Isabel le dio el sable de teniente. Cristina el de general. Una charla a fondo con un militar distinto sobre los años ’70, Malvinas y los nuevos tiempos sudamericanos.
Por Eduardo Anguita y Hugo Paredero
Usted está recientemente retirado, general, y conserva la voz de mando…–En todas las cosas de la vida hay que ser medido para que uno pueda entrar en todos los ambientes.–¿Su segundo nombre, Domingo, viene por el lado de “todo en su medida y armoniosamente”?–Yo creo que sí, pero mi mamá siempre decía que era por Santo Domingo y yo le decía sí, por Santo Domingo de Lobos. Soy de una familia peronista tradicional, así que creo que por ahí venía.–Usted fue secretario general del Ejército…–Sí, y antes de eso estuve destinado como enlace del Ejército en el Congreso.–¿Cuáles son los límites que tiene una estructura piramidal para que un oficial superior dé a conocer su identidad política mientras está en actividad, exprese sus ideas, o abra un diálogo político?–En general las normas nuestras, mientras uno está en actividad, no permiten hacer partidismo. De todas maneras, hay cargos que exigen un contacto con la política para lo cual uno tiene que saber de política. Había un general, durante la Segunda Guerra Mundial, que decía que los últimos años de su carrera habían sido los más difíciles porque se tuvo que codear con los políticos. Decía que en la guerra uno sabe cuándo va ganando y cuándo va perdiendo y con los políticos uno cree que va ganando y de repente pierde todo. Y aconsejaba a los militares estudiar política. De esa definición sacamos dos cosas: una, que el militar le tenía un poco de aversión a la política. Pero también aconsejaba –siendo un hombre estructurado y teniendo aversión– estudiar política. Y los límites están ahí, es un poco la adrenalina de caminar sobre la cornisa porque uno, cuando es enlace en el Congreso, tiene que proponer una ley o algo para ayudar alguna cuestión militar, asesorar, y ahí entra el juego político. Y un partido lo quiere de una manera y otro de otra manera, mientras que uno tiene que representar al Ejército.–¿Cuándo se recibió de subteniente en el Colegio Militar?–En el año ’74. Y le quiero decir que tengo el honor de que los dos sables de mi carrera me los entregaron mujeres. En el ’74 me entregó el sable de subteniente Isabelita y cuando ascendí a general me lo entregó Cristina Fernández.–Le quiero plantear una de las cosas que más les carcome la cabeza a muchos, ¿qué pasa por la mente de un militar que en el año ’74 se sentía orgulloso porque una Presidenta constitucional –más allá de las consideraciones que podamos hacer sobre ella– le entrega el sable y llega un golpe de Estado y usted tiene que desarrollar su carrera militar bajo una dictadura militar genocida?–En el momento en que llega el golpe todo se hace muy confuso porque las cosas no estaban tan claras. Yo tenía veinte años, y estaba rodeado de un ambiente cerrado donde recibía información de un solo costado. Y había una sociedad que en ese momento estaba cansada de la forma en que se iba llevando el gobierno. Ahora, inmediatamente de dado el golpe, cuando uno empieza a ver cosas raras, lógicamente causa un impacto donde uno se tiene que ir acomodando y uno va adquiriendo posiciones y opina y esas son las condiciones que después uno sufre durante su carrera. Los primeros años fueron malos para mí, desde el punto de vista militar, desde el punto de la observación del militar que me debía calificar. Porque yo a lo mejor ingenuamente opinaba como había aprendido en mi casa y eso hacía que me desplazaran.–¿A qué se dedicaba una hermana suya mientras usted estaba en los cuarteles?–Sí, eso fue un poquito más adelante. Yo rechazo siempre la teoría de los dos demonios porque yo era subteniente y el Ejército me hizo un allanamiento en casa. Entonces, ¿yo de qué lado estaba? Yo estaba del lado de la sociedad, no había una parte y otra, era una sociedad agresiva. A partir de ahí nosotros tomamos una posición dura, una posición determinada, y mi hermana, que era una estudiante universitaria, tomó una posición de defensa de los derechos humanos que la viene culminando como una de las principales dirigentes de Rosario. Ahora, como está en una defensoría general, no ejerce tanto la actividad. Pero es una de las principales denunciantes de los excesos de las Fuerzas Armadas de ese momento.–Usted hacía referencia a Isabel Martínez y a Cristina Fernández. Con otra mujer, Nilda Garré, tuvo el momento difícil de su pase a retiro. ¿Cómo vivió eso?–Con Nilda Garré tuve una excelente relación de trabajo. Nosotros nos recibimos ciento y pico de oficiales, la carrera es piramidal, se va afinando. Yo llegué entre los últimos cinco de mi promoción y en algún momento me tenía que ir. La ministra de los cinco eligió uno y el resto nos tuvimos que ir. Se elige por mayor o menor afinidad, para nada fue violento.–Se habló de vínculos con el duhaldismo…–No, nada que ver. Por ahí alguna interna que se da, alguien que pueda querer hacer daño. Yo me fui a cumplir funciones a Perú en una organización internacional donde ganaba un muy buen sueldo y donde la tarea profesional en un ámbito regional es muy buena.–¿Cómo vivió los juicios? Hablo desde el primer juicio a las Juntas del año ’85 hasta estos últimos que han condenado a tipos como Menéndez y demás…–Con dolor por la etapa que le tocó vivir a la sociedad, con dolor por enterarme que gente que yo conocía había tenido malos pasos, con dolor por gente que está en duda de lo que hizo o no y está presa. Recordemos que nosotros estudiamos en un ámbito cerrado y después trabajamos en ámbito cerrado donde uno comparte todo. Hay una cantidad de casos que son emblemáticos que, realmente, a uno le da bronca, y a veces algo de lástima. Es como si a uno le cayera preso un hermano que cometió un delito. Pero también me duele por toda la sociedad, yo tengo amigos que eran estudiantes universitarios y que fueron desaparecidos, que los mataron. Por eso yo rechazo esa teoría de los dos demonios; porque para mí es una sola sociedad.–No me resulta llamativo el pase a retiro del almirante Godoy, justo en un momento donde el tema Malvinas se pone caliente. Yo no sé si usted por protocolo, por prudencia, puede hablar de esto. Pero creo que para cualquiera que observe lo que ha sido la Armada, que resistió casi institucionalmente los juicios, pareciera que a veces, cuando se habla de Malvinas, mira con más ternura la bandera británica que la bandera argentina…–Por supuesto todo lo que he dicho son opiniones mías porque yo no represento al Ejército. Lo de que quieran más a la bandera británica que a la argentina me parece difícil. Yo soy un poquito más indulgente con ellos, lo del almirante Godoy creo que es producto del juicio. Ayer escuchaba que había sido una represalia por haber ascendido a un oficial que el gobierno no quería que ascendiera. A mí me parece que tenemos que confiar un poquito en los pasos que da la Justicia, atribuirlo a eso.–Mi frase fue un poco fuerte, no creo que hoy un guardiamarina se merezca lo que acabo de decir. Pero creo que algunos oficiales de la Armada durante muchísimos años, sobre todo en la época de la dictadura, o cuando estaba Horacio Jaunarena de ministro y se compraba equipamiento para la Armada, estaban pensando en cómo las empresas que venden armas pueden dejar algunos dineros por otros lados. Esto corre por mi cuenta.–He tenido mucha relación con los oficiales de Marina. Son muchachos que, igual que nosotros, tienen patriotismo; son gente buena que trabaja con nosotros y hay un gran porcentaje dedicado a cambiar la imagen de las instituciones militares en la sociedad. Lo demás es una cuestión que ha ocurrido y siempre en las fuerzas alguna de estas cosas hay. A lo que nos tenemos que acostumbrar los militares a que en las fuerzas, primero, nosotros no somos ni mejores ni peores que el resto de los conciudadanos. Segundo: no hay una continuidad histórica que nos iguale a todos los militares a través del tiempo con un mismo sello de excelencia. Yo puedo admirar dentro de las Fuerzas Armadas al almirante Brown y denostar, odiar, al almirante Rojas y no por eso estoy despreciando a la Marina. Y tampoco el mérito, por ejemplo, de San Martín cubre las macanas que se puede mandar Suárez Mason.–Le agradezco esta charla. Hemos hablado alguna vez acerca de que en otra etapa de la Argentina vivimos en una situación que nos enfrentó, no personalmente, sí desde lugares contrapuestos. Me parece bueno poder dialogar en este clima, que podamos encontrarnos y aspirar, aun con diferencias, a tener una sociedad más justa, más igualitaria, a respetar las decisiones de la Justicia.–Yo le agradezco a usted, lo admiro porque ha tenido una vida dura, difícil, estuvo enfrentado a las Fuerzas Armadas y sin embargo podemos hablar. Y usted ha tenido una vida con sufrimientos que a veces yo me tuve que encargar de algunos camaradas que en algún mail decían cosas que no eran verdad. Hay una anécdota similar, cuando se cumplieron treinta años del conflicto con Chile, conmemoramos que no nos agarramos a tiros. La conmemoración ocurrió en un paso cercano a Río Gallegos al que fueron las dos presidentas, la de Chile y la nuestra. Después de la conmemoración nos fuimos a comer a Puerto Natales los generales argentinos y los generales chilenos. Y resulta que a mí me tocó una mesa donde el general había estado enfrente de mí en la cordillera, cuando los dos éramos tenientes en el ’78. Nos habíamos agarrado a tiros y ahora estábamos compartiendo una copa de champagne gracias a toda una unión regional que se ha construido.
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