El ministro de la Corte Suprema Eduardo Zaffaroni, denuncia la existencia de una criminología mediática. De Blumberg al Indoamericano, la puja entre dos modelos de Estado.
Por Franco Mizrahi.
El despacho del ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Raúl Eugenio Zaffaroni, colapsa de personas que lo buscan para entrevistarlo o felicitarlo. En ambos casos, la excusa es la misma: escuchar las reflexiones del “Maradona de la Justicia”, como lo describió Víctor Hugo Morales durante la presentación de su libro La palabra de los muertos. Conferencias de criminología cautelar. Allí, Zaffaroni explica que, detrás del debate por la seguridad, se esconde una puja entre dos modelos de Estado: el modelo social y el modelo gendarme. “Hoy existe una criminología mediática, que construye una realidad sobre la violencia y el delito, entre otras cuestiones –explica el ministro a Veintitrés–. Y llegué a la conclusión de que, en ese devenir, la criminología pasó por alto que los genocidios son, al fin de cuentas, homicidios.”
–Una tarea, justamente, llevada adelante por los Estados...
–Por el poder punitivo –las policías o los ejércitos en función represiva– que tendría por función específica la prevención del homicidio. Este poder, que maneja el Estado, mata cuando se nos escapa. Por eso, es necesaria una criminología cautelar, que contenga al poder punitivo.
–Tituló su libro La palabra de los muertos. ¿Cuáles serían las de los argentinos?
–En la Argentina tuvimos 30 mil muertos que nos hablaron. También ejecuciones sin proceso, casos aislados de tortura que aún hoy pueden darse, balas perdidas, testigos que desaparecieron. Por supuesto que no es un fenómeno del subdesarrollo latinoamericano. Las barbaridades más grandes las hicieron o protagonizaron los del “centro”.
–En este esquema, ¿cuál sería el beneficio de contar con una criminología cautelar?
–Permitiría contar con un poder jurídico de contención, capaz de detener el ejercicio del poder punitivo en forma discrecional y de develar la instigación de un mundo paranoico por parte de la criminología mediática. Todo esto exigiría tener un cuadro de diagnóstico de la dinámica de la violencia, necesario para desarrollar un programa y usar el presupuesto de la mejor manera posible.
–Durante la presentación de su libro, expresó que la criminología mediática esconde un conflicto de intereses.
–Sí, esconde un conflicto entre dos modelos de Estado. Un modelo de Estado social, al estilo de Roosevelt, que genera un Estado providente. Y un modelo de Estado similar al de Reagan-Bush, gendarme, que se dedica a mantener a raya a los que están afuera. Esto es lo que hay en el fondo.
–¿Es una batalla que percibe en la Argentina?
–Sí. Y en toda América latina. En líneas generales, cuando hay un gobierno constitucional que está en consonancia con los intereses de las grandes corporaciones, la criminología mediática está contenida y avanza sobre la idea de hacer lo correcto frente a la degeneración de “los otros”. En cambio, si existe un gobierno con mayor apertura e inclusión, la criminología mediática choca contra él. Cuando las corporaciones no encuentran el eco deseado en las fuerzas políticas, hay un elemento que la criminología mediática saca a relucir: la antipolítica, prolegómeno de un golpe de Estado.
–Algo que ya sucedió en nuestro país.
–Sí, durante la dictadura se señalaba que había orden. En el período alfonsinista, que tuvo algunos empujes sociales, apareció una criminología mediática tremenda con Bernardo Neustadt, Canal 9, José de Zer. Durante los gobiernos de Carlos Menem, a los “degenerados” se los tuvo contenidos para luego exponer a los que pedían “que se vayan todos”. El 2003, con una impronta política nuevamente preocupada por lo social, la criminología mediática hizo su aparición, una vez más.
–¿Quiénes la aplican hoy en día?
–Las grandes corporaciones mediáticas tienen vinculaciones con otras corporaciones económicas, compartiendo los mismos intereses. Un caso paradigmático de la criminología mediática es el fenómeno Blumberg, de víctima-héroe. Una víctima con capacidad de generar empatía y condiciones histriónicas, a la que le hacen decir cosas que un comunicador no podría pero que a la víctima no le revierten por la crueldad que implicaría ese gesto. Así se la coloca en el centro de la escena. El problema es que a la víctima-héroe seleccionada se le van juntando cada vez más sentimientos en la etapa de acumulación de culpa y eso le lleva a decir cada vez cosas más inaceptables. Hasta que no sirve más y los medios la descartan porque no es tolerable. No les importa el daño psíquico que eso provoca. Es muy cruel la fabricación de la víctima-héroe. En el caso Blumberg, el Congreso se doblegó a esa criminología mediática.
–Ante este escenario, ¿observa que el gobierno actual intenta cambiar ese paradigma de seguridad?
–Hoy se dispone de múltiples medios, por ejemplo, para contener a una multitud sin hacer uso de armas de fuego. Usar armas de fuego para disolver a una multitud es un error técnico o, directamente, una locura. Y el hecho de no reprimir la protesta social no sé si es un cambio de paradigma, es más bien una táctica sobre cosas puntuales.
–En la toma del Parque Indoamericano, ¿chocaron dos modelos políticos para resolver un conflicto social?
–No se si se trató de dos modelos en pugna. Se estaba tratando de que alguien cargue con un muerto. Yo lo interpreto así. Una táctica policial es tirar cadáveres. Todos sabemos que en política una de las peores cosas que te puede pasar es que te tiren un cadáver. Un riesgo que muy hábilmente Néstor Kirchner nunca permitió. Pensemos en Eduardo Duhalde. Son formas de desestabilización. Creo, sinceramente, que Kirchner murió muy preocupado por el caso de Mariano Ferreyra.
–Desde la Justicia, ese caso no se interpreta como producto del accionar del aparato estatal.
–Bueno, a veces se generan estructuras de poder paraestatales, aunque no puedo abrir juicio porque el caso, en algún momento, podría llegar a la Corte Suprema.
–¿Pero considera que melló la salud del ex presidente?
–Creo que sí. Kirchner prefirió cargar con el desgaste del conflicto y de la protesta, aunque haya sido exagerada, y no con un muerto. Esa es una regla política sanísima.
–Usted hizo mención a la existencia de una criminología militante. ¿A qué se refiere con ese término?
–Hoy, en el fondo, está en discusión el modelo de Estado. El Estado social puede fracasar pero el gendarme irremisiblemente termina mal porque está conteniendo toda una exclusión social que un día se cansa y reacciona, con niveles de violencia que aumentan y que pueden derivar en una masacre. En ese sentido, no podemos quedarnos quietos y satisfechos con una criminología que discutimos en la universidad. Tenemos que salir a explicársela a la gente.
–¿La pelea contra la construcción del discurso mediático tiene que darse desde los medios?
–No puede haber otra forma. El nivel de lucha es el mediático. Si mediáticamente dicen algo, tenemos que responder en el mismo escenario.
–¿Esa estrategia se ve limitada por la concentración mediática?
–Más o menos. Eso afecta, pero no me olvido de algo que dijo Juan Domingo Perón: “Cuando tenía todos los medios a mi favor, me derrocaron”. Y después, con todos los medios en contra, ganó la elección. Por eso sostengo que la cuestión de la concentración mediática es relativa. Es un poder. Pero tenemos que evitar caer en una exageración del tipo de Jean Baudrillard, quien postulaba que no existe nada y que todo es construcción. Porque, ojo, existen los cadáveres, no son construidos. Esa es una realidad que, en determinados momentos, la gente siempre olfatea. Hoy hay grandes cadenas, Internet, medios más chicos, puede haber oligopolios, hay medios extranjeros. El mundo globalizado tiene sus contradicciones internas. Ningún poder es macizo. La comunicación se va pluralizando, la información se va abaratando. En el futuro, la lucha va a ser por el saber y el saber hoy tiene muchas fuentes de acceso. Es un cambio y las consecuencias aún no las conocemos del todo.
–El representante de la SIP visitó nuestro país y planteó su preocupación por la falta de libertad de expresión. ¿Coincide con su punto de vista?
–Leo los diarios, veo que se dicen barbaridades e incluso podríamos tener injurias, contrainjurias y estar llenos de querellas. Pero eso no sucede. Y es más, nunca viví una época en la que se digan tantas cosas. Cada uno dice lo que tiene ganas de decir.
–Usted dijo que su libro tenía dos objetivos: uno académico y otro político social. ¿La realidad local motorizó su escritura?
–Sí, efectivamente influyó la realidad argentina y latinoamericana. La situación es muy grave como para que desperdiciemos esta oportunidad en el continente y no nos demos cuenta de lo que está en juego. A veces los políticos no lo tienen claro. Y hay que salir a decirlo. No nos podemos quedar en la discusión críptica, que nadie entiende. Hoy se nos exige otra cosa.
–Una tarea, justamente, llevada adelante por los Estados...
–Por el poder punitivo –las policías o los ejércitos en función represiva– que tendría por función específica la prevención del homicidio. Este poder, que maneja el Estado, mata cuando se nos escapa. Por eso, es necesaria una criminología cautelar, que contenga al poder punitivo.
–Tituló su libro La palabra de los muertos. ¿Cuáles serían las de los argentinos?
–En la Argentina tuvimos 30 mil muertos que nos hablaron. También ejecuciones sin proceso, casos aislados de tortura que aún hoy pueden darse, balas perdidas, testigos que desaparecieron. Por supuesto que no es un fenómeno del subdesarrollo latinoamericano. Las barbaridades más grandes las hicieron o protagonizaron los del “centro”.
–En este esquema, ¿cuál sería el beneficio de contar con una criminología cautelar?
–Permitiría contar con un poder jurídico de contención, capaz de detener el ejercicio del poder punitivo en forma discrecional y de develar la instigación de un mundo paranoico por parte de la criminología mediática. Todo esto exigiría tener un cuadro de diagnóstico de la dinámica de la violencia, necesario para desarrollar un programa y usar el presupuesto de la mejor manera posible.
–Durante la presentación de su libro, expresó que la criminología mediática esconde un conflicto de intereses.
–Sí, esconde un conflicto entre dos modelos de Estado. Un modelo de Estado social, al estilo de Roosevelt, que genera un Estado providente. Y un modelo de Estado similar al de Reagan-Bush, gendarme, que se dedica a mantener a raya a los que están afuera. Esto es lo que hay en el fondo.
–¿Es una batalla que percibe en la Argentina?
–Sí. Y en toda América latina. En líneas generales, cuando hay un gobierno constitucional que está en consonancia con los intereses de las grandes corporaciones, la criminología mediática está contenida y avanza sobre la idea de hacer lo correcto frente a la degeneración de “los otros”. En cambio, si existe un gobierno con mayor apertura e inclusión, la criminología mediática choca contra él. Cuando las corporaciones no encuentran el eco deseado en las fuerzas políticas, hay un elemento que la criminología mediática saca a relucir: la antipolítica, prolegómeno de un golpe de Estado.
–Algo que ya sucedió en nuestro país.
–Sí, durante la dictadura se señalaba que había orden. En el período alfonsinista, que tuvo algunos empujes sociales, apareció una criminología mediática tremenda con Bernardo Neustadt, Canal 9, José de Zer. Durante los gobiernos de Carlos Menem, a los “degenerados” se los tuvo contenidos para luego exponer a los que pedían “que se vayan todos”. El 2003, con una impronta política nuevamente preocupada por lo social, la criminología mediática hizo su aparición, una vez más.
–¿Quiénes la aplican hoy en día?
–Las grandes corporaciones mediáticas tienen vinculaciones con otras corporaciones económicas, compartiendo los mismos intereses. Un caso paradigmático de la criminología mediática es el fenómeno Blumberg, de víctima-héroe. Una víctima con capacidad de generar empatía y condiciones histriónicas, a la que le hacen decir cosas que un comunicador no podría pero que a la víctima no le revierten por la crueldad que implicaría ese gesto. Así se la coloca en el centro de la escena. El problema es que a la víctima-héroe seleccionada se le van juntando cada vez más sentimientos en la etapa de acumulación de culpa y eso le lleva a decir cada vez cosas más inaceptables. Hasta que no sirve más y los medios la descartan porque no es tolerable. No les importa el daño psíquico que eso provoca. Es muy cruel la fabricación de la víctima-héroe. En el caso Blumberg, el Congreso se doblegó a esa criminología mediática.
–Ante este escenario, ¿observa que el gobierno actual intenta cambiar ese paradigma de seguridad?
–Hoy se dispone de múltiples medios, por ejemplo, para contener a una multitud sin hacer uso de armas de fuego. Usar armas de fuego para disolver a una multitud es un error técnico o, directamente, una locura. Y el hecho de no reprimir la protesta social no sé si es un cambio de paradigma, es más bien una táctica sobre cosas puntuales.
–En la toma del Parque Indoamericano, ¿chocaron dos modelos políticos para resolver un conflicto social?
–No se si se trató de dos modelos en pugna. Se estaba tratando de que alguien cargue con un muerto. Yo lo interpreto así. Una táctica policial es tirar cadáveres. Todos sabemos que en política una de las peores cosas que te puede pasar es que te tiren un cadáver. Un riesgo que muy hábilmente Néstor Kirchner nunca permitió. Pensemos en Eduardo Duhalde. Son formas de desestabilización. Creo, sinceramente, que Kirchner murió muy preocupado por el caso de Mariano Ferreyra.
–Desde la Justicia, ese caso no se interpreta como producto del accionar del aparato estatal.
–Bueno, a veces se generan estructuras de poder paraestatales, aunque no puedo abrir juicio porque el caso, en algún momento, podría llegar a la Corte Suprema.
–¿Pero considera que melló la salud del ex presidente?
–Creo que sí. Kirchner prefirió cargar con el desgaste del conflicto y de la protesta, aunque haya sido exagerada, y no con un muerto. Esa es una regla política sanísima.
–Usted hizo mención a la existencia de una criminología militante. ¿A qué se refiere con ese término?
–Hoy, en el fondo, está en discusión el modelo de Estado. El Estado social puede fracasar pero el gendarme irremisiblemente termina mal porque está conteniendo toda una exclusión social que un día se cansa y reacciona, con niveles de violencia que aumentan y que pueden derivar en una masacre. En ese sentido, no podemos quedarnos quietos y satisfechos con una criminología que discutimos en la universidad. Tenemos que salir a explicársela a la gente.
–¿La pelea contra la construcción del discurso mediático tiene que darse desde los medios?
–No puede haber otra forma. El nivel de lucha es el mediático. Si mediáticamente dicen algo, tenemos que responder en el mismo escenario.
–¿Esa estrategia se ve limitada por la concentración mediática?
–Más o menos. Eso afecta, pero no me olvido de algo que dijo Juan Domingo Perón: “Cuando tenía todos los medios a mi favor, me derrocaron”. Y después, con todos los medios en contra, ganó la elección. Por eso sostengo que la cuestión de la concentración mediática es relativa. Es un poder. Pero tenemos que evitar caer en una exageración del tipo de Jean Baudrillard, quien postulaba que no existe nada y que todo es construcción. Porque, ojo, existen los cadáveres, no son construidos. Esa es una realidad que, en determinados momentos, la gente siempre olfatea. Hoy hay grandes cadenas, Internet, medios más chicos, puede haber oligopolios, hay medios extranjeros. El mundo globalizado tiene sus contradicciones internas. Ningún poder es macizo. La comunicación se va pluralizando, la información se va abaratando. En el futuro, la lucha va a ser por el saber y el saber hoy tiene muchas fuentes de acceso. Es un cambio y las consecuencias aún no las conocemos del todo.
–El representante de la SIP visitó nuestro país y planteó su preocupación por la falta de libertad de expresión. ¿Coincide con su punto de vista?
–Leo los diarios, veo que se dicen barbaridades e incluso podríamos tener injurias, contrainjurias y estar llenos de querellas. Pero eso no sucede. Y es más, nunca viví una época en la que se digan tantas cosas. Cada uno dice lo que tiene ganas de decir.
–Usted dijo que su libro tenía dos objetivos: uno académico y otro político social. ¿La realidad local motorizó su escritura?
–Sí, efectivamente influyó la realidad argentina y latinoamericana. La situación es muy grave como para que desperdiciemos esta oportunidad en el continente y no nos demos cuenta de lo que está en juego. A veces los políticos no lo tienen claro. Y hay que salir a decirlo. No nos podemos quedar en la discusión críptica, que nadie entiende. Hoy se nos exige otra cosa.
Fuente: Revista Veintitres
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