El documental de Mariana Cabrejas y Fernando Nogueira reconstruye, a partir de testimonios de familiares, la historia de la iglesia en la que se juntaban las Madres y donde Alfredo Astiz se infiltró e hizo secuestrar a doce personas.
El 8 de diciembre de 1977 algunas Madres de Plaza de Mayo y familiares de desaparecidos, que concurrían periódicamente a las reuniones que se realizaban en la iglesia Santa Cruz, se habían juntado en esa institución religiosa para juntar fondos a la salida de la misa, con el objetivo de publicar una solicitada en los diarios para reclamar por la aparición de sus familiares. Durante la dictadura, la Santa Cruz se había convertido en un espacio que les abrió las puertas, cuyos religiosos demostraron una apertura que no coincidía para nada con la ideología dominante de la cúpula esclesiástica. Pero ese día algo salió mal: en el grupo se había infiltrado Alfredo Astiz, quien se hacía pasar por familiar de un desaparecido, con el seudónimo Gustavo Niño. Esa mañana había comenzado trágica: a Remo Berardo se lo habían llevado de su atelier en La Boca. Y a la tarde, un grupo de tareas había secuestrado a Julio Fondovila y Horacio Elbert, que también iban a la iglesia, en la esquina de Paseo Colón y Belgrano, mientras ultimaban detalles de la solicitada. De modo que estos tres hombres no pudieron ir a la cita masiva en la Santa Cruz, programada para la caída del sol. Cuando terminó la misa, un grupo de tareas de la Marina irrumpió, ante la vista de varios testigos, y secuestró a siete personas más: las Madres Mary Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, la monja francesa Alice Domon, Raquel Bulit, Patricia Oviedo, Gabriel Horane y Angela Auad. Y dos días después, la patota militar secuestró a quienes se suponía que tenían que estar aquel 8 de diciembre y no fueron: la Madre Azucena Villaflor, en la esquina de su casa, y la monja francesa Léonie Duquet, en su domicilio. A los doce los llevaron a la ESMA y fueron denominados por los propios represores como “el grupo de la Santa Cruz”.
Sobre esta historia –y también sobre el antes y el después– focaliza el documental La Santa Cruz, escrito y dirigido por María Cabrejas y Fernando Nogueira, quienes en base a una exhaustiva investigación armaron el rompecabezas de esos hechos. Los testimonios los brindaron hijos, sobrinos, hermanos y amigos de los desaparecidos en ese suceso. El film se presentará hoy lunes a las 20 en el Cine Gaumont Espacio Incaa Km 0 (Rivadavia 1635), con entrada gratuita. Una vez estrenado, el documental también estará disponible en el blog oficial (www.peliculasantacruz.blogspot.com), ya que Cabrejas y Nogueira lo decidieron así para que todos los interesados puedan ver La Santa Cruz. En esa tarea de reconstrucción de la memoria, los directores realizaron el documental con la productora La Brújula y contaron con la colaboración de los trabajadores del archivo del noticiero de Canal 7. La Santa Cruz está auspiciada por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y contó con financiamento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), entre otras instituciones.
La Santa Cruz no fue sólo un ámbito para los argentinos comprometidos, sino también un lugar al que recurrieron exiliados de otros países latinoamericanos. Es por todo eso que los directores la consideran un espacio de resistencia. La idea de la película surgió de parte del equipo de derechos humanos de la iglesia Santa Cruz, formado por integrantes de la misma y por familiares de las víctimas del secuestro del 8 de diciembre de 1977. “Querían tener un registro audiovisual para poder contar esta historia. Entonces, como nosotros teníamos alguna relación con el tema por nuestra película anterior, Missionnaire, un camino de liberación (sobre Ivonne Pierron, una de las monjas francesas que sobrevivieron al terrorismo de Estado), nos convocaron”, señala Cabrejas en la entrevista con Página/12, en la cual también participa Nogueira.
–¿Cómo se gestó el movimiento religioso progresista de la Santa Cruz? ¿Esta iglesia comenzó a identificarse con la defensa de los derechos humanos alrededor de los ’60?
Fernando Nogueira: –Hubo un gran cambio después del Concilio Vaticano II. Había una conciencia diferente, una toma de posición diferente y apareció uno de los que encarnaron ese movimiento, que fue el cura párroco en ese momento: Bernardo Hughes. Pero también había otros padres, como Federico Richard, que tomaron esa opción por los pobres, claramente de manera militante después del Concilio Vaticano II.
M.C.: –Pero Santa Cruz ya era una iglesia comprometida. De hecho, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos se armó allí en una reunión. Antes de la fundación del Serpaj, Pérez Esquivel iba, porque él también pertenecía a grupos católicos. Siempre estuvo considerada como un espacio donde tenían un lugar los católicos más progresistas o que estaban vinculados con la defensa de los derechos humanos durante la dictadura de Onganía. Como parte de la Santa Cruz, al lado de la iglesia, está la Casa Nazareth, que antes de la dictadura era un lugar de reflexiones.
F.N.: –Y de encuentros y discusión ideológica de amplio espectro social, no solamente vinculado con la cuestión católica o religiosa.
M.C.: –Allí solía ir el padre Mugica a dar charlas. Todo eso fue antes de la última dictadura. Y hay un periódico que sigue teniendo la colectividad irlandesa pero que, en ese momento, lo dirigía uno de los curas de este grupo, Federico Richard, que ya se la venía jugando con editoriales que sentaban precedente. Por ejemplo, la de la muerte de los palotinos. Venían con un compromiso en todos los aspectos. Incluso, en la época del ’60, además de tomar una postura en relación con una opción por los pobres y los perseguidos, ellos también abrieron unas misiones que siguen manteniendo hoy en Formosa, con los wichis. Empezaron a diversificar esta opción por los pobres. También tenían mucha vinculación con Angelelli.
–O sea que la visión de esos curas convirtió a la Santa Cruz en un ámbito de defensa de los derechos humanos y la mantuvo alejada de la ideología dominante de la cúpula eclesiástica...
–¿Cómo fue el trabajo de investigación para reconstruir los hechos que llevaron a la desaparición de doce personas?
M.C.: –También se hizo un trabajo con el archivo de la iglesia Santa Cruz, donde se encontró material. La película sirvió para juntar estas piezas del rompecabezas formado por doce historias de vida. Y una, la número trece, que es la Santa Cruz, porque creemos que fue casual que el secuestro fuera en esa iglesia. No buscaron otra situación para secuestrarlos sino un día a determinada hora, cuando había un montón de testigos: ése fue el momento. Nosotros consideramos que la iglesia Santa Cruz es el protagonista número trece de esta historia. Y se juntó material de todos lugares para contar la previa al secuestro, el secuestro y todo lo que sucedió después, hasta el presente.
–¿Por qué las Madres y otras personas acudieron a esta iglesia en particular? ¿Se debió a las denuncias que recibieron Adolfo Pérez Esquivel y Emilio Mignone?
F.N.: –Había pocos lugares donde poder juntarse y charlar, y la Santa Cruz abría las puertas. Ellos entraban, por ejemplo, con la misa de las 7. Ingresaban por separado, como si fuesen a la misa, por una de las puertas laterales pasaban a los jardines y de allí a la Casa de Nazareth. Por ahí estaban toda la noche reunidos y salían con la misa de la mañana siguiente. Entonces, era un lugar donde nadie les iba a preguntar qué estaban haciendo.
M.C.: –Sí fue a través de Pérez Esquivel y de Emilio Mignone que llegaron a este lugar, porque ellos eran católicos y conocían a los sacerdotes de Santa Cruz.
F.N.: –Al principio, las Madres iban a una iglesia a hablar con el cura. Le comentaban sobre sus hijos. El cura les pedía el nombre con la idea de “ver qué puedo hacer”. El tipo juntaba los papelitos, después iba al Ministerio del Interior y entregaba la lista. Cuando encontraron que en Santa Cruz les abrían las puertas, no les preguntaban nada y tenían ciertas medidas de seguridad cubiertas, se transformó en un lugar de reunión de este grupo.
M.C.: –Y además de las Madres, también empezaron a sumarse otras personas que querían colaborar con la causa de la aparición de los desaparecidos, o bien porque encontraron en este lugar y en estas mujeres tan fuertes un espacio donde canalizar su militancia, ya que en plena dictadura no se podía militar en ningún lado. Por eso en el grupo hubo algunas personas que no eran Madres o familiares directos (aunque la mayoría tenía un desaparecido en su familia) como, por ejemplo, las monjas francesas que se sumaron a ayudar.
–La reconstrucción de los hechos a través de los familiares de los desaparecidos le otorga al film un componente emocional muy fuerte, pero a la vez también permite contar con información muy valiosa. ¿La conjunción de estos dos aspectos los llevó a centralizar el documental en estos testimonios?
M.C.: –Partimos con una hipótesis, antes de empezar las entrevistas, que era la que veníamos trabajando con el equipo de derechos humanos: el secuestro no había sido de casualidad, también quisieron darles un golpe a esta iglesia y a todos aquellos lugares que recibieran a cualquiera que estuviera organizándose para resisitir. La segunda parte de la hipótesis era que no habían pedido estos doce secuestros por azar porque, de hecho, había más personas que se reunían en Santa Cruz y no fueron secuestradas. Con esas dos hipótesis, empezamos a trabajar. Y es verdad que la película se podría haber encarado desde muchos aspectos, incluso se podría haber ficcionalizado el secuestro. Había posibilidades, pero muchos de los testimonios que aparecen en la película son de personas que no fueron entrevistadas muchas veces. No hay un registro documental de sus testimonios. Algunas son personas muy grandes, como las Madres que aparecen, que tienen 80 y pico de años. Y nos parecía que era el momento para que estas personas tuvieran la palabra. Nada más importante que su propia voz para poder contar esto.
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