Por Einat Rozenwasser
Adelaida Mangani en 1977 fundó el Grupo de Titiriteros del San Martín. Y cuenta cuando García Lorca hizo títeres en la calle Corrientes. Dice que para los chicos, son constitutivos del juego.
Siempre digo que los títeres me encontraron a mí. Me vinieron a buscar, me atropellaron”, cuenta Adelaida Mangani. La primera vez fue cuando tenía unos 6 años, en el comedor de su casa, en Caballito. Festejaban su cumpleaños y su tío, el maestro Juan Francisco Giacobbe (poeta, músico y formador de muchas generaciones de artistas) había invitado a sus amigos titiriteros para que le hicieran una función especial. Corrieron los muebles, subieron la araña, armaron un retablo alto y los personajes cobraron vida. Los años traerían clases de música y danzas, el magisterio en el Normal Nº 4 y un camino que iba para el lado del teatro hasta que conoció a Ariel Bufano y se volvió a encontrar con los títeres (y con una historia de amor que le daría dos hijos, Vicentico y Ariadna, aunque ese sea tema para otra ronda de café).
Sucede que Buenos Aires es una ciudad “titiritera”. Hay títeres en las plazas, en las ferias de artesanos, en los cumpleaños infantiles, en los teatros. Y ellos tienen mucho que ver con toda esta historia. En 1977 fundaron el Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín (con elenco estable, uno de los pocos con estas características en Latinoamérica). En 1983 presentaron uno de sus grandes hitos: El gran circo criollo. Y en 1987 abrieron la escuela-taller de titiriteros que funciona en el Teatro Regio, y es donde se forma la mayoría de los titiriteros de la escena local.
Sobre la llegada de los títeres a la Ciudad hay varias historias. “La más lejana, de principios del siglo XX, con unos italianos que trabajaban en La Boca con una técnica que se llama pupis siciliani, son títeres que se mueven desde arriba con un palo”, explica Magnani.
La popularidad se asocia con la visita de Federico García Lorca para presentar Bodas de Sangre en la calle Corrientes, en 1933. “Después del estreno hizo una función de títeres de guante para homenajear a sus amigos. Estaban los artistas de la época y para ellos fue un estallido”, sigue Mangani. Que un artista de la talla de García Lorca hiciera una función de algo que era considerado un arte menor causó una pequeña revolución en la bohemia local. El joven Javier Villafañe tomó la posta y se convirtió en el “padre” de los títeres porteños.
Aunque algunos piensen que es un arte destinado a los chicos, hay títeres para todas las edades. “Su origen tiene que ver con rituales religiosos, sobre todo en Oriente, que es donde podemos identificar lo más antiguo”, expone, y entre otros ejemplos menciona el trabajo con sombras.
Todos los chicos tienen en algún momento un estilo de juego que se relaciona con los títeres...
Les resulta una expresión familiar, incluso más que otras experiencias artísticas, porque a través del juego suelen darle identidades diferentes a los objetos con los que se identifican. Desde el oso que habla hasta la escoba que es un caballo.
¿Cómo trabaja el titiritero? Hay que manejar el ego de un actor que no se muestra en escena...
Desde el punto de vista del instrumento con el cual se expresan sería casi como un músico, porque lo hacen a través de un instrumento. La mayor eficacia artística radica en, justamente, poder proyectar en el objeto lo que siente el personaje, para que ese objeto inerte cobre vida. Y lo que vos sentís como intérprete al poder expresarte de una manera que va mucho más allá de lo humanamente posible produce una gratificación muy grande.
La esperan para ajustar detalles de la temporada 2012: Una gaviota afortunada, en el San Martín; El caballero de la mano de fuego... la opereta, en La Ribera; y Una lágrima de María, en el Sarmiento. Y dos para adultos, El sueño de Ulises y El Fausto, de Marlowe. Porque en Buenos Aires el que busca títeres, encuentra.
Fuente: Clarin
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