Recorrer los mercados de Beijing es palpar las contradicciones de una nación socialista con reglas capitalistas. El rostro del líder de la Larga Marcha aparece en todos lados, mientras que la mentada apertura al mundo se evidencia en ferias similares a las de Once o La Salada.
Mao es hoy a los chinos lo que la Virgencita de Luján a los devotos católicos del sur sudamericano. En las calles de Beijing, se venden llaveros, pósters, minilibros de citas, remeras estampadas con su cara. Las óperas creadas por el líder de la revolución comunista se programan en las ciudades del interior. En los puestitos callejeros se venden esculturas del Gran Timonel junto al Buda. Al frente de la Plaza Tia'nanmen, en la égida de la Ciudad Prohibida, hay un retrato de Mao que –aseguran– nunca se sacará. Los billetes de 1, 5, 10, 20, 100 tienen la estampa de Mao Zedong, y la parábola de la dominación ejercida contra su país está representada en el segmento que duró su vida: “1893-1976”.
La historia de China unificada comienza en 1949 y la narrativa nacionalista tiene un solo nombre: en la paz firmada tras la Guerra del Opio (1840-1842), China tuvo que rubricar 745 tratados lesivos de su soberanía con 22 países occidentales. Hizo más de 30 concesiones territoriales. La aparición del estratega militar que iba de pueblo en pueblo prometiendo que la “Revolución será un éxito” significó el fin de la China sumisa.
Pero para la China de la “reforma y apertura”, el recuerdo de Mao es un objeto de culto. El hombre de la liberación del yugo japonés y las potencias colonialistas de Europa no es una referencia en las discusiones de café. Entre otras cosas, porque los bares, tal como los conocemos en el orbe latinoamericano, en China no existen. Pero también porque luego de superada la Revolución Cultural, como señala el profesor argentino de la Universidad del Pueblo Esteban Zottele, “China creció económicamente en 30 años lo que a otros países les llevó una centuria”. Y ni siquiera.
La historia de China unificada comienza en 1949 y la narrativa nacionalista tiene un solo nombre: en la paz firmada tras la Guerra del Opio (1840-1842), China tuvo que rubricar 745 tratados lesivos de su soberanía con 22 países occidentales. Hizo más de 30 concesiones territoriales. La aparición del estratega militar que iba de pueblo en pueblo prometiendo que la “Revolución será un éxito” significó el fin de la China sumisa.
Pero para la China de la “reforma y apertura”, el recuerdo de Mao es un objeto de culto. El hombre de la liberación del yugo japonés y las potencias colonialistas de Europa no es una referencia en las discusiones de café. Entre otras cosas, porque los bares, tal como los conocemos en el orbe latinoamericano, en China no existen. Pero también porque luego de superada la Revolución Cultural, como señala el profesor argentino de la Universidad del Pueblo Esteban Zottele, “China creció económicamente en 30 años lo que a otros países les llevó una centuria”. Y ni siquiera.
La Saladita de Sanlitún. La Oficina de Información del Consejo de Estado chino gentilmente nos ha invitado junto a 47 colegas y funcionarios de la prensa oficial de América Latina y Guinea Ecuatorial. Los que llegamos primero a la atestada Pekín (o Beijing) tenemos 24 horas libres para sacarnos el jet lag de encima, antes de que comience el curso. Hay una definición mínima de lo que es un viajero: bajo ningún concepto ir de shopping, menos el primer día. Pues bien, junto con periodistas bolivarianos de Venezuela y frenteamplistas del Uruguay no resistimos la tentación. Beijing es una invitación al turismo más impúdicamente consumista: el micro a nuestro entero servicio nos dejó en el Yashow Market, donde se venden prendas de las mejores marcas mundiales a precio de bicoca.
Lo que en Buenos Aires es prohibitivo, acá es un deme dos, una Miami de los años ’80, pero con malls colectivistas: hay uno que vende todo tipo de tés; hay otro que se llama Photographic City. El palacio de peregrinación mundial de los compradores de cualquier nacionalidad y color es el Mercado de la Seda.
Antes de ir a esa parafernalia de la compra-venta, caímos frente a un edifico cuyo frente se ufana en lo alto de ser Sanlitún “Soho”. El Yashow Market está en el barrio de Sanlitún, que por la noche se llena de mochileros y gente con ojos redondos. Congrega en pocas cuadras dos versiones del shopping: uno para bolsillos de champagne y otro para bolsillos de cerveza. El primero es una construcción modernista al estilo de los rastis de Lego: bloques de cemento encastrados en diferentes direcciones que van dejando lugar entre medio a espacios al aire libre. Allí están el Mac Store, el Starbukcs y el Adidas. Los oríshinal.
Doscientos metros en dirección al Estadio del Pueblo, se encuentra el Yashow Market, un molcito al estilo del barrio del Once porteño que, salteando las luces de neón, por fuera parece un santuario de oficinas y pequeñas fábricas de corte y confección. Adentro en cambio es una Saladita caliente, el políticamente-incorrectamente llamado “bolishopping”. Un murmullo incesante y políglota que cambia de idioma según el visitante: “Hey, my friend, take a look!” “Amigo, aquí balato, balato” “Beseder?” “Finito, finito: fifty yiuen.”
Cuando llegamos y vimos eso con el compañero español-panameño y el bolivariano, admitimos la necesidad de tomarnos un cafecito en un boliche de la puerta para tomar impulso. Sentados afuera, bebiéndonos un ristretto –servido más allá de nuestra voluntad, “perdidos en la traducción”–, una señora de la tercera edad se nos arrodilló, haciendo el gesto universal de la mano extendida. En un país socialista, a punto de ir de compras, me pregunté si tendríamos el valor de negarnos. En Beijing, al menos por lo que vi en esta ciudad de 12 millones de personas, no se ven niños pidiendo; en general son gente grande. La esperanza de vida es de 73,5 años. 8 años y medio menos que en Japón.
Según el parámetro del Banco Mundial (vivir con un dólar diario), en 2011 había en China cerca de 122 millones de indigentes que no llegaban a esa cifra. Pero en las últimas tres décadas, con el proceso de reforma y apertura, China sacó de la pobreza a diez Argentinas juntas: 400 millones de personas. Si en 1978 el ingreso per cápita era de 225 dólares, en 2011 llegó a 4700. La República Popular China es la responsable de la drástica caída de la tasa de pobreza a nivel mundial.
Todo comenzó algún tiempo atrás, lejos ya de la isla del Imperio del Sol.
Lo que en Buenos Aires es prohibitivo, acá es un deme dos, una Miami de los años ’80, pero con malls colectivistas: hay uno que vende todo tipo de tés; hay otro que se llama Photographic City. El palacio de peregrinación mundial de los compradores de cualquier nacionalidad y color es el Mercado de la Seda.
Antes de ir a esa parafernalia de la compra-venta, caímos frente a un edifico cuyo frente se ufana en lo alto de ser Sanlitún “Soho”. El Yashow Market está en el barrio de Sanlitún, que por la noche se llena de mochileros y gente con ojos redondos. Congrega en pocas cuadras dos versiones del shopping: uno para bolsillos de champagne y otro para bolsillos de cerveza. El primero es una construcción modernista al estilo de los rastis de Lego: bloques de cemento encastrados en diferentes direcciones que van dejando lugar entre medio a espacios al aire libre. Allí están el Mac Store, el Starbukcs y el Adidas. Los oríshinal.
Doscientos metros en dirección al Estadio del Pueblo, se encuentra el Yashow Market, un molcito al estilo del barrio del Once porteño que, salteando las luces de neón, por fuera parece un santuario de oficinas y pequeñas fábricas de corte y confección. Adentro en cambio es una Saladita caliente, el políticamente-incorrectamente llamado “bolishopping”. Un murmullo incesante y políglota que cambia de idioma según el visitante: “Hey, my friend, take a look!” “Amigo, aquí balato, balato” “Beseder?” “Finito, finito: fifty yiuen.”
Cuando llegamos y vimos eso con el compañero español-panameño y el bolivariano, admitimos la necesidad de tomarnos un cafecito en un boliche de la puerta para tomar impulso. Sentados afuera, bebiéndonos un ristretto –servido más allá de nuestra voluntad, “perdidos en la traducción”–, una señora de la tercera edad se nos arrodilló, haciendo el gesto universal de la mano extendida. En un país socialista, a punto de ir de compras, me pregunté si tendríamos el valor de negarnos. En Beijing, al menos por lo que vi en esta ciudad de 12 millones de personas, no se ven niños pidiendo; en general son gente grande. La esperanza de vida es de 73,5 años. 8 años y medio menos que en Japón.
Según el parámetro del Banco Mundial (vivir con un dólar diario), en 2011 había en China cerca de 122 millones de indigentes que no llegaban a esa cifra. Pero en las últimas tres décadas, con el proceso de reforma y apertura, China sacó de la pobreza a diez Argentinas juntas: 400 millones de personas. Si en 1978 el ingreso per cápita era de 225 dólares, en 2011 llegó a 4700. La República Popular China es la responsable de la drástica caída de la tasa de pobreza a nivel mundial.
Todo comenzó algún tiempo atrás, lejos ya de la isla del Imperio del Sol.
El problema del socialismo almidonado. El “sistema teórico del socialismo con características chinas” ha establecido oficialmente que la Revolución Cultural de 1966 a 1976 fue un “error”, tal como lo dice Li Junrun en su libro ¿Conoce al Partido Comunista de China? (Ediciones de Lenguas Extranjeras, Beijing, 2011). En 1956, luego de que Nikita Kruschev destinara cuatro horas a fustigar el culto a la personalidad de Stalin en el XX Congreso del Partico Comunista de la Unión Soviética, Mao comenzó a desandar la doctrina marxista como si fuera una Biblia santificada y comenzó a adecuarla a un país que tenía historia y problemas propios. En 1966, detuvo el propio camino para intentar vencer con la temible Banda de los Cuatro a dirigentes e intelectuales del Partido que aparecían a sus ojos como adoradores del Capital, lo que le llevó una década en que sumiría al país en una sangría de espanto. “Fue un macartismo al revés”, dijo una fuente aquí que pidió reserva.
A fines de 1978, en los albores del gobierno de Deng Xiaoping –el vencedor al término de aquel proceso conocido como la “Revolución Cultural”–, China cambió su trama política. La III Sesión Plenaria del XI Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh)decidió modificar el ethos del Partido y del Estado y pasar de la lucha de clases como sínodo teórico al de la reconstrucción económica. Ese es el hito fundacional de la conocida “reforma y apertura” chinas.
Luego, durante el XII Congreso Nacional de PCCh de 1982, Deng Xiaoping retomó el viejo sueño del joven Mao: “Seguir nuestro propio camino y construir un socialismo con características chinas”. El cambio se nota en el terreno de la educación.
Según cifras provistas por el ex embajador Shen Yunao, si en 1978 el 80 por ciento de los 900 millones de habitantes de China eran analfabetos, con la institucionalización de la educación gratuita y obligatoria de 9 años, en 2011 el 99 por ciento de los 1347 millones de chinos sabe leer y escribir. En la década de la Revolución Cultural, las universidades cerraron. Incluso la Wenmin, la Universidad del Pueblo. “A principios de los ’80, el número de masters y doctores de esta universidad era cero; hoy quizás sean millones”, cuenta Zottele. Lo cierto es que en 2011 se contabilizaron en las aulas de nivel terciario 23 millones de estudiantes. Según la Unesco, en 2010 fueron a estudiar al exterior 440 mil estudiantes chinos y chinas. Y attenti: hoy en las escuelas chinas hay más alumnos estudiando inglés que estudiantes norteamericanos en las escuelas norteamericanas. No es broma.
La falla del sistema está en la gran disparidad que ha generado en la distribución de la riqueza. La señora que pedía en el Yashow Martket tiene subsidiado su seguro social en un 70 por ciento. El problema es que posiblemente no le alcance para llegar al treinta restante. El PBI per cápita de Shanghai es similar al de Portugal. Las ciudades más pobres de las ocho provincias más ricas de China, en el Oriente, es parecido al de Namibia.
“China está, y estará durante largo tiempo, en la etapa primaria del socialismo - escribió Li Junru, que es miembro permanente del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. En el libro, Li sostiene que Deng reconoció “que el socialismo puede aplicar también la economía de mercado, y que lo esencial del socialismo consiste en liberar la fuerza productiva, eliminar la explotación y polarización sociales y lograr finalmente la prosperidad común. Esas nuevas teorías son la base del socialismo con características chinas.”
Pronto tendremos los asistentes al curso la impresión de que el gobierno de Hu Jintao nos ha traído a los periodistas latinoamericanos y africanos para persuadirnos de la inmerecida impresión mundial de que China es una potencia. “Tenemos que fabricar 1000 millones de camisas para comprar un avión Boeing”, ilustró en la primera disertación formal del curso el profesor Qiming Sun, de la Universidad de Beijing. “Cultivamos algodón con aguas de las montañas nevadas de Xingjian. Utilizamos enorme cantidad de fertilizantes y pesticidas. Como la Provincia de Xingjian es pequeña, enviamos campesinos de otros lados para la cosecha. Pagamos un salario muy bajo para mantener el precio. Es decir, logramos tener un precio competitivo a nivel internacional utilizando recursos hídricos, contaminando el medio ambiente y explotando a nuestros trabajadores.”
En el Yashow Market, un traje Armani o Dolce&Gabanna –presumiblemente con la tela comprada por las firmas italianas a través del gobierno chino a los uigur de Xingjiang– puede regatearse hasta llegar a 40 dólares el conjunto de pantalón y saco. La teoría más creíble es que las marcas ponen el modelo y las empresas chinas aportan desde la materia prima hasta la mano de obra. Los sobrantes van a parar a lugares como el Mercado de la Seda o el Yashow. Los trajes tienen hasta el paño con el logo original, las etiquetas, los botones. En eso no se parece a La Salada: acá lo trucho es de primera calidad.
La señora de la puerta persiste, sin embargo, con la palma hacia arriba. Se espera para el 2025 un problema de envejecimiento poblacional tal como aqueja hoy a los países europeos. China comienza a pensar en importar jóvenes. Por lo pronto, el gobierno central ya permite tener dos hijos a los cónyuges que no hayan tenido la suerte de tener hermanos. La política de un hijo por familia logró que hubiera tan sólo un chino cada cinco seres humanos de este mundo.
A fines de 1978, en los albores del gobierno de Deng Xiaoping –el vencedor al término de aquel proceso conocido como la “Revolución Cultural”–, China cambió su trama política. La III Sesión Plenaria del XI Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh)decidió modificar el ethos del Partido y del Estado y pasar de la lucha de clases como sínodo teórico al de la reconstrucción económica. Ese es el hito fundacional de la conocida “reforma y apertura” chinas.
Luego, durante el XII Congreso Nacional de PCCh de 1982, Deng Xiaoping retomó el viejo sueño del joven Mao: “Seguir nuestro propio camino y construir un socialismo con características chinas”. El cambio se nota en el terreno de la educación.
Según cifras provistas por el ex embajador Shen Yunao, si en 1978 el 80 por ciento de los 900 millones de habitantes de China eran analfabetos, con la institucionalización de la educación gratuita y obligatoria de 9 años, en 2011 el 99 por ciento de los 1347 millones de chinos sabe leer y escribir. En la década de la Revolución Cultural, las universidades cerraron. Incluso la Wenmin, la Universidad del Pueblo. “A principios de los ’80, el número de masters y doctores de esta universidad era cero; hoy quizás sean millones”, cuenta Zottele. Lo cierto es que en 2011 se contabilizaron en las aulas de nivel terciario 23 millones de estudiantes. Según la Unesco, en 2010 fueron a estudiar al exterior 440 mil estudiantes chinos y chinas. Y attenti: hoy en las escuelas chinas hay más alumnos estudiando inglés que estudiantes norteamericanos en las escuelas norteamericanas. No es broma.
La falla del sistema está en la gran disparidad que ha generado en la distribución de la riqueza. La señora que pedía en el Yashow Martket tiene subsidiado su seguro social en un 70 por ciento. El problema es que posiblemente no le alcance para llegar al treinta restante. El PBI per cápita de Shanghai es similar al de Portugal. Las ciudades más pobres de las ocho provincias más ricas de China, en el Oriente, es parecido al de Namibia.
“China está, y estará durante largo tiempo, en la etapa primaria del socialismo - escribió Li Junru, que es miembro permanente del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. En el libro, Li sostiene que Deng reconoció “que el socialismo puede aplicar también la economía de mercado, y que lo esencial del socialismo consiste en liberar la fuerza productiva, eliminar la explotación y polarización sociales y lograr finalmente la prosperidad común. Esas nuevas teorías son la base del socialismo con características chinas.”
Pronto tendremos los asistentes al curso la impresión de que el gobierno de Hu Jintao nos ha traído a los periodistas latinoamericanos y africanos para persuadirnos de la inmerecida impresión mundial de que China es una potencia. “Tenemos que fabricar 1000 millones de camisas para comprar un avión Boeing”, ilustró en la primera disertación formal del curso el profesor Qiming Sun, de la Universidad de Beijing. “Cultivamos algodón con aguas de las montañas nevadas de Xingjian. Utilizamos enorme cantidad de fertilizantes y pesticidas. Como la Provincia de Xingjian es pequeña, enviamos campesinos de otros lados para la cosecha. Pagamos un salario muy bajo para mantener el precio. Es decir, logramos tener un precio competitivo a nivel internacional utilizando recursos hídricos, contaminando el medio ambiente y explotando a nuestros trabajadores.”
En el Yashow Market, un traje Armani o Dolce&Gabanna –presumiblemente con la tela comprada por las firmas italianas a través del gobierno chino a los uigur de Xingjiang– puede regatearse hasta llegar a 40 dólares el conjunto de pantalón y saco. La teoría más creíble es que las marcas ponen el modelo y las empresas chinas aportan desde la materia prima hasta la mano de obra. Los sobrantes van a parar a lugares como el Mercado de la Seda o el Yashow. Los trajes tienen hasta el paño con el logo original, las etiquetas, los botones. En eso no se parece a La Salada: acá lo trucho es de primera calidad.
La señora de la puerta persiste, sin embargo, con la palma hacia arriba. Se espera para el 2025 un problema de envejecimiento poblacional tal como aqueja hoy a los países europeos. China comienza a pensar en importar jóvenes. Por lo pronto, el gobierno central ya permite tener dos hijos a los cónyuges que no hayan tenido la suerte de tener hermanos. La política de un hijo por familia logró que hubiera tan sólo un chino cada cinco seres humanos de este mundo.
Una sociedad de hijos únicos. En 1979, de los 900 millones de chinos y chinas, la tercera parte era pobre. Cada mujer paría en el término de su vida, un promedio de 6 hijos. “Si hubiéramos seguido creciendo a ese ritmo, hoy seríamos 1800 millones, es decir 7 veces Inglaterra. Hubiésemos llenado al mundo de inmigrantes”, nos dijo Yao Junmei, del 7° Buró de la Oficina de Información del Consejo de Estado. La señorita Junmei trabajó en la embajada china en Washington DC. Tiene una mirada de águila, sabe qué decir y cómo. Esbelta y elegante, no mira con los ojos, sino con una sonrisa altiva, como un cazador que antes de atrapar a su presa, juega a las escondidas sabiendo del final ineluctable. Junmei aparenta seguridad. “Hoy en China hay 100 millones de personas bajo la línea de pobreza. En Finlandia, por cada hijo posterior al primero, el Estado subsidia a la madre. Pero son sólo 5 millones. En China, no podemos darnos ese privilegio. Entonces, tanto sus políticas de estímulo de natalidad como las que hay en China de planificación familiar son morales, porque responden a cada situación nacional específica. La política de natalidad es una decisión dura y sacrificada, pero razonable. Si no hubiésemos tenido esta estrategia, hoy habría más chinos que estadounidenses en los Estados Unidos. Es una política responsable de China hacia el mundo que debería generar aplausos”. El curso escuchaba con atención, no volaba una mosca ante la soberbia manifestación de una lógica que no se refleja en medios globales como la CNN. “Sin embargo, hoy no he escuchado aplausos”, dijo Yunmei y el auditorio estalló batiendo palmas, tal vez encantado con el modo chino de ver las cosas, tal vez por miedo de ser regañados por la señorita maestra.
El lema de Beijing es “Patriotismo, innovación, inclusión, virtud”. Los chinos defienden la razón de ser de su país con la pasión de los cubanos. Innovan al calor ahogante de la competencia comercial con Estados Unidos. Anhelan romper con la desigualdad como los países lationoamericanos de la última década. Se esfuerzan en practicar la virtud gubernativa como los antiguos griegos. China, desagregada en partecitas, es comparable con cualquier país del mundo. China entera, con las mil trescientas millones de almas que la componen es igual a ninguna nación del mundo.
El lema de Beijing es “Patriotismo, innovación, inclusión, virtud”. Los chinos defienden la razón de ser de su país con la pasión de los cubanos. Innovan al calor ahogante de la competencia comercial con Estados Unidos. Anhelan romper con la desigualdad como los países lationoamericanos de la última década. Se esfuerzan en practicar la virtud gubernativa como los antiguos griegos. China, desagregada en partecitas, es comparable con cualquier país del mundo. China entera, con las mil trescientas millones de almas que la componen es igual a ninguna nación del mundo.
Fuente: Miradas al Sur
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