miércoles, 1 de junio de 2011

HASTA QUE LA CAMA NOS SEPARE





Cada vez más parejas optan por no dormir juntos para conciliar mejor el sueño y despertar más felices.

Por Ana Laura Cleiman




Diana Romanelli y Luis Pugliese llevan más de 35 años juntos. Tienen dos hijos que ya no viven con ellos, una casa con jardín en el barrio de Villa Urquiza, un perro, un cuarto para los nietos y dos camas de plaza y media en el dormitorio principal. “Somos compañeros de vida, pero no de cama”, cuenta Diana, quien le propuso la idea a Luis después de años de patadas bajo las sábanas y desayunos malhumorados por el mal dormir.
A muchas parejas ni se les ocurre la idea de no compartir el colchón, pero la tendencia de que cada uno tenga su propio espacio para dormir es cada vez mayor. El motivo de la decisión, afirman, es para mejorar el ciclo de sueño individual y la preservación de la pareja. Los conflictos en la cama pueden surgir a causa de algún trastorno del sueño, como los insomnios y las apneas, o los ronquidos, las patadas y la eterna lucha por la sábana.
La médica neuróloga y directora del Centro de Medicina del Sueño Somnos, Mirta Averbuch, cuenta que “durante la noche, dos o tres veces rodamos sobre nuestro cuerpo, por lo que tenemos que tener lugar suficiente para movernos. El dormir con otra persona implica tener un espacio limitado; nos movemos, hasta que nos chocamos con el otro. Por eso, lo ideal sería que cada uno pudiese dormir en la cama más ancha posible”.

La importancia del buen descanso es vital.


Más aún si tenemos en cuenta que se trata de una actividad que, en promedio, ocupa el 33 por ciento de nuestra vida. El sólo cálculo asombra: un hombre de 70 habrá pasado más de 23 años durmiendo. Especialistas en medicina del sueño afirman que los motivos de consulta más frecuentes son los insomnios por dificultad en la conciliación o mantenimiento del sueño y la somnolencia diurna excesiva.
“En la Argentina, el 90 por ciento de las consultas de los útimos cinco años en población adulta son por insomnio y ronquido. El 10 por ciento restante se trata de terrores nocturnos, hablar dormido o sonambulismo”, cuenta el neurólogo Javier Domínguez, a cargo de la sección de medicina del sueño del hospital César Milstein, y agrega que “en nuestro país no hay una estadística. Pero si se extrapolan datos de Latinoamérica y el mundo, cerca del 70 por ciento de las personas han tenido o tienen alteraciones en el dormir”.
Pros y contras. En la actualidad, hay detectadas más de 84 enfermedades del sueño. Y está claro que éstas no sólo afectan a quien las padece, sino también al compañero de cama. Según la Organización Mundial de la Salud, el 45 por ciento de la población mundial ronca, y está comprobado que roncar afecta el humor y la salud de las parejas. Acerca de la modalidad de pareja cama single, no hay un consenso sobre si es una salida feliz al problema o un síntoma de conflicto en el vínculo.
“Una pareja es tal porque comparte e intima en distintos aspectos de su vida. El dormitorio y la cama es parte esencial, no sólo en la sexualidad sino en lo afectivo, pues nadie discute el valor de conciliar el sueño en los brazos de su pareja y despertar en la mañana en pleno contacto con él o ella. Pero hay situaciones que alejan a las parejas en forma involuntaria, como ronquidos, insomnios, piernas inquietas y sonambulismo, por citar algunos ejemplos. Hay combinaciones muy poco felices, donde ella padece de insomnio y él es roncador”, dice el doctor Claudio Aldaz, presidente de la Asociación Argentina de Medicina del Sueño.
Para el psicólogo Ricardo Levy “no es lo mismo que alguna noche uno duerma en otra cama porque no tolera las dificultades del otro, que tomar como medida definitiva la separación de camas o separación de cuartos, al punto de neutralizar todas las ventajas que puede suponer el dormir juntos. Yo miraría un poco más allá qué está pasando con esa pareja”.
Por su parte, Domínguez asegura que “a los 30 somos más adaptables. Por eso, trato de influir sobre todo en parejas grandes para que opten por habitaciones separadas”. Los ritmos del reloj biológico del sueño de cada persona no son iguales, existen diferencias térmicas e incluso preferencias incompatibles. A uno le puede gustar leer en la cama, mientras que el otro prefiere escuchar la radio. Uno disfruta de hacer zapping y dormirse con la televisión encendida, mientras que el otro necesita de la oscuridad y el silencio para conciliar el sueño. Domínguez se pregunta si es necesario dormir juntos para decirle al otro que lo amás y para mantener una relación. Y se contesta que no, que eso es un prejuicio: “Los cuartos distintos implica que uno siempre tenga la oportunidad de agarrar dos copas e ir a visitar a su pareja. Si la situación social y familiar da, tengamos dos habitaciones. Así, después de todo el día, cada uno decide qué quiere hacer, no somos simbióticos. La libertad de elegir cada noche se trata de juntar parejas, no de separar. La mayoría, al separar las camas desayunan más felices”.
Abervuch aporta un dato contundente: el 85 por ciento de las parejas con buen pasar económico donde alguno de los dos ronca, uno de ellos se va a dormir a otra habitación.

Más que un mito.


Aunque dormir sea un hecho privado de cada pareja, es verdad que esa intimidad está inevitablemente atravesada por la cultura y el imaginario social de cada época.
Tenemos que vivir en la misma casa / dormir en camas separadas / hasta que nuestros hijos crezcan / y cada uno pueda seguir su camino. El brasileño Nelson Ned cantaba el tema Dormir en camas separadas en los ’70. La letra de la canción refleja la idea de que el no dormir juntos implica un conflicto en la pareja. Pero en la actualidad, muchos especialistas y quienes optan por esta modalidad, no lo ven como un indicador de ruptura sino lo contrario. En esa misma década, el dormir cobró importancia como objeto de estudio médico. De hecho, la primera reunión internacional de medicina del sueño se hizo en 1972. Preocuparse por este tema, dentro de la historia de la humanidad, es ayer. Ya que recién en los albores de los ’90 empieza a tener relevancia mundial. “Todo es nuevo, lo que no significa que sea una moda. Hay una parte de la medicina que no la veía correctamente”, cuenta Domínguez.
El cine de los ’50 inundó las pantallas de parejas sin colchón común. Doris Day y Rock Hudson dormían en cuartos separados. Lo cual era una garantía de que el sexo sería programado, cuando el hombre –súper macho– se acercara a la mujer y le sacara el camisón. Ya entonces, Hollywood no mostraba otra de las realidades que se vivían: Hudson era homosexual y su muerte fue una de las primeras identificadas a causa del sida.
Pero la cama compartida tiene un inicio en la historia y coincide con el advenimiento de la industria, cuando las casas se achicaron y fue necesario optimizar los espacios. En la actualidad, la Asociación Nacional de Constructores de Casas de Estados Unidos asegura que para el año 2015 el 60 por ciento de los hogares que se construyan tendrán dos habitaciones principales. El psicólogo Ricardo Levy entiende este fenómeno diferenciándolo en nuestra cultura: “En Estados Unidos, cuanto antes se despeguen, cuanto antes se saquen de encima unos a otros, mejor se llevan. Pero los argentinos, somos diferentes. Acá, es más común que la cama sea compartida por más de dos, incluyendo mascotas e hijos, y no tanto las camas individuales en un matrimonio. Acá, cuánto más juntos, más pegoteados y más agarrados estemos, mejor”.

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