El filósofo y narrador Jose Pablo Feinmann se refiere a la reciente publicación de su libro El Flaco, diálogos irreverentes con Néstor Kirchner, y a la siempre tensa relación entre pensamiento y poder.
Debió ser el día más otoñal del año. En verdad la noche, porque mientras las luces de la calle y de los autos rebotaban en el pavimento mojado, el periodista y el fotógrafo se aterían de frío bajo la lluvia sobre Azcuénaga, a metros de la Facultad de Medicina, a la espera de ser recibidos por José Pablo Feinmann. Es que este encumbrado y prolífico filósofo argentino sólo funciona a esas horas. Duerme de día y escribe mientras el músculo del resto descansa.
–Desde el regreso de la democracia, la relación de los intelectuales con los gobiernos de turno siempre fue conflictiva, si no distante.
–Hubo un acercamiento al principio del gobierno de Alfonsín. Está el discurso de Parque Norte, que es muy importante pero no lo entendió nadie. Ni Alfonsín habrá entendido lo que le escribían Juan Carlos Portantiero, Juan Carlos Torre y Pablo Giussani. Un discurso académico sobre la democracia.
–Su relación con la política partidaria también fue muy conflictiva. Sin embargo, con Néstor Kirchner cambió la cosa. ¿Por qué?
–Mi acercamiento fue cuando asumió. Lo vimos por televisión con mi mujer: un tipo que llegaba después de una etapa horrible del país. No sabía nada de Kirchner. Me habían dicho algunas cosas medio malas de Santa Cruz, pero nunca las tomé muy en serio. Cuando asumió, el modo en que lo hizo (la lastimadura de la frente, el jugueteo con el bastón de mando y, sobre todo, el discurso de “pertenezco a una generación diezmada”), me pregunté ¿qué está diciendo este tipo? Y después, cuando habló de los 30 mil desaparecidos, de la plaza de Cámpora…
–La misma fecha de asunción de aquel 1973…
–Claro, 25 de mayo, 1973 y 2003, 30 años. Todos los presidentes que asumen aquí hablan de nuestros próceres, de la Constitución: Alberdi, Sarmiento, Mitre. Néstor habló de Mariano Moreno y de Castelli, de los inmigrantes y de la generación del ’70, esa, como dijo “que lo dio todo y no tuvo nada pero cuyos ideales me alientan todavía y no los voy a dejar en la puerta de la Casa de Gobierno”.
–Un discurso que determinados sectores parecen no haber entendido.
–Lo releí para hacer el libro y pensaba en todos los que no habían entendido. Duhalde, por ejemplo, tendría que haber encabezado una salida esa misma noche. Por entonces, yo escribía el artículo Un flaco como cualquier otro que, por lo que supe después, le gustó mucho. Cristina se emocionó y dijo en reportajes que la hizo llorar. A los 15 días, llamó el vocero presidencial Miguel Núñez con la frase “el presi quiere tomar un feca con vos”. El diálogo fue de locos: “19.30”, dije. “En el lugar que quieras porque él sale de la Casa Rosada”, fue la respuesta. “El Tortoni”, dije, y de inmediato comprendí la locura: “Pará un cachito, ¿cómo va a venir el presidente al Tortoni, me estás cargando?”. “Suena raro, ¿no?”, me contestó Núñez. Decidí ir yo a la Rosada. Mientras esperaba, aparecieron Mona Moncalvillo y Pino Solanas. Yo seguí charlando con Núñez y le empecé a largar que había que refortalecer el Estado y regular el mercado, pero que el Estado no se regulaba solo. La verdad es que el llamado kirchnerismo es una experiencia latinoamericana del keynesianismo. El mundo no es tan complicado para nosotros: es Milton Friedman o Keynes. Si agarramos la Escuela de Chicago, viene el FMI. Néstor decía “Keynes”, el Estado controlador del mercado. Y esa debe ser la real influencia del Presi. Cuando fui la primera vez, estaba Omar Bravo, que lo conocía de Medios y Comunicación y me dice: “¿Venís a ver al Flaco?”, así con voz fuerte. Salía de adentro, de las entrañas del poder. “Anda por ahí.” Néstor tenía un carisma impresionante. El tipo que hace bajar el cuadro de Videla te hace temblar y si no te hace temblar andá a un psicólogo porque sos un facho o estás enfermo. Ese “proceda” es conmovedor.
–Ahora son muchos más los intelectuales y artistas que se sumaron, pero en ese momento había pocos.
–Después del tractorazo empiezan a apoyar. Ahí nace Carta Abierta, un poquito antes, en medio de ese despelote.
–Su acercamiento, ¿fue una decisión sin previsiones?
–Empezó a aparecer enseguida, pero no por mala onda, que yo era el filósofo de Kirchner. Mirá la consideración que me tenían que me veían de otro modo. Me acuerdo que fui al Festival de Mar del Plata y me miraban así. Yo me reía bastante. Entonces largué eso de “yo no soy oficialista, lo que pasa es que el oficialismo se volvió como yo, ¿ahora qué voy a hacer?”. Después me llamó de nuevo Núñez y ahí fue donde entro a la reunión larga, una hora 45 minutos. Allí es donde está el núcleo de lo que va a ser “el desacuerdo”. Porque mi libro es un libro sobre un desacuerdo. Desacuerdo que, una vez producido, sigue en el afecto.
–¿No es así como nacen las amistades? Uno, con los amigos no siempre está de acuerdo.
–Ocurrió algo así. Como decir “nosotros no estamos de acuerdo, no nos vamos a ver mucho porque ya no me necesitás, pero seguimos teniéndonos afecto”. Yo sentí que él me quería mucho, no sé por qué. Uno se cae bien o se cae mal. A mí él también me cayó bárbaro. Qué tipo, ¿no? Tan deshilachado…
Se nota que a Feinmann lo apasiona hablar de Kirchner. Su experiencia en las cercanías del poder, claro, pero sobre todo el personaje que el propio ex presidente supo construir, rompiendo todos los moldes hasta ahora conocidos.
“Andaba mal vestido –continúa mientras bebe sorbos de una mezcla de bebida isotónica y cola dietética y retoma el hilo narrativo con el vaso suspendido en la mano y sin terminar de apoyarlo en la mesa–. Yo también lo fui a ver con una campera berreta, el cuello abierto. No me vestí como para ir a ver al presidente. Cuando entré a la sala de gabinete estaba mirando por una ventana y ni me saludó, se dio vuelta y siguió hablando. No paraba nunca. Me mostró las coberturas doradas que impedían ver la Plaza de Mayo, dijo que eso lo había puesto Lanusse y empezó a hablar. Nos sentamos y ahí yo planteé mis cosas. Me había dicho ‘por favor, hablá, si te convoqué es para que hables, decime todo lo que pensás’. ‘Mirá, lo que pienso es esto y te lo voy a decir. Estamos en 2003, recién asumís con el 20 por ciento y necesitás bases. Las tenés ahí, las de 2001-2002 quedaron en disponibilidad porque era democracia directa pero le faltó un líder a las asambleas. Ahora que estás vos, que tenés el gobierno, hacete líder de toda esa movilización popular que hubo y salí del peronismo porque es una piedra, un objeto, un aparato. De ahí no va a salir nada nuevo. Vos tenés la posibilidad de hacer algo nuevo, de hacer política’. Me escuchaba, le interesó mucho, la verdad, tanto que largó la transversalidad. Muchos ya estaban en contra de mí porque sabían que era el loco que le decía que no fuera peronista, ‘Hay algo nuevo, no pongas fotos de Perón ni de Evita, no cantes la marchita’. Él sabía eso, sabía que tenía la posibilidad de nuclear más gente. Y las cosas fueron desarrollándose. Lo que me dijo fue: ‘Mirá, tenés razón, es muy lindo lo que decís pero si yo no me apodero del aparato, me va a liquidar’. El primero que me dijo eso fue el Chango Héctor Ucazuriaga, el de la Side. Para mí fue increíble, surrealista, porque estábamos viendo La Patagonia Rebelde en el Salón Blanco y el tipo, en cuclillas al lado mío, me dice: ‘Yo leí tus libros, no sabés cómo te quiero’. Un tipo joven, menos de 40 años y me dijo ‘yo soy el Chango Ucazuriaga, ¿por qué no me venís a ver a la Side’. Yo no lo podía creer.”
–¿Todo un cambio de época, no?
–Brutal. Comparemos al Tata Yofre o a Hugo Anzorregui con el Chango Ucazuriaga. La gente no lo ve. A ver, Morales Solá, boludo, ¿no ves eso?
La charla transcurre atravesada por el humor y los recuerdos de la historia política más reciente de la Argentina que, aunque con su cuota trágica, también tiene su costado bufón. Como cuando se animó a entrar en el edifico de 25 de mayo 11, sede de la Secretaría de Inteligencia, a metros de la Casa Rosada.
–El Chango me recibió con una frase antológica: “Entrá, José Pablo, que hoy vas a salir”. Y con relación a lo que yo le pedía a Néstor sobre el peronismo, me dijo “no te equivoques, dejá de hablar de todas esas boludeces; Néstor va por Duhalde”.
–Algo que demostró en los hechos.
–Y fue por Duhalde, sí. Eso se lo dije también: “Cuando saques a Duhalde, cuando te pongas en su lugar, ahí vas a ser vos Duhalde, ya no vas a ser Kirchner. El aparato te va a comer y te vas a transformar en Duhalde. No vas a modificar al aparato sino que el aparato te va a cambiar a vos”. La experiencia que viví con él fue fascinante, muy sartreana. Su argumento era claro: “Alguien tiene que hacer eso, alguien tiene que frenar el aparato, es mejor que lo maneje yo a que lo maneje Duhalde”. Yo le recriminaba que seguiría haciendo la misma política. Y él retrucaba que si no lo sacaba a Duhalde, Duhalde lo sacaría a él. Estaban esas dos posiciones, ahí dejamos de vernos un poco y empezó a hacer la política aparatista. Por entonces, hizo una reunión con Barrionuevo y yo, desde Página/12, publiqué la nota Factor Barrionuevo. Como para que después digan que somos el boletín oficial. Allí, dije cosas durísimas. Como también en la nota sobre Angelelli, que pensé que se levantaba de la tumba y le decía: “Presidente: a mí me emociona que usted venga acá, ponga flores y diga que me mataron. Pero a mí me mataron por mi opción por los pobres y yo le tengo que decir, señor Presidente, que hay muchos pobres”. Escribí ese diálogo y le debe de haber caído bastante pesado.
–Sin embargo, las críticas de la oposición se centran en la existencia posible de corrupción y no en los pobres.
–Porque a la derecha no le importan los pobres. Yo siempre le decía: “Mi crítica no es la de la derecha, yo no te voy a andar criticando la corrupción o el deterioro de las instituciones” ¿Te acordás todos esos versos? Acá nadie respetó las instituciones y de pronto eran todos republicanos. Beatriz Sarlo diciendo que siempre había sido republicana. ¿Cuándo, cuando estaba en el Partido Comunista Revolucionario? No me vengan a joder. Parece más del Partido Comunista republicano. Publiqué otra nota que es sobre el palco del 25 de mayo de 2003. Fijate vos lo que es este país, nadie se dio cuenta que cuando él dio el discurso, la cámara lo enfocaba de atrás y allí estaba Elsa Oesterheld. El único presidente que dio un discurso con Elsa Oesterheld a sus espaldas, la mamá del Eternauta. Esto del Nestornauta no es casual, viene de ahí. A la noche la llamé a Elsa. Y antes de que le pregunte nada, ella me preguntó con orgullo si la había visto al lado del Presidente. No lo podía creer. Me contó que Néstor la había agarrado de la mano (mirá las maneras de ser de Kirchner, ¿no?) y le dijo que fuera con él. Pasaron por entre unos caños y Néstor le decía que se cuidara la cabeza. “Presi –me contó Elsa que le dijo a Néstor–, es la primera vez en este país que alguien me dice que me cuide; siempre quisieron matarme.” Genial, ¿no? Néstor le mostró la esquina donde había estado el 25 de mayo de 1973 y empezó el discurso. “Yo me quedé ahí al lado”, me dijo Elsa.
–En 2001, la consigna popular era “que se vayan todos” y no sólo no se fueron, sino que están en la vereda de enfrente.
–Y muchos están ahí porque la cruzaron.
–¿Como Pino Solanas?
–Como Solanas, Lanata, Sarlo, Caparrós. Leí un texto horroroso de Caparrós sobre La Cámpora. No tiene cómo demostrarlo pero dice que todos los de La Cámpora son millonarios, que hasta tienen aviones privados. ¿Qué es eso? Demostralo, querido. Si lo decís, demostralo.
–¿Cómo recibió la muerte de Kirchner?
–Fue una gran sorpresa, la mala suerte de este país. También la muerte de Perón me golpeó mucho. Esa muerte le iba a dar paso a López Rega, era evidente, y a Isabel. Uno ya tiene sus años y está acostumbrado a la mala suerte en este país. Yo sentí otra vez el golpe de la puta suerte. Digo puta suerte porque cuando me llamó Víctor Hugo le dije “¡qué puta suerte!” y después lo repitieron en otros programas. Primero sentí eso. Fue sorpresa, un puñetazo. Cuando prendí la tele, había cientos y cientos de personas poniendo flores y seguían llegando y llegando. Eso fue un consuelo inmediato. Después, cuando entra Cristina, da la vuelta y se pone frente al cajón, sentí que esa mujer era una troyana, una guerrera de la tragedia, la dignidad hecha mujer. Fue espectacular.
–¿Cómo describiría esta etapa dentro de 30 años?
–Como muy positiva. En general se cayeron las máscaras. Creo que va a ser mirado así, como una etapa en la que volvimos a soñar, si querés que lo diga de ese modo, y volvimos a soñar peligrosamente porque soñar en América latina es peligroso; esto está demostrado. Es peligroso pero vale la pena soñar.
–Desde el regreso de la democracia, la relación de los intelectuales con los gobiernos de turno siempre fue conflictiva, si no distante.
–Hubo un acercamiento al principio del gobierno de Alfonsín. Está el discurso de Parque Norte, que es muy importante pero no lo entendió nadie. Ni Alfonsín habrá entendido lo que le escribían Juan Carlos Portantiero, Juan Carlos Torre y Pablo Giussani. Un discurso académico sobre la democracia.
–Su relación con la política partidaria también fue muy conflictiva. Sin embargo, con Néstor Kirchner cambió la cosa. ¿Por qué?
–Mi acercamiento fue cuando asumió. Lo vimos por televisión con mi mujer: un tipo que llegaba después de una etapa horrible del país. No sabía nada de Kirchner. Me habían dicho algunas cosas medio malas de Santa Cruz, pero nunca las tomé muy en serio. Cuando asumió, el modo en que lo hizo (la lastimadura de la frente, el jugueteo con el bastón de mando y, sobre todo, el discurso de “pertenezco a una generación diezmada”), me pregunté ¿qué está diciendo este tipo? Y después, cuando habló de los 30 mil desaparecidos, de la plaza de Cámpora…
–La misma fecha de asunción de aquel 1973…
–Claro, 25 de mayo, 1973 y 2003, 30 años. Todos los presidentes que asumen aquí hablan de nuestros próceres, de la Constitución: Alberdi, Sarmiento, Mitre. Néstor habló de Mariano Moreno y de Castelli, de los inmigrantes y de la generación del ’70, esa, como dijo “que lo dio todo y no tuvo nada pero cuyos ideales me alientan todavía y no los voy a dejar en la puerta de la Casa de Gobierno”.
–Un discurso que determinados sectores parecen no haber entendido.
–Lo releí para hacer el libro y pensaba en todos los que no habían entendido. Duhalde, por ejemplo, tendría que haber encabezado una salida esa misma noche. Por entonces, yo escribía el artículo Un flaco como cualquier otro que, por lo que supe después, le gustó mucho. Cristina se emocionó y dijo en reportajes que la hizo llorar. A los 15 días, llamó el vocero presidencial Miguel Núñez con la frase “el presi quiere tomar un feca con vos”. El diálogo fue de locos: “19.30”, dije. “En el lugar que quieras porque él sale de la Casa Rosada”, fue la respuesta. “El Tortoni”, dije, y de inmediato comprendí la locura: “Pará un cachito, ¿cómo va a venir el presidente al Tortoni, me estás cargando?”. “Suena raro, ¿no?”, me contestó Núñez. Decidí ir yo a la Rosada. Mientras esperaba, aparecieron Mona Moncalvillo y Pino Solanas. Yo seguí charlando con Núñez y le empecé a largar que había que refortalecer el Estado y regular el mercado, pero que el Estado no se regulaba solo. La verdad es que el llamado kirchnerismo es una experiencia latinoamericana del keynesianismo. El mundo no es tan complicado para nosotros: es Milton Friedman o Keynes. Si agarramos la Escuela de Chicago, viene el FMI. Néstor decía “Keynes”, el Estado controlador del mercado. Y esa debe ser la real influencia del Presi. Cuando fui la primera vez, estaba Omar Bravo, que lo conocía de Medios y Comunicación y me dice: “¿Venís a ver al Flaco?”, así con voz fuerte. Salía de adentro, de las entrañas del poder. “Anda por ahí.” Néstor tenía un carisma impresionante. El tipo que hace bajar el cuadro de Videla te hace temblar y si no te hace temblar andá a un psicólogo porque sos un facho o estás enfermo. Ese “proceda” es conmovedor.
–Ahora son muchos más los intelectuales y artistas que se sumaron, pero en ese momento había pocos.
–Después del tractorazo empiezan a apoyar. Ahí nace Carta Abierta, un poquito antes, en medio de ese despelote.
–Su acercamiento, ¿fue una decisión sin previsiones?
–Empezó a aparecer enseguida, pero no por mala onda, que yo era el filósofo de Kirchner. Mirá la consideración que me tenían que me veían de otro modo. Me acuerdo que fui al Festival de Mar del Plata y me miraban así. Yo me reía bastante. Entonces largué eso de “yo no soy oficialista, lo que pasa es que el oficialismo se volvió como yo, ¿ahora qué voy a hacer?”. Después me llamó de nuevo Núñez y ahí fue donde entro a la reunión larga, una hora 45 minutos. Allí es donde está el núcleo de lo que va a ser “el desacuerdo”. Porque mi libro es un libro sobre un desacuerdo. Desacuerdo que, una vez producido, sigue en el afecto.
–¿No es así como nacen las amistades? Uno, con los amigos no siempre está de acuerdo.
–Ocurrió algo así. Como decir “nosotros no estamos de acuerdo, no nos vamos a ver mucho porque ya no me necesitás, pero seguimos teniéndonos afecto”. Yo sentí que él me quería mucho, no sé por qué. Uno se cae bien o se cae mal. A mí él también me cayó bárbaro. Qué tipo, ¿no? Tan deshilachado…
Se nota que a Feinmann lo apasiona hablar de Kirchner. Su experiencia en las cercanías del poder, claro, pero sobre todo el personaje que el propio ex presidente supo construir, rompiendo todos los moldes hasta ahora conocidos.
“Andaba mal vestido –continúa mientras bebe sorbos de una mezcla de bebida isotónica y cola dietética y retoma el hilo narrativo con el vaso suspendido en la mano y sin terminar de apoyarlo en la mesa–. Yo también lo fui a ver con una campera berreta, el cuello abierto. No me vestí como para ir a ver al presidente. Cuando entré a la sala de gabinete estaba mirando por una ventana y ni me saludó, se dio vuelta y siguió hablando. No paraba nunca. Me mostró las coberturas doradas que impedían ver la Plaza de Mayo, dijo que eso lo había puesto Lanusse y empezó a hablar. Nos sentamos y ahí yo planteé mis cosas. Me había dicho ‘por favor, hablá, si te convoqué es para que hables, decime todo lo que pensás’. ‘Mirá, lo que pienso es esto y te lo voy a decir. Estamos en 2003, recién asumís con el 20 por ciento y necesitás bases. Las tenés ahí, las de 2001-2002 quedaron en disponibilidad porque era democracia directa pero le faltó un líder a las asambleas. Ahora que estás vos, que tenés el gobierno, hacete líder de toda esa movilización popular que hubo y salí del peronismo porque es una piedra, un objeto, un aparato. De ahí no va a salir nada nuevo. Vos tenés la posibilidad de hacer algo nuevo, de hacer política’. Me escuchaba, le interesó mucho, la verdad, tanto que largó la transversalidad. Muchos ya estaban en contra de mí porque sabían que era el loco que le decía que no fuera peronista, ‘Hay algo nuevo, no pongas fotos de Perón ni de Evita, no cantes la marchita’. Él sabía eso, sabía que tenía la posibilidad de nuclear más gente. Y las cosas fueron desarrollándose. Lo que me dijo fue: ‘Mirá, tenés razón, es muy lindo lo que decís pero si yo no me apodero del aparato, me va a liquidar’. El primero que me dijo eso fue el Chango Héctor Ucazuriaga, el de la Side. Para mí fue increíble, surrealista, porque estábamos viendo La Patagonia Rebelde en el Salón Blanco y el tipo, en cuclillas al lado mío, me dice: ‘Yo leí tus libros, no sabés cómo te quiero’. Un tipo joven, menos de 40 años y me dijo ‘yo soy el Chango Ucazuriaga, ¿por qué no me venís a ver a la Side’. Yo no lo podía creer.”
–¿Todo un cambio de época, no?
–Brutal. Comparemos al Tata Yofre o a Hugo Anzorregui con el Chango Ucazuriaga. La gente no lo ve. A ver, Morales Solá, boludo, ¿no ves eso?
La charla transcurre atravesada por el humor y los recuerdos de la historia política más reciente de la Argentina que, aunque con su cuota trágica, también tiene su costado bufón. Como cuando se animó a entrar en el edifico de 25 de mayo 11, sede de la Secretaría de Inteligencia, a metros de la Casa Rosada.
–El Chango me recibió con una frase antológica: “Entrá, José Pablo, que hoy vas a salir”. Y con relación a lo que yo le pedía a Néstor sobre el peronismo, me dijo “no te equivoques, dejá de hablar de todas esas boludeces; Néstor va por Duhalde”.
–Algo que demostró en los hechos.
–Y fue por Duhalde, sí. Eso se lo dije también: “Cuando saques a Duhalde, cuando te pongas en su lugar, ahí vas a ser vos Duhalde, ya no vas a ser Kirchner. El aparato te va a comer y te vas a transformar en Duhalde. No vas a modificar al aparato sino que el aparato te va a cambiar a vos”. La experiencia que viví con él fue fascinante, muy sartreana. Su argumento era claro: “Alguien tiene que hacer eso, alguien tiene que frenar el aparato, es mejor que lo maneje yo a que lo maneje Duhalde”. Yo le recriminaba que seguiría haciendo la misma política. Y él retrucaba que si no lo sacaba a Duhalde, Duhalde lo sacaría a él. Estaban esas dos posiciones, ahí dejamos de vernos un poco y empezó a hacer la política aparatista. Por entonces, hizo una reunión con Barrionuevo y yo, desde Página/12, publiqué la nota Factor Barrionuevo. Como para que después digan que somos el boletín oficial. Allí, dije cosas durísimas. Como también en la nota sobre Angelelli, que pensé que se levantaba de la tumba y le decía: “Presidente: a mí me emociona que usted venga acá, ponga flores y diga que me mataron. Pero a mí me mataron por mi opción por los pobres y yo le tengo que decir, señor Presidente, que hay muchos pobres”. Escribí ese diálogo y le debe de haber caído bastante pesado.
–Sin embargo, las críticas de la oposición se centran en la existencia posible de corrupción y no en los pobres.
–Porque a la derecha no le importan los pobres. Yo siempre le decía: “Mi crítica no es la de la derecha, yo no te voy a andar criticando la corrupción o el deterioro de las instituciones” ¿Te acordás todos esos versos? Acá nadie respetó las instituciones y de pronto eran todos republicanos. Beatriz Sarlo diciendo que siempre había sido republicana. ¿Cuándo, cuando estaba en el Partido Comunista Revolucionario? No me vengan a joder. Parece más del Partido Comunista republicano. Publiqué otra nota que es sobre el palco del 25 de mayo de 2003. Fijate vos lo que es este país, nadie se dio cuenta que cuando él dio el discurso, la cámara lo enfocaba de atrás y allí estaba Elsa Oesterheld. El único presidente que dio un discurso con Elsa Oesterheld a sus espaldas, la mamá del Eternauta. Esto del Nestornauta no es casual, viene de ahí. A la noche la llamé a Elsa. Y antes de que le pregunte nada, ella me preguntó con orgullo si la había visto al lado del Presidente. No lo podía creer. Me contó que Néstor la había agarrado de la mano (mirá las maneras de ser de Kirchner, ¿no?) y le dijo que fuera con él. Pasaron por entre unos caños y Néstor le decía que se cuidara la cabeza. “Presi –me contó Elsa que le dijo a Néstor–, es la primera vez en este país que alguien me dice que me cuide; siempre quisieron matarme.” Genial, ¿no? Néstor le mostró la esquina donde había estado el 25 de mayo de 1973 y empezó el discurso. “Yo me quedé ahí al lado”, me dijo Elsa.
–En 2001, la consigna popular era “que se vayan todos” y no sólo no se fueron, sino que están en la vereda de enfrente.
–Y muchos están ahí porque la cruzaron.
–¿Como Pino Solanas?
–Como Solanas, Lanata, Sarlo, Caparrós. Leí un texto horroroso de Caparrós sobre La Cámpora. No tiene cómo demostrarlo pero dice que todos los de La Cámpora son millonarios, que hasta tienen aviones privados. ¿Qué es eso? Demostralo, querido. Si lo decís, demostralo.
–¿Cómo recibió la muerte de Kirchner?
–Fue una gran sorpresa, la mala suerte de este país. También la muerte de Perón me golpeó mucho. Esa muerte le iba a dar paso a López Rega, era evidente, y a Isabel. Uno ya tiene sus años y está acostumbrado a la mala suerte en este país. Yo sentí otra vez el golpe de la puta suerte. Digo puta suerte porque cuando me llamó Víctor Hugo le dije “¡qué puta suerte!” y después lo repitieron en otros programas. Primero sentí eso. Fue sorpresa, un puñetazo. Cuando prendí la tele, había cientos y cientos de personas poniendo flores y seguían llegando y llegando. Eso fue un consuelo inmediato. Después, cuando entra Cristina, da la vuelta y se pone frente al cajón, sentí que esa mujer era una troyana, una guerrera de la tragedia, la dignidad hecha mujer. Fue espectacular.
–¿Cómo describiría esta etapa dentro de 30 años?
–Como muy positiva. En general se cayeron las máscaras. Creo que va a ser mirado así, como una etapa en la que volvimos a soñar, si querés que lo diga de ese modo, y volvimos a soñar peligrosamente porque soñar en América latina es peligroso; esto está demostrado. Es peligroso pero vale la pena soñar.
• Un auténtico JP (Feinmann)
Escribí un cuento que se llama La última invasión de Buenos Aires, donde vienen todos los “negros” a invadir Buenos Aires, se comen a los chicos, decapitan a Susana Giménez y pasa todo lo más horrible que puede pasar. Ramiro Bergman y Blumberg van hacia ellos y le dicen: “Muchachos, paz, amistad”. Pero se los comen. Entran a los campos, comen a los bebes, una negra le corta el pito a un tipo y le dice: “Miren, el negro tiene 30 centímetros más”. Un horror. Nadie puede frenar a los negros. Van caminando por una vereda y están Osvaldo Bayer sentando conmigo y con Saccomanno. Osvaldo dice: “Mírenlos, muchachos, los negros, qué lindo, nuestros compañeros están tomando todas las ciudades”. “Pero Osvaldo –digo yo- nos van a matar.” “¿Qué importa? Morir en manos de los negros en el día que toman Buenos Aires es maravilloso.” “Tiene razón”, le digo. Saccomanno también. Uno se llama Matasiete –como el de El Matadero, de Echeverría–. Dicen: “¿Y estos tres burgueses?”. “Un momento –dice Matasiete-, este es el compañero Osvaldo Bayer, cuidado con tocarlo.” “Gracias, muchacho”, dice Osvaldo. La cosa termina en que le dan la pica con la cabeza de Susana Giménez a Osvaldo Bayer y van hacia la Casa de Gobierno. Aquí interviene la realidad: el ministro de Defensa llama a los Estados Unidos y dice lo que está pasando. “Para que me crea –le dice a su asistente–, le voy a decir que hay guerrilleros islámicos infiltrados.” Llama, el presidente de los Estados Unidos, le dice: “Bueno, muy bien, no se haga problema. Ya mismo mando 10 aviones con misiles para reprimir a los terroristas infiltrados en esas columnas”. Al día siguiente, Buenos Aires no existía, pero era la ciudad más segura del mundo.
Escribí un cuento que se llama La última invasión de Buenos Aires, donde vienen todos los “negros” a invadir Buenos Aires, se comen a los chicos, decapitan a Susana Giménez y pasa todo lo más horrible que puede pasar. Ramiro Bergman y Blumberg van hacia ellos y le dicen: “Muchachos, paz, amistad”. Pero se los comen. Entran a los campos, comen a los bebes, una negra le corta el pito a un tipo y le dice: “Miren, el negro tiene 30 centímetros más”. Un horror. Nadie puede frenar a los negros. Van caminando por una vereda y están Osvaldo Bayer sentando conmigo y con Saccomanno. Osvaldo dice: “Mírenlos, muchachos, los negros, qué lindo, nuestros compañeros están tomando todas las ciudades”. “Pero Osvaldo –digo yo- nos van a matar.” “¿Qué importa? Morir en manos de los negros en el día que toman Buenos Aires es maravilloso.” “Tiene razón”, le digo. Saccomanno también. Uno se llama Matasiete –como el de El Matadero, de Echeverría–. Dicen: “¿Y estos tres burgueses?”. “Un momento –dice Matasiete-, este es el compañero Osvaldo Bayer, cuidado con tocarlo.” “Gracias, muchacho”, dice Osvaldo. La cosa termina en que le dan la pica con la cabeza de Susana Giménez a Osvaldo Bayer y van hacia la Casa de Gobierno. Aquí interviene la realidad: el ministro de Defensa llama a los Estados Unidos y dice lo que está pasando. “Para que me crea –le dice a su asistente–, le voy a decir que hay guerrilleros islámicos infiltrados.” Llama, el presidente de los Estados Unidos, le dice: “Bueno, muy bien, no se haga problema. Ya mismo mando 10 aviones con misiles para reprimir a los terroristas infiltrados en esas columnas”. Al día siguiente, Buenos Aires no existía, pero era la ciudad más segura del mundo.
Fuente: Miradas al Sur.
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