El cineasta y ex piloto Enrique Piñeyro interpreta al dictador Pedro Eugenio Aramburu en la película Secuestro y muerte y critica muy fuerte a Montoneros.
Por Jorge Repiso
Enrique Piñeyro asegura que le apasionó interpretar a Pedro Eugenio Aramburu. El actor, director de cine y ex comandante de avión vivió, casi en tiempo real y en compañía de otros cuatro actores, el trayecto final del oscuro y nefasto personaje de la historia argentina. Secuestro y muerte, realizado por Rafael Filipelli, se interna en las últimas horas del general, desde su captura, pasando por su encierro, secuestro e interrogatorio, hasta su ejecución a manos de Montoneros. Piñeyro habló de la película y expuso su punto de vista crítico y particular respecto de aquel episodio. El film, abrió la edición 2010 del Bafici.
–¿Tuvo dudas de interpretar a Aramburu?
–No, me encantó hacerlo. Era un militar que desde un inicio se presentaba como un criminal importante. Aramburu se presenta como un individuo de conducta sobria, aséptica, católica y, a la vez, un tipo que desde la función pública profanó una tumba. ¿Cómo se explica esto? Es que se cometen crímenes pero por el superior interés de la Nación. Hay que entrar en una lógica de un tipo que se presenta como modelo de moral y la de dos jovencitos de veinte años provenientes de la derecha católica cuyo acto fundacional es pegarle un tiro a un anciano desarmado en un sótano.
–¿Usted no los diferencia?
–Los Montoneros lo juzgan en medio de esa parodia de tribunal popular por, entre otras cosas, haber profanado una tumba, y después ellos van y hacen lo mismo con su cadáver. Vivimos en un país donde se les ponen a las calles nombres de golpistas.
–Hablaba de la personalidad compleja del dictador...
–Bueno, a algunos delitos como el fusilamiento del general Valle los asumió con su firma, cosa que los maricones de la Junta no se animaron a hacer.
–¿Eso lo hace mejor que los militares del Proceso?
–En un punto sí, porque al dar la cara y asumir sus crímenes, lo hace sabiendo de la ilegalidad de sus actos. En ese sentido es una figura un poco más compleja que Videla, que posee un coeficiente intelectual bajísimo.
–Aramburu daba una imagen de político, en todo caso.
–Se teñía el pelo, hacía cosas raras, quería volver a ser presidente, verlo a Perón. Un tipo que ante un pedido de clemencia manda a contestar que está durmiendo es un retorcido. Arma un partido y se presenta en las elecciones que gana Arturo Illia. Sin duda, era un Massera más elaborado y con ambiciones políticas muy claras.
–¿Es cierto que utilizaron otros nombres en la ficción?
–Sí. debe haber sido una decisión del director, una elección estético política supongo. Claramente, hay un distanciamiento del personaje desde lo estético, comenzando por un bigote que Aramburu no tenía. Diría que es una reconstrucción bastante ajustada de los hechos, muy parecida a la de Eduardo Firmenich en la revista El Descamisado, personaje que es la contraimagen de un militar.
–Es muy crítico con Montoneros.
–Pensemos que es el acto fundacional de una agrupación que pretende la creación de un hombre nuevo pegándole un tiro a un viejo por algo que hizo quince años antes.
–¿Entonces?
–Fue bastante carroñera esa presentación. Si ellos mataban a un tipo como Juan Carlos Onganía, la ley los hubiera apoyado. ¿Por qué? Porque según la Constitución, uno puede levantarse ante quien subvirtió el orden constitucional. No estaban combatiendo a la tiranía de ese momento. Si hubiera que calificar penalmente, lo de Aramburu sería un homicidio agravado.
–Lo que dice no les va a gustar a muchos.
–Tanto ese asesinato como el bombardeo a la Plaza de Mayo son crímenes de lesa humanidad. ¿Qué les decimos a los descendientes de los muertos? En cambio, el delito de Montoneros prescribe. Habría que procesarlos si hubo concurso del Estado, cosa que se sospecha, ya que Firmenich entró más de sesenta veces al Ministerio del Interior.
–¿Tuvo dudas de interpretar a Aramburu?
–No, me encantó hacerlo. Era un militar que desde un inicio se presentaba como un criminal importante. Aramburu se presenta como un individuo de conducta sobria, aséptica, católica y, a la vez, un tipo que desde la función pública profanó una tumba. ¿Cómo se explica esto? Es que se cometen crímenes pero por el superior interés de la Nación. Hay que entrar en una lógica de un tipo que se presenta como modelo de moral y la de dos jovencitos de veinte años provenientes de la derecha católica cuyo acto fundacional es pegarle un tiro a un anciano desarmado en un sótano.
–¿Usted no los diferencia?
–Los Montoneros lo juzgan en medio de esa parodia de tribunal popular por, entre otras cosas, haber profanado una tumba, y después ellos van y hacen lo mismo con su cadáver. Vivimos en un país donde se les ponen a las calles nombres de golpistas.
–Hablaba de la personalidad compleja del dictador...
–Bueno, a algunos delitos como el fusilamiento del general Valle los asumió con su firma, cosa que los maricones de la Junta no se animaron a hacer.
–¿Eso lo hace mejor que los militares del Proceso?
–En un punto sí, porque al dar la cara y asumir sus crímenes, lo hace sabiendo de la ilegalidad de sus actos. En ese sentido es una figura un poco más compleja que Videla, que posee un coeficiente intelectual bajísimo.
–Aramburu daba una imagen de político, en todo caso.
–Se teñía el pelo, hacía cosas raras, quería volver a ser presidente, verlo a Perón. Un tipo que ante un pedido de clemencia manda a contestar que está durmiendo es un retorcido. Arma un partido y se presenta en las elecciones que gana Arturo Illia. Sin duda, era un Massera más elaborado y con ambiciones políticas muy claras.
–¿Es cierto que utilizaron otros nombres en la ficción?
–Sí. debe haber sido una decisión del director, una elección estético política supongo. Claramente, hay un distanciamiento del personaje desde lo estético, comenzando por un bigote que Aramburu no tenía. Diría que es una reconstrucción bastante ajustada de los hechos, muy parecida a la de Eduardo Firmenich en la revista El Descamisado, personaje que es la contraimagen de un militar.
–Es muy crítico con Montoneros.
–Pensemos que es el acto fundacional de una agrupación que pretende la creación de un hombre nuevo pegándole un tiro a un viejo por algo que hizo quince años antes.
–¿Entonces?
–Fue bastante carroñera esa presentación. Si ellos mataban a un tipo como Juan Carlos Onganía, la ley los hubiera apoyado. ¿Por qué? Porque según la Constitución, uno puede levantarse ante quien subvirtió el orden constitucional. No estaban combatiendo a la tiranía de ese momento. Si hubiera que calificar penalmente, lo de Aramburu sería un homicidio agravado.
–Lo que dice no les va a gustar a muchos.
–Tanto ese asesinato como el bombardeo a la Plaza de Mayo son crímenes de lesa humanidad. ¿Qué les decimos a los descendientes de los muertos? En cambio, el delito de Montoneros prescribe. Habría que procesarlos si hubo concurso del Estado, cosa que se sospecha, ya que Firmenich entró más de sesenta veces al Ministerio del Interior.
Fuente: Revista Veintitres.
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