Por Ruben Dri
El tema de la “inseguridad” se ha instalado con fuerza desmesurada en nuestra sociedad. Al ver diversos programas y noticieros de los canales de televisión uno tiene la impresión que vivimos en una sociedad en la que en cualquier momento puedes perder la vida. Parece que no hubiera seguridad en ninguna parte, ni en las casas particulares de los ciudadanos comunes, ni en las mansiones de los ricos, ni en los countries. Se imaginan y construyen murallas de protección, se aumentan los miembros de la policía, se propone la pena de muerte, se baja la edad de imputabilidad de los menores, pero nada parece aminorar la “sensación” de inseguridad que nos rodea.
Acabamos de escribir “sensación” de inseguridad porque efectivamente de lo que se trata es efectivamente, de una sensación y no tanto de una realidad, o mejor, de una realidad aumentada exageradamente de manera que parezca que nuestra vida se encuentre siempre amenazada. Es cierto que siempre estamos amenazados por la muerte, que ésta nos acecha, pero no es cierto que su amenaza sea inminente. Se encuentra en el horizonte de nuestra vida y sólo en determinados momentos la sentiremos cerca, cuando efectivamente ella se haya acercado.
Trataremos, pues, de bucear un poco en nuestra realidad como sujetos, como seres humanos, para tratar de clarificar cuanto de realidad y cuanto de ficción creada tiene esta sensación de inseguridad que nos inunda. Para ello debemos internarnos en la esencia del ser humano y de la sociedad en la que éste vive.
El ser humano comparte el mundo-tierra con otros seres vivientes como son los vegetales y los animales. Dejando de lado a los primeros, bastante alejados, nos detendremos brevemente en la realidad de los animales, a fin de ver sus relaciones con los seres humanos en cuanto al fenómeno “inseguridad”.
Tantos los animales como los seres humanos habitan un determinado ethos. Es ésta una palabra griega cuyo primer significado es “guarida”, refugio, morada. Se trata de la guarida del animal, el lugar donde el animal encuentra seguridad. En el lenguaje criollo, la mejor traducción es “querencia”. El gallo tiene su querencia, el lugar donde están sus amores al que vuelve siempre después de sus excursiones y al que defiende con sus afilados espolones y su torvo pico.
El ethos es, pues, la casa del hornero, el nido del pirincho y el de la cotorra, la cueva de la vizcacha, pero es, además, el espacio que rodea tanto a la casa del hornero, como al nido del pirincho y la cotorra y a la cueva de la vizcacha. Cuando el cazador se acerca al ethos o ámbito en que se encuentra su casa, el hornero comienza su enloquecedor canto alertando sobre el inminente peligro.
De manera que el ethos, a partir de un centro en el cual anida la máxima seguridad, se amplía hasta abarcar un espacio en el que no sólo puede vivir, sino también realizar la actividad necesaria para la recolección del alimento. Esta ampliación abarca todo el ámbito de la naturaleza sensible, la cual constituye propiamente el ethos o hábitat del animal o de los animales.
El sujeto o ser humano es un animal al que lo caracteriza una profunda ruptura con la naturaleza sensible y, en consecuencia, con la animalidad. Acontece esta ruptura cuando aparece la razón, o el intelecto, o el alma o el espíritu, en la medida en que este “fenómeno” significa la apertura a la universalidad, a la totalidad. Mientras los animales quedan aprisionados por sus sentidos, plenamente identificados con la naturaleza sensible, el ser humano ha roto con ella, extrañándose de esa manera del ethos o hábitat natural, sensible.
Debe, en consecuencia, crear un nuevo ethos, un nuevo hábitat en el cual la vida no sólo pueda ser posible, sino que también le permita al sujeto realizar todas sus potencialidades. Ese nuevo ethos es lo que Hegel denominó la eticidad, el ámbito ético que constituye la casa espiritual, el hábitat en el que vida humana puede realizarse.
La eticidad o hábitat del ser humano es el ámbito de la intersubjetividad, es decir, el ámbito en el que los sujetos se reconocen entre sí como sujetos. No se trata del reconocimiento meramente intelectual, sino del reconocimiento teórico-práctico en su sentido pleno. Ello significa que no se trata de una mera abstracción. Se encuentra casi superada la etapa en la que a determinados seres humanos, los negros de África, por ejemplo, o los miembros de los pueblos originarios de América, no eran reconocidos como plenos seres humanos ni siquiera teóricamente.
Pero ese reconocimiento teórico es una mera abstracción si no se expresa en prácticas reales de reconocimiento. El hecho de que los conquistadores españoles reconociesen que los miembros de los pueblos originarios tenían alma, es decir, que eran seres humanos, no se tradujo en prácticas de reconocimiento, como lo atestiguara Fray Bartolomé de las Casas.
La intersubjetividad sólo se realiza cuando se produce de manera efectiva, práctica, el mutuo reconocimiento. Se crea entonces el espacio de libertad indispensable. Pero no se trata de la libertad a la que se refiere el capitalismo en general, y en especial su expresión neoliberal que constituye la máxima realización del capitalismo. Según esta concepción la libertad consiste en el espacio individual, privado. Cuanto más puedo ensanchar este espacio, más libre soy. El problema es que sólo lo puedo ensanchar a costa del otro, de los otros.
Se trata, en consecuencia, de acumular riqueza, de ensanchar la propiedad, que sólo se puede hacer achicando la propiedad de los demás. El ideal, la utopía, es el apoderamiento de todo el espacio. Se produce entonces la acumulación de riqueza y en consecuencia, del poder en unos y el despojamiento de toda propiedad y poder en otros.
En contra de esa concepción, el concepto humanista de libertad implica la superación de ese individualismo excluyente. La libertad no consiste en ensanchar el espacio privado, sino en compartir los espacios, en mejorar las relaciones intersubjetivas. Libertad en este sentido equivale a realización, a ampliación de las posibilidades de auto-realización. Mejorando la intersubjetividad, es decir, las relaciones humanas, ampliamos y potenciamos la libertad.
En este segundo caso, no existe el problema de la “seguridad” como fenómeno social relevante. No es que no existan peligros, que no haya crímenes y amenazas, pero se dan en un marco de seguridad colectiva fundada en la real posibilidad que tienen todos, o la gran mayoría, de realizar sus potencialidades. Seres humanos con trabajo creativo, con sus necesidades materiales satisfechas, con proyectos, no experimentan la sensación de inseguridad como fenómeno preocupante.
En cambio, en el primer caso, la sensación de inseguridad se vuelve no sólo preocupante, sino obsesiva. No puede ser de otra manera por cuanto se ha instalado la verdadera ley de la selva, la de la lucha de todos contra todos tan bien expuesta por Hobbes, quien la puso en el supuesto “estado de naturaleza”, aunque en realidad, se trata de la denominada “sociedad civil” a partir de Hegel, cuando ésta madura con el neoliberalismo.
El trabajo de la dictadura militar genocida con su política de romper los lazos sociales, introducir el terror y la sospecha, pues el “enemigo” podía ser tu vecino, prepara el terreno para el más crudo individualismo que se instala definitivamente en la infausta década del 90, mientras la riqueza se concentra cada vez en pocas manos. Riquezas enormes que no se ocultan, sino que se exhiben de manera obscena, van creando un ambiente en el que lo que interesa es ser triunfador, no importa cómo se llegue a esa meta.
El ethos, el hábitat, se resquebraja. Las nuevas generaciones nacen en ese espacio insalubre, en el que cada uno debe velar por sí y ver al otro como el enemigo real o potencial. Por otra parte, a la vista están los medios espurios con los que los ricos, los triunfadores, han acumulado su riqueza. ¿Por qué no hacer lo mismo?
A ello se agrega un ingrediente explosivo. Desde el 2003, con pasos vacilantes se van realizando reformas, retoques, en ese ámbito insalubre. Derechos humanos, juicio a los genocidas, renovación de la suprema corte, nacionalización de determinadas empresas, prenden la luz de alerta en los “ganadores”. Menester es frenar esta marcha que amenaza con cercenar los logros alcanzados.
Para ello nada mejor que hacer llover sobre mojado. Allí está la inseguridad instalada por la estructura neoliberal que los mismos ganadores habían creado. ¿Por qué no remachar el clavo y exagerar el fenómeno de la inseguridad hasta convertirla en una sensación insoportable, haciendo de ello culpable al gobierno, autor de medidas que amenazaban con hacerles perder parte de las ganancias obtenidas?
Nada más fácil para los “ganadores” pues son dueños de la inmensa mayoría de los grandes medios de comunicación. La Nación, el Clarín, la inmensa mayoría de los canales de Televisión baten el parche de la inseguridad de tal manera que lo que pasa en Irak parece un poroto comparado con lo que sucede en nuestro país. Se crea, de esa manera, una sensación de inseguridad que poco tiene que ver con la realidad.
En la etapa actual del capitalismo que alcanzó la cúspide de la perfección con la orgía especulativa, y se desbarranca en una crisis sin precedentes, el fenómeno de la inseguridad no puede menos que recorrer el mundo. En algunas partes el fenómeno se produce con mayor intensidad que en otros. No es precisamente nuestro país donde el fenómeno revista los mayores niveles de intensidad, pero sí de “sensación” de la misma, fenómeno creado artificialmente.
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