domingo, 22 de agosto de 2010

"LOS DUEÑOS DE LOS MEDIOS FUERON CÓMPLICES DE LA DICTADURA"


Entrevista a David Cox hijo de Robert Cox, el periodista que denunció en el Buenos Aires Herald el terrorismo de Estado durante el Proceso. Defiende la nominación de las Abuelas al Nobel y polemiza: “Con el peronismo empezaron las desapariciones”.


Por Franco Mizrahi

Tiene una voz suave y tranquila. También el acento estadounidense impregnado en su hablar español. Con pausas y espacios de reflexión en su relato, David Cox da la impresión de ser un hombre bonachón, respetuoso de la opinión ajena. Una marca registrada y heredada de su padre, Robert Cox, el periodista del diario Buenos Aires Herald que se animó a denunciar las desapariciones de personas durante la última dictadura militar, cuando todos callaban. Ahora, con más de treinta años de historia, su hijo David, periodista de la CNN en Atlanta, retoma su posta: acaba de editar Guerra sucia, secretos sucios, un libro que cuenta la épica de su padre al frente del Herald.

–¿Por qué escribió usted su historia y no su padre?
–Mi padre siempre quiso contarla pero nunca pudo hacerlo por lo fuerte que era. En los ’90 le pedí que lo hiciera pero no podía avanzar. Intenté ayudarlo pero volví a la Argentina, porque trabajaba en el Herald. Al tiempo, uno de los amigos de mi padre, Harry Ingham, me entregó las cartas que habían intercambiado durante la dictadura y que publiqué en el libro En honor a la verdad. Me aboqué a eso y relaté lo que conversaban sobre el exilio. Recién cuando volví a los Estados Unidos accedí a sus archivos y conversé largo tiempo con él sobre lo vivido. En nuestra casa, siempre se habló de dos temas: volver a la Argentina tras habernos ido en 1979 y contar lo que pasó en aquellos años. Regresar no podíamos porque estábamos en una lista negra, aún durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Contar la historia estaba en nuestras manos: todos coincidíamos en que no seríamos libres hasta que no se conociera lo que pasó.

–¿Y se liberó?
-De alguna manera, lo hicimos. Pero fue más fuerte para mi padre.

–¿Por qué?
–Porque nuestros recuerdos más fuertes son de nuestro paso por la Argentina. Mi padre desayunaba con nosotros y después trabajaba todo el día. Lo veíamos sufrir porque llevaba en la piel lo que le sucedía a este país. Yo lo admiraba, me sentaba en sus piernas y lo miraba escribir en la Olivetti, mientras tipeaba con los dedos índices.

–Incluso usted relata que vio la final del Mundial ’78 con la remera de Holanda puesta...
–Así es. Por la afinidad que tenía con mi padre quería que ganara Holanda. Tenía puesta la remera de Johann Cruyff, un jugador que no había participado del Mundial en solidaridad con las víctimas de la dictadura. Mi corazón quería que ganara Argentina, pero tenía tanta indignación con lo que pasaba que alentaba a Holanda. Tenía 12 años. Mi padre repetía que si Argentina ganaba, podía ser una gran victoria para los militares. Al final, terminé en el Obelisco, como miles de argentinos, pero con sentimientos encontrados: estaba contento y dolido a la vez. Pero no podía verbalizarlo con mis amigos, que no entendían por qué usaba esa camiseta de Cruyff.

–Imagino que tampoco pudo contar, como lo hace ahora en el libro, que una vez un Falcon verde los siguió a usted y sus hermanos luego de que Peter, su hermano mayor, recibiera una carta amenazadora...
–Sí, teníamos que irnos del departamento de mi padre y fueron dos cuadras tremendas hasta lo de mi abuelo. Los matones estaban en la calle esperando a mi papá. Y nosotros tuvimos que ir de a dos, en fila, sin poder mirar para atrás, caminando disimuladamente. Fue muy fuerte. No sabíamos que nosotros estábamos en peligro.

–¿Su padre tampoco lo imaginaba?
–Mi padre tenía cierta ingenuidad o inocencia, así como una inteligencia natural. Él no creía que los militares pudieran meterse con sus hijos. Pero eso cambió cuando nos amenazaron.

–Y partieron al exilio...
–Sí. Nosotros ya sentíamos cierta presencia intimidatoria. Teníamos que cuidarnos todos juntos. Mi padre no lo podía creer. Era de los que escribían con la esperanza de que algo cambiase. Su filosofía era la “resistencia pacífica”. Pensaba que la situación podía mejorar desde adentro. Sabía que había un grupo más moderado y otro más extremo dentro de las Fuerzas Armadas y quería convencer a los primeros. Creía que todo ser humano tiene algo de decencia.

–¿Esa esperanza se diluyó con la carta que recibió su hermano?
–Ahí se dio cuenta de que había llegado su límite. Hace dos años estábamos en una quinta cercana a la de Albano Harguindeguy y salimos a caminar. Durante la charla, comprendí que todavía conserva en su memoria a la gente que no pudo salvar. Siente que podría haber hecho más de lo que hizo. Por ejemplo, sabía que cuando no publicaba los nombres de los desparecidos, esas personas no volvían a aparecer. Y las familias, a veces, pensaban que con la publicación de los nombres se ponía en peligro la vida de los seres queridos. Para mí, hizo lo que pudo.

–¿Por qué cree que fue de los pocos periodistas que denunció lo que ocurría en la Argentina?
–Era tradición familiar ayudar a la gente. Mi padre estuvo en la Segunda Guerra Mundial, vio lo que era Hitler y la Alemania nazi. Mi madre ayudaba a los aliados en la Argentina a combatirlo. Y cuando él entró a trabajar en el Buenos Aires Herald se encontró con gente que pensaba de la misma manera. ¿Por qué no sucedía lo mismo en otros diarios? No lo entiendo. Y mi padre tampoco. De hecho, tenía enfrentamientos con otros periodistas, como Claudio Escribano, de La Nación. No sé si muchos de ellos tenían vínculos directos con la dictadura pero las preguntas básicas –quién fue, qué pasó, etcétera– no estuvieron en el periodismo argentino de esa época.

–Ahora se busca determinar si los hijos adoptivos de la dueña de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, son hijos de desaparecidos. ¿Considera que puede ser una respuesta a por qué callaron los medios?
–Es importante conocer la verdad sobre los hijos de los desaparecidos. Pero tampoco hay que perder de vista que esto se mezcla con la política. Que haya una política de derechos humanos es diferente a que se haga política con los derechos humanos. En este caso, debe conocerse la verdad sobre el pasado y si se confirma que las dos personas que están con la dueña de un multimedios son hijos de desaparecidos, habrá que averiguar cómo se llegó a esa circunstancia o si existió complicidad. Esto último explicaría muchas cuestiones de ese medio durante ese período.

–¿Lo mismo sucedería con Papel Prensa, para entender la posición de La Nación y La Razón?
–Nunca se llega a la verdad desde una sola situación. Es necesario saber qué pasó en todos los casos porque es parte del pasado nefasto de la Argentina y debe conocerse la verdad. Sólo así el país podrá liberarse del pasado negro.

–¿Con muchos más editores como su padre la dictadura se hubiera terminado antes?
–Completamente. El error que cometió la prensa, callando la historia, alentó a que los militares continuaran en el poder. Los dueños de los diarios tenían intereses económicos y vínculos con la dictadura. Para mí, el terrorismo que existió antes del ’76 creó un pánico que fue utilizado por la dictadura y los dueños de los medios fueron sus cómplices. Los medios tienen una responsabilidad importante por las desapariciones.

–Los dueños del Herald eran norteamericanos y el gobierno de los Estados Unidos fue impulsor de la Operación Cóndor. ¿Cómo explica esa convivencia?
–Había dos ambientes bien diferenciados. Nosotros éramos amigos de Tex Harris, del Departamento de Estado, que hizo todo lo posible por salvar vidas. Y otra cosa era Henry Kissinger. Aunque hubo otros buenos ejemplos. Robert Hill, el embajador norteamericano en la Argentina, fue de los primeros en denunciar que desaparecía gente. Y salvó varias veces a mi padre porque Emilio Massera lo quería asesinar. Una vez le preguntó: “¿Cox trabaja para la CIA?”. Hill no le respondió. Sabía que preguntaba para ver si lo podían chupar.

–Usted menciona en su libro la idea de dos terrorismos. ¿Coincide con la teoría de los dos demonios o considera que el terrorismo de Estado no tuvo un enemigo real?
–Poner nombres como “dos demonios” estereotipa la cuestión y no permite ver la realidad claramente. Lo cierto es que con el peronismo empezaron las desapariciones. Antes de la dictadura había otra violencia que generó la contraviolencia, con los instrumentos del Estado. Mi padre no creía en la violencia ni en ideologías, escribía lo que sucedía. Hay que entender lo que pasó, con su coyuntura y la cultura de este país. En aquel entonces había jóvenes idealistas que querían cambiar las cosas y lo querían hacer a través de las armas. Como la filosofía de mi padre era la resistencia pacífica, no creía en la violencia para hacer los cambios. La alternativa de la Argentina era que a través de la armas se podían cambiar las cosas.

–¿Era algo propio de América latina, con Cuba como bandera?
–No hubo ningún Martin Luther King en la Argentina, ni un Gandhi. Pero en esa filosofía creía mi padre y no en el estilo Che Guevara, que busca el cambio con las armas.

–Pero como emergentes de la dictadura nacieron las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. ¿Qué opina de la nominación al Premio Nobel de la Paz de las Abuelas?
–Estela de Carlotto es una mujer que está luchando por una causa noble: la búsqueda de verdad y justicia. Y lo hace de una manera limpia. Tiene años de lucha. Por eso me parece muy bien que esté nominada, con grandes posibilidades de ganar.

–¿Encontró en algún medio o periodista actual a quien encarne los valores de su padre?
–El de hoy es otro tipo de periodismo. Los grandes periodistas locales son los que aparecen en la televisión, como estrellas que sólo relatan historias, sin buscarlas.

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