Las epidemias son como fuegos artificiales. Durante un período breve, iluminan con brillantes colores todo lo que hay alrededor. Esto es lo que pasó en la Argentina con el dengue, durante el verano, y ahora sucede con la gripe A. Pero, si se abren los ojos tras la ceguera momentánea de los destellos, es posible ver un panorama sanitario mucho más amplio y preocupante que el de las cifras de la influenza.Detrás del show de la pandemia, siguen ardiendo en silencio otras enfermedades infecciosas que contagian o matan a muchos más argentinos que la gripe A. Allí están, invisibles para todo el mundo, el Chagas –que enferma a 10 personas por semana y es letal para 424 argentinos cada año– y la tuberculosis, que anualmente mata a 800 infectados. Dos enfermedades que, a diferencia del Tamiflu, podrían ser curadas con medicamentos accesibles, si se las diagnosticara en forma precoz y se cumpliera a rajatabla con los tratamientos que el Estado entrega gratuitamente.“La gripe A es una enfermedad epidémica, que se da de manera explosiva. Pero es enormemente menos grave que una enfermedad endémica como la tuberculosis, tanto en letalidad y secuelas como en discriminación social”, subraya Sergio Arias, coordinador del Programa Nacional de Control de la Tuberculosis del Ministerio de Salud de la Nación. Es que la tuberculosis mata mucho más que la gripe A: unas 6.000 personas por día en el mundo. Les destroza los pulmones a muchos de los que la padecen, mientras que a otros los deja sin trabajo y cargando con todos los prejuicios de la sociedad. Pero la tuberculosis no tiene, claro, ni un poquito del marketing de la nueva pandemia.“Detrás de la gripe A se mueven muchos intereses, desde los laboratorios que venden medicamentos antivirales hasta los de la industria de la carne porcina, que obligó a cambiarle el nombre a la gripe actual. En cambio, los medicamentos contra la tuberculosis y el Chagas son baratos, no les interesan a los laboratorios”, subraya Hugo Spinelli, director de la Maestría en Salud Pública de la Universidad de Lanús.Que las compañías farmacéuticas no son proclives a generar medicamentos innovadores para las enfermedades de los pobres no es novedad. Entre 1975 y 1999, se lanzaron al público 1.393 nuevas drogas, pero sólo 16 estaban destinadas a las llamadas “enfermedades olvidadas” (tuberculosis, Chagas y enfermedades tropicales), según un estudio publicado en la revista científica The Lancet.Mientras los porteños estén tan preocupados por la nueva influenza, no le prestan ninguna atención a la tuberculosis, que crece desde hace seis años en Capital Federal, a contramano del resto del país.“¿Todavía existe la tuberculosis? No te puedo creer…”, se asombra María, empleada de treintitantos, mientras viaja en el subte con el virus de la gripe A como único horizonte de su miedo. Su falta de visibilidad se debe a que la tuberculosis es asumida como una enfermedad de pobres, de oscuros, de otros. Según cifras oficiales, la mitad de los 10.200 casos nuevos de tuberculosis que se notifican cada año se concentra en la Ciudad y la provincia de Buenos Aires. Y aunque un tratamiento de seis meses permite curar la enfermedad, muchos de los que padecen tuberculosis no llegan a cumplirlo. Así, el contagio continúa y aparecen cada vez más casos de tuberculosis resistente a los fármacos de uso habitual. La tuberculosis resistente a los medicamentos hace temblar a las autoridades sanitarias de todo el mundo y genera ataques segregacionistas cada tanto. En Estados Unidos, durante 2007, casi linchan a un pasajero de avión norteamericano sospechado de haber viajado a Nueva York con esta enfermedad a cuestas. Acá hay por lo menos 100 casos de tuberculosis resistente, aunque nadie habla de ello. En cuanto al Chagas, es cierto que no viaja en avión ni viene de Disneylandia. La enfermedad tan poco glamorosa que afecta a los que viven en casas plagadas de vinchucas está oculta en la Argentina hace demasiado tiempo. Lo tremendo es que afecta al 4% de la población. Y nadie se rasga las vestiduras por los dos millones y medio de argentinos con Chagas.No se escuchan reclamos para que las embarazadas y los niños sean estudiados sistemáticamente para saber si portan el parásito Trypanosoma cruzi, que causa la enfermedad de Chagas y que puede no causar síntomas durante años. No hay senadores ni diputados pidiendo informes por los mil bebés que nacen infectados cada año en este país, aún sabiendo que “9 de cada 10 chicos pueden curarse definitivamente si reciben a tiempo el tratamiento gratuito”, según el pediatra Héctor Freilij, director del Programa Nacional de Chagas. Por otra parte, ¿a quién le importa que cada año se mueran en este país unos 350 chicos por diarrea, un problema que puede combatirse con suero y agua limpia? ¿Alguien se solivianta porque mueren 1.800 mujeres argentinas por cáncer de cuello de útero cada año, existiendo algo tan simple como el test de Papanicolaou para detectarlo a tiempo y curarlo?Ni hablar de la pandemia de Sida. Aunque no salga en las noticias, la epidemia todavía infecta a más de 3.500 argentinos por año y mata a 1.400 enfermos por Sida (según cifras oficiales del año 2007). Mientras se crispan los ánimos por la influenza A H1N1, la gripe común sigue pareciendo una cosita de nada. Sin embargo, los fallecidos por este mal varían de 1.500 a 3.000 por año. En verano, hay 10.000 casos de influenza semanales. En invierno, trepa hasta 60.000 casos semanales. ¿Y la vacuna antigripal que deben darse obligatoriamente los pertenecientes a grupos de riesgo (embarazadas, menores de 2 años y mayores de 65, inmunodeprimidos)? Hasta el año pasado, la gente no tenía muy en cuenta que existía una vacuna diseñada cada temporada otoño/invierno contra la influenza. La gripe, en verdad, no asustaba ni a una mosca. La gripe porcina, con su parafernalia pandémica, probablemente cambiará esta tendencia al qué me importa. Cuando esté lista la vacuna no alcanzarán las dosis para tanta demanda. Pero cuando la influenza A H1N1 sea un recuerdo, la tuberculosis, las diarreas infantiles, la gripe común y el Chagas seguirán sumando miles de muertes evitables en la Argentina.
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