domingo, 22 de agosto de 2010

EL EVANGELIO SEGUN LOS DINOSAURIOS

Contra la diversidad, un único color; contra la cultura y sus expresiones, la naturaleza; contra un derecho que se consagra, miles de apelaciones a la religiosidad. El martes 13, la Curia movió todo su aparato pero no le alcanzó. Aquí, una radiografía de esa marcha y también la postura de curas y católicos críticos de la iglesia.

El Nazareno avanza, hecho pancarta, en brazos de una señora toda gorro de piel. Algo más allá, una bandera anaranjada reza (¿o putea?): “Sodoma=Argentina”. Hay mujeres, señores, muchos adolescentes y varios casalitos de monjas bigotudas. Todos con banderas nacionales y franca actitud épica. Los convocaron para defender algo sagrado; lo que ellos llaman familia tradicional (papá varón, mamá mujer, chicos varios), algo que según el último censo de población, en los hechos, es una rareza. Y aquí los tenéis: parapetados y defendiendo lo que no existe de quienes ni siquiera amagan a destruirlo. La mayoría porta banderas argentinas, gorros reciclados del Mundial y globos con la leyenda “matrimonio= varón + mujer”. Hay clima barilochense en el aire, lo que quizá no tenga tanto que ver con el frío como con la enorme cantidad de adolescentes rondando. Es que en los colegios religiosos –y como ya había sucedido antes en San Juan, Tucumán y Salta– el faltazo estaba justificado. Lo que fuera, con tal de que nadie faltara a la marcha. La única importante. La decisiva. Esa que, como consignaban los afiches que empapelaron la ciudad, era por “el derecho de todo niño a tener una mamá y un papá”. Sin embargo a Lucía, de nueve años, su papá no la dejó ir. Es más: le rompió en la cara la cartita de la seño , invitando a la nena y a su familia a manifestar con vuvuzelas naranjas frente al Congreso. “Te juro, no me pude contener”, explica el hombre. “Porque soy católico y mis nenas van a un colegio católico. Pero además de eso soy abogado, y acá estamos hablando de derechos civiles”, se exalta Carlos, vecino de Floresta y padre de Lucía y otra nena de jardín, recordando el episodio de la cartita feliz . “Hablamos de dos ciudadanos adultos responsables, que pagan impuestos como todos, pero que si quieren casarse, no pueden. O no podían, porque ahora sí. Por esa clase de cosas no fui a la marcha, ni dejé que mis nenas fueran. Y te digo más: yo hasta el lunes no estaba demasiado involucrado en el tema. Pero cuando comencé a ver los argumentos de los que se oponían, me quise morir. En ese momento supe que la ley iba a salir, sí o sí, porque las voces en contra –además de no tener un solo argumento– daban terror”, remata. Como él, son varios los que sospechan que (de no haber sido por esa flagrante exhibición de medievalismo salvaje) tal vez las cosas habrían resultado distintas. Es que durante la marcha del martes 13 se pudo ver (entre muchas otras postales dignas del extinto programa humorístico Cha-cha-cha ) escenas inquietantes. Por caso, a una típica vecina de Barrio Norte (cartera carísima, globo naranja a upa) portando un cartel con la siguiente inscripción: “Senadores, tengan cuidado: la unión y la adopción entre homosexuales nos avergüenza ante toda Sudamérica. Que Argentina sea un ejemplo, y no una deshonra para todo el mundo. Si lo aprueban, no lo permitiremos: vamos a recolectar la cantidad necesaria de firmas de todos los argentinos en contra de esta ley bochornosa. Defendamos los derechos humanos, no la equivocación humana. Los presidentes, senadores, diputados y jueces van a proclamar: ‘en la Argentina hay Dios, para gloria de su nombre’. Se hará (sic) justicia”.

La naranja mecánica. Contra la diversidad, un color único; contra la cultura y sus mil y una expresiones, la naturaleza ; contra una cuestión de liso y llano derecho, apelaciones religiosas que, para peor, dejaron en evidencia la absoluta contradicción entre el mensaje de Jesús y ése de quienes dicen seguirlo. Porque el Cristo de la Biblia habla de amor, de compasión, de consuelo, y dirige cada una de sus bienaventuranzas a los mansos, a los que lloran, a los misericordiosos. ¿Qué tiene que ver eso con el grito –casi una haka maorí, a pleno salto y agite– de un grupo de alumnos de colegio pago que entonaban “¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura homosexual!”? ¿Qué tiene que ver ese llamado a la tolerancia con el repetido comentario de “todo bien, pero que no se muestren”? Por estas horas, aún sobrevuela la web el video Voces en contra del matrimonio gay , subido por el diario La Nación y rebosante de perlitas. Entre ellas, un señor de lentes diciendo que antes había “familias ordenadas”, una chica explicando que “esto no es discriminación” y hasta un señor apelando al viejo argumento de la “anormalidad” para explicar por qué algunos ciudadanos pueden casarse y otros no. “Yo vengo a decirle sí a Cristo en su Evangelio. Sin discriminación a nada, pero nos ha dejado muy claro lo que él quiere: varón y mujer los creó, y vayan y multiplíquense. Ninguna ley puede cambiar esto”, dice una señora. “Nadie discrimina. Que cada cual, detrás de las cuatro paredes haga lo que quiera. Pero dos hombres besándose me parece un poco…”, dice otro señor de gabán. “No a la perversión”, se lee en un cartelito de factura casera. “Desde la preparación de la marcha hasta las declaraciones del Cardenal Bergoglio (en donde habló de “guerra”, del demonio y del padre de las mentiras), todo estuvo signado por un nivel de violencia que al menos a los católicos que yo conozco no les gustó para nada”, dice Carlos Cigliutti, presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). “Por eso nosotros ese mismo día redactamos un comunicado en el que decíamos que preferíamos el saludo de Jesucristo que es: “La paz sea contigo”. Porque, la verdad, todos los discursos de esa marcha fueron tremendos.” Tanto que hay quien ve en todo el episodio la reedición de otro, fechado en 1983. Fue entonces cuando, en el acto del cierre de campaña del peronismo, un tal Herminio Iglesias quemó un pequeño ataúd con la sigla UCR. Un gesto, un detalle. “Una broma”, alcanzó a justificar alguien. Pero ya era demasiado tarde. Llegado ese punto, esa sola escena del cajón en llamas, Italo Luder asistía a la quema pública de su última oportunidad de llegar a la presidencia. No pocos trazaron una línea entre aquel hecho y esta plaza saturada de dinosaurios, ingenuos, devotos convencidos, banderas, globos y hasta Cecilia Pando. Un punto de quiebre, la clase de espejo vergonzoso en la que ninguna sociedad (por fascista que sea) tolera mirarse. “Hasta entonces, teníamos seguros los votos de algunos senadores, pero después de eso todo cambió porque ante tanta violencia te definís sí o sí”, comenta Marcelo Márquez, de la Federación Argentina Lgbt. Así las cosas, hasta quienes se definen como cristianos comenzaron a repensar algunas cuestiones, especialmente al ver la cantidad de espantos que se decían en su nombre.

El Dios otro. Ese fue, de hecho, el caso de un grupo de curas de Quilmes que a la luz de la polarización de posiciones dio a conocer una interesante carta que es, también, profesión de fe. Fechada hace poco más de diez días en Florencio Varela, el documento es en realidad un rosario de preguntas. Ocho en total, que son las que se hace este grupo de sacerdotes católicos “ante el surgimiento de temas conflictivos en la sociedad”. Hablan, sin mencionarla, de la polémica generada por la ley de matrimonio igualitario. Y si bien sólo hay preguntas, en cada uno de esos interrogantes están encerradas las respuestas que se buscan. Por ejemplo: “Si para Jesús, el Reino de misericordia, justicia, e inclusión de los desplazados de su pueblo estaba por encima de toda otra concepción y valores culturales de su tiempo (la familia incluida), ¿cómo podríamos considerarnos discípulos de Jesús sin conmovernos ante los hermanos y hermanas excluidos del camino de la vida y la igualdad ante la ley?”. Por estos mismos días de plaza anaranjada, no pocos cristianos nos hemos preguntado cosas parecidas. O, en definitiva, una sola: ¿Qué tiene que ver Jesús con la lapidación de lo distinto, cuando él claramente hizo una opción por lo diverso y por lo despreciado: los pobres, las prostitutas, los enfermos? Desde el Centro Nueva Tierra, una ONG de raíz cristiana, la respuesta sólo pudo ser: nada . “Creemos que las movilizaciones y manifestaciones están llamadas a realizarse en la huella de Jesús y su reino: ampliando la participación y la inclusión social y política en igualdad de derechos de los hermanos y las hermanas históricamente postergados por diversos motivos”, se lee en su documento Matrimonio Igualitario: Dios ama a todos por igual, invita a la justicia y apuesta a la libertad. “En el fondo, lo que ocurre es que creemos en otro Dios”, admite con amargura el padre Nicolás Alessio, cura cordobés que fue amonestado tras manifestarse por del matrimonio igualitario. “No se puede convivir con esos fanáticos. Estamos como creyendo en otro Dios. El mío es apertura, inclusión, vida, libertad y felicidad. El de ellos es castigo, orden, rigor. Jesús jamás condenó ni mencionó la homosexualidad, mientras que sí se enfrentó a los soberbios, a los que se creían puros, a los que tenían el poder opresor, a los que esclavizaban y a los que humillaban”, aclara. Por algo, el día de la marcha, Jesús no fue el de las pancartas ni el de las estampitas que sacudían las monjas bigotudas. Fue un chico en camiseta. “Varón de los dolores, experimentado en quebrantos”, lo hubiera llamado el profeta Isaías. “Soy gay y puedo ser buen padre”, decía su remera. Atravesaba el infierno, sin quemarse.

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