Una vejación será el puntapié inicial de una literatura – la argentina– que tras ir encontrando formas transitorias de liberación a lo largo de ciento setenta años llegará hasta nuestros días abriendo las puertas de un closet en el que ya no volverá a encerrarse. La campana de largada sonó con El matadero , de Esteban Echeverría. Allí, a punto de ser ultrajado por un grupo de federales, un joven unitario muere boca abajo sobre una mesa y el cuento alcanza su punto de máximo dramatismo. En 1862, veintidós años después de aquella publicación, la escritora Rosa Guerra reconstruye la leyenda de Lucía Miranda, una mujer española que despierta en el Cacique Mangorá impulsos pasionales que, por no quedar satisfechos, culminan en una tragedia de grandes dimensiones. Deseo y violencia confluyen en ambos casos en el marco de un clima político que empuja y estructura la escena: la potencia sexual es identificada con la barbarie (en el cuento de Echeverría la barbarie es federal y en la novela de Guerra, indígena) y conlleva, por ende, la manifestación de un poder. Un siglo más tarde, El fiord , de Osvaldo Lamborghini, reeditará, bajo otra coyuntura, la triangularidad que une sexo, política y violencia. En este relato ficcional la figura de El Loco Rodríguez, su personaje central, simboliza al tirano abusador que este autor ve en Perón (“Viejo Perón” con “su sonrisa ortopédica”, le dice). La escritura es perversa, descarnada y magistral al mismo tiempo: “El pito se fue irguiendo con lentitud; su parte inferior se puso tensa, dura, maciza, hasta cobrar la exacta forma del asta de un buey. Y arrasando entró en la sangrante vagina”. Pero el Loco no es el padre primitivo de la horda de Freud, el que se queda con todas las mujeres y todo el placer para él solo. Aquí, todos los deseos florecen en cada uno de los personajes, el goce es repartido y, casi podría decirse, sin objeto: todos son objeto de todos. Este deseo anárquico caracterizará también, entre otras obras, la de Copi, pero de un modo muy distinto. Sus novelas y cuentos fueron escritos mayormente entre las décadas 70 y 80 en París. Y su florida y dislocada sátira le da cuerda a una mecánica desbordada que, por momentos, asume la forma del encuentro sexual, pero sin esa carga de crueldad y violencia presentes en los textos antes mencionados. En este punto es donde podría pensarse, dentro de las letras argentinas, la exploración de una sexualidad libre, mejor dicho, libertada, y con el agregado de elementos paródicos. Ilustrativa de esto es la novela erótica Lo impenetrable , de Griselda Gambaro publicada en 1984, durante la primavera democrática. En esta historia Madame X, el personaje principal (que ha olvidado su nombre de tanto ocultarlo), tras acostarse con un desconocido, se asoma por la ventana y lo ve caminar hasta un grupo de hombres y hablar con ellos. Todos, cuenta Gambaro, “comienzan a estremecerse y a proferir gritos ahogados, cuya naturaleza Madame X intuyó con un asombro conmovido. “Un solo cuerpo de múltiples cabezas, piernas y sexos se estremecía en la calle, al mismo ritmo (…) Madame X no quiso mirar más. Suspiró, se retiró al interior de su cuarto y se dejó caer sobre su lecho, rendida, pensando que los mejores homenajes son los que tienen apariencia más extraña”. La indiferencia de esta mujer (a la que cualquier psicodiagnóstico caratularía de histérica), su modo de hacer jugar una psicología de resistencia y distancia frente a la imposición de una escena sexual, puede asociarse aquí a la fuerte presencia del psicoanálisis durante la década del 80. Quizás haya sido con su ayuda, o no, el asunto es que un punto de viraje se dio en esos años en los cuales aparecieron voces alternativas y autónomas al poder que abrieron caminos hacia nuevas posibilidades subjetivas. El neobarroso Néstor Perlongher, que con sus versos homoeróticos comenzaba a cuestionar la fijeza de las identidades o las imágenes de Eroica , de Diana Bellessi, poniendo en primer plano el deseo de una mujer por otra, colaboraron con la construcción de un “yo lírico” (la voz del poeta) que se ubicaba ya no afuera de la escena sino como sede de un placer sexual que no necesitaba desplazarse a terceras personas. La apropiación del goce personal, como responsabilidad y deseo, se enfrentaba a aquella posesión ultrajante que en El matadero llevaban adelante los dueños de la carne y cuya marca de vejación (política) atravesó la historia. En los años previos al 2010 y a la Ley de Matrimonio Igualitario, ya se preparaba el terreno para un nuevo cambio de orientación de la mirada sobre las diferentes formas de sexualidad. Y, por supuesto, de esto también dio cuenta la literatura. Libros que le dieron absoluta visibilidad a sexualidades menos explícitamente representadas antes, como Continuadísimo , de la escritora Naty Menstrual, No es amor , de Patricia Kolesnicov (donde son dos mujeres las que se enamoran entre sí) o el libro de poemas Increíble , del joven Mariano Blatt, son solo algunos de los títulos que, aparecidos a fines de la primera década del 2000, expresan las buenas nuevas del cambio que afectó con creces la intimidad de una parte de los argentinos. En este contexto, otras formas de violencia, menos identificables y más difusas, se extienden en el entramado social y ya hay una literatura que se hace cargo y habla de ellas. En esas historias el personaje del traficante, el puntero, el policía corrupto o el pederasta encarnan nuevamente, como un mal inextirpable, la barbarie brutal de El matadero .
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