Entrevista a Silvio Rodriguez. En exclusiva, le responde a Clarín Vía e-mail cuál es su relación con el gobierno de su país y sobre su apego por la Argentina.
Por Eduardo Slusarczuk
Cuando, el 18 de este mes, Silvio Rodríguez (64) salga a escena en el Estadio Ferrocarril Oeste, habrán pasado siete años desde su último concierto en Buenos Aires. Y 27 desde su primer visita a la Argentina (ver Bajo control ), en el inicio de una democracia que dejaba atrás a la peor de las dictaduras militares que padeció nuestro país.Desde entonces, mientras el mundo asistía a cambios que modificarían de manera sustancial el mapa político, económico, demográfico y tecnológico -sólo para empezar a contar-, Rodríguez le agregó 15 álbumes a su discografía. En ese contexto, el más reciente de ellos, Segunda cita (2010) es apenas un pretexto para una gira cuyo repertorio excede ampliamente a su docena de canciones. Desde La Habana, el cantautor responde vía mail.¿Siente que el sentido de su presencia sobre los escenarios y el de sus canciones se ha modificado con el paso de los años? No lo sé. Es curioso, pero yo nunca pretendí convertirme en símbolo de nada. Los símbolos son pesantes, y yo empecé, y continúo, deseando fluir a través de lo que he ido aprendiendo a hacer. O sea, canciones. Me agrada que lo que canto tenga varias funciones; quiero decir no sólo en lo estético, porque también éticamente las canciones pueden funcionar. Soy de los que cree que todas las canciones son políticas, porque todas proponen algo, aunque sea trivial. Un pecado pudiera consistir en hacer demasiado obvios algunos criterios, porque entonces pudiera ocurrir que se nos vería más como ideólogos que como artistas. Desde que empecé tuve claro lo que no debía hacer y espero que mi trabajo lo demuestre. Tampoco niego que me gustaría que lo que hago sirviera a la esperanza, que siempre es una buena causa. ¿Temió o sintió alguna vez que ocurriera esa confusión, en virtud de que muchos lo consideran un símbolo de la revolución cubana? Nunca me creí “representante de la Revolución Cubana”. Aunque sí asumí la responsabilidad del que la quiere, aun con opiniones. Además, mis canciones no han tenido que celarse de la persona que las hace; ellas saben que primero se suele ser persona y después es que vienen las canciones.En el libro que acompaña a su último CD usted se refiere de manera crítica a los “paisajes ideológicos” que trazan “los que gobiernan la información mediática”. ¿Esa crítica se aplica también a la prensa oficial? La Revolución Cubana ha sido posible porque el pueblo la ha defendido, incluso con su sangre. La responsabilidad de defender lo alcanzado también comprende el terreno ideológico, aunque a veces ese terreno parezca de arenas movedizas. Sea como sea, es necesario responder a la avalancha de medios que mienten o tergiversan sobre nuestra realidad. Así se fue moldeando una prensa falsamente revolucionaria, triunfalista y subordinada. Hubo momentos en que parecía que queríamos proyectar que vivíamos en un paraíso. Internamente nos creó más contradicciones, porque sin crítica y autocrítica uno acaba por perder de vista lo que hay que mejorar. Fidel, cuando anunció la campaña de alfabetización, dijo: “Nosotros no le decimos al pueblo: cree; nosotros le decimos al pueblo: lee”. Eso se olvidó. Algunos dirigentes cubanos actuales están pidiendo “un cambio de mentalidad”. A mí me parece que ese cambio de mentalidad también es muy necesario respecto a algunas directrices que todavía rigen nuestra prensa.¿Fue difícil para usted mantenerse ajeno a esas directrices? Por haber vivido en Cuba durante toda mi vida he estado expuesto a lo bueno y a lo malo que ha pasado en mi país, como cualquiera. Y siempre me he sentido en libertad de decir lo que pienso y lo he puesto en práctica, aunque algunas personas no hayan estado de acuerdo con lo que digo. Lo cierto es que la mayoría hemos tenido nuestros más y nuestros menos con los medios estatales, dependiendo del momento y la canción. Conste que ese forcejeo con el poder siempre me ha parecido natural y además positivo.¿Debió limitarse al escribir temas como “Canción en harapos”, que proponen una mirada irónica? Canción en harapos quiso ser una mirada a ciertas formas de hipocresía que se dan en todas partes, no sólo en Cuba.Segunda cita habla más específicamente de lo nuestro. Trata de ser una metáfora de algunas de las cuentas que podrían pasarnos nuestros supuestos ángeles de la guarda. Cantar no me parece asunto de ponerse límites, sino de convicciones. Si hay que limitar, que lo hagan otros y que cada cual cargue con lo que le corresponde.¿Cómo asume el paso de haber sido lo nuevo a ser parte de una historia que ya tiene otros que la escriban? Me dan ternura los muchachos. Siempre que los miro subir al escenario, me digo: “Qué alivio que yo no estoy ahí”. Y siento algo de paz, aunque tampoco demasiada.¿Le presta atención a las nuevas produccones musicales? He escuchado a algunos jóvenes que concursaron en el Premio de Creación Ojalá 2010 , un concurso destinado a divulgar la lírica de Rubén Martínez Villena, un poeta que cambió sus versos por la lucha y le costó la vida, en 1933. La convocatoria nos trajo una bocanada de música fresca de jóvenes talentosos, como Tanmy López Moreno, Jennifer Almeida e Ivette Letusé.¿Aspiró alguna vez a trazar un camino que sea recorrido por otros? No. Es inevitable que cada cual haga su propio camino. Cualquier otra postura es pretenciosa y olvidadiza. La cultura y la genética nos inoculan lo necesario para la continuidad. Las rupturas vienen del aprendizaje, de la exploración, de esa parte revolucionaria y hasta aventurera que tenemos todos. O casi todos.
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