En esta entrevista, el investigador Norberto Fernández Lamarra describe cómo inciden las desigualdades sociales en los sistemas universitarios de la región y propone “crear un espacio latinoamericano de educación superior para defendernos de los colonialismos”.
“Si bien en la mayoría de los países latinoamericanos las políticas universitarias han tenido en los últimos años un carácter prioritario y las matrículas han crecido, las desigualdades sociales en las casas de estudio aún persisten y en algunos casos se han incrementado.” El presidente de la Sociedad Argentina de Estudios Comparados en Educación, Norberto Fernández Lamarra, se basa en ese diagnóstico para plantear la necesidad de crear un espacio latinoamericano de educación superior y desarrollar “una nueva reforma universitaria” para antes de 2018, cuando se cumplirá un siglo de la histórica reforma surgida en Córdoba. Lamarra es vicepresidente del Consejo Mundial de Educación Comparada y director de Posgrados de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
–¿Qué mirada tiene sobre los distintos modelos de educación superior a nivel regional?
–A pesar del crecimiento en la matrícula universitaria, América latina aún mantiene y en algunos casos ha incrementado una situación de injusticia, castigando a los sectores sociales más bajos. Tomemos el caso de Brasil. Allí la desigualdad se da en el acceso a la educación. Los chicos de bajos recursos no logran ingresar en la universidad pública, porque compiten en el examen vestibular con quienes vienen de enseñanzas medias de mejor calidad. Entonces terminan en universidades privadas baratas y de muy baja calidad. En México pasa algo similar, el problema también está en el acceso. Y los estudiantes de bajos recursos terminan en lo que llaman universidades “patito”, de baja calidad. Un caso más injusto todavía, inexplicable en democracia, es el de Chile, que ha mantenido el sistema elitista de la dictadura.
–¿Qué otros modelos latinoamericanos pueden ponerse en debate?
–Cuba y Venezuela. Con el sistema de municipalización de la educación, Cuba ha alcanzado el nivel de escolarización casi de Estados Unidos, alrededor del 65 por ciento de los chicos en edad universitaria están en la universidad y se gradúan. El problema es que no hay trabajo para todos, y muchos terminan en áreas que no se relacionan con lo que han estudiado. Por otro lado, el modelo de la universidad bolivariana ha ampliado notablemente el acceso a las universidades venezolanas, que eran bastante restrictivas. En los dos casos, el interrogante es la calidad. En la Argentina, el interrogante es la retención. Para Brasil, es ver si el sistema público puede recibir no sólo a los de clase media y alta sino también a los sectores más castigados. Para Chile, donde un joven se gradúa con una deuda equivalente a un departamento, el desafío es terminar con la herencia de la dictadura.
–¿Cuáles cree que son las virtudes y debilidades del sistema universitario argentino?
–Argentina es el único país en América latina que tiene en su área urbana una red tan significativa de universidades nacionales, además de tener por lo menos una universidad pública en cada provincia. Nuestra gran virtud es que recibimos a los sectores medios y bajos en la universidad, pero el mayor problema es que no los acompañamos adecuadamente para que avancen en los estudios y se gradúen. Hasta los últimos años estábamos acostumbrados a atender a poblaciones relativamente homogéneas e integradas, con una formación pareja, pero ahora llegan a la universidad chicos de sectores medios bajos, en su mayoría primera generación de estudiantes universitarios. Nuestra responsabilidad es lograr que estos sectores también puedan graduarse, todo un desafío de política universitaria.
–¿Cómo enfrentar ese desafío?
–En primer lugar, debemos pensar que con la universidad estamos formando para 2030, debemos pensar en el largo plazo. Las universidades deben ayudar a mejorar la escuela secundaria. Esto es prioritario. El país necesita buenos graduados del nivel medio, sigan o no en la universidad. La deserción en la enseñanza media se debe a factores sociales y económicos, pero también a cierto desinterés. Exagero con lo que digo, pero materia más, materia menos tenemos el mismo colegio que en 1862 creó el presidente Mitre para formar a las elites dirigentes. Luego se incorporaron los sectores medios, sobre todo con el radicalismo, y luego, con el peronismo, los sectores más bajos. Llegamos a los últimos cuarenta años, con dictaduras, políticas neoliberales y errores de la democracia que nos dejaron importantes sectores marginados. Para estos sectores hay que diseñar una escuela que los atrape para que puedan terminarla, ahora que es obligatoria.
–¿Cuáles deberían ser los pasos siguientes?
–Hay que pensar a qué universidad van a entrar, ¿a una que los expulse en el primer o segundo año? Hay que recibirlos en una universidad que les ayude a dar el paso hacia modalidades del conocimiento que lamentablemente no recibieron. Otro punto es repensar el modelo universitario. En muchos casos estamos usando el modelo histórico de la UBA, de Córdoba, y debemos pensar un modelo más inclusivo. Hay que repensar los planes de estudios, tenemos todavía una universidad basada en la estructura de las disciplinas. Es decir, empezamos por los fundamentos, por lo teórico. Y para quienes tienen debilidades en su formación, empezar por lo teórico no es lo más fácil ni lo más atractivo. Lo teórico puede incorporarse gradualmente para complejizar lo inicial. Hay que repensar la duración de las carreras, hoy tenemos carreras de cinco o seis años con una duración promedio de graduación de ocho o nueve años. Podemos discutir títulos previos al grado. Todos estos temas son muy complejos de llevar a la práctica, pero hay que a debatirlos. Los universitarios no estamos acostumbrados a debatir sino a defender nuestros compartimentos.
–Volviendo a una mirada regional, ¿en qué situación está el debate universitario en los países latinoamericanos?
–En América latina ha avanzado mucho el mercado sobre la universidad, pero todavía tenemos reflejos de la Reforma de 1918. El gran compromiso que tenemos los académicos latinoamericanos para antes de que se cumpla el siglo de la reforma es tener la propuesta de una nueva reforma que tome los principios básicos de los estudiantes de Córdoba, pero con propuestas de un nuevo mundo. Para eso tenemos que crear un espacio latinoamericano de educación superior, para poder defendernos de los embates de los colonialismos. Tenemos que unirnos, no para rechazar al resto del mundo, sino para aceptarlo desde nuestro propio pensamiento. Necesitamos nuestro propio proyecto.
Entrevista: Agustín Saavedra.
Fuente: Pagina/12
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