domingo, 16 de septiembre de 2012

LA PATRIA PHOTOSHOPERA

La adicción de las celebrities argentinas por el programa que mejora y rejuvenece su imagen hasta el absurdo se impuso entre la gente común. Los proyectos legislativos para frenarlo, y el debate en el periodismo y la publicidad.
 
 
 
La mujer sin ombligo cuelga de las paredes de un famoso estudio fotográfico porteño. Ya es parte del paisaje, pero llegó ahí tras días de bromas y caras de incredulidad. Para quienes trabajan en este moderno loft palermitano, diseñadores, fotógrafos y retocadores digitales, la mujer sin ombligo es el paradigma del horror estético, el símbolo de lo que la torpeza puede hacer con las herramientas del siglo XXI. Es fundamentalmente, la imagen que les recuerda lo que no se debe hacer jamás, mucho menos con una diva. La mujer sin ombligo es Susana Giménez y ni siquiera sus pechos desnudos y su minúscula tanga a los “sesenta y largos” pueden desviar la atención de lo verdaderamente morboso: su amputación digital. Cómo si se tratara de una postal de la estética de este jovencísimo siglo XXI, esa tapa condensa algunos de los errores más obscenos de una herramienta nacida, en teoría, para mejorar las imágenes. Y es que, aunque sus adeptos consideran que podría ser un ingrediente novedoso, todo parece indicar que encontrar la justa proporción en su aplicación, es bastante más complicado de lo que parecía. ¿Hasta qué punto es graciosa semejante transformación? ¿Podrían estas mutaciones afectar la relación con nuestros cuerpos? ¿Y si en realidad el público disfruta de ser engañado?

Mentime que me gusta. Claudio Divella, el fotógrafo favorito del star system local, explica: “Los parámetros en el culto al cuerpo hoy se ven en todos lados: en las cirugías compulsivas, en los programas de TV que festejan los implantes, en miles de lugares. El photoshop no es más que otra herramienta, otro ladrillo en la pared para construir este aspiracional que está por las nubes y que no cumplen ni las celebridades. Esta cultura tiene algo muy raro: les permite a las mujeres ser muy tontas pero las condena si tienen una arruga”, explica. Si bien Divella no tiene problemas en hacer pública esta postura crítica de la realidad, asegura que esto no lo inhibe a la hora de hacer su trabajo. “Nunca se me ocurriría decirle a alguna de mis clientas que se le está yendo la mano con el photoshop, si hasta las chicas de 18 años que salen en la tapa de Para Ti, están retocadas. Ya es una estética editorial que se usa por default, es un recurso más para llegar a este modelo que se vuelve cada día más inalcanzable”.

Fernando Cerolini, director de la revista Pronto, una de las poquísimas publicaciones locales que prescinde de la herramienta, coincide en la mirada. “Hoy se da por sentado que las fotos se
retocan. Humanizar a las celebridades es casi un pecado, se considera un descuido, por eso la mayoría de los medios piensa que los retoques son un halago, incluso cuando se les va la mano”, observa Fernando Cerolini. “Nosotros creemos que hay algo de servicio social en destruir esa maquinaria de la perfección que se ve no sólo en la forma en que se muestran a las personalidad, sino también en cómo las describen y en cómo les preguntan”, explica. Y agrega: “ si bien sabemos que la gente disfruta de la mentira del photoshop y el cuento de hadas, creemos que es interesante que existan varias versiones de esta misma realidad”. Aún así, Cerolini admite que hay límites que no puede pasar: “Ciertas personalidades, sobre todo, las que más venden, no nos permiten hacerles fotos, las mandan ya hechas y retocadas y contra eso no podemos hacer nada. Son reglas del juego de las que no se puede escapar”. Las contradicciones estéticas entre lo real y lo aspiracional no son fáciles de interpretar. A pesar de que los “trucos” de edición en figuras como Susana Jiménez y Mirtha Legrand son motivo de burla nacional, y comentados hasta en los almuerzos familiares, ni las campañas publicitarias ni las revistas que las convocan para sus tapas parecen hacerse eco de la poca credibilidad que tienen sus fotos. Peor aún, ninguna de ellas se hace eco de las múltiples quejas de lectores y organizaciones no gubernamentales que bregan por un modelo más real. ¿Quién debería poner los límites?

El ojo educado. Helio Rebot, diputado de la Ciudad de Buenos Aires, logró que su ley, la llamada “Ley Antiphotoshop”, se promulgue el pasado diciembre en la Legislatura porteña. La ley 3960 obliga a que los carteles de exposición pública retocados digitalmente hagan explícita su condición llevando la leyenda: “La imagen de la figura humana ha sido retocada y/o modificada digitalmente”. “Me parecía importante que las marcas tuvieran la obligación de contarle a la gente que mejoran las figuras humanas, para que el público pueda ver las cosas con otros ojos”, explicó a 7 DÍAS. Esta ley, que ahora busca nacionalizarse de la mano de la senadora del Frente Para la Victoria Ana María Corradi, sirvió para abrir el debate, pero pronto reveló sus limitaciones. Las principales críticas apuntan a su insuficiencia: sólo rige sobre carteles expuestos en la vía pública dentro de Capital Federal,y es muy poco específi ca. La problemática que plantea es: ¿son todos los retoques di-gitales tan graves? ¿Es lo mismo eliminar los ojos rojos que quitar centímetros de un contorno? ¿Puede tener las mismas repercusiones levantar la intensidad de la luz que aumentar el talle de un corpiño? Philip Pérez, director de la Cámara de Anunciantes Argentinos, cree que el enfoque legal debería ser diferente. “El photopshop se usa para editar imágenes, mejorar la luz y agregar texto, no sólo para deformar la fi gura humana o para mentir. Las leyes antiphotoshop atacan una técnica y nosotros entendemos que el engaño, cuando lo hay, es el resultado de un proceso, no sólo de una herramienta”, asegura. Pérez, aclara: “Como miembros del Consejo de Autorregulación Publicitario no apoyamos ninguna publicidad que le mienta al consumidor, va contra nuestros principios y también contra nuestro instinto de supervivencia. Tenemos que proteger la credibilidad de la publicidad para que siga funcionando, porque si la gente desconfía de los avisos, se termina esta industria”, asegura. Siguiendo esta lógica, Pérez postula la importancia de una reglamentación que sea más especifi ca y que contemple muchos casos, aunque es consciente de que esto sólo podrá darse en tanto y en cuanto se haga una observación de la evolución de la comunicación y una actualización constante.Mientras todo eso sucede (o no), la cuestión de la responsabilidad social flota en el aire. ¿Cómo entrenamos el ojo de los sectores más vulnerables para que no muerdan el anzuelo de esta nueva estética? “Me parece necesario que la gente entienda sobre el oficio y no se deje engañar. Una vez presencié una escena frente a un puesto de revistas de la calle Corrientes. En una revista de ciencia aparecían siameses, algo así como un cuerpo con dos cabezas y dos señoras mayores discutían acerca de si estaba o no hecho con photoshop. Esa discusión me gustó. Es importante cuestionar lo que uno ve, no comprarlo inmediatamente” aconseja Divella. Gabriel Adrián Curi, director de la Licenciatura en Comunicación Publicitaria en la Universidad Católica, coincide: En lo que hace a la publicidad, la gente ya tiene ciertas defensas armadas, no es tonta, sabe que los productos se mejoran en la foto, y que las modelos se embellecen en los avisos”. Sin embargo, hay algo que sí lo consterna: “Veo más peligroso el uso de estas técnicas en el periodismo, sobre todo en el de espectáculo y en el asociado a la frivolidad”.

Curi explica que el modo diferente de consumir ambos discursos es lo que hace al periodismo más peligroso: “La gente consume el periodismo, incluso el más banal, con menos defensas: es más fácil creer lo que dice una nota que lo que dice una publicidad. Y justamente esas revistas están plagadas de imágenes retocadas y discursos tendenciosos que hay que aprender a detectar”. Es probable que la observación de Curi resuma uno de los randes desafíos de la educación en la era de la sobreinformación: distinguir lo virtual de lo real, educar el ojo para diferenciar lo ilusorio de lo real.
 
Fuente: 7 Dias.

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