Pasa el vendedor de choclos, el que hace las trencitas y el que vende pareos. Heladeros, cocacoleros y los que preparan licuados. Hasta en el aire hay aviones que arrastran carteles e intentan vender algún producto, lo que incluye hasta políticos.
Por Diego Geddes.
La industria playera tiene a sus personajes de siempre, pero en medio de todo aparece una chica y empieza a desplegar cerca de 50 cajas de zapatos, todos desparramados en la arena. La playa se convierte en una feria y mujeres de todas las edades se acercan como chico al heladero. Pero hay algo más, porque no son zapatos comunes y corrientes, sino que tienen un detalle que los hace únicos.
Están fabricados con mondongo.
El mismo mondongo que en épocas menos cálidas se usa para el guiso, pero con un proceso de curtido del cuero artesanal y ecológico.
La vendedora se llama Florencia “Lori” Carini, tiene 32 años y empezó a experimentar con este material en 2007, cuando vio un mate forrado. Para la tesis para recibirse de diseñadora industrial confeccionó productos fabricados con mondongo (zapatos, carteras y sombreros). Se sacó un diez, y desde entonces Florencia y su socio Nahuel se ganan la vida vendiendo zapatos de mondongo. En invierno en la ciudad y en verano en la playa. La marca que crearon, llamada Visceral, fue una de las más elogiadas en la feria “Puro Diseño”, vanguardia de los diseñadores.
“¿Mondongo?”, pregunta ahora una veraneante que se acerca a comprar. “Pensé que ella era del barrio Mondongo, en La Plata”. En la playa, enseguida son diez, veinte las mujeres que se prueban los zapatos, como si estuvieran en un shopping. Una ventaja, los pies ya están descalzos. La desventaja es que hay que sacudirse la arena. En total hay seis modelos diferentes, en cinco colores, todos con la textura tipo panal del mondongo.
Cada par cuesta entre 400 y 480 pesos.
“¿Y por qué son tan caros si mondongo es tan barato?”, pregunta una turista. “No es tanto la materia prima sino el tipo de tratamiento que se le hace al cuero. Si lo hiciéramos de manera industrial, como en las curtiembres, serían más baratos, pero contaminaríamos más ”, explica Lori, nacida en un pueblito llamado Santo Domingo y ahora vecina de San Telmo. La explicación no parece importarles mucho a algunas turistas: simplemente se prueban sandalias, después botitas y después otro par de sandalias. En medio del paisaje habitual, algo nuevo llegó a la playa.
Fuente: Clarin.
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