El saxofonista, ex músico de los Redondos, actuó en el Centro Argentino de Teatro Ciego... completamente a oscuras. Dice que a esta altura de su carrera sólo le interesa involucrarse en proyectos “donde la pasión está por encima de la rentabilidad”.
Si la liturgia ricotera reconoció en el Indio Solari, Skay Beilinson y la Negra Poli a su Santísima Trinidad, a Sergio Dawi le cupo el rol de interpretar los clamores feligreses y hacerlos música: sus líneas de saxo (algunas, célebres, como las de “Un poco de amor francés”) fueron tomadas por los seguidores para musicalizar sus propias arengas a una banda que promovía esos rituales llamados, por ellos mismos, “misas paganas”. Pero el aporte artístico del saxofonista no se agotó allí, y algo de eso demostró a la medianoche en el Centro Argentino de Teatro Ciego (Zelaya 3006, Abasto), donde presentó su segundo disco solista... completamente a oscuras.
“Ya se hizo en otros países, inspirándose en técnicas de meditación zen. En Buenos Aires lo experimentó Ojcuro, un grupo teatral de no videntes que me invitó a una de sus funciones.
Eso fue extraordinario y lo propuse a la banda. Nos enriqueció notablemente”, explica Dawi sobre un espectáculo que incluirá “palabras de Borges venidas del más allá” y la participación de Damián Nisenson, viejo compañero de 2saxos2, “la teta que mamé cuando quedé guacho tras la separación de Redondos”.
¿Cómo se levantó el día que se disolvieron los Redondos?
Tenía muchas historias pendientes para hacer, desde pintar hasta hacer música instrumental, lo cual me sigue pasando. En los Redondos siempre hubo una consigna, que fue tomar cada show como si fuera el último, aunque llamativamente el último, en Santa Fe, nunca se llegó a hacer. Me hizo vivir el presente sin pensar en el futuro y darles plenitud a las cosas, al igual que cuando me tuve que ir del país.
¿Estuvo exiliado?
Básicamente en España, desde 1976 hasta 1985. Me tuve que ir porque me tuve que ir. Es difícil etiquetar mi viaje del mismo modo que lo es hacerlo con mi música.
Viví esa etapa más bien como un viajero, en un gran estado de libertad. Esos elementos vuelven a mi sentir a veces, cuando me pongo a escribir, porque, si uno no es renegado, se vuelve una sumatoria de vivencias. Ojo, que también viví experiencias al pedo, así que soy más antihéroe que héroe.
Siempre se supo que las decisiones en Redondos pasaban por pocas manos. ¿Fue casi natural expresarse como solista tras esa separación?
Después de Redondos me puse a desempolvar un archivo que tenía de años y, simultáneamente, sentí la necesidad de comenzar a utilizar la palabra. Ahí empecé a meterme en este mundo de las letras, las reflexiones, de comenzar a preguntarme qué decir, de qué manera y desde qué lugar. Fue muy interesante dejarme atrapar por ese camino paralelo a la música. Tampoco me considero un cantante, ¿pero quién va a cantar mis canciones más que yo? Los temas son como la cocina: uno hace la comida con lo que tiene en la heladera. Así comenzó mi carrera solista, aunque luego se fue abriendo el juego hacia un proyecto grupal.
¿Qué provocó tal decisión?
La industria tiene un dominio del mercado tan dictatorial que cuando uno tiene el capricho de hacer las cosas de la mejor manera posible, precisa un resto y un aguante que te conduce naturalmente a abrir el juego. Además, nunca fue una ambición mía la de ser solista y, en un mundo donde parece que el individualismo es la solución, hacer una apuesta grupal me parece extraordinario.
Pero la banda lleva su nombre...Mi casa es el bunker: ahí se ensaya, se graba y se produce todo. Eso es como tener el 51 por ciento de las acciones, aunque a veces ni hace falta utilizarlas. Ensayar tres días a la semana en Buenos Aires, donde no sólo no ves guita, sino que también la tenés que poner, debe implicar algo que te atrape y movilice. La idea era que todos pudieran mojar un poco en el tuco, ya que el proyecto nos demanda mucho esfuerzo a todos.
El nuevo disco se llama Quijotes al ajillo. ¿Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?
El disco en sí mismo fue una quijotada: estuvimos un año y medio para hacerlo.
Subrayo la existencia de quijotes, idealistas y gente con sueños, lo cual me conmueve. La mayoría de ellos están en el anonimato. Una bagallera que contrabandea de un país al otro porque no tiene más remedio. No idealizo, pero valoro ciertos gestos que la actual industria del entretenimiento no tiene en cuenta en su escala de valores.
A la mayoría de sus compañeros les lleva veinte años de diferencia. ¿Ya había tenido suficiente con sus contemporáneos?
Me rodeé de jóvenes que no están tan atados al sistema, tal vez porque los de mi generación tienen otras urgencias, como pagar la cuota, mantener hijos y circunstancias varias que impiden embarcarse en proyectos donde la pasión está por encima de la rentabilidad. El premio mayor de Los Estrellados es terminar el ensayo contentos con lo que hicimos. Eso me hace disfrutar como un adolescente, tal vez porque vengo de una generación en donde la juventud era muy apasionada.
El Indio grabó en su disco, Skay lo fue a ver en vivo y hasta hizo temas de los Redondos con Walter Sidoti en verano. Parece que las nuevas canciones atrajeron a los viejos compañeros...
La experiencia con el Indio fue bárbara y me enorgullezco cada vez que él menciona lo mucho que le gusta el disco. Los demás ex Redondos también me manifestaron su alegría por el material, ¿qué más puedo pedir? Y, mientras me inviten, seguiré participando en sus proyectos.
¿Es una carga saber que siempre será un “ex”?
No habla de mí, habla del otro. Uno es muchos “ex”, muchos “actual” y muchos “próximo”. Hace unos días estuve arreglando un caño, así que bien podrían presentarme como un ex plomero. Es evidente que lo que significaron los Redondos fue muy fuerte, pero en alguna medida creo que todo el cariño que siento de la gente y que en gran parte heredó el Indio, habla de que los Redondos están vivos. Uno es una simultaneidad de cosas: el 17 de junio presento un espectáculo en la Fundación Konex donde musicalizo en vivo una película dividida en trece cuadros; estoy terminando “Los misiles gemelos”, un objeto que me encargaron para ArteBA; pinto aficionadamente y, cada tanto, viajo a Uruguay a dar un toque cuando algún proyecto me cae simpático. Lo bueno es no estancarse y potencializarse, más allá de analizarlo desde las cifras, desde cuántos discos vendiste o cuántos culos se sentaron en un show.
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