Por Diego Marinelli
Su aporte revolucionó a buena parte de la cultura pop y nutre al imaginario cinematográfico contemporáneo.
Antes de Stan Lee las cosas eran blancas o negras. Antes de que este hijo de inmigrantes judíos, nacido en Brooklyn en el invierno de 1922, irrumpiera en el universo de las historietas, los buenos eran buenísimos y los malos recontra-malos. Lo que hizo Stan Lee fue poner los matices que faltaban en el medio, darle complejidad a la psicología del género. En el camino no solamente se cubrió de millones de dólares, sino que revolucionó por completo a una buena porción de la cultura pop y dio vida a varios de los personajes que dominan el imaginario cinematográfico de los comienzos del siglo XXI.
Su panteón de creaciones está integrado por héroes como el Hombre Araña, los 4 Fantásticos, Hulk, Iron Man, Thor y los X-Men, por sólo nombrar a los más conocidos por el gran público. Los “nerds” de las historietas saben que son más, muchos más, los personajes surgidos de la factoría de Stan Lee, quien acaba de cumplir 90 años mientras saborea el momento de mayor gloria de su obra. Es que, aunque haya sido una especie de rey Midas del cómic durante la segunda mitad del siglo XX y vendido cientos de miles de revistas de su editorial Marvel, fue durante estos últimos años cuando su obra se transformó en un fenómeno de alcance global. Fundamentalmente, desde que Hollywood descubrió el filón de las películas de superhéroes y estableció con ellas el género cinematográfico más rentable.
Digno vástago de la ebullición urbana y multicultural de Nueva York, Stan Lee se incorporó a la redacción de la editorial Timely Productions en los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos grandes historietistas –como Jack Kirby, creador del Capitán América– habían sido reclutados por el ejército estadounidense para combatir en Europa. Eso hizo que se abrieran las puertas para creadores jóvenes que mantuvieran en activo a la industria de la historieta, cuyos héroes jugaban un rol fundamental en la propaganda bélica. En ese contexto, con apenas 19 años, Stan Lee se convirtió en guionista y editor de una editorial mayor, donde (antes de ser llamado él también a filas) demostró que tenía un don particular para crear historias y personajes fantásticos.
Al igual que tipos como Hugh Hefner –que produjo otra gran revolución cultural con su revista Playboy–, Stan Lee quedó marcado por la guerra y la barbarie nazi. Ambos pertenecen a la generación que irrumpió en la industria editorial tras el final del conflicto, con la certeza de que la Humanidad había cambiado para siempre, que había perdido mucha de la inocencia y la confianza en sí misma que tenía en el pasado. Y ese cambio de percepción sería, precisamente, el que conectaría de forma los relatos de Stan Lee con un nuevo tipo de lectores.
Hasta entonces, los grandes héroes del comic estaban representados por íconos como Superman y Batman: personajes intachables, de moral inquebrantable, que se enfrentaban a villanos cuya maldad no presentaba ninguna clase de fisuras. Todo bien delimitado, como para que el público no tuviera dudas acerca de qué lado colocarse.
El elemento revolucionario que puso en juego Stan Lee fue incorporar la duda, los grises, en la psyche de los superhéroes. Sobre todo a partir de su periodo de madurez creativa, en la Marvel de los años 60, construyó una serie de héroes en conflicto consigo mismos y con sus poderes. Personajes que hubieran preferido muchas veces ser personas normales. Personajes emocionalmente frágiles, capaces de amar y odiar. Y al público todo eso le encantó.
Hulk es quizá el mejor ejemplo del tipo de héroe “estilo Stan Lee”: un prometedor científico que, por culpa de un accidente durante un experimento, se ve condenado a transformarse en un gigante verde cada vez que se cabrea porque alguien le toca bocina. Cuando no está arrebatado, Hulk se odia a sí mismo y a los destrozos que es capaz de producir. Si le dieran a elegir, preferiría toda la vida ser un oficinista detrás de un escritorio. Su condición de héroe no es una bendición sino una tragedia.
Ese es el molde psicológico y emocional que, con distintas variantes fantásticas, se replica en el Hombre Araña, los 4 Fantásticos, los X-Men, Daredevil y los demás personajes que Stan Lee creó durante los primeros años de la década de 1960 junto artistas como Bill Everett, Jack Kirby y Steve Ditko. Ellos hicieron estallar la bomba dentro del corazón de la cultura pop –la descomunal industria del comic estadounidense– y desde allí establecieron un universo narrativo que, sorprendentemente, ha cobrado una especial significancia en los inicios del siglo XXI.
Esa usina de la cultura global que tiene sede en Hollywood se ha vuelto adicta a las adaptaciones cinematográficas de los personajes de Marvel. Incluso las más recientes y taquilleras películas de Batman –un personaje que surgió de la archirrival editorial DC Comics- están basadas mayormente en–las historietas del “hombre murciélago” firmadas por Frank Miller, un autor que cristalizó en la década de 1980 la revolución iniciada por Stan Lee en los 60, culminando una nueva identidad de héroes problematizados y oscuros, incapaces de reconocer con claridad la diferencia entre el bien y el mal en una sociedad compleja y cargada de conflictos, cada vez más parecida a la real.
En 2009, Marvel fue adquirida por los estudios Disney por la escalofriante cifra de 4.000 millones de dólares, lo que le dio a la corporación del Ratón Mickey la potestad de controlar los casi 5.000 personajes de la editorial, entre ellos los creados por Stan Lee. Desde entonces, el hijo de aquella familia de inmigrantes disfruta de su propia versión del “sueño americano” haciendo “cameos” en todas las películas protagonizadas por sus personajes. En X-Men es un vendedor de panchos en la playa, en Los 4 fantásticos aparece de cartero y en Iron Man hace de… Hugh Hefner.
Su último proyecto fue conducir un reality de la TV estadounidense en el que tipos comunes se inventan identidades de superhéroes. Stan Lee es el presidente del jurado y, detrás de sus gafas tornasoladas, hace lo que hizo toda la vida: buscar el héroe escondido detrás de una persona normal.
Fuente: Clarin
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