martes, 16 de octubre de 2012

UN EPITAFIO PARA OBAMA

El personaje que encarnó todos los mitos del enemigo público número uno en la última década, murió como vivió. Su final estuvo signado por una compleja trama que conecta la red Al-Qaeda con los servicios de inteligencia de EE.UU., Pakistán y Arabia Saudita. El último acto de Bin Laden está destinado a reciclar la red terrorista como brazo armado de Washington y de sus aliados en el Medio Oriente.
 
Por Walter Goobar       
 
      
Un “tiroteo” sin huellas visibles en una escuálida “mansión” de Abbottabad, acabó con la vida de Osama Bin Laden, el supuesto enemigo público número uno de Estados Unidos, el presunto cerebro del ataque más espectacular de todos los tiempos. Contrariamente a lo que se pensaba, ese tipo alto y desgarbado de 54 años, retratado casi siempre con un fusil Kaláshnikov al alcance de su mano izquierda porque con la derecha se apoyaba en un bastón, no estaba dirigiendo las operaciones de Al-Qaeda desde una inexpugnable caverna en las montañas de Afganistán, sino instalado cómodamente en una casa de seguridad a las afueras de Islamabad, sin demasiada custodia ni privacidad. A todas luces, Osama se sentía seguro en esa casa, ubicada a pocas cuadras de la principal academia militar de Pakistán, que había sido provista por sus viejos camaradas del ISI, los servicios de inteligencia paquistaníes, aliados nominales de Estados Unidos pero con fuertes lazos con Al-Qaeda y socios de ambos en el multimillonario negocio de la heroína afgana.
Desde que protagonizó su “gran escape” en las montañas de Tora Bora en diciembre de 2001 –donde los norteamericanos y los británicos supuestamente lo tenían rodeado–, Osama Bin Laden sólo se había desplazado escasos 240 kilómetros hasta su última guarida, pero la maquinaria bélica y de espionaje más poderosa del planeta tardó casi una década en encontrarlo. Aunque su muerte se había anunciado una decena de veces, es evidente que no lo encontraron porque sólo simulaban buscarlo. El prófugo Osama siguió siendo de una utilidad insustituible para agitar el fantasma del terrorismo global y sobredimensionar su capacidad operativa.
Las revueltas pacíficas en el mundo árabe, no sólo desnudaron la complicidad de Estados Unidos con los dictadores locales, sino también demostraron que Al-Qaeda estaba en estado de coma. La imperiosa necesidad de Washington y las monarquías árabes de sofocar las revueltas pacíficas exigían reciclar a Al-Qaeda y prescindir definitivamente de su creador, Osama Bin Laden.
Bastó que los estadounidenses susurraran la cifra adecuada para que sus padrinos del ISI lo vendieran, y allí estaba el hombre más buscado del mundo: desarmado, recién salido de la cama, atrapado como un principiante en una habitación sombría que no muestra los rastros más elementales de un tiroteo ni de una resistencia violenta. No tenía escape, o tal vez recibió una señal del Profeta indicándole que la hora del martirio digno del más temible guerrero del Islam todavía no había llegado. Sólo le quedaba encomendarse a Dios Todopoderoso...
La narrativa del Pentágono sobre un presunto tiroteo es muy confusa y contradictoria. Según la descripción de Obama, no hubo bajas estadounidenses; eso no es común en un enfrentamiento armado. Puede que fuera un recinto fuertemente defendido, o sólo un recinto en el que las fuerzas estadounidenses y/o paquistaníes mantenían a Bin Laden.
El manual de procedimientos utilizado por los comandos Seals en decenas de secuestros perpetrados en todo el mundo recomendaba inmovilizar al sospechoso, colocarle una bolsa en la cabeza, transferirlo a un helicóptero (había tres afuera, uno ya se había estrellado), transportarlo a una base militar, y luego de enfundarlo en un mameluco naranja, despacharlo en un vuelo sin escalas a Guantánamo.
Sin embargo, la rendición del enemigo público número uno era el único escenario que los planificadores del operativo no habían calculado. De allí, las torpes contradicciones de la Casa Blanca. Según el testimonio de su hija, Osama fue capturado con vida, cosa que no estaba previsto en el guión que tan cuidadosamente habían elaborado.
La foto de los cadáveres de los guardaespaldas no deja margen de dudas: los tres recibieron el tiro de gracia al mejor estilo Terminator. Osama corrió la misma suerte. Esa es la razón que impide publicar la foto de su cadáver.
Cualquier guionista mediocre de Hollywood le hubiera sugerido a la Casa Blanca una mentira más verosímil: “Digan que Osama fue ejecutado por sus guardaespaldas para no ser atrapado vivo”. Esto hubiera sido perfectamente creíble, salvo por un detalle: la munición con la que le pegaron el tiro de gracia sólo la usan los Seals.
Por eso, no hay rastros de ningún tiroteo en las paredes ni las ventanas de la habitación de Osama, sólo un charco de un cuarto litro de sangre. Según el testimonio de su hija, presente en el lugar, los comandos se llevaron a Osama herido. No está claro dónde ni cuándo lo remataron con un tiro en la cara y le arruinaron a Obama la foto de su trofeo.
El director de la CIA, Leon Paneta admitió a la PBS –la cadena de radio y televisión públicas de Estados Unidos–, que fueron los comandos Seals –y no el presidente Obama– los que tomaron la decisión de matar a Osama, y por las dudas confió en que hubo 25 minutos de los 43 que duró el operativo en el que los alelados espectadores que seguían el asalto desde los monitores de la Casa Blanca, no recibieron las imágenes provenientes de los cascos de los comandos.
Las escasas doce horas transcurridas desde la captura, su traslado a la base de Bagran, y de allí a la cubierta del portaaviones USS Carl Vinson desde donde el cadáver fue arrojado al mar, no alcanzan para cotejar una muestra de ADN, aún con la tecnología más sofisticada. De todos modos, sus antiguos patrones conocían suficientemente bien a Bin Laden como para certificar su identidad, pero la forma en que fue abatido, el secreto que rodea a la operación encubierta y el apuro en deshacerse del cuerpo no han hecho más que avivar especulaciones de todo tipo, desde que es un doble hasta que hace años que está muerto.
El único fuego cruzado que hubo en esta operación fue el de los funcionarios de la Casa Blanca, el Pentágono, la CIA y el ISI. La versión oficial hace aguas por todas partes y no precisamente porque el cadáver haya sido arrojado a los tiburones del Mar Arábigo.
Abdel Moti Bayumi, uno de losmayores expertos en estudios islámicos de Al Azhar, la institución más prestigiosa del Islam, aseguró que arrojar un cadáver al mar viola la Sharia, la ley islámica. “Es una burla”, advirtió. No quieren que su tumba se convierta en un santuario.
En cambio, el periodista Robert Fisk, corresponsal del diario británico The Independent, que entrevistó a Bin Laden en tres oportunidades, argumenta que como salafista y saudita, Bin Laden habría deseado tener una tumba anónima. “Él y sus partidarios creen que poner lápidas con el nombre en las tumbas es idolatría; de ahí el deseo saudita de enterrar a sus muertos sin marcar el lugar y más bien destruir las capillas antiguas que crear nuevas”, escribe Fisk y remata: “Morir cuando estaba desarmado lo ha convertido en un mártir mucho más grande que si hubiera perecido en la balacera que en un principio Obama aseguró sin razón que había causado su deceso. De todos modos, el hombre que consideraba la creación de Al-Qaeda como su logro personal vivió lo suficiente para darse cuenta de que había fracasado en todos sus objetivos”.
 
Fuente: Miradas al Sur

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