Adrian Martínez Moreira es paraguayo e hijos de desaparecidos, se presento en el Juzgado Número 3 de Morón para exigirle al Estado argentino que reconozca su identidad. Adrián pudo saber que los torturadores en el cuartel Las Fronteras eran argentinos y entrenaban a los militares paraguayos.
Por Adrián Pérez
El Plan Cóndor, que sembró de dictaduras la región, escribió su historia con violencia y persiguió a sus padres por varios países latinoamericanos. “Mi nombre es Adrián Martínez Moreira y puedo decir esto porque hoy sé quién soy”, sentencia orgulloso el joven sociólogo de la Universidad de Buenos Aires. Sus parientes más cercanos fueron desaparecidos o asesinados por el terrorismo de Estado en Paraguay. En sus venas galopa la cultura guaraní. Originario de Asunción, A-drián Martín Martínez Henríquez, su padre, creció en Villarica, localidad ubicada en el corazón paraguayo. María Santa Moreira, su madre, nació en Misiones. Los dos continúan desaparecidos. Tras años de búsqueda, Leontina Delart de Moreira, su abuela materna, pudo abrazarlo en 1993. Adrián tenía siete años. El militante de la agrupación Hijos Paraguay se presento en el Juzgado Número 3 de Morón para exigirle al Estado argentino que reconozca su identidad.
Adrián habla de sus padres en un bar de Constitución. El 22 de marzo de 1974, Martínez Henríquez iba a parar a la cárcel por primera vez. La policía paraguaya lo detuvo por militar en la Federación Juvenil Comunista. Fue torturado en el Departamento de Investigaciones de Asunción; lo liberaron ocho meses después. Al año siguiente, comenzaba el desmembramiento familiar: primero desaparecía su hermana Nora, embarazada de siete meses, y su cuñado Andrés Ignacio Zamudio Vega, dirigente del Partido Comunista; luego secuestraban a María Laura Martínez Di Lorenzo, hermana por línea paterna (también embarazada), junto a su compañero Guillermo. Acorralado, el joven militante decidió exiliarse en Argentina.
En marzo de 1975 fue detenido en Misiones. Lo trasladaron a la Delegación Policía Federal de Posadas, donde fue torturado. Se enamora de María Santa en Buenos Aires, donde comienza a estudiar medicina y, en paralelo, sociología. Ambos se suman a las filas del PRT-ERP. En el asalto al cuartel de Monte Chingolo, el joven paraguayo participa del grupo 9 de sanidad en la curación de heridos. El 11 de marzo de 1977, fuerzas conjuntas de la Policía Federal, del Primer Cuerpo del Ejército y del grupo de tareas 4 de la Aeronáutica de Córdoba allanan el edificio de la calle Virrey Ceballos, donde vivía la pareja.
Por un salvoconducto del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), la pareja logra escapar a Brasil. Instalados en Río de Janeiro, y con los represores brasileños pisándoles los talones, deciden mudarse a San Pablo. Entre 1977 y 1985 se reciben de sociólogos. Además de participar en la fundación del Movimiento de Alfabetizadores Populares por la Liberación Nacional, organización de exiliados paraguayos opositores a la dictadura de Alfredo Stroessner, mantienen contacto con la línea del PRT-ERP encabezada por Enrique Gorriarán Merlo.
Moreira decide viajar a Asunción para participar del atentado al dictador Anastasio Somoza. Se separan en 1984 y ella comienza una relación con Marcelo Ariel Velázquez Ortiz, integrante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile (MIR). Queda embarazada de una niña a la que llama María Luz. Pero la relación termina y la argentina regresa con Martínez Henríquez. Adrián nace durante el reencuentro en Jardín América, Misiones. “Mis viejos discutían mucho con mis abuelas –sostiene Adrián–. Ellos insistían en que si la democracia había regresado a Argentina se iba a dar también en Paraguay y que el único modo posible era sacar a Stroessner muerto del Palacio de Flores.”
El 8 de noviembre de 1988, una patota del ejército y la policía nacional paraguaya ametralla la casa del barrio Herrera, en Asunción. El sociólogo paraguayo había viajado al interior para alfabetizar a campesinos y pueblos originarios. Embarazada de ocho meses, la militante argentina fue trasladada junto a sus dos hijos al Departamento de Investigaciones de la Policía Nacional de Asunción. Esa misma noche comenzaron a torturarla. Luego fueron enviados al cuartel Las Fronteras, en Ñacunday, donde Martínez Henríquez fue trasladado más tarde. En sus pesadillas, Adrián revivió los gritos de su madre en las sesiones de tortura, el ruido de un extractor y “el tren de los muertos vivos”. “Veía gente agarrada de los hombros, caminando, tenían caras de muertos”, afirma.
Durante la infancia, cuando estaba muy nervioso, Adrián corría al tacho de basura. Por la terapia descubrió que ese olor lo devolvía al centro clandestino donde estuvo secuestrado hasta los tres años. También tiene imágenes de su madre en la sala de torturas. La patota lo obligaba a mirar mientras la picaneaban, con su hermana subida en el vientre. A mediados de 1988, María fue trasladada para dar a luz. Tuvo mellizos, los llamó Martín y Soledad. A la semana regresó a Las Fronteras, totalmente traumada. Le anunciaron que María Luz y Adrián iban a ser liberados.
Con el tiempo, Adrián pudo saber que sus torturadores en Las Fronteras eran argentinos y que estaban ahí para entrenar a los militares paraguayos. Uno de ellos era Hugo Omar Leguizamón, quien violó a Moreira en varias ocasiones mientras estaba embarazada. El le dijo a la mujer que sus hijos estarían en buenas manos. María Luz y Adrián fueron entregados a un matrimonio argentino en un paso fronterizo de Misiones. Para legitimar el trámite de adopción, se argumentó que Moreira estaba insana al momento de abandonarlos. Este año, gracias a la Secretaría de Derechos Humanos, comenzará la causa judicial contra los responsables de esas adopciones.
Fuente: Pagina/12
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