miércoles, 7 de noviembre de 2012

BARCA, MUCHO MAS QUE UN CLUB

El azulgrana forjó su identidad en base a buen fútbol y una histórica rivalidad política con el Real Madrid.
Ahí están los catalanes publicando en todas las redes sociales la alegría de ser contemporáneos al equipo más relevante de la historia del club. Son ellos, los incomprendidos, los rechazados por el poder central de Madrid, son los actuales reyes de una actividad que multiplicó ilimitadamente la atención del Viejo Mundo, en el fútbol. Ahí están aquellos que aún buscando apartarse del resto –dicen– contribuyen al tesoro nacional con sus impuestos como en ninguna otra región del país. Gozosos de un fútbol que ya parece grosero, por la perfección que ostenta en ocasiones, por la contundencia; se empachan viendo a este equipo que, entre otras cuestiones, tiró por la ventana preconceptos futboleros tales como los jugadores todoterreno, la importancia de la pelota parada, la especulación travestida en “inteligencia”, la verticalidad disfrazada de pelotazo, o la irrelevancia del fulbito (¿o a qué juega el Barcelona cuándo triangula repetidamente en la mitad de cancha de manera horizontal antes de sorprender de manera vertical?).
 
Historia civil. De la misma manera que el Camp Nou se transforma ante la presencia del Real Madrid, Les Corts, el antiguo campo del Barça, acogía con odio todos los símbolos que fueran contra el nacionalismo catalán a principios de la década del ’20. El dictador Primo de Rivera pudo comprobarlo cuando fue nombrado Capitán General en Catalunya, en 1922. Todo el estadio silbó la marcha real antes de un encuentro de liga. El jerarca cortó por lo sano: clausuró la cancha. A partir de esa decisión, el Barcelona empezó a ser un símbolo de resistencia política para los catalanes, mucho más que un club de fútbol. Cuando estalló la Guerra Civil, Josep Suñol, miembro de Esquerra Republicana de Cataluña (Izquierda Republicana) y presidente del club, fue asesinado en la Sierra de Guandamarra. Concurría a una misión política, su chofer equivocó el camino y fue apresado por las fuerzas franquistas: lo fusilaron. Durante la revuelta, una gira orquestada del equipo catalán por América terminó con varios de los jugadores fuera de las zonas republicanas, esparcidos por el resto de España y por el mundo, lejos de Barcelona. Así, el club quedó con su fútbol completamente desarticulado.
Pero una vez concluida la guerra, la ofensa fue en aumento. Con su triunfo, el franquismo quiso convertir a Les Corts en un campo de depósito de armamento. Y fue más allá cuando surgió cambiarle el nombre al club. Buscaban que se dejara de llamar Barcelona y pasase a ser el “España”. Además, estaban particularmente alerta a quienes llevaran adelante los destinos, no querían que ningún dirigente estuviese por fuera del régimen. Y lo consiguieron. Todos los presidentes pasaron a ser catalanes franquistas. Temían que el Barcelona se convirtiese en una incubadora de enemigos al régimen. No estaban tan errados.
A pesar de que la ley prohibía el regreso de los jugadores exiliados en aquella gira y el futuro post-guerra no era prometedor, los catalanes empezaron a dar muestras de que el Barcelona era un sitio vital de su identidad. Así las cosas, el club pasó de los tres mil a los 12 mil socios entre 1940 y 1942. Era el Camp Nou en el único lugar de Catalunya donde se hablaba catalán, el idioma acallado por los franquistas. Es decir, las circunstancias de opresión moldearon un aspecto de la identidad del club catalán, vinculado a la resistencia. Catalunya era el Barcelona y el Barcelona era Catalunya.
Víctima. Santiago Bernabeu, ya presidente del Madrid, hablaba de “una Catalunya limpia, despoblada de catalanes” o de que “estimo a Catalunya a pesar de los catalanes”. Que este tipo de frases vinieran de boca de un ex jugador y entrenador del Madrid, un franquista que había luchado en la guerra civil y el hombre al que el régimen había colocado en el sillón de la Casa Blanca, resultaba doblemente ofensivo.
Pero no fue todo. Quizá lo que más hondo caló en el orgullo fue el pase de Alfredo Di Stéfano, el crack porteño que engrandeció las vitrinas del Madrid. En 1952 los barcelonistas descubrieron sus aptitudes en un amistoso que disputó el Real Madrid contra Millonarios de Medellín, club al que Di Stéfano había emigrado luego de una huelga de futbolistas en Argentina. Pepe Samitier, delegado del Barcelona, comenzó la negociación con el jugador y Ramón Trías Fargas, un político nacionalista catalán, hizo lo mismo con River y con Millonarios. El pase se realizó bajo la autorización de la Fifa. Pero la Federación Española, dominada por Franco, hizo valer una norma que impedía la llegada de futbolistas extranjeros sin su aprobación. Bernabeu apareció en acción y dio vuelta la escena. A pesar de que el argentino había llegado dispuesto a firmar por el club catalán, el pase se cayó. Se llegó a trazar un acuerdo para que pudiera hacerlo alternadamente en ambos clubes, pero el
presidente del Madrid usó todo su poder, inclusive ante el mismo Di Stéfano, que terminó vestido de blanco. Fue uno de los pases más enrevesados de la historia del fútbol y una marca definitiva para los barcelonistas. No obstante, no todas fueron tan malas. Los madridistas relativizan el supuesto favoritismo de Franco en los años dorados del régimen, porque el Barcelona obtuvo las ligas de 1945, 1948 y 1949, y su equipo más famoso hasta la llegada de Cruyff, fue el “Barcelona de las 5 Copas”, que obtuvo 5 trofeos entre 1951 y 1952, entre ellos la “Copa del Generalísimo”.
Nacional y popular. Es curioso que a pesar del nacionalismo catalán la identidad futbolera actual no hay que buscarla en los catalanes, sino en los europeos. A partir de la llegada de Rinus Mitchel y Johan Cruyff, dos holandeses, en la década del ’70, la marca fue otra. Ellos pusieron la piedra fundacional de este equipo que disfrutan hoy. Mucha posesión de pelota, triangulación, achique, compromiso para recuperar y talento. La presencia de ellos en la historia, sumada a la del húngaro Kubala en las décadas del ’40 y ’50, quizá demuestren que Catalunya siempre se sintió más cómoda mirando al continente europeo que al resto de España.
Claro que el club tiene sus propios símbolos. Josep Guardiola, sin ir más lejos, fue capitán del Barça multicampeón de principio del los años ’90 y lugarteniente de Cruyff dentro de la cancha en aquel equipo. Inteligente para jugar, reflexivo para declarar, Pep es un catalán culto, que lee a escritores argentinos:
“A uno le gustaría comportarse como Rodolfo Walsh. Eso es coraje, todo lo demás son tonterías”
, dijo luego de ganar la Champions League en 2009. Lo hizo en voz baja. No necesita vociferar su cultura ni armar su personaje alrededor de eso. Fue él quien supo desglosar los silencios de Lionel Messi. Armó un equipo para que el crack hable donde mejor le sale, la cancha. Así cimentó el que, para los entendidos, es el mejor equipo de todos los tiempos.
El del club que –como todas las instituciones que representan la cultura y la historia de un pueblo– ya es mucho más que un club.
 
Fuente: Miradas al Sur.

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