El Dios que vive ahí adentro es distinto al de afuera. Ni siquiera se parece. Es más simple, más piadoso y hace milagros que afuera resultarían insignificantes.Adentro de la cárcel, la gente cree. Y no necesita crucifijos ni ornamentos. Cree, aunque no crea en los que le cuentan la Biblia y después la echa, y la manda a “egito”, donde van los infieles, por más que en “egito” los apuñalen.La fe sobrevuela todo esto, casi con indiferencia. Se arma en el remolino de la angustia, en la ola más alta que sopla el viento de la soledad y el desamparo. En ese agujero húmedo y roñoso, donde el humano sobrevive, aunque nadie entiende cómo. Fue ese Dios el que se le apareció al Vasco, como en una ensoñación. “A mi amigo lo mataron frente a mí, por dos pastillas. Y yo me quedé sin nada. Fui a la celda, até una sábana para colgarme y ahí apareció”. Dios apareció.“Primero vi las rodillas gordas y raspadas de mi madre, que se había caído del colectivo por venir a verme. La vi subir con los bolsos repletos de cosas que a ella le faltaban, la vi sobrevivir a todas las navidades y a todos los cumpleaños”.Después, la alucinación siguió. “Los colores de mi casa. El olor de mi gente. La calle que había olvidado, el colectivo que me dejaba en la esquina. Todo y nada. Porque de todo eso ya no quedaba nada y yo tenía que hacer un esfuerzo para ponerle colores, porque había partes que eran blancas, o apenas grises.“Y vi las pastillas y la chuza. Y vi otra vez la muerte. Y lo único que tenía, un amigo, tirado en el medio de la nada. A mi madre ya no iba a poder verla. Mi madre iba a ser la foto de ella joven, conmigo entre los brazos y las rodillas raspadas de caerse tanto por no abandonarme”, decía el Vasco, en una letanía. “Después de todo eso, descolgué la sábana, me limpié la cara y agradecí mi encierro y festejé esa aparición que me rescató de esa vieja vida que ya no me interesa. No pregunté más nada. Nunca más conté los días. Me tengo que quedar acá, contando a los otros esta historia, haciéndome fuerte. No puedo salir de aquí. ¿Para qué? Afuera ya no hay nada. No queda nadie. Y el Dios que vive afuera es distinto que este, ni siquiera es parecido. El Dios de acá adentro no entra en un crucifijo”.
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