Raúl Castro dijo que “la mesa está servida para conversar con Washington de igual a igual”.
Los festejos por los aniversarios de los asaltos a los cuarteles Moncada, en Santiago, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, ya no tienen el esplendor de los tiempos en que Fidel Castro encabezaba ese recuerdo de la acción contra los principales establecimientos militares de la dictadura batistiana.
Por Diego M. Vidal
El hecho de que Raúl Castro por primera vez tomara la palabra en el “Día de la Rebeldía Nacional”, cuando ya había concluido la ceremonia, le sacudió el aura de estricta formalidad oficial en que se desarrolló. Aún cuando sólo habló 15 minutos, aprovechó para referirse a la cuestión de las mudanzas en el socialismo criollo y aseguró que éstas serán “al ritmo que decidamos los cubanos: sin prisa, pero sin tregua” y acusó a Estados Unidos de querer promover en Cuba escenarios como los de Libia y Siria. Esto último atado a la manipulación que intentan hacer desde el exterior y los grupos disidentes internos, del accidente automovilístico en el que falleció el activista Oswaldo Payá y por el cual se autoinculpó el dirigente del Partido Popular español Ángel Carromero, quien conducía el vehículo siniestrado.
El contexto en que se celebró aquella épica que concluyó con el triunfo revolucionario un sexenio después, encuentra al país caribeño inmerso en el paradigma de enfrentar el escenario de crisis mundial con un proceso de reformas económicas y sociales profundas sin abandonar el rumbo socialista. Los viajes recientes del jefe de Estado cubano por Vietnam y China, sugirieron más una búsqueda de modelos a seguir, que la simple visita protocolar en la que se rubrican convenios preestablecidos. Del mismo modo, esta semana acabó de sesionar la Asamblea Nacional (que tiene establecido dos reuniones similares anualmente) y fueron aprobadas una serie de medidas tributarias que van en el sentido de darle marco a los cambios que se impulsan. A propósito, en su discurso ante los diputados Raúl señaló la importancia que alcanza la “actualización del modelo” del país al destacar el índice de crecimiento del 2,1% de la economía local en el primer semestre de 2012, frente al 1,9% en el mismo período del 2011. Desde que asumió en el 2009, el mandatario tomó una serie de disposiciones que trastocaron, de algún modo, el estancamiento normativo de la vida diaria de la sociedad al autorizar la compra-venta de casas y autos, junto con la entrega de créditos a particulares y tierras estatales en usufructo. Además, se liberaron pequeñas actividades comerciales y productivas (más de 180 rubros) hacia el sector privado. Se calcula en 390 mil la cifra de personas que se acogieron a la modalidad del cuentapropismo. Del mismo modo, se permitió la contratación de mano de obra por parte de éstos, buscando tejer una red que contenga al millón de trabajadores en que se verán reducidas las plantillas del Estado. La nueva ley fiscal permitirá el alquiler de locales, la creación de cooperativas no agropecuarias y sumará 25 nuevos impuestos. Raúl Castro explicó a los 600 legisladores reunidos, que el Estado deberá “desentenderse de la administración de un conjunto de producciones y servicios de carácter secundario para concentrarse en el perfeccionamiento de la gestión de los medios fundamentales de producción que se mantendrán bajo la condición de empresa estatal socialista”.
Las críticas hacia el giro que tomó el gobierno, avalado por el último Congreso del Partido Comunista, no provienen únicamente de los tradicionales enemigos, que por derecha suelen denostar cualquier salida que no sea el retorno al capitalismo. La izquierda cubana enciende la alarma de un posible desvío de la revolución hacia experiencias como las asiáticas, a las que consideran generadoras “de millones de obreros en régimen de semiesclavitud y más de mil millones convertidos en reserva proletaria viviendo en la miseria”, como señala el ex diplomático cubano Pedro Campos. “La manera de ver el desarrollo económico, tiene el peligro de terminar entregando el país al capital norteamericano, por medio del fomento del capitalismo privado, como ya se viene haciendo con la autorización anticonstitucional para que los privados exploten trabajo asalariado, algo que para algunos de nuestros economicistas pragmáticos, no es tan malo ‘pues esos trabajadores han encontrado empleo y no se sienten explotados, ya que ganan más que en el Estado’”, sostiene Campos y añade: “Existen algunos capitalistas norteamericanos, de origen cubano, que ya tienen invertido dinero en jugosos negocios en Cuba, aprovechándose de las posibilidades que ha ofertado la actualización”. “El pragmatismo economicista constituye el peligro más grave de restauración capitalista que enfrenta hoy el proceso revolucionario cubano”, ratifica quien fuera investigador jefe de proyecto en el Centro de Estudios sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana.
Mientras se acrecienta el debate del derrotero futuro de la revolución, este 26 de julio también se cumplieron seis años del último acto de masas de Fidel como presidente y aunque su ausencia ya es asumida por los cubanos como una transición normal, es llamativo el silencio en que está sumido, sin la “reflexión” habitual que en estos casos suele escribir. Según sus colaboradores más cercanos, el tiempo lo consume en la revisión de los próximos tomos de sus voluminosas memorias que verán la luz muy pronto. Era de esperar, al menos, una semblanza por los cincuenta y nueva años de aquella gesta que lo alumbró ante la historia y sirvió de programa para un proceso que hoy se revisa a sí mismo.
Fuente: Miradas al Sur
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