Aprender a pensar, sentir y compartir desde las capacidades que cada uno tiene; ésa es la propuesta de El Tríptico de los Niños, en la ciudad de Rosario, donde jugar y aprender no están separados por frontera alguna.
Por IRUPE TENTORIO
La ciudad de Rosario recuperó espacios urbanos abandonados e hizo magia de ellos.
El Tríptico de los Niños brinda a cada ciudadana/o un conjunto de aprendizajes inevitables. Los tres espacios que conforman el Tríptico: La Granja de la Infancia (espacio integral de ecología social), El Jardín de los Niños (parque lúdico-recreativo de aprendizajes múltiples) y La Isla de los Inventos (espacio de cruce de ciencia, arte y diseño) tienen como bandera principal el aprendizaje por medio del juego. En estos lugares sus visitantes son dueños/as de una democracia que tienen ojos, manos, rumbos y sus derechos son sinónimo de gestos y actos valiosos, ineludibles para construir una vida llena de desafíos.
Su directora –Daniela Gómez– señala que “esta pedagogía urbana busca que las nuevas generaciones participen de una aventura conociendo y construyendo una ciudad. Desde esta perspectiva, optamos por el acontecimiento y el conocimiento como suceso; es decir un viaje exploratorio, donde cuerpo e inteligencia no se definen por separado, tampoco la apelación a sensaciones, ideas y redes conceptuales. Es por esto que el juego es acción y no reconoce desbroce entre lo educativo y lo placentero, ni lo vivencial y lo conceptual”.
Mora, de ocho años, visita Rosario por primera vez con la idea de conocer el Monumento a la Bandera, plan inevitable. Recorre sus escalinatas, mira la bandera mil veces y le resulta lindo e imponente, pero ese paseo sólo dura un par de horas y su sed de más aún no se sacia. Hay algo que ella quiere descubrir. Sabe que lo que desea también está en esta ciudad. Mora escucha hablar de un inmenso paraíso de los niños y su pregunta se hace eco por el Parque Independencia –vecino del Jardín de los Niños–. Pide a su mamá Laura y al fin su mirar descubre ese paraíso que las conecta con los demás cómplices de este Tríptico, que al igual que ella tienen la oportunidad de conocer las pinturas de Miró, armar un cuadro de Piet Mondrian y olvidarse –al menos por unas horas– de esa ola polar que se aloja en este invierno. En este espacio dedicado a las vanguardias del siglo XX el arte es cercano y posible para todos y todas.
“Los niños/as y los adolescentes son anfitriones y guías de sus padres, maestros, abuelos y vecinos, todos en el acontecimiento de inventar, crear y compartir. Las propuestas no vuelven niño al adulto y adulto al niño, sino que provocan a cada uno lo mejor que puede descubrir y experimentar. Estos son lugares diseñados para las distintas capacidades y experiencias que siempre piden un riesgo mayor: atreverse a pensar, sentir y compartir completándonos en la diferencia”, señala su Directora.
Mora –harta de los grandes edificios de Buenos Aires– descubre que con un solo colectivo de distancia puede ir al basural que se transformó en una granja. ¿De basural a granja?, ella se lo imagina como puede, pero quiere caminar por La Granja de la Infancia, experimentar el vértigo de rodar por las lomas, deslizarse por los toboganes, regar la huerta orgánica, amasar su propio pan y compartirlo con sus demás compañeros mientras escuchan un sonoro cuento.
“Los espacios lúdicos que conforman el Tríptico de la Infancia no son sólo para los niños sino también para los adultos. Son espacios pensados para el encuentro de esas generaciones y sus propuestas promueven el diálogo entre adultos y niños, y es así como logra tender puentes entre el presente y el pasado”, remata Daniela, la directora. Pero la expedición de Mora aún no terminó, falta su momento de éxtasis. ¿Quién no soñó con inventar alguna poción mágica? La isla de los inventos es una aproximación intensa al mundo de las ciencias, la tecnología y la sociedad. Mora –una niña de ocho años– puso su cuerpo aquí una vez más: disfrutó, jugó, imaginó, construyó y se olvidó del tiempo que marca algún reloj.
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