domingo, 22 de agosto de 2010

EL DÍA QUE ROBARON EL SABLE CORVO DE SAN MARTÍN






Por Rodolfo Pionera, periodista


Hace 47 años, un comando de la JP se lo llevó del Museo Histórico Nacional para reclamar la vuelta de Perón.

Con el codo rompió la tapa de cristal e introdujo con cuidado su brazo en la vitrina. Fueron apenas cinco segundos lo que tardó en tomar el sable y su correspondiente vaina, para después envolverlos con un poncho. Toda la operación se hizo a la luz de una linterna; en derredor, las sombras de los objetos y la oscuridad de la sala ponían un marco fantasmagórico. No, no se trataba de Rififi hurtando un collar de diamantes. Eran dos militantes de la Juventud Peronista robando el sable de San Martín del Museo Histórico Nacional.
El día, 12 de agosto de 1963, aniversario de la Reconquista. La fecha no había sido elegida al azar. Se sustraía con guante blanco un símbolo, el mismo día que en 1806 se rescataba Buenos Aires de manos de los ingleses. No importaba que esa tarde la asamblea Legislativa acabara de formalizar al doctor Arturo Illia como nuevo presidente de la Nación. ¿Por qué iba a importar si el peronismo estaba proscrito? ¿Si se habían anulado dos elecciones? ¿Si el país seguía bajo las botas de los militares aunque gobernara un civil, el doctor José María Guido?
La maniobra buscaba un golpe de efecto y demostrar que el peronismo seguía vivo en las calles. Aún a costa de soportar la condena unánime de los medios y de los funcionarios, ofendidos en su republicanismo de almidón y moralina.


El plan. La idea tuvo dos padres: el ingeniero Alcides Bonaldi y el publicista Osvaldo Agosto, dos jóvenes militantes de la JP que por entonces presidía el triunvirato formado por Envar El Kadre, Jorge Rulli y Héctor Spina. La conducción aprobó la iniciativa, que no terminaba con el hurto del sable sino que incluía otras dos acciones tanto o más espectaculares: la recuperación de las banderas que los franceses habían capturado en la batalla de la Vuelta de Obligado (1845), y que reposaban junto a los restos de Napoleón Bonaparte en el Hôtel des Invalides, en París, y un desembarco en las islas Malvinas con el correspondiente izamiento de la bandera nacional.
Para la gesta en París se contaba con el compromiso de Hussein Triki, representante de la Liga Árabe en la Argentina, quien obraría por medio de un comando argelino. Los árabes simpatizaban con Perón y su tercera posición, que lo vinculaba ideológicamente con Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto.
La empresa malvinense recién se concretó el 28 de septiembre de 1966 cuando Dardo Cabo y otros militantes secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas y lo desviaron hacia las islas.
La parisina quedó en el borrador.
Mientras tanto, Agosto y Bonaldi visitaban el museo y recorría sus salas para poner a punto el operativo.
El plan incluía también una pista falsa: la puesta en circulación luego del robo de un segundo sable, réplica bastante exacta del original, para confundir a las fuerzas policiales.


La ejecución. La tarde del 12 de agosto cinco individuos (Agosto, Bonaldi, Luis Sansoulet, Manuel Gallardo y un tal Emilio) apuraban cafés y tés en una confitería de Piedras y Brasil. A las 19, hora de cierre del museo, subieron a un Peugeot 403 y se dirigieron al Parque Lezama. Bajaron por Brasil, después tomaron Caseros y dejaron el auto en la otra mano de la avenida, de culata, con el chofer adentro, listo para la partida.
Quince minutos más tarde Agosto golpeó el portón de rejas que da sobre la calle Defensa. Vestía un traje gris y su cabello rubio había sido oscurecido por el colorante Zamboni Matisse, muy popular por entonces. A su lado estaban Bonaldi, Gallardo y Sansoulet. Casi al instante se acercó el sereno, Roberto Jiménez, activo y cordial a sus 72 años.
–¿Qué buscan? El museo ya cerró –preguntó detrás de la reja.
–Somos estudiantes tucumanos y no queremos volver a la provincia sin visitar el museo. Si usted nos deja explicarle…–contestaron, mientras el cuidador abría el portón. Error: al instante Agosto lo encañonó con su pistola española, que parecía más tenebrosa a la luz de la luna. Los otros muchachos también sacaron sus armas y no tardaron en reducir a Jiménez y a otro vigilante nocturno que se encontraba cerca.
Luego de concretada la sustracción del sable, cortaron el cable telefónico y cerraron el portón del lado de afuera. Subieron al Peugeot y se fueron. Eran pura adrenalina. Casi no hablaron durante el viaje. A mitad de camino se bajaron Gallardo y Sansoulet. El resto siguió hasta Carlos Pellegrini y Santa Fe donde debían esperarlos los hermanos Demarco: Aníbal, quien luego fue ministro de Bienestar Social durante el gobierno de Isabel, y Gualberto. Pero no estaban allí.


Teléfono público. Nervios. “Creí que era a otra hora.” Y nueva cita en la esquina de Corrientes y Bulnes, donde Aníbal Demarco recibió, por fin, el sable. El plan preveía llevárselo a Perón a Madrid, por aquello de la continuidad histórica San Martín (propietario del sable), Rosas (su heredero) y el general. Pero no se había determinado el modo, y por eso, temporalmente, se lo ocultó en una estancia que quedaba camino a Mar del Plata, cerca de Maipú.


Las razones. Antes del viaje a la estancia, Demarco dejó por un momento su auto estacionado frente a la plaza de Mayo. Y tuvo la ocurrencia de decirle al policía que estaba en la vereda “Cuídemelo, que en el baúl llevo el sable de San Martín”, lo que despertó la sonrisa del uniformado. La noticia ya se había difundido por la radio y ganó las páginas de los diarios al día siguiente.
Para que no hubiera dudas de que el robo tenía motivaciones políticas, la Juventud Peronista distribuyó el mismo día un comunicado en el que se hacía cargo del hecho y lo justificaba de este modo:
“Al pueblo argentino.
’’Pocas veces como hoy una crisis moral y espiritual ha comprometido más entrañablemente el honor de la patria y la felicidad del pueblo.
’’En efecto, en pocas coyunturas como en ésta la soberanía argentina ha sido tan vejada, la economía nacional más entregada y la justicia social más negada.
’’Frente a esta realidad angustiosa y vejatoria, la elección del 7 de julio, fraudulenta en su proceso y realización, difícilmente pueda dar las soluciones honradas y profundas que la dignidad de la acción exige imperiosamente.
’’A pesar de ello, los ‘beneficiarios del fraude’ han prometido reivindicar el honor de la patria y los derechos del pueblo, produciendo los siguientes actos: anular por decreto los infamantes contratos petroleros suscritos por el gobierno radical de doctor Frondizi, ruptura con el FMI, nulidad de los convenios leoninos con Segba, levantamiento de la proscripción que pesa sobre la mayoría del pueblo argentino.
’’El pueblo no debe albergar ninguna preocupación: el corvo de San Martín será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres; Dios quiera que pronto podamos reintegrarlo a su merecido descanso. Dios quiera iluminar a los gobernantes.”


La devolución. La historia que siguió tuvo contornos casi pintorescos, si no hubieran incluido delaciones, torturas y golpizas.
Durante la primera semana los autores del hurto se la pasaron con los nervios a flor de piel, pero a salvo. Hasta que el 18 de agosto fueron cayendo uno a uno. ¿Qué ocurrió? La detención del comando peronista integrado por Norma Kennedy, Manuel Gallardo, Juan Carlos Patricio y Ernesto Hernández por el robo de un automóvil, derivó en la identificación de quienes habían ingresado al museo.
Agosto fue secuestrado por la temible brigada de San Martín (la misma que había asesinado a Felipe Vallese un año antes), y que actuaba fuera de su jurisdicción bonaerense como un comando paramilitar. Al momento de la captura se produjo un hecho risible: los policías creyeron que la alcancía con forma de bala de cañón que estaba sobre una repisa era una bomba y salieron huyendo a la calle, mientras la abuela de Agosto les pedía que volvieran…
Un día antes la JP había distribuido un segundo comunicado con nuevas demandas, entre las que se incluía el retorno del general Perón y la devolución del cadáver de Evita.
¿Y el sable? No estaba solo. Día por medio, frente a él, juraban lealtad jóvenes militantes peronistas extendiendo el brazo derecho,
Finalmente, el 29 de agosto, el ex capitán del ejército Adolfo Phillipeaux (quien se salvara de ser fusilado tras la sublevación de los militares peronistas en 1956) entregó el sable al ejército.
Ese mismo día, un grupo armado integrado por jóvenes de Tacuara asaltaba el Policlínico Bancario.
Pero esa es otra historia.

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