En Francia hay cien mil personas sin techo, tres millones de personas en condiciones de “vivienda precaria”, 809 mil personas viven en casas de amigos o familiares. Según Emmaüs, 250 sin domicilio fijo murieron en Francia este año.
Morir en un bosque, al borde de una de las grandes capitales del mundo, es aún posible. El camino lleva un nombre predestinado: “Route de le Exile (Ruta del exilio)”. La ruta es un sendero estrecho, sólo transitable a pie, que conduce a un claro de donde emerge un mundo invisible desde la ciudad. Un espacio hecho de carpas de plástico o de tela, de cabañas improvisadas, manojos de ramas apiladas, soledad, frío y miseria. Al límite de los caminos que recorren los transeúntes del domingo, oculto por la vegetación, está el territorio de los sin techo que eligieron ese páramo de los Bosques de Vincennes, el segundo pulmón ecológico de París después de los Bosques de Boulogne, para instalar sus casas. Allí murió Francis, un hombre de 50 años cuyo cuerpo fue encontrado en estado de descomposición avanzada. Francis es el tercer “SDF” –sin domicilio fijo– que muere en los Bosques de Vincennes, el quinto en el curso del último mes para el conjunto de la región de París. La cifra anual de muertos en la calle proporcionada por la asociación Emmaüs revela la pluralidad del drama de las personas que, por una u otra razón, se encuentran a la intemperie. Según Emmaüs, 250 sin domicilio fijo murieron en Francia este año, sea en plena calle o en los bosques. La asociación “Muertos en la calle” cifró en 150 el número de muertos en los últimos seis meses.
Albert, un SDF de 48 años instalado en los Bosques de Vincennes, mira la vida con las manos congeladas por el frío intenso de esta semana, pero, dice con modestia, un techo es un techo: “El bosque es mejor que la ciudad. Acá, al menos, podemos juntarnos en grupo y estamos más protegidos de las agresiones. Claro, estamos más solos, pero bueno, es mejor que nada”. Una carpa hecha con seis palos, un colchón sobre la tierra húmeda, algunas fotos de una vida anterior y un calentador de alcohol son todas sus posesiones. “Nada y mucho, depende de donde se lo mire”. Los SDF viven agrupados en pequeños núcleos de cuatro o cinco carpas, otros prefieren quedarse aislados en el bosque. La asociación Muertos en la calle calcula que unas 200 personas viven en el bosque de Vincennes desde hace varios años. Resolver ese problema es un rompecabezas cuyas piezas son la falta de estructuras adecuadas, el propio rechazo de muchas personas sin domicilio a integrarse a esas estructuras, las historias personales, a menudo crudas, y la cacofonía política de casi todos los gobiernos de turno. Christophe Louis, presidente de Muertos en la calle, resume en pocas palabras la espesura del dilema: “Los habitantes del bosque están lejos de todo y el bosque puede volverse para ellos un moridero, pero tampoco se puede instalar una estructura en el bosque porque no debemos hacer que la miseria se vuelva confortable”.
Francia descubrió esta semana la situación de cientos y cientos de personas que residen bajo el cielo con temperaturas bajo cero. Y, sin embargo, esas imágenes son, en París, de una brutalidad cotidiana. No hay sector de la capital francesa donde no haya personas durmiendo en plena calle, casi siempre en las bocas de aireación del Metro que despiden aire caliente, tapadas con frazadas y cubiertas por una pila de cartones para cortar la afilada hoja del frío. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, dijo que el gobierno tiene “el deber y la responsabilidad” de “no dejar morir” de frío a los sin techo. La ministra de Vivienda, Christine Boutin, lanzó la idea de una ley para llevar por la fuerza a los indigentes hasta los albergues de emergencia en caso de que la temperatura descendiera a 6 grados bajo cero. Las asociaciones en favor de las personas en situación precaria rechazaron enérgicamente la idea y acusaron al gobierno de actuar sólo puntualmente. “Puro ruido para mostrar la buena conciencia. ¿ A nadie le importa de verdad lo que nos pasa, ni por qué nos pasa esto? No es un problema del gobierno, sino de toda la sociedad”, dice Gregoire, un vecino de Francis que tiene una carpa hecha con bolsas de plástico.
Políticos, justicia y asociaciones ocupan el escenario y ofrecen a menudo un espectáculo que los sin techos saborean con amargura. La muy activa asociación Derecho a la Vivienda (DAL) que hace dos años instaló a decenas de personas sin techo en un improvisado campamento de carpas en pleno París fue recientemente condenada en los tribunales a pagar 15 mil dólares de multa por “perturbar la vía pública dejando objetos en la calle”. Regularmente, cada año, el frío intenso corre el telón sobre el paisaje de la indigencia y la extrema exclusión urbana. Hoy son los muertos, hace dos años fue la asociación Los Hijos de Don Quijote la que, cuando instaló decenas de carpas a la orilla del parisino Canal Saint Martin, mostró esa realidad que ahora se refugió en el bosque. Fugitivos, inmigrantes sin papeles, desempleados, divorciados tardíos que perdieron hasta las medias, víctimas de la precariedad moderna, hombres recién salidos de la cárcel o vagabundos componen la compacta comunidad de los sin techo.
“Es mejor vivir aquí que en la ciudad”, cuenta Etienne, un robusto y simpático SDF de 56 años. “Allá, en la urbe, hay muchos robos, agresiones y peleas por los lugares. La policía nos persigue todo el día, de aquí para allá, nunca estamos tranquilos. Y también está ese cuchillo cotidiano que nos atraviesa la piel y el alma, la indiferencia de la gente que pasa y pasa como nubes. En el bosque hace más frío pero la vida es más digna que en París o en los dormitorios públicos. Estamos en paz, vivimos en paz y nos morimos sin que nadie se entere a tiempo”. En Francia hay 100 mil personas sin techo, tres millones de personas en condiciones de “vivienda precaria”, 809 mil personas viven en casas de amigos o familiares, más de un millón carece de confort mínimo (baños, duchas).
Los que duermen en la calle o en los bosques son los casos más extremos. Nadie parece poder hacer nada por ellos. En 2002, el primer ministro socialista, Lionel Jospin, prometió “cero SDF en 2007”. Pero siguen allí. En 2006, el entonces presidente francés, Jacques Chirac, hizo votar una ley sobre el derecho a la vivienda obligatorio. Hay más SDF que antes. En 2007, durante la campaña para las elecciones presidenciales, el actual presidente, Nicolas Sarkozy, prometió que “de aquí a dos años, nadie más se verá obligado a dormir en la calle y morir de frío”. Los muertos aumentan. Desde 2002, 1300 sin domicilio fueron encontrados sin vida en las calles de Francia. Los proyectores se encienden en invierno y se apagan en verano. Pero el drama continúa, sin salida. Los benévolos de la Cruz Roja, los agentes del Estado y los miembros de las asociaciones aportan utensilios, atenciones, medicamentos, frazadas, un poco de reconfort. “Acá la vida es siempre dura”, dice Jacques, un SDF de 49 años que calla su pasado pero cuenta su presente: “Tener, no tenemos nada. Hay que caminar mucho para conseguir un poco de agua, velas, pilas para la radio, combustible para el calentador, jabón y cartones para cubrirse”. Esos hombres y mujeres a la deriva no reúnen las condiciones económicas para aspirar a una vivienda. No han sido excluidos sino embutidos en un círculo que se abre cuando la muerte rompe la indiferencia o las pugnas políticas entran en juego.
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