domingo, 16 de diciembre de 2012

"EN EL GOLPE DE VIDELA, LOS TANQUES PARABAN EN TODOS LOS SEMAFOROS EN ROJO"

Por Juan Cruz Ruiz

Uno de los mayores políticos de América latina, Ricardo Lagos, acaba de publicar un libro de memorias. En esta entrevista recuerda sus experiencias en la Argentina, con tres presidentes.
 
 
 
Ricardo Lagos no se inmutó ni cuando levantó el dedo contra Pinochet, para reprocharle al dictador (en 1988, cuando el sátrapa aún mandaba) sus mentiras y el desparpajo con el que reprimía a su pueblo, y con el que quería seguir reprimiéndolo si ganaba el plebiscito que montó entonces para perpetuar su régimen.
Lagos, que fue presidente de Chile años más tarde, tras la transición que protagonizó Patricio Alwyn, ha contado esa historia, la del dedo (fue en la televisión, en directo: se dirigió directamente a Pinochet, le dijo de todo; aquello fue una revolución en Chile; “creí que me irían a detener”) y la de toda su vida política, en la clandestinidad y después, en un libro singular, Así lo vivimos (Taurus).
Es singular porque no es frecuente que el libro de un político sea bueno y además emita buenas señales, como aquellas que reclamaba Antonio Machado sobre la nobleza de los hombres. Pues este libro cumple este requisito machadiano, y es noble y bueno. Y el propio Lagos, que aún no se inmuta ante nada, parece aliviado de haberlo contado todo, incluso algunos episodios íntimos o poco transitados en las memorias políticas.
Hay un aspecto verdaderamente escalofriante de este volumen sobre el que conversamos con el ex presidente antes de su marcha de Guadalajara, en cuya Feria Internacional del Libro presentó su libro.
Ese episodio es su tiempo argentino. Llegó a Buenos Aires, envuelto en un encargo profesional, en febrero de 1974. Estuvo aquí un año y regresó un año más tarde, ya como enviado de la Unesco. “Me tocó presenciar el golpe de Estado de Videla”. Veía pasar los tanques desde su oficina en Callao, “y me asombraba ver en aquel momento que los tanques de los militares se paraban en los semáforos en rojo”.
Antes de que se produjera ese episodio mayor de su tránsito por la Argentina, ya con Perón al mando del gobierno, Lagos tomó contacto con uno de los personajes más importantes de la historia de Salvador Allende, un enemigo público de Pinochet, el general Carlos Prats, a quien su compañero de armas le declaró la guerra exactamente a muerte. Y antes de que lo mataran los mismos que mataron a Orlando Letelier en Washington, el militar leal a Allende le explicó a Lagos, en Buenos Aires, la escalofriante evidencia de la práctica de los golpes de Estado: el que hubo en Chile, el que habría en Argentina.
Ahora evoca Lagos aquel tiempo. Volvió a la Argentina en junio de 1975, estaba allí cuando los tanques de Videla salieron a la calle, “así que en poco tiempo me mamé dos golpes de Estado”.
¿Y cómo lo vivió?
Como el nuestro, pero con un acento porteño.
¿Cuál es el acento porteño?
Yo estaba en mi escritorio, en la calle Callao, y veo venir los tanques, bajando hacia la Casa Rosada, ¡y los tanques paraban en la luz roja de los semáforos! Un día antes, el diario de la tarde, La Razón , había publicado en su portada este titular: “Está todo dicho. Mañana hablan las armas”. Y aparecían todos los parlamentarios sacando todas sus pertenencias y papeles del Congreso. Un golpe insólito, más insólito imposible. El día del golpe, prendo la radio, sólo hay bandos militares, toque de queda, todos en cadena nacional. Luego apareció un bando militar: “Se suspende entre la una y las tres de la tarde la prohibición de informar para que el público pueda ver el partido de Argentina contra Polonia preparatorio para el Mundial”. El toque porteño al golpe de Estado.
El general Carlos Prats le habló a usted de la técnica del golpe de Estado. Su descripción vale para lo que los dos países sufrieron. Mucho repelús da volver a ello.
Me encontré con él. Sabía que lo perseguían para matarlo. “Pero, qué iba a hacer”, me dijo. Él no podía viajar con otro pasaporte que no fuera el chileno, y le habían negado ese documento. De modo que, aunque se sentía directamente amenazado, tenía que seguir en Buenos Aires. Él sabía que era una ratonera, que es lo que al final sufrió, lo mataron … Le pedí en una de esas conversaciones que me explicara la brutalidad de lo que había pasado en Chile. Él me dijo que era un tema de técnica militar nomás. Si usted quiere pacificar, en dos semanas va a tener diez muertos; en una semana, diez veces más muertos si quiere sembrar el terror, y en 48 horas, el triple de esos muertos … Ahí entiende usted por qué había que bombardear La Moneda para producir muchos muertos y para hacer más rápida la dispersión del miedo. Para que el miedo fuera nomás el comienzo del terror.
Ni en Chile ni en Argentina pararon de matar …
La forma en que se hacía era muy brutal … Y todo esto con el trasfondo de la guerra fría … Alguien me comentó que muchas de las prácticas de tortura, en Chile, en Argentina, eran internacionales. Y cuando ya en los dos países hubo el mismo terror de las dictaduras, las policías se coordinaron abiertamente. Recuerde usted la Operación Cóndor y todos los horrores que hubo en nuestros países. Una Internacional de las policías secretas. En Argentina se produjo la federalización de la represión; un sector de la policía, o de la policía militar, efectuaba operativos de los que no eran conscientes los otros, lo que producía en las víctimas una mayor indefensión; y en los que se preocupaban por las víctimas, un mayor desconcierto. Era el mecanismo del terror. En Chile había una cierta jerarquía de la represión: Pinochet podía saber qué pasaba con quién; en Argentina estaba más distribuida, más diluida, y por tanto aún más abiertos los caminos del horror.
Volviendo al asesinato del general Prats, ¿cómo pudo ocurrir ese desamparo de un tipo tan vital en la historia, cómo pudo permitirlo la policía argentina?
Parece evidente que había una suerte de confabulación a algún nivel, no se entiende de otro modo, aunque quien estaba en el poder fuera Perón cuando ocurre ese atentado. El comando venía de Chile, pero lo que parece obvio es que tuvo alguna información, o al menos hubo alguna luz verde para que actuara. Prats lo previó. Pero no pudo hacer nada para escapar. Era parte del horror instalado o que se iba instalando.
Hasta que vino la democracia.
Que los argentinos recuperaron merced al tremendo error de los militares al invadir Malvinas para recuperarlas. Afortunadamente se encontraron con un Alfonsín que pudo interpretar el momento y que restableció el sistema democrático … Para nosotros Alfonsín no fue baladí. En primer lugar, fue alguien que habló a favor de la oposición en Chile. Cuando yo estaba preso, se pronunció a favor de mi libertad en un discurso público. Pero también fue muy importante en una gestión decisiva: explicar a los amigos cubanos que la vía de introducción de armas y de armar un ejército paralelo para derrotar militarmente a Pinochet no era viable. Y en ese sentido, después del atentado contra Pinochet, que fracasó igual que fracasó el intento de llegar a la lucha armada, ya los amigos cubanos pensaron que había que darle oportunidad al intento de derrotar a Pinochet por la vía del plebiscito. Fue un aporte decisivo de Alfonsín.
Además, cuando usted ya está en la oposición, y ahí sigue Pinochet, Alfonsín le da a usted más rango que a los representantes oficiales de Chile en su toma de posesión …
Ese fue un hecho insólito. Llegamos a Buenos Aires y nos sentamos todos los nuestros en sitio tan preponderante … Lo cuento en el libro, aquella gala tan importante, sonando el Himno a la Alegría de Beethoven, con Astor Piazzolla tocando … Muy emocionante, como la propia intervención de Alfonsín a favor del porvenir democrático de Chile … Ahora, en nuestra historia con Argentina, hay algo que no llego a contar en el libro, la crisis que tuvimos luego …
¿Qué crisis?
La crisis del gas. Para el gobierno argentino, que ya presidía Néstor Kirchner, no era viable enviarnos más gas del que nos estaban mandando, y yo le dije: “Néstor, me niego a que las relaciones de Chile con Argentina sean relaciones gasificadas”. Y le expliqué que el día que mi asistenta María me dijera que no podía prepararme el desayuno porque no había gas en la casa, entonces ya se habría saltado la línea roja. Y que nosotros necesitábamos las quince millones de unidades que llegaban a la zona central de Chile, cuyas terminales se habían cambiado para adaptarlas al gas que venía de Argentina. Era el consumo domiciliario, que si fallaba creaba una catástrofe en nuestro país. Entonces, Néstor, le dije, la línea roja es el gas que llega a las casas, un determinado número de millones de unidades. Y nunca me fallaron esas unidades para cocinar en las casas.
 
Fuente: Clarin

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