El año pasado algunos diarios pusieron en sus tapas fotos robadas de famosos desnudos y hasta a una actriz supuestamente fumando sustancias ilegales. Estrategias que constituyen un fenómeno polémico y para analizar.
Por Sebastián Feijoo
No es cuestión de moralinas. Tampoco de nostalgias impostadas. Sí de un fenómeno que día a día se hace más visible y conviene dimensionar y entender. Durante el último año, varios diarios les han dado cada vez más espacio a fotos y/o notas relacionadas con lo que se suele llamar espectáculos. Pero no a obras de teatro, cine o televisión, sino a escándalos mediáticos y/o imágenes de la vida privada de actores, conductores y faranduleros. Hasta hace poco se trataba de un fenómeno lateral que circulaba por los márgenes de las revistas de chismes. Hoy funciona como una estrategia clave de ventas, al punto de que fotos robadas en las que Juanita Viale y Gonzalo Valenzuela estaban desnudos llegaron a la tapa de varios diarios, por supuesto sin el consentimiento de los implicados.
La aparición de los diarios Libre y Muy parece haber empujado su segmento hacia la radicalización. Bajo la supuesta inspiración del diario The Sun, de Inglaterra, el grotesco le gana la pulseada a preceptos básicos del periodismo. La foto publicada en la tapa de Libre bajo el título “Sofía Gala porro” funciona como un ejemplo contundente de estos tiempos de avasallamiento de la privacidad y botonería. No deja de ser curioso que las editoriales de estos diarios –Perfil y el Grupo Clarín, respectivamente– siempre denostaron al periodismo llamado amarillo. La agresividad de Libre y Muy parece haber empujado en esa dirección a Crónica y Diario Popular, que ocupaban ese espacio desde hace años, acaso con formatos menos invasivos y más afines a la idiosincrasia argentina.
No son pocas las estrategias de prensa de algunos engendros farandulescos que hacen circular fotos supuestamente comprometidas con fines autopromocionales. Pero ampararse en la existencia de estos juegos para publicar cualquier imagen referida a la vida privada de las personas resuena, cuando menos, peligroso. Las normativas legales que defienden el derecho a la privacidad funcionan a través de mecanismos intrincados, exasperantemente lentos, que contrastan drásticamente con la inmediatez de las publicaciones. Ante este escenario, el fenómeno parece tener vía libre para seguirse extendiendo.
Oscar Steimberg, Darío Villarruel y Luis Ventura tienen formaciones y ámbitos de desarrollo muy diferentes. Steimberg es semiólogo, escritor, docente en la UBA y el Iuna, y un intelectual de primer nivel. Villarruel tiene más de tres décadas de experiencia como periodista y también es abogado. Ventura, por su parte, dirige la revista Paparazzi, es el jefe de Espectáculos de Crónica y un ícono del periodismo de chimentos. Miradas al Sur habló con los tres para reflexionar y comprender el avance de algunos medios gráficos sobre la privacidad de las personas.
–¿Están de acuerdo en que hay una tendencia de muchos diarios a avanzar sobre la privacidad de las personas?
Luis Ventura: –Sí. Estoy de acuerdo. Pero se trata de un fenómeno global impulsado por una adicción de muchísimas personas. Lo que los diarios hacen es simplemente reflejar esa realidad. Antes, no era común que la gente se sacara fotos desnuda o hiciera videos porno. Ahora existe ese berretín en gran parte de la sociedad, en chicas de buenas familias, que estudian… Las redes como Facebook y Twitter contribuyen a hacer muy borrosa la línea que divide lo público y lo privado. Todos están expuestos. Por eso, siempre recomiendo que no se saquen fotos o filmen porque puede llegar a manos de cualquiera. Y si sos un famoso corrés un riesgo superior a cualquier otra persona.
Oscar Steimberg: –La función de los diarios nunca fue sólo informar. También acompañan en un sentido amplio y confirman lo que cada uno cree que es. La persona que compra un diario también busca pertenecer a determinado sector social. En ese contexto, la jerarquización que hacen los diarios entre noticias y entretenimiento muta. Hoy vemos que diarios o editoriales que se consideran o llaman serias también apelan a contenidos sensacionalistas. La información va perdiendo terreno frente a otras funciones.
Darío Villarruel: –Antes, los periodistas de espectáculos se ocupaban de comentar películas, obras de teatro y programas de televisión. Destacaban o no la capacidad de los artistas en su oficio. La noticia era la obra y no la vida privada de la gente. Después, apareció ese fenómeno de periodismo de farándula y no para de avanzar. Copa tapas de diarios y noticieros de televisión. Para mí es un fenómeno lamentable. Al haber un vacío de información sobre la capacidad de los actores o de las personas mediáticas se apela sistemáticamente al escándalo.
– Libre y Muy apelan al paradigma del diario inglés The Sun. ¿Es necesario importar esa clase de periodismo?
L.V.: –Ni Libre ni Muy me parecen fenómenos de ventas. Sí lo es Paparazzi y muchas editoriales tomaron nota al respecto. Las cifras están a la vista, sobre todo en las reuniones anuales de los distribuidores de revistas. Puede gustar o no, pero evidentemente nos están tratando de imitar y no siempre lo hacen bien, por eso se están corriendo los límites. De hecho hace unos años me llamó (Jorge) Fontevecchia, me mandó la colección completa de The Sun a mi casa y me preguntó muy amablemente por Paparazzi. Más allá de que en Perfil nos pegan muy seguido, parece que siguen lo que hacemos.
O.S.: –La prensa blanca tiene otro lenguaje y otro orden, pero muchas veces apeló a mujeres desnudas y la intimidad. Lo que pasa es que en general esto ocurre pero no se reconoce. Se lo esconde con el discurso y se pretende que la prensa blanca está por sobre la amarilla. Pero las diferencias no son tan drásticas. La gente no compra el diario por razones morales o en todo caso estas razones son minoritarias. Todo esto parece dar espacio a que se avance sobre la privacidad.
D.V.: –El diario The Sun, de Inglaterra, existe hace muchos años y tiene una línea muy marcada. Es curioso porque Libre y Muy caminan en esa dirección, generan mucha repercusión con sus tapas, pero tienen un caudal de ventas pequeña y al parecer en descenso. Yo creo que es falso que el público sólo quiera eso y que puede ser una apuesta peligrosa para los medios. En la década pasada muchos diarios de Estados Unidos apelaron a esa fórmula y terminaron perdiendo credibilidad y ventas.
–¿Habría que poner límites a las exposiciones de la intimidad no concensuadas con los protagonistas?
L.V.: –Tanto (Jorge) Rial como yo tenemos algunos límites o ciertos preceptos que no dejamos de lado a la hora de desarrollar nuestro trabajo. No es algo que se pueda codificar o enumerar como si fueran mandamientos. Son cosas que se miden individualmente. Para mí no es lo mismo manejar un tema de Maru Botana –que es un canto a la vida, un ejemplo de madre– que uno de (Xavier) Ferrer Vázquez –que estuvo en cana como 500 veces y está siempre bajo sospecha–. Por lo menos ésa es mi escala de valores. Si está bien o está mal no sé, que después Dios y la patria me lo demanden.
O.S.: –El derecho a la información no puede justificar la violación de la intimidad. Porque una cosa es informar y otra cosa, exhibir. En ese sentido, a veces se confunden los tantos, como si la función de informar permitiera un desafuero implícito. No tienen porqué permitirse estos comportamientos. Ninguna actividad puede manejarse sólo con una ética que depende de quien podría inflingirla. Para vivir en sociedad son necesarias leyes que nos abarquen a todos. Si cada actividad dependiera de su propia ética no habría civilización.
D.V.: –Acá hay dos derechos en pugna. Uno es el derecho a la intimidad, que protege la Constitución Nacional, y el otro el derecho a la libertad de prensa, que también protege la Constitución. A mí me parece que los periodistas tenemos un poco de impunidad porque podemos publicar cualquier cosa y en todo caso después vendrá un juicio que tendrá sentencia o no recién en cuatro o cinco años. Y aunque la sentencia le de la razón al perjudicado, el daño ya está hecho y el fallo hasta puede favorecer a que se publiquen otra vez esas fotos con la excusa de recordar a qué venía el juicio. Mi moral jamás me permitiría publicar material de esa clase. Pero no todos tenemos los mismos valores. Debería haber límites, pero es muy difícil establecerlos porque tampoco se puede caer en la censura previa.
–¿No se debería pedir permiso a los protagonistas antes de publicar fotos privadas?
L.V.: –No llamo a los protagonistas para ver si me permiten publicar sus fotos porque seguro me van a decir que no. Acá todos hacen negocios. Por ejemplo, hace unos años me llamó un fotógrafo diciéndome que me quería vender unas fotos del primer beso de Iván Noble con Silvina. Me pedían una fortuna y no las compré. Pero después me enteré de que ese fotógrafo trabajaba para Silvina. Acá hay algo que es muy simple: si vos no querés que te publiquen fotos o videos, no te las hagas y mucho menos los guardes en un celular.
O.S.: –Una cosa es que la intimidad gane espacio en los medios y otra que se publique material cuando el afectado no quiere que esto ocurra. Ahí se confunden las funciones y es peligroso. Evidentemente todos tenemos derecho a decidir si queremos o no que publiquen material privado.
D.V.: –Toda fotografía que se quiere publicar en un medio necesita la autorización de la persona involucrada. Así es la ley. Cada persona es dueña de los derechos de su imagen. Hubo varios fallos en ese sentido. Por ejemplo, un caso contra Torneos y Competencias porque en un partido de fútbol enfocaron reiteradamente a un hincha y se mofaron de él. Torneos y Competencias fue condenado y tuvo que pagar un resarcimiento económico. El gran problema en estos casos es el tiempo y el daño que produce la exposición o violación de la privacidad. Evidentemente un fallo judicial no logra revertir ese daño.
–¿Estas tendencias se profundizarán?
L.V.: –Yo creo que sí porque la gente lo demanda. Todo se transformará en un reality show donde el límite entre lo privado y lo público pasará inadvertido.
O.S.: –La condición mediática es muy maleable. Los límites son cambiantes y se adaptan a diversas tendencias. Es muy difícil prever lo que va a ocurrir. En algunos casos la sociedad se autorregula para mejor. En otros no.
D.V.: –Me gustaría pensar que la gente se va a terminar cansando de todo esto, que los medios que apuestan a este tipo de materiales van a perder credibilidad y se van a dar cuenta de que tampoco es negocio ensuciarse las manos. Pero hasta ahora es sólo una expresión de deseo.
La aparición de los diarios Libre y Muy parece haber empujado su segmento hacia la radicalización. Bajo la supuesta inspiración del diario The Sun, de Inglaterra, el grotesco le gana la pulseada a preceptos básicos del periodismo. La foto publicada en la tapa de Libre bajo el título “Sofía Gala porro” funciona como un ejemplo contundente de estos tiempos de avasallamiento de la privacidad y botonería. No deja de ser curioso que las editoriales de estos diarios –Perfil y el Grupo Clarín, respectivamente– siempre denostaron al periodismo llamado amarillo. La agresividad de Libre y Muy parece haber empujado en esa dirección a Crónica y Diario Popular, que ocupaban ese espacio desde hace años, acaso con formatos menos invasivos y más afines a la idiosincrasia argentina.
No son pocas las estrategias de prensa de algunos engendros farandulescos que hacen circular fotos supuestamente comprometidas con fines autopromocionales. Pero ampararse en la existencia de estos juegos para publicar cualquier imagen referida a la vida privada de las personas resuena, cuando menos, peligroso. Las normativas legales que defienden el derecho a la privacidad funcionan a través de mecanismos intrincados, exasperantemente lentos, que contrastan drásticamente con la inmediatez de las publicaciones. Ante este escenario, el fenómeno parece tener vía libre para seguirse extendiendo.
Oscar Steimberg, Darío Villarruel y Luis Ventura tienen formaciones y ámbitos de desarrollo muy diferentes. Steimberg es semiólogo, escritor, docente en la UBA y el Iuna, y un intelectual de primer nivel. Villarruel tiene más de tres décadas de experiencia como periodista y también es abogado. Ventura, por su parte, dirige la revista Paparazzi, es el jefe de Espectáculos de Crónica y un ícono del periodismo de chimentos. Miradas al Sur habló con los tres para reflexionar y comprender el avance de algunos medios gráficos sobre la privacidad de las personas.
–¿Están de acuerdo en que hay una tendencia de muchos diarios a avanzar sobre la privacidad de las personas?
Luis Ventura: –Sí. Estoy de acuerdo. Pero se trata de un fenómeno global impulsado por una adicción de muchísimas personas. Lo que los diarios hacen es simplemente reflejar esa realidad. Antes, no era común que la gente se sacara fotos desnuda o hiciera videos porno. Ahora existe ese berretín en gran parte de la sociedad, en chicas de buenas familias, que estudian… Las redes como Facebook y Twitter contribuyen a hacer muy borrosa la línea que divide lo público y lo privado. Todos están expuestos. Por eso, siempre recomiendo que no se saquen fotos o filmen porque puede llegar a manos de cualquiera. Y si sos un famoso corrés un riesgo superior a cualquier otra persona.
Oscar Steimberg: –La función de los diarios nunca fue sólo informar. También acompañan en un sentido amplio y confirman lo que cada uno cree que es. La persona que compra un diario también busca pertenecer a determinado sector social. En ese contexto, la jerarquización que hacen los diarios entre noticias y entretenimiento muta. Hoy vemos que diarios o editoriales que se consideran o llaman serias también apelan a contenidos sensacionalistas. La información va perdiendo terreno frente a otras funciones.
Darío Villarruel: –Antes, los periodistas de espectáculos se ocupaban de comentar películas, obras de teatro y programas de televisión. Destacaban o no la capacidad de los artistas en su oficio. La noticia era la obra y no la vida privada de la gente. Después, apareció ese fenómeno de periodismo de farándula y no para de avanzar. Copa tapas de diarios y noticieros de televisión. Para mí es un fenómeno lamentable. Al haber un vacío de información sobre la capacidad de los actores o de las personas mediáticas se apela sistemáticamente al escándalo.
– Libre y Muy apelan al paradigma del diario inglés The Sun. ¿Es necesario importar esa clase de periodismo?
L.V.: –Ni Libre ni Muy me parecen fenómenos de ventas. Sí lo es Paparazzi y muchas editoriales tomaron nota al respecto. Las cifras están a la vista, sobre todo en las reuniones anuales de los distribuidores de revistas. Puede gustar o no, pero evidentemente nos están tratando de imitar y no siempre lo hacen bien, por eso se están corriendo los límites. De hecho hace unos años me llamó (Jorge) Fontevecchia, me mandó la colección completa de The Sun a mi casa y me preguntó muy amablemente por Paparazzi. Más allá de que en Perfil nos pegan muy seguido, parece que siguen lo que hacemos.
O.S.: –La prensa blanca tiene otro lenguaje y otro orden, pero muchas veces apeló a mujeres desnudas y la intimidad. Lo que pasa es que en general esto ocurre pero no se reconoce. Se lo esconde con el discurso y se pretende que la prensa blanca está por sobre la amarilla. Pero las diferencias no son tan drásticas. La gente no compra el diario por razones morales o en todo caso estas razones son minoritarias. Todo esto parece dar espacio a que se avance sobre la privacidad.
D.V.: –El diario The Sun, de Inglaterra, existe hace muchos años y tiene una línea muy marcada. Es curioso porque Libre y Muy caminan en esa dirección, generan mucha repercusión con sus tapas, pero tienen un caudal de ventas pequeña y al parecer en descenso. Yo creo que es falso que el público sólo quiera eso y que puede ser una apuesta peligrosa para los medios. En la década pasada muchos diarios de Estados Unidos apelaron a esa fórmula y terminaron perdiendo credibilidad y ventas.
–¿Habría que poner límites a las exposiciones de la intimidad no concensuadas con los protagonistas?
L.V.: –Tanto (Jorge) Rial como yo tenemos algunos límites o ciertos preceptos que no dejamos de lado a la hora de desarrollar nuestro trabajo. No es algo que se pueda codificar o enumerar como si fueran mandamientos. Son cosas que se miden individualmente. Para mí no es lo mismo manejar un tema de Maru Botana –que es un canto a la vida, un ejemplo de madre– que uno de (Xavier) Ferrer Vázquez –que estuvo en cana como 500 veces y está siempre bajo sospecha–. Por lo menos ésa es mi escala de valores. Si está bien o está mal no sé, que después Dios y la patria me lo demanden.
O.S.: –El derecho a la información no puede justificar la violación de la intimidad. Porque una cosa es informar y otra cosa, exhibir. En ese sentido, a veces se confunden los tantos, como si la función de informar permitiera un desafuero implícito. No tienen porqué permitirse estos comportamientos. Ninguna actividad puede manejarse sólo con una ética que depende de quien podría inflingirla. Para vivir en sociedad son necesarias leyes que nos abarquen a todos. Si cada actividad dependiera de su propia ética no habría civilización.
D.V.: –Acá hay dos derechos en pugna. Uno es el derecho a la intimidad, que protege la Constitución Nacional, y el otro el derecho a la libertad de prensa, que también protege la Constitución. A mí me parece que los periodistas tenemos un poco de impunidad porque podemos publicar cualquier cosa y en todo caso después vendrá un juicio que tendrá sentencia o no recién en cuatro o cinco años. Y aunque la sentencia le de la razón al perjudicado, el daño ya está hecho y el fallo hasta puede favorecer a que se publiquen otra vez esas fotos con la excusa de recordar a qué venía el juicio. Mi moral jamás me permitiría publicar material de esa clase. Pero no todos tenemos los mismos valores. Debería haber límites, pero es muy difícil establecerlos porque tampoco se puede caer en la censura previa.
–¿No se debería pedir permiso a los protagonistas antes de publicar fotos privadas?
L.V.: –No llamo a los protagonistas para ver si me permiten publicar sus fotos porque seguro me van a decir que no. Acá todos hacen negocios. Por ejemplo, hace unos años me llamó un fotógrafo diciéndome que me quería vender unas fotos del primer beso de Iván Noble con Silvina. Me pedían una fortuna y no las compré. Pero después me enteré de que ese fotógrafo trabajaba para Silvina. Acá hay algo que es muy simple: si vos no querés que te publiquen fotos o videos, no te las hagas y mucho menos los guardes en un celular.
O.S.: –Una cosa es que la intimidad gane espacio en los medios y otra que se publique material cuando el afectado no quiere que esto ocurra. Ahí se confunden las funciones y es peligroso. Evidentemente todos tenemos derecho a decidir si queremos o no que publiquen material privado.
D.V.: –Toda fotografía que se quiere publicar en un medio necesita la autorización de la persona involucrada. Así es la ley. Cada persona es dueña de los derechos de su imagen. Hubo varios fallos en ese sentido. Por ejemplo, un caso contra Torneos y Competencias porque en un partido de fútbol enfocaron reiteradamente a un hincha y se mofaron de él. Torneos y Competencias fue condenado y tuvo que pagar un resarcimiento económico. El gran problema en estos casos es el tiempo y el daño que produce la exposición o violación de la privacidad. Evidentemente un fallo judicial no logra revertir ese daño.
–¿Estas tendencias se profundizarán?
L.V.: –Yo creo que sí porque la gente lo demanda. Todo se transformará en un reality show donde el límite entre lo privado y lo público pasará inadvertido.
O.S.: –La condición mediática es muy maleable. Los límites son cambiantes y se adaptan a diversas tendencias. Es muy difícil prever lo que va a ocurrir. En algunos casos la sociedad se autorregula para mejor. En otros no.
D.V.: –Me gustaría pensar que la gente se va a terminar cansando de todo esto, que los medios que apuestan a este tipo de materiales van a perder credibilidad y se van a dar cuenta de que tampoco es negocio ensuciarse las manos. Pero hasta ahora es sólo una expresión de deseo.
Fuente: Miradas al Sur
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