lleva el número 24.192, y que sufriera sus últimas modificaciones en 1993. En uno de sus artículos la normativa es precisa: “Se castiga con un mes a un año de prisión a quien portare un artefacto pirotécnico o bengalas. Se aplicará el máximo de la pena cuando los elementos lleguen encendidos”.
Una serie de allanamientos ordenados por la Justicia determinó la clausura del estadio en primera instancia: se investiga si las bengalas arrojadas durante el choque del lunes se encontraban adentro del complejo de Liniers antes de iniciarse el cotejo por la decimotercera fecha del Clausura. El material fue arrojado desde la popular local antes de que terminara el encuentro. Sucedió luego del primer gol del equipo de Ricardo Gareca, que marcara Fabián Cubero a los 37 minutos de la segunda etapa. El árbitro Néstor Pitana no detuvo el partido.
Desde la Asociación del Fútbol Argentino no hay órdenes de suspenderlos si se arrojan bengalas. “La orden de suspender un partido se da sólo si hay un hecho que afecta la seguridad de los jugadores, árbitros o cuerpo técnico y dentro de los perímetros del campo de juego, pero por arrojar bengalas en exclusividad, hasta el momento, no hay ninguna instrucción. Es que hasta ahora nunca se pensó a la bengala como un proyectil. No es un hecho que ocurra con frecuencia el de tirar bengalas, pero va a tener que estudiarse por todo lo que sucedió”, admitió ante Veintitrés el director de Formación Arbitral de la Asociación del Fútbol Argentino, Miguel Ángel Scime. El ex árbitro sostuvo que “hay orden, por ejemplo, de parar el partido cuando hay hechos de discriminación o gente trepada a los alambrados. El árbitro para el partido y si todo pasa, lo continúa, pero si ve que hay riesgo para los protagonistas tiene la facultad de suspenderlo”.
–¿Y en el caso de las bengalas?
–Si no corre riesgo alguien en concreto, no.
–¿En Vélez-Banfield se pensó que no había riesgo?
–Exacto.
El titular del Sindicato de Árbitros de la República Argentina (SADRA), Guillermo Marconi, dijo: “No hay nada reglamentado desde la AFA por las bengalas en sí mismas. Lo único que hay es si alguien incomoda en cuanto al juego. Ahí, el árbitro lo puede suspender. De hecho Pitana siguió jugando”.
Como muestra de que todo sigue bajo las normas acordadas, al juez no se lo sancionó y Scime explicó. “Hay sanción si el árbitro no cumple con las normas que salen desde la AFA, caso contrario no hay ningún tipo de reprimenda”, añadió. De hecho, las resoluciones deben tomarse en el Comité Ejecutivo de la AFA y quizá la próxima semana (se reúnen los martes por la noche) puede haber alguna modificación.
No es aislado el caso de Vélez. Se repitió en varias ocasiones: en el último Independiente-Boca, o en el Monumental el domingo 8 de mayo, cuando desde la tribuna de All Boys se arrojaron algunas bengalas.
La controversia entre los que quieren usar pirotecnia responsable y los que están en contra continúa en cientos de redes sociales y foros desde la fatídica noche de Cromañón. En el fororengo.com.ar se planteó la siguiente consigna: “¿Tienen que volver las bengalas en recitales de La Renga?”. Hoy, un 69 por ciento se manifiesta en contra de su uso. Pero antes del fatídico show, los que estaban a favor de usar pirotecnia en los recitales superaban a los que estaban en contra.
Maximiliano Maruri tiene 26 años, es de La Plata y fan de La Renga. Ante la consulta de Veintitrés, se mostró a favor de la medida de suspender el show si alguien prende una bengala. “Es responsabilidad de la banda hacerlo. No hablo de una responsabilidad ética –que existe–, sino más bien lógica. Es sabido el poder de influencia de las bandas sobre sus seguidores. Si ellas advirtieran –con firmeza– la decisión de no apoyar la utilización de bengalas, tendrían un gran efecto disuasivo sobre aquellos que los siguen”, asevera el joven.
Marcelo Tomás Cavaleiro, de 31 años, propone que el show “se debe detener o suspender momentáneamente a instancias de los propios músicos, y hasta tanto el personal de seguridad saque a la o las personas que prendieron bengalas. De esta forma se empezará a concientizar a la gente”, dice.
Las extensivas manifestaciones respecto del uso o no de bengalas, vertidas como si fueran testamentos públicos en foros y redes sociales, exponen razones que exceden el sentido común. Esto es lo que dejó escrito “rickyrock” en el fororengo: “Estoy a favor de las bengalas. Tengo 28 años y hace más de diez que voy a recitales. Las bengalas antes de Cromañón eran una cosa y después son otras. Yo perdí dos familiares ahí, y cuando veo una bengala se me eriza la piel de la emoción. Porque digo: a mi hermano esto le encantaba y ya que él no está yo lo voy a disfrutar el doble. Espero que me entiendan. Las bengalas son parte del rock”.
Una cultura asesina y triste en dos ámbitos donde hay mucha pasión. La música y el fútbol generan admiración, belleza, fervor y alegría. También tristeza, muerte y desidia. Para aquellos que perdieron algún ser querido en un recital o en una cancha no hay explicación posible. No se trata del folklore. La violencia debe ser castigada. Llegó el momento.
Informe: Leandro Filozof y Bruno Lazzaro
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Opinión
“El rock no se hizo cargo de Cromañón”
Por José Iglesias, padre de una víctima de Cromañón y abogado
Hay una escandalosa complicidad del rock con actitudes criminales, y esto no debería suceder. La supuesta fiesta de las bengalas nació en el rock, ocurrió en Cromañón y el rock no lo asumió. Hay un silencio cómplice que permite que sigan sucediendo estas cosas. Nadie se hace cargo de Cromañón, salvo excepciones como los que salieron a hablar en su momento: Catupecu Machu y Andrés Ciro Martínez. Y no hablaron porque quedaban mal. Pero los músicos no se dan cuenta de que ejercen el rol de líderes y que una vez que la gente está adentro del lugar ellos también son responsables, porque tienen un micrófono para decir lo que quieran. Y no es, como dijo el Indio Solari, “el traslado del deber policial a los organizadores”: es un hipócrita. La banda tiene un control, y si no lo ve así, que no pase a buscar la recaudación una vez finalizado el show. Lo que pasa es que los que mueren son los espectadores o los de seguridad. No los músicos. La realidad ya empezó a interpelarlos y está bien que así sea. Acaba de morirse un chico. Las bandas tienen que tener una actitud clara y no apelar a una seguridad barata. No hay que olvidarse que La Renga era el conjunto icónico de Callejeros, una banda mucho más bengalera. No puede ser que tengamos que tocarles el timbre a los rockeros para que se aviven. Si se clausuró la cancha de Vélez, ¿por qué no hacerlo en el rock? Ante una muerte como esta habría que parar la actividad. Es fácil decir que hay que educar al público. Pero eso lleva una generación.
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Nostalgias del humoPor Nicolás Agüero, impulsor de las bengalas en el rock
Creé el grupo de Facebook “Que las bengalas vuelvan a iluminar el cielo del rock” a fines del 2009, inspirado por el revuelo mediático en torno a Cromañón. Me da bronca que siempre nos excusemos con el hecho simple y no se haga lo que se debe hacer. La cuestión es mucho más profunda de lo que parece: no es un fuego de artificio lo que terminó con la vida de tantas personas, sino la ignorancia de un individuo carente de cordura y educación. Se deberían tomar medidas de control y organización extremas. Soy un fanático de la música. Cada concierto al que voy me llena de orgullo y emoción. El público argentino, a diferencia de otros, forma parte del espectáculo, es un público especial, esto no es sólo dicho por mí, sino por muchos músicos no sólo nacionales. “Juguetes perdidos” sin bengalas no va a ser lo mismo. Lamentablemente, no vamos a poder disfrutar más de ese paisaje emocionante y hermoso porque siempre la vida está ante todo y estamos muy lejos de darle la solución que corresponde.
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“Se asocia la fiesta con el daño”
Por Jorge Elbaum, sociólogo, investigador en Ciencias Sociales y profesor de la UBA
Hay algo de la llamada cultura del “aguante” que es muy poco cuidadosa del otro. Tiene algo bastante destructivo y autodestructivo donde se liga mucho la fiesta con el daño. Se expresa en los estadios de fútbol, en los recitales, en cierta cultura juvenil. Después, hay un tema específico de época: contamos con una generación de actores que hoy son jóvenes ligados a los sectores populares que han crecido tuteándose con la violencia. Una violencia emanada básicamente de las organizaciones de Estado y de la policía. Han nacido en los ’90, en sociedades que eran muy poco respetuosas de la ciudadanía, de la convivencia y del vínculo pacífico con el otro. Muy emparentadas, al mismo tiempo, con la lógica menemista de la competencia furiosa, el egoísmo y la situación del éxito (ficticio) como lugar de llegada brutal, obvio y necesario. Un tercer elemento es la dificultad de la sociedad argentina para lograr que los organismos de seguridad cumplan con su trabajo. Tenemos organismos mucho más ligados al negocio propio que a velar por la seguridad colectiva. Más allá de que se están haciendo cosas muy importantes para cambiar eso, el eco que queda de una fuerza de seguridad formada en la dictadura todavía tiene una lamentable expresión en la corrupción policial: permiten cualquier cosa porque están más preocupados en hacer negocios. Un cuarto elemento específico es que las microsociedades juveniles no tienen sanción moral para los más zarpados. Hay mucha dificultad para construir lazos de autoseguridad: que el propio pueblo cuide de sí mismo. No se valoriza la música ni el arte; en su lugar, se los hace limítrofes con cosas que hacen daño.
Esto de culpar al Estado nacional, no al provincial o al municipal, es una imbecilidad. Es ver quién gana dos moneditas a costa de la tragedia. Si uno es riguroso, la vida y muerte de los sujetos es responsabilidad de la sociedad, del Estado, de los medios, del sistema de seguridad. Hay que tomar conciencia de que es un tema de todos. La pregunta es cómo se resuelve: si a los tiros, con bengalas, o al revés, con cuidado mutuo, concientización, educación y laburo con las nuevas generaciones.
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“Yo estuve el día que mataron a Basile”
Por Luis Pintos, ex médico de Boca
Ese día estaba ahí. Recién salíamos del vestuario con los jugadores, apenas salimos del túnel y pisamos la cancha, me cayó una bengala al lado del pie. Nunca había visto algo así. El ruido fue tremendo. Estaba junto al “Chueco” Abel Alves (defensor de Boca) y nos miramos sorprendidos. Seguimos caminando hasta el banco de suplentes y cuando nos sentamos, vimos que pasaban las bengalas, desde la hinchada de Boca a la de Racing. Y en una de esas se produjo un silencio increíble. Sabíamos que algo distinto había pasado. Nosotros habíamos visto cómo pasaban las bengalas de un lugar a otro antes de iniciarse el partido. Al lado mío, cuando me senté en el banco, había un policía y en ese momento lo llaman por la radio y le dicen que había pasado algo grave. Me acuerdo que el árbitro Teodoro Nitti, que estaba siendo masajeado por nuestro masajista en su vestuario, cuando salió a la cancha dijo que no iba a suspender el partido, que si no era peor. Se jugó igual. Es algo que hay que prohibir.
En el autódromo Roberto Mouras, de La Plata, La Renga tocaba el tema “Canibalismo galáctico” cuando un potente haz de luz surcó el campo ritualizado del rock e impactó en el cuello de Miguel Ramírez. Era una bengala destinada a extasiar al público más fervoroso del mundo. Aquel que, al igual que un hombre que tropieza dos veces con la misma piedra, se mata a sí mismo.
Ramírez estuvo en un coma profundo durante nueve días, hasta que falleció en el Hospital Alejandro Korn de Melchor Romero, el lunes 9 de mayo. Tenía 32 años, dos hijos y una esposa embarazada de siete meses.
Las 194 personas muertas en Cromañón el 30 de diciembre de 2004 parecieran no ser suficiente para explicar la sinrazón de una cultura asesina, que no sólo se predispone a vivir el riesgo –aun al aire libre– durante un recital de rock, sino también en cualquier cancha y categoría del fútbol doméstico.
El mismo lunes 9, ocho horas después de que los medios de comunicación anunciaran el deceso de Ramírez, la televisión mostraba al público de Vélez en el estadio José Amalfitani bajo un denso humo de bengalas y cohetes “tres tiros”. Festejaban la victoria por 2 a 0 frente a Banfield, que los dejaba punteros y a cuatro puntos de su perseguidor inmediato en el campeonato de primera división. Mientras tanto, nuevas noticias de más bengalas prendidas llegaban desde San Juan. Alumnos de quinto año de la escuela secundaria de comercio Libertador General San Martín prendieron bengalas para festejar que tenían camperas nuevas de egresados. Pero terminaron empañando la jornada: le lastimaron el ojo a un compañero y se quemaron varias de esas prendas. “Lo que queríamos era festejar”, se excusó uno de los alumnos. “Una bengala es lo más común del mundo, en todas partes las prenden y nadie lo hace para lastimar.”
El Código Contravencional que prohíbe el ingreso de bengalas a recintos cerrados en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ya estaba vigente desde antes que ocurriera la tragedia de Cromañón. La contravención conlleva multas para el que ingrese bengalas a un lugar cerrado y clausuras para el dueño. Además existe una legislación sobre armas y explosivos que restringe su uso, ya que las bengalas entran en la categoría de explosivos.
La falta de memoria no es nueva en la Argentina. Y si bien las leyes provinciales difieren una de las otras, la sobrecarga de insensatez ante esta problemática que incluye a personas de toda clase y a 196 muertos relacionados con bengalas en espectáculos musicales y deportivos, parece no tener fin.
Ante estos hechos, Veintitrés planteó a las bandas de rock la pregunta: ¿Cómo solucionar este problema? ¿Estaría de acuerdo con interrumpir un show en caso de que alguien del público prendiera una bengala?
Mariano Botti, manager de la banda El Bordo, apoyó la iniciativa. “Si la pregunta es puntualmente si estamos dispuestos a parar un show si prenden pirotecnia, sí lo estamos, más teniendo en cuenta lo sucedido con anterioridad. Y mucho más considerando que ese tipo de acciones evidentemente ponen en peligro al público”. En solidaridad con los músicos de La Renga, Botti pide hacer una aclaración: “Fui a ver a La Renga en otras oportunidades y los vi interrumpir shows porque prendieron pirotecnia”. Tal vez Botti haga referencia al recital que la banda de Mataderos dio en julio de 2005 en el estadio de Vélez. Allí un fan encendió una bengala y Chizzo (el cantante de la banda) interrumpió el show. “Por respeto no podemos permitir nunca más una bengala”, dijo esa vez. Seis años más tarde le pasaría algo parecido. En el autódromo de La Plata hubo tres tiros y bengalas. Pero la banda siguió tocando. Una vez terminado el show y enterados del hecho, los integrantes se acercaron a darle apoyo a la familia de Miguel. Y de inmediato decidieron suspender el recital previsto para el sábado 7 de mayo en Resistencia, Chaco.
Luis Lata, cantante de Mavirock, opina que son precisamente los grupos los que deben asumir su responsabilidad: “Nada vale más que la vida de un pibe. Creo que las bandas debemos ser más responsables. No hay que prender más bengalas. Pero tampoco hay que convertir esto en un ataque deliberado a las bandas y solistas independientes”.
El uso de bengalas no sólo es propiedad del rock y del fútbol. En los festivales de música electrónica Creamfields, el éxtasis también se potencia si entre los miles de jóvenes que saltan y bailan hay prendida una ráfaga de color que ilumine los rostros.
Sebastián Bianchini, de Árbol, cuenta que “cuando aparecía alguna bengala parábamos de tocar hasta que se apagara. En un show en Bahía Blanca, el escenario parecía venirse abajo. Paramos y vimos que se habían roto las vallas. Con la presión que hacía la gente, se movía el escenario. Se terminó haciendo un show con las luces encendidas y con un cordón de fans que separaba a la masa del escenario. Y estuvo todo bien”. Una actitud similar viene adoptando Divididos, una banda muy crítica de la cultura del aguante que desembarcó en el rock. En abril de 2009, su líder, Ricardo Mollo, paró un tema por la mitad durante un Quilmes Rock y le pidió al público que no prendiera más bengalas.
“Que se abstengan de su uso en mis conciertos si tomamos en cuenta los accidentes que pueden ocasionar”, escribió en un comunicado el Indio Solari. “El control en estas reuniones multitudinarias se hace prácticamente imposible (...) el público no concurre al estadio sino hasta un momento cercano al inicio del show y en tan corto tiempo, entonces, se torna muy difícil revisar exhaustivamente a los concurrentes”, explicó el Indio.
“En cada recital que hacemos en la ciudad de Buenos Aires, la productora que nos contrata (Fénix-Pop Art) nos hace firmar un papel a cada uno de los músicos en donde nos establecen la obligatoriedad de suspender o interrumpir el recital en caso de que haya una bengala prendida”, dice el manager de Ratones Paranoicos, Roberto Ricci.
El fútbol, también, tiene su lado mortal con las bengalas. La triste cultura de la pirotecnia hizo su presencia en el mundo de la pelota hace varios años y de manera trágica. Y aunque haya algunos despistados que intenten maquillarla como una especie de “folklore del fútbol”, la historia dice que hubo muertes cuando debió haber seguridad. Roberto Basile era un empleado del Banco Shaw y fanático de Racing. La noche del 3 de agosto de 1983 fue a la Bombonera para ver a su equipo jugar ante Boca. Se encontraba en la tribuna visitante junto a su novia. Desde la popular local partieron cuatro bengalas. La primera cayó en la boca del túnel xeneize (ver columna), la segunda y la tercera partieron sin rumbo, pero la cuarta se le incrustó en el cuello a Basile. Murió a los pocos minutos. De su boca y nariz salían humo y fuego. A tal punto que otra persona que intentó ayudarlo perdió un ojo por el fuego que emanaba del fallecido. Fue la primera víctima mortal debido a una bengala en un estadio. Sólo hubo dos condenados con penas de dos años de prisión en suspenso. En aquel entonces, el líder de la barra brava de Boca era el difunto José “El Abuelo” Barrita.
El caso del encuentro entre Vélez y Banfield del último lunes 9 marca una vez más las posibilidades de los hinchas para ingresar a los estadios con material explosivo y la supuesta complicidad de algunos dirigentes o la indiferencia de aquellos responsables de custodiar la seguridad de un espectáculo deportivo. Las bengalas se convierten en un arma que puede terminar con la vida del otro. No sucedió nada grave debido a que las bengalas salieron con destino incierto. Pero pudo pasar. Esos hinchas que las arrojaron fueron mostrados varias veces por televisión y ahora la Justicia intenta dar con ellos. La pirotecnia tiene el ingreso prohibido en los espectáculos en los estadios. Así lo indica la Ley del Deporte (llamada Ley De la Rúa, confeccionada por el ex presidente en 1985), que lleva el número 24.192, y que sufriera sus últimas modificaciones en 1993. En uno de sus artículos la normativa es precisa: “Se castiga con un mes a un año de prisión a quien portare un artefacto pirotécnico o bengalas. Se aplicará el máximo de la pena cuando los elementos lleguen encendidos”.
Una serie de allanamientos ordenados por la Justicia determinó la clausura del estadio en primera instancia: se investiga si las bengalas arrojadas durante el choque del lunes se encontraban adentro del complejo de Liniers antes de iniciarse el cotejo por la decimotercera fecha del Clausura. El material fue arrojado desde la popular local antes de que terminara el encuentro. Sucedió luego del primer gol del equipo de Ricardo Gareca, que marcara Fabián Cubero a los 37 minutos de la segunda etapa. El árbitro Néstor Pitana no detuvo el partido.
Desde la Asociación del Fútbol Argentino no hay órdenes de suspenderlos si se arrojan bengalas. “La orden de suspender un partido se da sólo si hay un hecho que afecta la seguridad de los jugadores, árbitros o cuerpo técnico y dentro de los perímetros del campo de juego, pero por arrojar bengalas en exclusividad, hasta el momento, no hay ninguna instrucción. Es que hasta ahora nunca se pensó a la bengala como un proyectil. No es un hecho que ocurra con frecuencia el de tirar bengalas, pero va a tener que estudiarse por todo lo que sucedió”, admitió ante Veintitrés el director de Formación Arbitral de la Asociación del Fútbol Argentino, Miguel Ángel Scime. El ex árbitro sostuvo que “hay orden, por ejemplo, de parar el partido cuando hay hechos de discriminación o gente trepada a los alambrados. El árbitro para el partido y si todo pasa, lo continúa, pero si ve que hay riesgo para los protagonistas tiene la facultad de suspenderlo”.
–¿Y en el caso de las bengalas?
–Si no corre riesgo alguien en concreto, no.
–¿En Vélez-Banfield se pensó que no había riesgo?
–Exacto.
El titular del Sindicato de Árbitros de la República Argentina (SADRA), Guillermo Marconi, dijo: “No hay nada reglamentado desde la AFA por las bengalas en sí mismas. Lo único que hay es si alguien incomoda en cuanto al juego. Ahí, el árbitro lo puede suspender. De hecho Pitana siguió jugando”.
Como muestra de que todo sigue bajo las normas acordadas, al juez no se lo sancionó y Scime explicó. “Hay sanción si el árbitro no cumple con las normas que salen desde la AFA, caso contrario no hay ningún tipo de reprimenda”, añadió. De hecho, las resoluciones deben tomarse en el Comité Ejecutivo de la AFA y quizá la próxima semana (se reúnen los martes por la noche) puede haber alguna modificación.
No es aislado el caso de Vélez. Se repitió en varias ocasiones: en el último Independiente-Boca, o en el Monumental el domingo 8 de mayo, cuando desde la tribuna de All Boys se arrojaron algunas bengalas.
La controversia entre los que quieren usar pirotecnia responsable y los que están en contra continúa en cientos de redes sociales y foros desde la fatídica noche de Cromañón. En el fororengo.com.ar se planteó la siguiente consigna: “¿Tienen que volver las bengalas en recitales de La Renga?”. Hoy, un 69 por ciento se manifiesta en contra de su uso. Pero antes del fatídico show, los que estaban a favor de usar pirotecnia en los recitales superaban a los que estaban en contra.
Maximiliano Maruri tiene 26 años, es de La Plata y fan de La Renga. Ante la consulta de Veintitrés, se mostró a favor de la medida de suspender el show si alguien prende una bengala. “Es responsabilidad de la banda hacerlo. No hablo de una responsabilidad ética –que existe–, sino más bien lógica. Es sabido el poder de influencia de las bandas sobre sus seguidores. Si ellas advirtieran –con firmeza– la decisión de no apoyar la utilización de bengalas, tendrían un gran efecto disuasivo sobre aquellos que los siguen”, asevera el joven.
Marcelo Tomás Cavaleiro, de 31 años, propone que el show “se debe detener o suspender momentáneamente a instancias de los propios músicos, y hasta tanto el personal de seguridad saque a la o las personas que prendieron bengalas. De esta forma se empezará a concientizar a la gente”, dice.
Las extensivas manifestaciones respecto del uso o no de bengalas, vertidas como si fueran testamentos públicos en foros y redes sociales, exponen razones que exceden el sentido común. Esto es lo que dejó escrito “rickyrock” en el fororengo: “Estoy a favor de las bengalas. Tengo 28 años y hace más de diez que voy a recitales. Las bengalas antes de Cromañón eran una cosa y después son otras. Yo perdí dos familiares ahí, y cuando veo una bengala se me eriza la piel de la emoción. Porque digo: a mi hermano esto le encantaba y ya que él no está yo lo voy a disfrutar el doble. Espero que me entiendan. Las bengalas son parte del rock”.
Una cultura asesina y triste en dos ámbitos donde hay mucha pasión. La música y el fútbol generan admiración, belleza, fervor y alegría. También tristeza, muerte y desidia. Para aquellos que perdieron algún ser querido en un recital o en una cancha no hay explicación posible. No se trata del folklore. La violencia debe ser castigada. Llegó el momento.
Informe: Leandro Filozof y Bruno Lazzaro
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Opinión
“El rock no se hizo cargo de Cromañón”
Por José Iglesias, padre de una víctima de Cromañón y abogado
Hay una escandalosa complicidad del rock con actitudes criminales, y esto no debería suceder. La supuesta fiesta de las bengalas nació en el rock, ocurrió en Cromañón y el rock no lo asumió. Hay un silencio cómplice que permite que sigan sucediendo estas cosas. Nadie se hace cargo de Cromañón, salvo excepciones como los que salieron a hablar en su momento: Catupecu Machu y Andrés Ciro Martínez. Y no hablaron porque quedaban mal. Pero los músicos no se dan cuenta de que ejercen el rol de líderes y que una vez que la gente está adentro del lugar ellos también son responsables, porque tienen un micrófono para decir lo que quieran. Y no es, como dijo el Indio Solari, “el traslado del deber policial a los organizadores”: es un hipócrita. La banda tiene un control, y si no lo ve así, que no pase a buscar la recaudación una vez finalizado el show. Lo que pasa es que los que mueren son los espectadores o los de seguridad. No los músicos. La realidad ya empezó a interpelarlos y está bien que así sea. Acaba de morirse un chico. Las bandas tienen que tener una actitud clara y no apelar a una seguridad barata. No hay que olvidarse que La Renga era el conjunto icónico de Callejeros, una banda mucho más bengalera. No puede ser que tengamos que tocarles el timbre a los rockeros para que se aviven. Si se clausuró la cancha de Vélez, ¿por qué no hacerlo en el rock? Ante una muerte como esta habría que parar la actividad. Es fácil decir que hay que educar al público. Pero eso lleva una generación.
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Nostalgias del humoPor Nicolás Agüero, impulsor de las bengalas en el rock
Creé el grupo de Facebook “Que las bengalas vuelvan a iluminar el cielo del rock” a fines del 2009, inspirado por el revuelo mediático en torno a Cromañón. Me da bronca que siempre nos excusemos con el hecho simple y no se haga lo que se debe hacer. La cuestión es mucho más profunda de lo que parece: no es un fuego de artificio lo que terminó con la vida de tantas personas, sino la ignorancia de un individuo carente de cordura y educación. Se deberían tomar medidas de control y organización extremas. Soy un fanático de la música. Cada concierto al que voy me llena de orgullo y emoción. El público argentino, a diferencia de otros, forma parte del espectáculo, es un público especial, esto no es sólo dicho por mí, sino por muchos músicos no sólo nacionales. “Juguetes perdidos” sin bengalas no va a ser lo mismo. Lamentablemente, no vamos a poder disfrutar más de ese paisaje emocionante y hermoso porque siempre la vida está ante todo y estamos muy lejos de darle la solución que corresponde.
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“Se asocia la fiesta con el daño”
Por Jorge Elbaum, sociólogo, investigador en Ciencias Sociales y profesor de la UBA
Hay algo de la llamada cultura del “aguante” que es muy poco cuidadosa del otro. Tiene algo bastante destructivo y autodestructivo donde se liga mucho la fiesta con el daño. Se expresa en los estadios de fútbol, en los recitales, en cierta cultura juvenil. Después, hay un tema específico de época: contamos con una generación de actores que hoy son jóvenes ligados a los sectores populares que han crecido tuteándose con la violencia. Una violencia emanada básicamente de las organizaciones de Estado y de la policía. Han nacido en los ’90, en sociedades que eran muy poco respetuosas de la ciudadanía, de la convivencia y del vínculo pacífico con el otro. Muy emparentadas, al mismo tiempo, con la lógica menemista de la competencia furiosa, el egoísmo y la situación del éxito (ficticio) como lugar de llegada brutal, obvio y necesario. Un tercer elemento es la dificultad de la sociedad argentina para lograr que los organismos de seguridad cumplan con su trabajo. Tenemos organismos mucho más ligados al negocio propio que a velar por la seguridad colectiva. Más allá de que se están haciendo cosas muy importantes para cambiar eso, el eco que queda de una fuerza de seguridad formada en la dictadura todavía tiene una lamentable expresión en la corrupción policial: permiten cualquier cosa porque están más preocupados en hacer negocios. Un cuarto elemento específico es que las microsociedades juveniles no tienen sanción moral para los más zarpados. Hay mucha dificultad para construir lazos de autoseguridad: que el propio pueblo cuide de sí mismo. No se valoriza la música ni el arte; en su lugar, se los hace limítrofes con cosas que hacen daño.
Esto de culpar al Estado nacional, no al provincial o al municipal, es una imbecilidad. Es ver quién gana dos moneditas a costa de la tragedia. Si uno es riguroso, la vida y muerte de los sujetos es responsabilidad de la sociedad, del Estado, de los medios, del sistema de seguridad. Hay que tomar conciencia de que es un tema de todos. La pregunta es cómo se resuelve: si a los tiros, con bengalas, o al revés, con cuidado mutuo, concientización, educación y laburo con las nuevas generaciones.
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“Yo estuve el día que mataron a Basile”
Por Luis Pintos, ex médico de Boca
Ese día estaba ahí. Recién salíamos del vestuario con los jugadores, apenas salimos del túnel y pisamos la cancha, me cayó una bengala al lado del pie. Nunca había visto algo así. El ruido fue tremendo. Estaba junto al “Chueco” Abel Alves (defensor de Boca) y nos miramos sorprendidos. Seguimos caminando hasta el banco de suplentes y cuando nos sentamos, vimos que pasaban las bengalas, desde la hinchada de Boca a la de Racing. Y en una de esas se produjo un silencio increíble. Sabíamos que algo distinto había pasado. Nosotros habíamos visto cómo pasaban las bengalas de un lugar a otro antes de iniciarse el partido. Al lado mío, cuando me senté en el banco, había un policía y en ese momento lo llaman por la radio y le dicen que había pasado algo grave. Me acuerdo que el árbitro Teodoro Nitti, que estaba siendo masajeado por nuestro masajista en su vestuario, cuando salió a la cancha dijo que no iba a suspender el partido, que si no era peor. Se jugó igual. Es algo que hay que prohibir.
Fuente: Revista Veintitres.
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