Entrevista a Fernando Noy. Artista y poeta, según su propia definición de lo que es uno y el otro, escucharlo es un viaje. Un placentero recorrido con los ojos de turistas por las palabras que se transitan a diario. El lenguaje adquiere otra dimensión, y la comunicación se presenta repleta de poesía. En el escenario o en el texto, su decir es una experiencia.
Por Jorge Belaunzarán
-Está más volcado a la poesía escrita en los últimos años.
-Soy poeta desde siempre, pero estoy más volcado a la narrativa poética. Tengo también un libro de cuentos inédito que tengo que cerrar este año, que se llama Cuentos Quemados, que está originado en un incidente. Hace quince años, después de un año de prestar un departamento a un amigo, voy a buscar mis cosas, y el portero me dice que nunca pagó las expensas, y entonces prendió fuego todo. Había ahí quince cuentos escritos. Y es toda la reescritura, la memoria de alguien, que vuelve. Estoy en eso. Pero en este tránsito poético de Piedra en flor hay algo que trata de tomar más por el vilo de la circunstancia al lector, que de la pura poética. Es decir, hay situaciones que tienen que ver con construcciones metafóricas, como por ejemplo Oro verde. Y siento que he quebrado una especie de lo críptico que tenía en libros anteriores, aunque también son libros muy queridos. Dentellada es un libro que tuvo cinco ediciones, y del cual comenzaron a hacer sus numeritos (por no decir perfomances) nada menos que Batato Barea, Alejandro (Urdapilleta). Este libro me dio muchas satisfacciones porque siempre huyó del papel, se metió en escenarios, a una tertulia, en una fiesta. Es impensado dónde van esos poemas. Por lo tanto no me puedo quejar.
-¿Y con éste supone que va a pasar lo mismo?
-No supongo, lo estoy comprobando. Juan José Manauta, un escritor magnífico de 90 años me envió unas palabras impresionantes. Estoy recibiendo de este cuarto libro ecos increíbles, inesperados, mucho más que inmediatos; es vertiginoso lo que pasa con este libro. Los otros es como que tienen una reacción más tardía.
-Hay un poema en el que dice que el novelista envidia al cuentista, el cuentista al poema...
-¡Ah! Jamás me sentaría a escribir un poema, pero el poema me sienta a escribir. Me acuerdo que ese no lo hice sentado porque era en un ascensor que me llegó esa data. Porque las datas te vienen como en una especie de transe, en los viajes de uno, en sus tránsitos prohibidos. Pero ese vino como una respuesta. Hay un novelista amigo mío, que después de charlar horas sobre la novela llegué a esa conclusión. Y según la trilogía de comparaciones el poeta sería el que no envidia a nadie.
-¿Y si edita el libro de cuentos se envidiará a usted mismo?
-Pero yo no me envidio como cuentista, me admiro, me venero. Me considero un gran narrador, no me considero un gran poeta, pero un gran narrador, sí. Porque con la narrativa ocurre que estás haciendo el corte y confección, broderie, el encaje y le metés y ves el modelo, completo, y no te podés confundir. Y sabés si funciona o no, dónde está la tela mal escrita, dónde está el agujero del ruido de la calle. Y es impresionante el poder que uno nota con la palabra y el lenguaje en lo estrictamente relacionado con la prosa y la novela. En cambio con el poema no, es una especie de boomerang que no sabés si va y viene. En este caso está volviendo mucho, pero hay muchos poemas que están quietos.
-Hay una cosa extraña que ocurre con la poesía a diferencia del cuento o la novela. Al leer narrativa, se espera la línea continua, el párrafo, la unidad de sentido, cosas que vienen de la narrativa oral.
-Claro, el Había una vez.
-Y eso es como una memoria auditiva, de sentidos, emotiva. En cambio la poesía es como un dislocamiento de eso.
-Generalmente la poesía también tiene códigos que no corresponden al lenguaje habitual. Tiene claves, enigmas, egos rarísimos, egos habitados o difuminados, destruidos, y es difícil, porque se vuelve insondable a veces el poema; hay que trabajarlo, estudiarlo, leerlo, releerlo, encontrarle la resonancia. Para colmo ahora, en el campus literario hay un exceso de poesía que yo denomino transgénica, como al soja. Lo entiendo en su sinrazón, su tontón, su ir y venir, pero no sé tampoco por qué quieren publicar. Por eso existe ese poema en el que yo recrimino esa actividad tan excesiva en la actualidad, como si la poesía fuera una moda. Como si la poesía fuera Palermo Absúrdido. El poeta tiene esa cuestión cercana al mago y al profeta que debe revelar el signo que aparece de algún tema. Ahí te das cuenta. Porque no creo que haya poetas súper geniales y otros no: hay poetas o no. Cuando se es poeta es una especie de maldición bendita. No podés pasar más, porque es como si todo el tiempo estuvieras con la antena encendida. Y en la obra, en lo que vas entregando, conformando y realizando, uno se cubre de metáforas y de imágenes como para deslizar ciertas respuestas a ese enigma, que se responde con otro enigma. Pero trato de que el enigma se ilumine un poco más porque si no te perdés ante semejante espesura. Los grandes poetas son los que además son capaces de habitar el universo del otro, como por ejemplo (Néstor) Perlongher; o el propio actor Alejandro Urdapilleta, que ha escrito un libro en el que la poesía y la prosa se transforman en una tercera dimensión. Porque existe esa fragua de tercera dimensión, de un estilo único y propio, intransferible, que tienen otros autores, diversos maestros de un lenguaje único, incomparable. Hay que tratar de ver si la poesía es transgénica o no. Y eso se nota al leer el primer y segundo poema, listo, ya está, te das cuenta. La verdadera poesía siempre conmueve, y siempre atrapa por la conmoción. No digo de conmover de lágrimas, puede conmover por distintas sensaciones. Pero hay un mercado asesino de lo poético que está funcionando por gente que se cree poeta, y a mí no me conmueve. Y si no me conmueve, no existe.
-En ese sentido, la forma en la que se escribe, el diseño gráfico de un poema, , ¿es igual de relevante?
-El blanco de la página es muy importante. Lo blanco de la página es como el silencio utilizado. Todo, todo está hilvanado. De cabo a rabo uno arma una especie de calidoscopio donde sabés que el movimiento de la lectura no es tuyo. De ahí viene la teoría de (Julio) Cortázar del lector salteado. Pero creo que en los poemas uno tiene dispuestas en zona, en una especie de mapa que tiene que rellenar, ese calidoscopio que no domina pero que entrega. Y el otro, por ahí lo recibe en la quinta página, en la última, lo revuelve. Hay gente que lee un poema después del décimo poema y ahí dice: ¡ay qué maravilla! y vuelve a leer todo el libro. No se puede prever lo que ocurre con un libro de poemas. Lo importante es sacárselo de encima.
-¿Establece una estrategia de escritura y diseño?
-Sí, por supuesto. Uno hace una trampa, organiza una trampa, que es una trampa de libertad, de liberación. Uno crea una jaula abierta, donde la jaula se vuelve pájaro. Donde todo es lleno de humor, horror, todo lo que rima con amor; dolor. Y después se va hacia una especie de forma que podría ser un mandala, una especie de dibujo que no utiliza el margen; un diseño imprevisto. Y ahí estás seguro, porque sabés cómo vas a ir. El primer acto, el segundo acto, cada poema es un mini acto que vas armando para llegar a un final y los poemas no están correlativamente escritos. Primero está la proyección, que surge naturalmente, como una posesión; y luego ese ordenamiento final, que es como ordenar un naipe de cartas. Como un juego lúdico relacionado con eso que el lector necesita: ser parte del juego, poner la ficha, apostar (y la mano se le va contra la mesa, en forma de golpe). En este libro lo noto más que nunca. Y el tema importante del diseño es la posibilidad de que lo blanco sea lo oscuro del lenguaje; y usado como pausa, como silencio, como pequeño respiro, porque a veces te vienen cosas muy grosas. Y hay veces en que se expresa lo terrible, pero con una especie de antifaz o máscara. O al revés, la pureza es maldita. Y lo que me importa más que nada es agregar algo al mundo de lo poético, y no escribir un libro más.
-Su forma teatral también es posible descubrir en el diseño que le dio. Es como si se lo viera en escena.
-Es que soy un juglar postmoderno, una figura que no puede estar separada de eso. Hay un poema en el que toco el tema, cuando digo que no es fácil decir un poema propio en escena. Yo me considero la (Berta) Singerman de todo lo que recito, que es mío. Nadie puede hacerlo mejor que yo, te lo aseguro. Vuelvo a hacer autobombo como con los cuentos. Me considero un gran narrador y el mejor decidor que puede haber después de (Polaco) Goyeneche, (Ángel) Villoldo; porque yo tengo que jugar con lo que recibo de los grandes como Alejandra (Pizarnik). Ahí tengo una ventaja grande: a veces pienso si la gente se va a dar cuenta del orgasmo que es para mí decir mi poema. Lo mismo que hace poco vinieron un par de bahianas, y estuvieron 15 días (yo viví dos años en Bahía) y me transformé en una especie de valerio de ellas. Planté todo por 15 días. Y me dije: ¿por qué soy tan valerio? Hasta que de pronto subidos al ómnibus que pasea por la ciudad, descubrí que yo era el turista y no ellas. Desde ese ángulo del turista que nunca había visto mi ciudad amada. Y se lo confesé. Y se pusieron muy felices porque se sentían culpables. No tenés oportunidad de sentirte turista en tu propia patria. Y eso es una travesía del poema hasta su última comprensión. Esto no termina nunca conmigo. Sobrevivo a mis propias encrucijadas. Suelo salir del famoso laberinto de la creación mutilado, porque es un laberinto del que soy también Ariadna y al mismo tiempo el Minotauro, como diría Pizarnik.
-¿Siempre que el laberinto lo tienta, como el agujero a Alicia, está dispuesto a entrar? Porque Alicia no sabía lo que le iba a esperar, pero usted sí.
-Es ese safari infernal, incomprensible de la propia entrada y salida en cosas que se manifiestan por sí mismas; ese árbol cortado que salgo de mi casa y veo y el poema se escribe contra la pared, con la tijera de la librería porque yo iba a comprar. Evidentemente la poesía no está solamente en los libros, está en la propia existencia, en el bebé que se te ríe, en la nube que no se deja dibujar porque transmuta en otra forma. Lo que pasa es que los libros logran mantenerla como un espejo perpetuo; el espejismo de esa poesía. Te sentís como un equilibrista que tenés que hacer la doble función: ser la cuerda y ser el equilibrista. Es el plus al que te someten y te dan alas secretas para poder sobrellevar tu vida los que te marcaron tu destino de poeta.
-El libro abre con Sha Ar Rabeen diciendo: “En el cuerpo hay un pedazo de carne/ que cuando es bueno/ al cuerpo entero lo es/ y cuando corrupto/ el cuerpo entero es corrupto. Hablo del corazón...”
-Amo mucho la poesía del sufismo, que yo no pretendo para lo mío, pero que es el lugar de la devoción. Es la religión poética por excelencia. Y vos lo leés a Rabeen y te responde todo. Cuando lo leí dije: acá está todo respondido para mí. Y lo escribe en tres pequeñas frases: el tipo construye un por qué, dónde y cuándo.
-Produce un gran deseo de compartirlo, pero al mismo tiempo el temor de avasallar a aquellos con los que se quiere compartir.
-¡Ah, qué bien! Por qué vas al lugar donde todos han descarrilado, otro maestro, poeta. Porque maestros, poetas del rock hay pocos, y uno de ellos es Charly. Hay una operación interna que es inconciente, no pensada; estás más en lo automágico. No en el automatismo surrealista sino en lo que realmente ves que le falta a esa estructura: ves como una maqueta, que es el libro completo, y es como un guiño, una linterna mágica que te acerca a la temática de lo que viene después. Es como si estuviera en alta mar y te dijera: mirá esa laguna; en la noche debajo de la luna y te dijera: mirá esa mínima estrella. Y esa mínima estrella es más que la luna, que sabés desde qué instante está. Por eso es tan importante a veces crear un poema, porque esa actitud es un transe, no lo podés dominar. Estás poseído por una situación. Después, hay que dar tiempo al tiempo, especialmente en la poesía. Y ahí volvés a rever y decís: está; ese es el laburo más o menos previsible. Hay mucha palabra vana, música vana como diría Conrado Nalé Roxlo. Pero el interés es siempre llegar desde el otro; entrar al otro y llegar desde el otro al lugar en común. Es muy presuntuoso también, porque es como ser un semidios que posee al lector para que el lector se transforme en coequiper: el viaje se hace en conjunto. Es como que se busca un camino para capturar libremente al lector y entonces la poesía no se transforma en una operación típica y cansadora. Esa búsqueda del compinche, el colega, el camarada es lo que sobretodo busqué siempre. Por eso casi nunca uso el yo en un poema. Especialmente cuando se trata de autoreferenciar algún elemento que no podés ofrecer al otro, sino que por ahí es único. Vos podés hablar mil horas sobre lo poético, pero sobre un libro de poesía, que has leído, pasado y transmitido, es como explicar un país imaginario que has visitado y coinciden las mismas visiones. Se puede ir a la melancolía, a la alegría, a la libertad, a la opresión, a lo oscuro, está el poeta maldito; y en cambio esa zona neutra, de invisibilidades, es una zona muy riesgosa, porque el otro de pronto está hechizando, está volviendo cosmos algo que no es el universo sino la propia humanidad. *
-Está más volcado a la poesía escrita en los últimos años.
-Soy poeta desde siempre, pero estoy más volcado a la narrativa poética. Tengo también un libro de cuentos inédito que tengo que cerrar este año, que se llama Cuentos Quemados, que está originado en un incidente. Hace quince años, después de un año de prestar un departamento a un amigo, voy a buscar mis cosas, y el portero me dice que nunca pagó las expensas, y entonces prendió fuego todo. Había ahí quince cuentos escritos. Y es toda la reescritura, la memoria de alguien, que vuelve. Estoy en eso. Pero en este tránsito poético de Piedra en flor hay algo que trata de tomar más por el vilo de la circunstancia al lector, que de la pura poética. Es decir, hay situaciones que tienen que ver con construcciones metafóricas, como por ejemplo Oro verde. Y siento que he quebrado una especie de lo críptico que tenía en libros anteriores, aunque también son libros muy queridos. Dentellada es un libro que tuvo cinco ediciones, y del cual comenzaron a hacer sus numeritos (por no decir perfomances) nada menos que Batato Barea, Alejandro (Urdapilleta). Este libro me dio muchas satisfacciones porque siempre huyó del papel, se metió en escenarios, a una tertulia, en una fiesta. Es impensado dónde van esos poemas. Por lo tanto no me puedo quejar.
-¿Y con éste supone que va a pasar lo mismo?
-No supongo, lo estoy comprobando. Juan José Manauta, un escritor magnífico de 90 años me envió unas palabras impresionantes. Estoy recibiendo de este cuarto libro ecos increíbles, inesperados, mucho más que inmediatos; es vertiginoso lo que pasa con este libro. Los otros es como que tienen una reacción más tardía.
-Hay un poema en el que dice que el novelista envidia al cuentista, el cuentista al poema...
-¡Ah! Jamás me sentaría a escribir un poema, pero el poema me sienta a escribir. Me acuerdo que ese no lo hice sentado porque era en un ascensor que me llegó esa data. Porque las datas te vienen como en una especie de transe, en los viajes de uno, en sus tránsitos prohibidos. Pero ese vino como una respuesta. Hay un novelista amigo mío, que después de charlar horas sobre la novela llegué a esa conclusión. Y según la trilogía de comparaciones el poeta sería el que no envidia a nadie.
-¿Y si edita el libro de cuentos se envidiará a usted mismo?
-Pero yo no me envidio como cuentista, me admiro, me venero. Me considero un gran narrador, no me considero un gran poeta, pero un gran narrador, sí. Porque con la narrativa ocurre que estás haciendo el corte y confección, broderie, el encaje y le metés y ves el modelo, completo, y no te podés confundir. Y sabés si funciona o no, dónde está la tela mal escrita, dónde está el agujero del ruido de la calle. Y es impresionante el poder que uno nota con la palabra y el lenguaje en lo estrictamente relacionado con la prosa y la novela. En cambio con el poema no, es una especie de boomerang que no sabés si va y viene. En este caso está volviendo mucho, pero hay muchos poemas que están quietos.
-Hay una cosa extraña que ocurre con la poesía a diferencia del cuento o la novela. Al leer narrativa, se espera la línea continua, el párrafo, la unidad de sentido, cosas que vienen de la narrativa oral.
-Claro, el Había una vez.
-Y eso es como una memoria auditiva, de sentidos, emotiva. En cambio la poesía es como un dislocamiento de eso.
-Generalmente la poesía también tiene códigos que no corresponden al lenguaje habitual. Tiene claves, enigmas, egos rarísimos, egos habitados o difuminados, destruidos, y es difícil, porque se vuelve insondable a veces el poema; hay que trabajarlo, estudiarlo, leerlo, releerlo, encontrarle la resonancia. Para colmo ahora, en el campus literario hay un exceso de poesía que yo denomino transgénica, como al soja. Lo entiendo en su sinrazón, su tontón, su ir y venir, pero no sé tampoco por qué quieren publicar. Por eso existe ese poema en el que yo recrimino esa actividad tan excesiva en la actualidad, como si la poesía fuera una moda. Como si la poesía fuera Palermo Absúrdido. El poeta tiene esa cuestión cercana al mago y al profeta que debe revelar el signo que aparece de algún tema. Ahí te das cuenta. Porque no creo que haya poetas súper geniales y otros no: hay poetas o no. Cuando se es poeta es una especie de maldición bendita. No podés pasar más, porque es como si todo el tiempo estuvieras con la antena encendida. Y en la obra, en lo que vas entregando, conformando y realizando, uno se cubre de metáforas y de imágenes como para deslizar ciertas respuestas a ese enigma, que se responde con otro enigma. Pero trato de que el enigma se ilumine un poco más porque si no te perdés ante semejante espesura. Los grandes poetas son los que además son capaces de habitar el universo del otro, como por ejemplo (Néstor) Perlongher; o el propio actor Alejandro Urdapilleta, que ha escrito un libro en el que la poesía y la prosa se transforman en una tercera dimensión. Porque existe esa fragua de tercera dimensión, de un estilo único y propio, intransferible, que tienen otros autores, diversos maestros de un lenguaje único, incomparable. Hay que tratar de ver si la poesía es transgénica o no. Y eso se nota al leer el primer y segundo poema, listo, ya está, te das cuenta. La verdadera poesía siempre conmueve, y siempre atrapa por la conmoción. No digo de conmover de lágrimas, puede conmover por distintas sensaciones. Pero hay un mercado asesino de lo poético que está funcionando por gente que se cree poeta, y a mí no me conmueve. Y si no me conmueve, no existe.
-En ese sentido, la forma en la que se escribe, el diseño gráfico de un poema, , ¿es igual de relevante?
-El blanco de la página es muy importante. Lo blanco de la página es como el silencio utilizado. Todo, todo está hilvanado. De cabo a rabo uno arma una especie de calidoscopio donde sabés que el movimiento de la lectura no es tuyo. De ahí viene la teoría de (Julio) Cortázar del lector salteado. Pero creo que en los poemas uno tiene dispuestas en zona, en una especie de mapa que tiene que rellenar, ese calidoscopio que no domina pero que entrega. Y el otro, por ahí lo recibe en la quinta página, en la última, lo revuelve. Hay gente que lee un poema después del décimo poema y ahí dice: ¡ay qué maravilla! y vuelve a leer todo el libro. No se puede prever lo que ocurre con un libro de poemas. Lo importante es sacárselo de encima.
-¿Establece una estrategia de escritura y diseño?
-Sí, por supuesto. Uno hace una trampa, organiza una trampa, que es una trampa de libertad, de liberación. Uno crea una jaula abierta, donde la jaula se vuelve pájaro. Donde todo es lleno de humor, horror, todo lo que rima con amor; dolor. Y después se va hacia una especie de forma que podría ser un mandala, una especie de dibujo que no utiliza el margen; un diseño imprevisto. Y ahí estás seguro, porque sabés cómo vas a ir. El primer acto, el segundo acto, cada poema es un mini acto que vas armando para llegar a un final y los poemas no están correlativamente escritos. Primero está la proyección, que surge naturalmente, como una posesión; y luego ese ordenamiento final, que es como ordenar un naipe de cartas. Como un juego lúdico relacionado con eso que el lector necesita: ser parte del juego, poner la ficha, apostar (y la mano se le va contra la mesa, en forma de golpe). En este libro lo noto más que nunca. Y el tema importante del diseño es la posibilidad de que lo blanco sea lo oscuro del lenguaje; y usado como pausa, como silencio, como pequeño respiro, porque a veces te vienen cosas muy grosas. Y hay veces en que se expresa lo terrible, pero con una especie de antifaz o máscara. O al revés, la pureza es maldita. Y lo que me importa más que nada es agregar algo al mundo de lo poético, y no escribir un libro más.
-Su forma teatral también es posible descubrir en el diseño que le dio. Es como si se lo viera en escena.
-Es que soy un juglar postmoderno, una figura que no puede estar separada de eso. Hay un poema en el que toco el tema, cuando digo que no es fácil decir un poema propio en escena. Yo me considero la (Berta) Singerman de todo lo que recito, que es mío. Nadie puede hacerlo mejor que yo, te lo aseguro. Vuelvo a hacer autobombo como con los cuentos. Me considero un gran narrador y el mejor decidor que puede haber después de (Polaco) Goyeneche, (Ángel) Villoldo; porque yo tengo que jugar con lo que recibo de los grandes como Alejandra (Pizarnik). Ahí tengo una ventaja grande: a veces pienso si la gente se va a dar cuenta del orgasmo que es para mí decir mi poema. Lo mismo que hace poco vinieron un par de bahianas, y estuvieron 15 días (yo viví dos años en Bahía) y me transformé en una especie de valerio de ellas. Planté todo por 15 días. Y me dije: ¿por qué soy tan valerio? Hasta que de pronto subidos al ómnibus que pasea por la ciudad, descubrí que yo era el turista y no ellas. Desde ese ángulo del turista que nunca había visto mi ciudad amada. Y se lo confesé. Y se pusieron muy felices porque se sentían culpables. No tenés oportunidad de sentirte turista en tu propia patria. Y eso es una travesía del poema hasta su última comprensión. Esto no termina nunca conmigo. Sobrevivo a mis propias encrucijadas. Suelo salir del famoso laberinto de la creación mutilado, porque es un laberinto del que soy también Ariadna y al mismo tiempo el Minotauro, como diría Pizarnik.
-¿Siempre que el laberinto lo tienta, como el agujero a Alicia, está dispuesto a entrar? Porque Alicia no sabía lo que le iba a esperar, pero usted sí.
-Es ese safari infernal, incomprensible de la propia entrada y salida en cosas que se manifiestan por sí mismas; ese árbol cortado que salgo de mi casa y veo y el poema se escribe contra la pared, con la tijera de la librería porque yo iba a comprar. Evidentemente la poesía no está solamente en los libros, está en la propia existencia, en el bebé que se te ríe, en la nube que no se deja dibujar porque transmuta en otra forma. Lo que pasa es que los libros logran mantenerla como un espejo perpetuo; el espejismo de esa poesía. Te sentís como un equilibrista que tenés que hacer la doble función: ser la cuerda y ser el equilibrista. Es el plus al que te someten y te dan alas secretas para poder sobrellevar tu vida los que te marcaron tu destino de poeta.
-El libro abre con Sha Ar Rabeen diciendo: “En el cuerpo hay un pedazo de carne/ que cuando es bueno/ al cuerpo entero lo es/ y cuando corrupto/ el cuerpo entero es corrupto. Hablo del corazón...”
-Amo mucho la poesía del sufismo, que yo no pretendo para lo mío, pero que es el lugar de la devoción. Es la religión poética por excelencia. Y vos lo leés a Rabeen y te responde todo. Cuando lo leí dije: acá está todo respondido para mí. Y lo escribe en tres pequeñas frases: el tipo construye un por qué, dónde y cuándo.
-Produce un gran deseo de compartirlo, pero al mismo tiempo el temor de avasallar a aquellos con los que se quiere compartir.
-¡Ah, qué bien! Por qué vas al lugar donde todos han descarrilado, otro maestro, poeta. Porque maestros, poetas del rock hay pocos, y uno de ellos es Charly. Hay una operación interna que es inconciente, no pensada; estás más en lo automágico. No en el automatismo surrealista sino en lo que realmente ves que le falta a esa estructura: ves como una maqueta, que es el libro completo, y es como un guiño, una linterna mágica que te acerca a la temática de lo que viene después. Es como si estuviera en alta mar y te dijera: mirá esa laguna; en la noche debajo de la luna y te dijera: mirá esa mínima estrella. Y esa mínima estrella es más que la luna, que sabés desde qué instante está. Por eso es tan importante a veces crear un poema, porque esa actitud es un transe, no lo podés dominar. Estás poseído por una situación. Después, hay que dar tiempo al tiempo, especialmente en la poesía. Y ahí volvés a rever y decís: está; ese es el laburo más o menos previsible. Hay mucha palabra vana, música vana como diría Conrado Nalé Roxlo. Pero el interés es siempre llegar desde el otro; entrar al otro y llegar desde el otro al lugar en común. Es muy presuntuoso también, porque es como ser un semidios que posee al lector para que el lector se transforme en coequiper: el viaje se hace en conjunto. Es como que se busca un camino para capturar libremente al lector y entonces la poesía no se transforma en una operación típica y cansadora. Esa búsqueda del compinche, el colega, el camarada es lo que sobretodo busqué siempre. Por eso casi nunca uso el yo en un poema. Especialmente cuando se trata de autoreferenciar algún elemento que no podés ofrecer al otro, sino que por ahí es único. Vos podés hablar mil horas sobre lo poético, pero sobre un libro de poesía, que has leído, pasado y transmitido, es como explicar un país imaginario que has visitado y coinciden las mismas visiones. Se puede ir a la melancolía, a la alegría, a la libertad, a la opresión, a lo oscuro, está el poeta maldito; y en cambio esa zona neutra, de invisibilidades, es una zona muy riesgosa, porque el otro de pronto está hechizando, está volviendo cosmos algo que no es el universo sino la propia humanidad. *
Fuente: Asterisco
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