"Luego de una gran jornada de movilización social fuimos escuchados por la nueva presidenta Dilma Rousseff, quien parece orientar, ahora, un cambio de política hacia el campo”, afirma Salete Carollo, miembro de la coordinación nacional de los Sin Tierra de Brasil.
Por Sergio Ferrari
Con el logro de 400 mil familias ya asentadas que obtuvieron tierras propias en 24 Estados de Brasil en sus 27 años de existencia, el Movimiento de Trabajadores rurales sin Tierra (MST) es hoy uno de los principales actores sociales de referencia para la sociedad civil latinoamericana. Sin embargo, los desafíos futuros son mayúsculos: “¿Cómo hacer para convertirnos en una real organización de masas y cómo adaptarnos a la nueva realidad económica y política que transita
el país?”, se interroga Salete Carollo, militante sin tierra de la primera hora y actualmente miembro de la coordinación nacional del MST. Carollo vivió cuatro años en un campamento-ocupación (1992-1996). Actualmente es parte de la Cooperativa de Producción Agropecuaria de Tapes, en Río Grande del Sur, especializada en el arroz biológico.“La naturaleza de la lucha para los movimientos sociales del campo está cambiando en Brasil”, analiza Carollo, responsable del sector Proyectos Internacionales, del MST, durante una reciente gira europea.Cambios que obligan, según la dirigente, a repensar los conceptos más de fondo: la naturaleza misma del movimiento, los métodos y tácticas, la formación interna, así como las prioridades, las políticas de alianza y el tipo de diálogo con el resto de la sociedad.Si hasta hace algunos años “nos confrontábamos a latifundistas nacionales, hoy debemos hacer frente a poderosas trasnacionales extranjeras instaladas en nuestro territorio”.Disputar la tierra a las grandes corporaciones, “nos obliga a repensar la táctica”. Y, por tal razón, el MST viene definiendo nuevas modalidades de movilización. “La naturaleza misma de la lucha de clases está variando”, sostiene.Hoy, las ocupaciones de tierras no pueden ser pequeñas.
“Si antes las hacíamos con 300 familias, ahora debemos programarlas con 3 mil familias”. Dimensión que “debe asegurarnos otra relación de fuerza favorable para que podamos lograr victorias efectivas con nuestras acciones, reduciendo el número y mejorando la calidad de las mismas”.Visión que exige, también, “una articulación con otros actores sociales del campo brasilero, y de ahí la significación de promover el accionar de Vía Campesina, que integra tanto al MST como a otras organizaciones rurales”.Además, en la actual etapa, “debemos ocupar tierras que estén aptas a ser desapropiadas”. Es decir, que puedan ser realmente entregadas a los campesinos, “y no sólo usar la ocupación como medio de presión política, como lo entendíamos en muchos casos hasta hace poco tiempo”.En complemento de esta nueva lógica, explica Carollo, “es fundamental el diálogo activo que ya estamos implementando con sectores urbanos,
del mundo académico y de la cultura, movimientos sociales de la ciudad, para lograr una articulación más integral de nuestros objetivos y luchas comunes”.Por ejemplo, explica la dirigente sin tierra, el MST está preparando una gran campaña para las próximas semanas, con el objetivo de denunciar los agrotóxicos. La misma está fundamentada en una investigación
universitaria que “prueba que cada brasilero consume en sus alimentos 5 litros de veneno por año”.Brasil es hoy “el principal consumidor mundial de productos tóxicos, que llegan al país como parte del paquete integral de las grandes trasnacionales dedicadas a la agroexportación y que han encontrado en los últimos años la vía libre para su acción. Los males que dichos venenos producen lo sufren de igual forma tanto el campesino como el consumidor de la
ciudad”.Detrás de esos retos, detalla la dirigente rural, un dilema de fondo para el MST: “Pasar de ser un movimiento ya consolidado que lucha por la tierra a una organización de masas”, con todas las nuevas obligaciones de ser actores económicos e intentar controlar la cadena integral de la producción de alimentos.En los primeros meses de Dilma Rousseff, quien asumiera el
Gobierno el 1º de enero del año en curso, “sentimos un cierto desencanto porque nuestras reivindicaciones no eran escuchadas. Veíamos una continuidad lineal de los ocho años de Lula que nunca incorporó en su agenda ni la Reforma Agraria ni las reivindicaciones más sentidas de los sin tierra”. Sin embargo, luego de una gran jornada de movilización social en agosto pasado –que profundizó las del 8 de marzo y del 17 de abril–, con 50 mil personas convocadas en Brasilia, “fuimos escuchados por la nueva presidenta”, quien parece orientar ahora un cambio de
política hacia el campo.“Obtuvimos logros inesperados. Dilma incorporó el tema de la reforma agraria en su propia agenda personal. Decidió liberar 400 millones de reales –unos 220 millones de dólares estadounidenses– para desapropiar parcelas a ser entregadas a los sin tierra. Y aceptó una propuesta de Programa de Educación que exigíamos desde hacía años sin obtener respuesta
alguna. Incluso, en este rubro, fue más allá de lo que esperábamos. ¡Nos sorprendió!”, enfatiza Carollo.“El reto de los movimientos sociales en cualquier lugar del planeta no es quedarse con los brazos cruzados esperando las promesas de los gobiernos. Hay que movilizarse para asegurar que las mismas se materialicen. Y no podemos olvidar que en nuestro país siguen existiendo más de 100 mil familias acampadas, en lucha por conquistar sus tierras”.A pesar del proyecto desarrollista del nuevo gobierno brasilero, “pensamos que Dilma entiende que en el campo no hay sólo espacio para el modelo agroexportador, privilegiado unívocamente por Lula, sino que existe también lugar para la producción familiar campesina promovida por el MST. La única alternativa real y estratégica para combatir la miseria y la marginalidad tanto rural como urbana
en Brasil”, concluye.“Cuando abrimos el debate en la sociedad sobre el tipo de modelo de agricultura aparecen inmediatamente reflexiones sobre el valor de la tierra, el tipo de producción en el campo y la necesidad de la reforma agraria”, explica Salete Carollo.“Nosotros contestamos el modelo que considera a la tierra como una simple mercancía, que se basa en el monocultivo, que ve en la agro-exportación su principal objetivo y que desprecia totalmente a
la naturaleza, al medio, al suelo y al ser humano mismo. Nuestra propuesta es la producción familiar agroecológica, que se sustenta en la cooperación agrícola.
del mundo académico y de la cultura, movimientos sociales de la ciudad, para lograr una articulación más integral de nuestros objetivos y luchas comunes”.Por ejemplo, explica la dirigente sin tierra, el MST está preparando una gran campaña para las próximas semanas, con el objetivo de denunciar los agrotóxicos. La misma está fundamentada en una investigación
universitaria que “prueba que cada brasilero consume en sus alimentos 5 litros de veneno por año”.Brasil es hoy “el principal consumidor mundial de productos tóxicos, que llegan al país como parte del paquete integral de las grandes trasnacionales dedicadas a la agroexportación y que han encontrado en los últimos años la vía libre para su acción. Los males que dichos venenos producen lo sufren de igual forma tanto el campesino como el consumidor de la
ciudad”.Detrás de esos retos, detalla la dirigente rural, un dilema de fondo para el MST: “Pasar de ser un movimiento ya consolidado que lucha por la tierra a una organización de masas”, con todas las nuevas obligaciones de ser actores económicos e intentar controlar la cadena integral de la producción de alimentos.En los primeros meses de Dilma Rousseff, quien asumiera el
Gobierno el 1º de enero del año en curso, “sentimos un cierto desencanto porque nuestras reivindicaciones no eran escuchadas. Veíamos una continuidad lineal de los ocho años de Lula que nunca incorporó en su agenda ni la Reforma Agraria ni las reivindicaciones más sentidas de los sin tierra”. Sin embargo, luego de una gran jornada de movilización social en agosto pasado –que profundizó las del 8 de marzo y del 17 de abril–, con 50 mil personas convocadas en Brasilia, “fuimos escuchados por la nueva presidenta”, quien parece orientar ahora un cambio de
política hacia el campo.“Obtuvimos logros inesperados. Dilma incorporó el tema de la reforma agraria en su propia agenda personal. Decidió liberar 400 millones de reales –unos 220 millones de dólares estadounidenses– para desapropiar parcelas a ser entregadas a los sin tierra. Y aceptó una propuesta de Programa de Educación que exigíamos desde hacía años sin obtener respuesta
alguna. Incluso, en este rubro, fue más allá de lo que esperábamos. ¡Nos sorprendió!”, enfatiza Carollo.“El reto de los movimientos sociales en cualquier lugar del planeta no es quedarse con los brazos cruzados esperando las promesas de los gobiernos. Hay que movilizarse para asegurar que las mismas se materialicen. Y no podemos olvidar que en nuestro país siguen existiendo más de 100 mil familias acampadas, en lucha por conquistar sus tierras”.A pesar del proyecto desarrollista del nuevo gobierno brasilero, “pensamos que Dilma entiende que en el campo no hay sólo espacio para el modelo agroexportador, privilegiado unívocamente por Lula, sino que existe también lugar para la producción familiar campesina promovida por el MST. La única alternativa real y estratégica para combatir la miseria y la marginalidad tanto rural como urbana
en Brasil”, concluye.“Cuando abrimos el debate en la sociedad sobre el tipo de modelo de agricultura aparecen inmediatamente reflexiones sobre el valor de la tierra, el tipo de producción en el campo y la necesidad de la reforma agraria”, explica Salete Carollo.“Nosotros contestamos el modelo que considera a la tierra como una simple mercancía, que se basa en el monocultivo, que ve en la agro-exportación su principal objetivo y que desprecia totalmente a
la naturaleza, al medio, al suelo y al ser humano mismo. Nuestra propuesta es la producción familiar agroecológica, que se sustenta en la cooperación agrícola.
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