Entrevista a Rubén Dri. El sacerdote, teólogo e historiador habla del poder de Roma y traza posibles caminos tras la salida de Benedicto XVI.
Por Rodolfo Gonzalez Arsac
La última vez que Rubén Dri leyó una novela fue la historia de Inocencio III ("el gran Papa medieval", dice). Y le gustó. Aunque Dri prefiere, por cierto, otros libros: filosóficos, teológicos, marxistas, relacionados con el mundo de la religión, pero sin ficción. Como esos que están acomodados en su living, en la biblioteca principal de su pequeño departamento sobre la Avenida Juan B. Justo. Entre los que aparece, por ejemplo, Contra Ratzinger, un anónimo que Dri asegura tiene buen nivel, o ese que está al lado de un retrato y que Joseph Ratzinger escribió sobre Juan Pablo II, ese que del otro costado se roza con uno que también versa sobre el hombre que acaba de hacer historia. O, al menos, es lo que cree Rubén Dri.
No hay casualidades. Es la razón también por la que lo están volviendo loco. Lo llaman. Le escriben. Le piden que diga, que guíe, que desempañe un poco el mundo vaticano. Y Dri siempre dice que sí. Que cómo no. Que es para eso también que está. Que no por nada está escribiendo sobre eso, estudiando la construcción del poder, la acumulación del poder de Roma, la historia de las falsificaciones de la Iglesia.
Así es que este ex sacerdote, que se ordenó durante el papado de Juan XXIII e integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, este filósofo, escritor, profesor universitario, teólogo, de 83 años enérgicos, este señor que combina en su paredes a Quinquela Martín con un banderín de San Lorenzo y con un retrato del Che, el que hoy viste camisa de las de antes, livianita, y pantalón corto con sandalias, el amable simpatizante del gobierno nacional, el que gusta ser considerado como militante popular, el que trata de aportar desde el cristianismo porque está seguro de que no hay liberación posible sin un aporte de peso del cristianismo, accede previsiblemente a la entrevista y dice: "Estamos frente a un fracaso."
–¿Qué momento cree que se abre en la Iglesia? ¿Se lo puede mirar con optimismo?
–No digo con optimismo. Pero sí hay que estar abiertos. Porque, por un lado, el horizonte eclesiástico desde las cúpulas dominantes en la Iglesia, está cerrado. Todos los electores del próximo Pontífice han sido elegidos por este dúo que conforman Juan Pablo II y Benedicto XVI, con un proyecto que es terminar con la Iglesia del Concilio Vaticano segundo. Reestructurarla hacia una Iglesia pre Vaticano, encerrada en sí misma. Pero hay que ver también que pasa en el cuerpo de la Iglesia. También con algunas jerarquías. Estoy pensando en el cristiano de base, en sectores populares, curas que trabajan con sectores populares, en estos curas que están en contacto hoy con la desocupación en España, en Grecia, en teólogos que ya estaban cuestionando la teología de Benedicto XVI y pedían su renuncia. Creo que se abre un espacio de debate en el cuerpo de la Iglesia.
–¿Más allá de quién sea el sucesor?
–Más allá del sucesor, pero también en el ínterin de la elección. La renuncia sienta algo nuevo, hay un precedente importante: que el Papa no tiene que ser eterno. Según el derecho canónico la renuncia era posible, pero era imposible, porque no se podía pensar, estaba establecido que el Papa duraba hasta la muerte. Y peor con el ejemplo de Juan Pablo II, que hizo toda su agonía frente a toda la humanidad, como un Cristo universal sufriente. Este Papa que no ha sido ningún revolucionario, todo lo contrario, ha hecho algo importante que es renunciar. Es como decir: este proyecto de Iglesia ha fracasado.
–¿Es lo único importante que ha hecho?
–A mi modo de ver, sí. Creo que no le veo nada. Haber renunciado es haber pateado el tablero. Él se siente como fracasado. Y lo que fracasó es este proyecto de Iglesia contra el Concilio Vaticano segundo. Por eso no tiene fuerza. Ningún líder que tiene un proyecto, cuando el proyecto es triunfante, renuncia. Esto va a suscitar discusiones muy grandes y muy profundas. Y lo segundo es que el Papa no es eterno. Porque si el Papa no es eterno, tiene que renunciar, entonces quiere decir que otros tienen que influir, y eso inmediatamente nos lleva a la necesidad de una democratización de la Iglesia. Eso es lo que surge. Y naturalmente que se va a discutir.
–Luego de renunciar, dijo que los actores internos ponían en riesgo la unidad.
–Bueno, creo que ahí está hablando de la interna del Vaticano, que es muy fuerte. Hay una lucha por el cuello. Antes de prender el grabador hablábamos del poder. Yo creo que, como en política, cuando hacemos análisis de política, hablamos del poder; cuando hablamos de la Iglesia, de esta Iglesia institución, si no hablamos del poder, no sabemos de qué estamos hablando. Hay una lucha interna muy fuerte en una institución que es totalmente autocrática, que es monárquica, que plantea que el Papa es infalible y que mantiene todo en secreto. Entonces las luchas por el poder no aparecen afuera y en un momento estallan. Creo que el Papa se ha sentido preso de estas fuerzas que no las ha sabido resolver. Creo que eso es lo que está denunciando en este momento.
–Esas fuerzas internas que pelean por el poder: ¿representan todas lo mismo?
–Sí. Naturalmente que hay grupos de poder, pero ninguno representa un proyecto diferente. No he visto ninguno que representase un proyecto diferente. Puede haber algún tapado, pero nadie que surja como Juan XXIII. Pero como si uno no se mete, no lo puede saber, yo siempre digo que hay que dejar una puerta abierta. Porque, a lo mejor, sale alguien.
–¿Qué impacto puede tener esto en la Iglesia argentina?
–Hay que tener en cuenta que este es un proyecto de Iglesia que se gesta allá por el año '78, cuando muere, por decirlo de alguna manera suave, Juan Pablo I. Y se han ido homogeneizando las cúpulas de todas las Iglesias. Todos los obispos progresistas o renovadores, en la línea del Concilio Vaticano segundo, del tercermundismo, o han cumplido los 75 años y han tenido que salir –y mientras tanto les han ido recortando poder– o han muerto. También han ido suprimiendo los institutos de teología donde había Teología de la Liberación. Desarticularon también las comunidades de base. Entonces, en la Argentina, a los obispos, o los mató la dictadura o murieron y todas las renovaciones son de la derecha. No conozco a ningún obispo que represente a una línea como la que representó Novak, alguien a quien no podemos definir como revolucionario pero que representaba una línea de renovación. No creo que podamos tener esperanzas de grandes cambios.
–Sin embargo, dentro de la Iglesia argentina hay una derecha y otra derecha más rancia.
–Sí, no son lo mismo. De hecho hay una lucha por el poder entre la línea de Héctor Aguer y la de Jorge Bergoglio. Precisamente, la línea de Aguer era la que más consustanciada estaba con Benedicto XVI. Por eso los avances que tuvo Aguer. Eso es cierto. Pero lo que hay que ver es qué va a pasar con los sacerdotes comprometidos con los sectores populares, como los sacerdotes de la opción por los pobres.
–¿Por qué cree que fracasó el proyecto de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI?
–Benedicto XVI, en varias conferencias que dio antes de ser Papa, planteaba que frente al islamismo y las religiones orientales, el catolicismo había perdido fuerza. Él decía que el islamismo se había mantenido fuerte porque era intransigente con sus principios. Mientras que el catolicismo con el Concilio Vaticano segundo, según él, había cedido ante propuestas mundanas. Si la Iglesia hace esto, entonces muchos fieles se podrán alejar al principio pero finalmente va a ser atrayente, decía él. Bueno, la primera parte la cumplieron: la gente se fue. La Iglesia quiere presentar un proyecto atrayente y se encontró con la pedofilia, el celibato, el movimiento de género, la nueva familia, una cantidad de problemas a los que no da respuesta. Entonces yo creo que esto es lo que Ratzinger siente: que el proyecto no funcionó. «
La expectativa de un quiebre
–¿Con qué escenario, de todos los posibles, le gustaría encontrarse en los próximos meses?
–Me gustaría encontrar una etapa de mucho debate con respecto al poder de la Iglesia, a la democratización de la Iglesia, y a la responsabilidad del cristiano frente a toda la problemática política, social y económica. Me gustaría que se rompiese esta verticalidad frente a la Iglesia y que la discusión llegue hasta las esferas jerárquicas, y que un poco las quiebre. Y que se pudiese dar una confrontación. Eso sería una ganancia fundamental. Sería un aporte importante para quitarle este respaldo que le suele dar la Iglesia a las corporaciones.
–Y usted cree que es posible.
–Sí, yo creo que es posible. Y hay que impulsarlo.
Fuente: Tiempo Argentino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario