lunes, 4 de febrero de 2013

ESA OBSESION DE LAS DICTADURAS POR CONTROLAR LAS PASIONES POPULARES

La compleja relación entre política y deporte. Se estrenó Mundialito, una película documental que indaga en el lado oscuro de la Copa de Oro que reunió a las selecciones nacionales ganadoras de la Copa Mundial de fútbol, disputada en Montevideo en diciembre de 1980.
 
Por: Juan Pablo Cinelli                        
 
El estreno del documental Mundialito vuelve a traer a escena un tema que, por olvidado, merece ser puesto en palabras una vez más. Se trata de regresar a aquel torneo organizado en Uruguay en 1980 para conmemorar las bodas de oro del primero de todos los mundiales de fútbol, también disputado en ese país y ganado por el anfitrión. Sucede que en ese momento, Uruguay, como el resto de Latinoamérica, estaba gobernado por un régimen militar que ese mismo año pretendía legitimarse a través de un plebiscito. Se trata del viejo cruce entre política y deporte, que desde siempre genera un espacio rico en términos de análisis. Es que el deporte constituye uno de los fenómenos de multitudes más antiguos. Para confirmarlo, basta recordar las olimpíadas griegas, los torneos medievales de caballeros o la pasión por el juego que profesaban Mayas y Aztecas en la América precolombina. Pero es en la historia moderna que los espectáculos deportivos se convierten en fabulosos movilizadores de masas. Y si de algo necesita la política es justamente de las masas, por eso no resulta extraño que a menudo utilice al deporte como instrumento de influencia sobre los individuos. Y el deporte -o sus organizaciones, también políticas- se deja utilizar.
En su novela Yo, Claudio, Robert Graves expone la forma en que ya los emperadores romanos utilizaban las competencias en el Coliseo o el hipódromo para amansar al pueblo descontento. Pero será el siglo XX el que dará los ejemplos más macabros. Surge la figura de Mussolini, entrando al vestuario en el entretiempo de la final del Mundial de 1934, organizado en Italia en el apogeo del fascismo, para amenazar de muerte a los jugadores de su selección si no ganaban la copa (y la ganaron). O el canto a la gloria de la raza aria en que Hitler transformó los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936. Leni Riefenstahl retrató con grandilocuencia esa épica perversa, en su innovadora película Olympia. O el modo en que el último régimen militar en nuestro país manipuló la organización del Mundial '78, para mostrar al mundo que los argentinos éramos "derechos y humanos", mientras bajo el mismo cielo se masacraba a una generación. Por cierto: el Mundial también lo ganamos.
En concordancia con esos ejemplos, la dictadura que entre 1973 y 1984 gobernó al Paisito tuvo su Mundialito, con el que intentó aprovechar esa simbiosis. Dirigido por Sebastián Bednarik, Mundialito busca anudar los hilos sueltos que cuelgan bajo este hecho poco visitado de la historia uruguaya. A partir de una grilla de entrevistados que ostentan el derecho de contar el cuento en primera persona -desde Víctor Hugo Morales, el entonces presidente de la FIFA Joao Havelange o los ex presidentes uruguayos Jorge Batlle y Julio María Sanguinetti, hasta varios de los jugadores que integraron aquel seleccionado, y el actual primer mandatario del Uruguay, José Mujica-, el documental busca volver evidente lo ensombrecido. Aquellos puntos de contacto entre las pretensiones de ese régimen cegado de confianza, que buscaba legitimarse mediante el voto, y ese torneo con el que la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), con ayuda de la FIFA -organización que siempre anda rozando los límites éticos (y muchas veces sospechada de traspasarlos)-, pretendía limpiar la deshonra de ni siquiera clasificar para el Mundial de la Argentina, celebrado dos años antes. Aunque los discursos de ambos lados pretenden desligarse, las líneas que los diferentes relatos van trazando tienden a confluir en el nodo de sus intereses comunes. Porque, organizados con un mes de diferencia, el plebiscito (realizado el 30 de noviembre de 1980) y la Copa de Oro (nombre oficial de este campeonato que enfrentó a los países campeones del mundo, y se jugó entre el 30 de diciembre y el 10 de enero del año siguiente) estuvieron ligados de manera inevitable. La dictadura perdió el plebiscito pero Uruguay ganó su Copa de Oro, y el festejo previsto por pocos se transformó en fiesta de todos. Con una realización clásica que gana potencia con las declaraciones de sus entrevistados, con buen material de archivo (un Maradona veinteañero se queja de lo mal que lo trataron en Uruguay), y el imán que siempre tiene el fútbol (para quienes gusten de él), Mundialito ofrece mucho. En principio luz, para aclarar 30 años de sombra. <
 
Fuente: Tiempo Argentino.

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