¿Debe mantenerse vigente el celibato obligatorio si se desea servir a Dios? El clima de discusión se abrió cuando salió a la luz un hecho inquietante: el presidente paraguayo Fernando Lugo –obispo que fue dispensado de la tarea eclesiástica para asumir el cargo de primer mandatario– reconoció a un niño de dos años como su propio hijo. Dos mujeres más afirman que fueron embarazadas por él cuando todavía ejercía el sacerdocio. La sospecha acerca del incumplimiento de una regla que muchos consideran obsoleta se puso sobre el tapete.
Son tiempos de deliberación y debate en el interior de la Iglesia Católica. Tiempos en los que surgen dudas y se hacen evidentes los esfuerzos para brindar respuestas, tiempos en los que toda reunión en la que se encuentran sacerdotes, monjas y laicos gira alrededor de una pregunta: ¿debe mantenerse vigente el celibato obligatorio si se desea servir a Dios? El clima de discusión se abrió cuando salió a la luz un hecho inquietante: el presidente paraguayo Fernando Lugo –obispo que fue dispensado de la tarea eclesiástica para asumir el cargo de primer mandatario– reconoció a un niño de dos años como su propio hijo. Dos mujeres más afirman que fueron embarazadas por él cuando todavía ejercía el sacerdocio. La sospecha acerca del incumplimiento de una regla que muchos consideran obsoleta se puso sobre el tapete. Y la necesidad de permitir un ejercicio natural de la sexualidad en el clero volvió a ser discutida. Son temas que siempre regresan. Pero por primera vez un grupo de sacerdotes argentinos decidió expresar de manera abierta el reclamo para que el celibato sea una opción y no un mandato, para que los curas que así lo deseen puedan casarse, formar familias y tener hijos, y que esto no sea un impedimento para ejercer su vocación. Son los religiosos que decidieron poner la cara, sus nombres y sus apellidos para abrir un debate que involucra a una porción mayoritaria de la sociedad y que pueblan con sus testimonios esta nota.
“¿Qué mejor prueba de que estamos a favor del celibato optativo que un cura embarazado?”, bromea Eduardo de la Serna mientras acaricia sonriente la panza de Luis Farinello, que no se amilana y sugiere el uso del photoshop para disimularla y provoca la risa de sus colegas en la fe. Cinco sacerdotes de los tantos que promueven la aprobación del celibato voluntario se reunieron con Veintitrés para expresar un punto de vista que levanta polémica. “Jesús no mencionó al celibato y de hecho entre sus doce apóstoles había solteros y casados. Pedro, sobre quien se erigió la Iglesia, tenía esposa –afirma Farinello–. El celibato es un don, un carisma, nadie puede estar en contra de una consagración tan formidable. Pero creo que debería ser optativo para los sacerdotes que quieran formar familia.”
De la Serna coincide: “Sostengo esta posición porque creo que el celibato es una cosa muy buena. Es un signo, pero si no significa algo, pierde su función. Y para que signifique, no debe ser impuesto. El problema radica en que, para la Iglesia, el sexo sigue siendo casi una mala palabra”. Para Daniel Echeverría “la sexualidad es una realidad en la que se ejerce control y dominio. La Iglesia no está exenta de estas formas de manipulación. El celibato obligatorio puede ser instrumento de control de las personas”.
La seriedad con la que estos presbíteros dan cuenta de sus posiciones es la contracara del boom mediático que inició el caso Lugo. La tendencia al cuestionamiento al celibato que se incuba tanto en el clero como entre la feligresía católica ocupó los escaparates de la prensa del corazón, los programas de chimentos y la burla fácil, aunque efectiva. “Lugo tiene corazón, pero no usó el condón”, repite el estribillo de un hit cumbiero y ya aparecieron remeras con leyendas como “No soy hijo de Lugo” o “Hijos míos! Lugo”. Pero la cuestión es mucho más dramática. A lo largo del tiempo el problema del ejercicio de la sexualidad decidió el destino de muchas personas y también el de su Iglesia.
“Cuando un cura se enamora se produce un vacío muy grande –dice Farinello–. Yo me enamoré a los treinta años y sé que no es fácil cumplir con esa fidelidad que impone la Iglesia. Conozco el caso de un cura que, para alejarse del amor que sentía por una mujer, empezó a tomar, movido por una angustia muy grande. Y continúa haciéndolo.” La experiencia del amor, una de las formas en que se manifiesta el sentido de la humanidad, es una posibilidad que pocas personas no atraviesan jamás. “Todos hemos pasado por situaciones de enamoramiento, es normal –acota Aníbal Filippini–. Y esa situación se percibe como una privación tal como mucha gente que vive en la calle y que no tiene acceso a un montón de cosas.” “Cuando sucede algo así, te planteás con lágrimas en los ojos cuál es la decisión que vas a tomar al respecto”, agrega Ignacio Blanco. “Todos alguna vez estuvimos enamorados y es muy difícil de llevar. El celibato es un sacrificio muy grande”, sostiene Rodolfo Taboada. “A todos nos pasó, yo pude resolverlo hablando sobre esto con otros compañeros. Nunca fui más allá del enamoramiento”, cuenta Félix Gibbs.
Las consecuencias de elegir el amor son drásticas y terminantes: la Iglesia exige a aquellos presbíteros que deciden establecer una relación de manera abierta e, incluso, contrayendo matrimonio, que deban abandonar los hábitos y, por ende, el ejercicio del sacerdocio. “El que deja el ministerio es considerado un traidor y porta una deuda de sangre”, señala José Mariani.
En la encíclica Sacerdotalis Caelibatus, escrita en junio de 1967 por el papa Pablo VI, se afirma: “Pensamos que la vigente ley del sagrado celibato debe estar unida al ministerio eclesiástico y sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia”. En 2006, el papa Joseph Ratzinger realizó sus primeras excomuniones y los castigados fueron el ex obispo de Zambia Emmanuel Milingo, que defendía la posibilidad de ejercer el sacerdocio a pesar de haberse casado, y cuatro curas casados estadounidenses a los que el africano consagró obispos. Más tarde, Benedicto XVI reunió a la Curia romana para discutir el tema y reafirmó la vigencia de la medida. Además, prohibió que el tema se siguiera discutiendo en el seno del clero. Son normas que la Iglesia argentina defiende y hace propias en la figura de su máxima autoridad, el cardenal Jorge Bergoglio.
A pesar de ello, Víctor Acha afirma que “hay muchos curas que llevan una tolerancia callada con este problema. Existen hombres que forman parte de la jerarquía de la Iglesia que incluso tienen hijos. Se oponen al celibato voluntario por razones ideológicas que no condicen con su accionar”. Sin embargo, incluso en las altas esferas del Vaticano existen voces disidentes. El cardenal Carlo Martini (que fue el más votado en la última elección papal pero que declinó el puesto por razones de salud) aboga por el celibato voluntario.
“Creo que Ratzinger es honesto en sus posiciones filosóficas y ese es el problema ya que, como buen platónico, considera que el cuerpo y sus emanaciones son inferiores”, opina De la Serna. “Benedicto XVI es un conservador, un hombre mayor que tiene una visión nostálgica de lo que fue la fe en Europa”, agrega Farinello. “No hay apertura a los cambios, se contestan preguntas nuevas con respuestas viejas”, se queja Ángel Caputo. “El Papa que decida cambiar esta regla quedará marcado. No es una decisión fácil de tomar”, reconoce Jorge Aloi. “La Iglesia vive desfasada y provoca así una lentitud en todo lo que se refiere a los cambios. Así no se puede avanzar”, asevera Miguel Berotarán. “En 1971 Pablo VI no aceptó que la cuestión se votara, porque la mayoría estaba a favor del celibato optativo. Hoy vivimos una época de retroceso”, dice De la Serna.
A la hora de buscar las causas del sostenimiento del celibato obligatorio, muchos sacerdotes creen encontrarlas en las razones económicas. “¿Cómo podrían sostener las comunidades cristianas a sacerdotes con esposa e hijos? ¿Cuál debería ser el salario familiar en esos casos?”, se pregunta Daniel Echeverría. Para Germán Pravia “son muy pocas las diócesis que tienen un sistema de manutención. El Estado paga los sueldos de los obispos y da una remesa a los seminarios, ¿cómo se podría dar curso a un nuevo sistema que contemple a las familias de los sacerdotes?”.
En el clero local el problema es antiguo y se podría afirmar que los precursores de la controversia son argentinos. Monseñor Jerónimo Podestá fue el primer obispo en el mundo que reconoció haber estado enamorado. Durante los sesenta fue una de las cabezas del ala progresista de la Iglesia y a su diócesis de Avellaneda comenzaron a llegar curas obreros y futuros dirigentes del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. En 1966 conoció a Clelia Luro, madre de seis hijas fruto de su matrimonio con un sobrino del hacendado Robustiano Patrón Costas. Pronto, se incorporó al obispado como secretaria y se volvieron inseparables.
En 1967 –el mismo año en que Pablo VI promulgó su encíclica sobre el asunto– decidieron vivir juntos como pareja y, cuando el caso salió a la luz, intentó explicarle personalmente la situación al papa Pablo VI, pero no lo logró, ya que el Pontífice no aceptó recibir también a Clelia. Podestá fue suspendido en el ejercicio sacerdotal y debió renunciar a la diócesis. En 1974, amenazado por la Triple A, marchó al exilio junto a su pareja. Fue el presidente de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados y sus Esposas hasta su muerte en el año 2000.
En la actualidad, Clelia es la presidenta vitalicia de la asociación que a nivel mundial representa a 150 mil sacerdotes que decidieron unirse en matrimonio. El total de sacerdotes a escala global asciende a 400 mil. “La falta de sacerdotes es una cuestión práctica. El celibato voluntario podría servir para paliar esta situación”, especula Lucio Carvalho Rodríguez.
En los últimos días, dos nuevos casos conmovieron a la opinión pública argentina. El 5 de abril el cordobés Víctor Hugo Casas anunció a sus fieles que renunciaría a los hábitos para formar familia. Y la semana pasada se conoció el caso del mendocino Alberto Ortega, quien decidió abandonar el sacerdocio cuando supo que su novia estaba embarazada. Siete años atrás había tenido otro hijo con la misma mujer.
En 2005, una carta enviada a la Conferencia Episcopal fue firmada por 91 miembros del Encuentro Nacional de Curas en la Opción por los Pobres. En uno de sus puntos, el texto llama la atención sobre la necesidad de reformar la Iglesia y avanzar en la “revisión de los modos de vida que separan a los presbíteros del pueblo, incluyendo trabajo, vestimenta y celibato obligatorio”. Varios de los firmantes opinaron sobre el tema para esta nota. “La Iglesia tiene miedo de enfrentar esta cuestión y se defiende con una posición dogmática”, afirma Pablo Agüero. “Para la gente del barrio, es una boludez. Que se mantenga el celibato es una cuestión económica. Cómo vas a contradecir a un Papa. Hay que defender la corporación, por más que se esté en desacuerdo. La gente que está en Roma muy abierta no es”, dispara José Luis “Cubi” Calcagno.
Si bien el caso Lugo desató la polémica, los ribetes políticos que se producen debido a su rol presidencial podrían oscurecer la apertura de una discusión necesaria. “Los exacerbados reproches a Lugo por su situación provienen desde la derecha, cuando forma parte de esa esperanza de cambio en el continente junto a Evo”, señala Ignacio Blanco. El obispo emérito de Posadas Joaquín Piña se solidarizó con el presidente paraguayo: “Hay que aceptar que somos humanos y que podemos fallar al celibato, que no es un mandato divino, sino una determinación de la Iglesia. Es una campaña de enemigos políticos que aprovecharon la situación e intentan perjudicarlo”.
Basado en estudios y encuestas que realizó en el seno de la comunidad católica, el sociólogo católico Pedro Gorondi asegura que “la mayor parte de la feligresía y el clero está a favor del celibato voluntario”. Sin embargo, a pesar de la masividad de este reclamo, ninguno de los consultados auguró cambios cercanos en el tiempo. “La Iglesia del poder no escucha la voz del pueblo, está lejos de lo que sucede abajo”, se lamenta Farinello. De cualquier manera, todos coinciden en que es un cambio que deberá realizarse en algún momento. “Cuando un hombre se casa, se libera y empieza a ser él mismo –destaca Clelia Luro, la viuda de Podestá, en diálogo con Veintitrés–. Pero para la Iglesia es difícil conducir a hombres libres, ella prefiere personas
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