jueves, 1 de noviembre de 2012

HISTORIA DE LOS CATORCEROS

El M-14 luchó en Paraguay contra el régimen stronista y sus métodos, que incluían enterrar enemigos hasta la cabeza para decapitarlos. En la Guerra de Malvinas, pidieron ir a pelear por Argentina.
 
Por Exequiel Siddig
 
Paraheí, “Campamento Chico”. 1959, en alguna latitud secreta del Chaco paraguayo. Los guerrilleros de la foto no son los barbudos del Che y Fidel Castro; pertenecen al Movimiento 14 de Mayo para la Liberación del Paraguay. Es la columna del Comandante Orzuza. Parecen festejar. El M-14 fue conformado en Argentina el año anterior por una miríada plural de exiliados anti Stroessner: comunistas, febreristas, colorados disidentes, todos. Tal vez las armas hayan venido de Cuba. No lo sabemos ahora. Sí sabemos que estos hombres no hacen fogatas para no ser hallados por la vigilancia de la dictadura, que los acecha. También por eso cazan monos y los comen crudos. Caminan hacia atrás kilómetro tras kilómetro para despistar al enemigo. Un soldado –tal vez haya sido Benítez– hizo más de 50 kilómetros hasta Eldorado, al nordeste de Misiones, del lado argentino, para revelar las fotos y difundir la causa.
Esa bandera que sostienen y muestran con entereza los muchachos de borceguíes en el monte paraguayo tendrá un destino cuando la derrota aniquile a los libertarios, o los devuelva exiliados y clandestinos a Misiones, Formosa o Buenos Aires. Esa bandera envolverá los rollos –entre los que se encontrará esta foto– en un placard añejo de una casa humilde bien lejos de toda guerra, en Pico Truncado, Santa Cruz. Dirá, guardada, silente, que la lucha continúa.
El hijo argentino del combatiente paraguayo, cuando murió su padre hace cuatro años, llevó la trajinada tela blanca, roja y azul a la Comisión de Verdad y Justicia en Paraguay. Prometieron enmarcarla. “Para quien pase por aquí conozca la historia de los catorceros, los guerrilleros del M-14 y de Eduardo Cabrera, a quien perteneció”, dijeron. “Se las dejo con una condición –replicó Daniel Cabrera–: que si algún día vuelve una dictadura a Paraguay, por favor quémenla.”
Daniel Cabrera nació el 7 de julio de 1959, cinco años y tres días después del golpe de Estado de Alfredo Stroessner en Paraguay. Nació, por esas peripecias del exilio, en Villa Corina, provincia de Buenos Aires. Su padre estaba, alternativamente, en el frente, en el monte paraguayo, o conspirando en los bares de algún pueblo fronterizo en Misiones. Eduardo Cabrera, hombre de estirpe recia, yaguareté semental, se había unido al combinado guerrillero que lideraba Juan José Rotela, el M-14. El gobierno radical de Frondizi los apoyaba. El Brasil de Juscelino Kubitschek, en cambio, había conseguido de la dictadura paraguaya la represa de Itaipú; no apoyaba ninguna resistencia.
La historia de militancia de Eduardo Cabrera puede trazarse de manera sencilla. Había nacido en 1923 en Pedro Juan Caballero, pueblo fronterizo con Brasil, al norte del Paraguay. De grande se hizo pedicuro, pero a los 21 años comprendió que no podría vivir agachado, en la ignominia de una feroz dictadura, así que partió. Como muchos paraguayos, cruzó la frontera hacia el sur y entró en la clandestinidad. Para conspirar. En Chaco, se ganaba el pan como vendedor ambulante. Cuando conoció a Alberta Osypluk su corazón dio un sapucay y cayó rendido a su amor. Berta había nacido en Juan José Castelli, y tal vez al pretendiente le haya gustado la referencia, también. Cabrera era un hombre versado, como por entonces lo era la gente de su país.
La crueldad del régimen stronista combinó métodos avanzados del Plan Cóndor con reprimendas casi cavernícolas. A algunos enemigos los enterraba con vida, dejando sólo la cabeza a la altura del suelo para ser decapitada; los latigazos se hacían con alambres de púas. Dice Daniel Cabrera que a los niños guaraníes monjas francesas e irlandesas les cocían la boca para que dejaran de hablar el guaraní. Al estilo de la Gestapo, la dictadura se contrató a miles de pirahué, soplones, que en su evolución más delirante se consagraron como servicios secretos. Daniel Cabrera recuerda el caso de Titito Benítez, el que posiblemente sea el responsable que hoy la foto sea mostrada por Miradas al Sur. “A Titito lo mantuvieron 7 años sentado en un cepo con las piernas abiertas en un cuartel en el centro de Asunción. Cuando fue amnistiado, por la presión internacional, se dio cuenta que sus vértebras estaban pegadas, y ya no pudo levantar las piernas; caminaba con los pies abiertos, arrastrándolos”.
Luego de la derrota de la guerrilla, Don Cabrera se refugió en Argentina. Gas del Estado lo contrató para que se fuese a Santa Cruz. Allí pasó la infancia Daniel. Allí se escondieron aquellas fotos, la bandera de la columna Orzuza. En la sequedad del desierto patagónico, sintió como arreciaba el destierro. “Comprendí de grande que tal vez sea el dolor más grande para un ser humano”, dice Daniel. “¡No poder comer una mandioca! Los hábitos alimentarios en el Sur son muy distintos, provocan un descalabro porque el alma está conectada a los sabores de la tierra.”
Durante la dictadura de Stroessner, el ex oficial del M14 cada tanto salía en micro desde la Patagonia hacia Retiro, de allí al Tigre, de allí en lancha hasta Uruguay, y desde Brasil bordeaba el límite con Paraguay hasta Punta Porá, la ciudad brasilera espejo de Pedro Juan Caballero, donde todavía residía su madre, del lado paraguayo. Cabrera cruzaba la frontera seca a tranco largo y de noche. “Hacía cuatro cuadras hacia adentro y mi abuela, la Mercedes, lo esperaba en una piecita. Se quedaban una semana los dos encerrados en esa habitación para no despertar sospechas de ningún pirahué.”
Daniel creció con un padre recio, duro, a veces hasta le parecía cruel. De grande se dio cuenta de todo el sufrimiento que acarreaba ese hombre. De las muertes que vio, de los seres queridos que dejó de ver, de lo que no pudo volver a mirar, por la hondura de las heridas. “Yo soy argentino de sangre guaraní”, se define el hijo de Cabrera. Y se define como hijo de Cabrera, orgulloso, comprensivo, argentino guaranítico.
“Papá era un toro, tenía mucho temple –dice el hijo–. Quisiera que se recuerde la gesta de los catorceros, tan poco conocida en nuestro país. Eran tipos tan leales que cuando estalló la Guerra de Malvinas se acercaron al cuartel en Misiones para ir a pelear por Argentina. Primero los sacaron carpiendo, pero por el respeto que lo milicos les tenían los dejaron entrenar sin armas. Yo estoy orgulloso de ser hijo de catorcero. Fue la reserva moral de la patria. Y como mi viejo, ahora no voy a aflojar ni tranco de pollo.”.
 
Fuente: Miradas al Sur

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