Hace unos meses descubrieron en Bolivia rastros de una civilización perdida. Desde entonces, un grupo de antropólogos japoneses estudia la cultura de los “Mojos”, un pueblo que habría vivido 1.400 años antes de Cristo. Según estudiosos de la historia boliviana, la investigación revelaría la existencia de un pueblo experto en la construcción de sistemas de riego para controlar fenómenos naturales como inundaciones y sequías.
Esa información no deja de darme vueltas en la cabeza desde que la leí y no puedo negar que me provoca cierta envidia y preocupación.
Los Mojos, según los adelantos periodísticos, quedarían bien parados en la historia. Es más, evidenciarían nuestro atraso y nuestra locura. Nosotros, hostigando a la tierra y al aire, no hacemos más que multiplicar en el tiempo las inundaciones y la sequía.
Ahora bien, si jugamos con la posibilidad de que nuestra civilización desaparezca (como va la cosa no parece un delirio) ¿Cuáles serán los rastros que queden de estos parajes del sur?
Supongamos que a los antropólogos del futuro se les ocurre meter la pala justo donde se encuentre el documento elaborado en estos días por el Instituto de Estudios y Formación de la Central de los Trabajadores de la Argentina (CTA) señalando que “más de seis millones de chicos argentinos viven en la pobreza, de los cuales la mitad pasa hambre”.
¿Cuál será el tamaño de la indignación de quienes nos exploren cuando averigüen la desmesura de la desigualdad de este tiempo?
¿Qué dirán cuando sepan que unos pocos multiplicaban por millones sus ganancias, mientras la pobreza nos arranca 25 recién nacidos por día, de los cuales 14 mueren por causas que podrían evitarse?
¿Qué sentirán los antropólogos que realicen las excavaciones dentro de 1400 años cuando descubran que este país entrega inmoralmente sus recursos naturales (petróleo, minería, gas...) a las grandes multinacionales; mientras se desentiende de la suerte que corren sus pibes...?
“La tasa de pobreza a nivel nacional es del 26,9 por ciento, para la población que tiene menos de 18 años la misma medición es de, prácticamente, el doble (40,6 por ciento). Algo similar ocurre con la indigencia, mientras a nivel país la tasa de indigencia era del 8,7 por ciento, la correspondiente a la población menor era muy superior, del 14,1 por ciento.
Si es así, si los antropólogos del futuro descubren este informe engendrado en plena pampa húmeda, un lugar con posibilidades de producir toneladas de alimento para empachar al mundo, ¿Nos evaluarán como una civilización de perversos, sádicos o inmorales?
Podríamos, ya que estamos, imaginar los titulares del descubrimiento:
“En el sur del continente aparecieron restos de una cultura perdida perteneciente a una civilización de esquizofrénicos y, aunque sería algo apresurado sacar conclusiones definitivas, podríamos adelantar que su desaparición ha sido un beneficio para la humanidad”.
En una de esas, en medio de la excavación, aparezca otro documento. El que revele la existencia de quienes pelearon y pelean para que las cosas cambien.El de los que marchan detrás de la utopía para que los pibes no se mueran de hambre.El de los que dejaron su vida para desenmascarar a los saqueadores. Tal vez también, llegue el buen día en que esa pelea se gane.
Solo así podremos, como los Mojos, justificar el tiempo que nos ha tocado vivir. Solo así, los antropólogos del futuro podrán jactarse de haber dado con los restos de una civilización con una existencia a la que valió la pena exhumar.
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