martes, 16 de octubre de 2012

LA OTRA ESCUELA

Una tarde en el Bachillerato Popular de Soldati, donde se lucha por una educación comunitaria y contrahegemónica
 
Por Jimena Arnolfi       
 
El taxi se detiene en la calle Mariano Acosta al 3600. El barrio fue noticia a fines del año pasado por la toma del Parque Indoamericano en reclamo de viviendas dignas. Villa Soldati tiene el ritmo pueblerino y el aspecto sombrío de los barrios de monoblocks que se construyen en las periferias de la ciudad. Todavía hay grandes extensiones de campos y potreros para improvisar un picadito. La puerta del Bachi, como lo llaman los estudiantes y docentes del lugar, pasaría desapercibida si no fuera por la presencia del chico en bicicleta con un cuaderno Gloria en el manubrio. El bachillerato popular para jóvenes y adultos de Soldati fue creado por el Movimiento “La Dignidad”, ruptura reciente del Movimiento Teresa Rodríguez ( MTR), que surgió como movimiento piquetero y que lleva adelante un constante trabajo territorial desde 2001 con proyectos como la construcción de comedores comunitarios, una comisión de salud barrial, una cooperativa de trabajo y un jardín maternal.
El Bachillerato funciona desde 2007. Hay dos camadas de egresados. Cerca de 50 estudiantes del barrio con título oficial en un contexto barrial en donde más de la mitad de la población está por fuera del sistema educativo. Un espacio para los estudiantes que el sistema educativo tradicional dejó afuera.
El índice de deserción escolar en la media nacional es del 70 por ciento. En los bachilleratos populares disminuye al 50 por ciento. Uno de los éxitos del bachillerato se refleja, además de la posibilidad de inserción en la educación superior que experimentan los estudiantes, en la capacidad de asumir un protagonismo militante en el barrio, ya sea armando centros de alfabetización, de apoyo escolar y organizaciones territoriales.
Un día, los pupitres florecerán, dice un dibujo en unas de las paredes internas del bachillerato de Villa Soldati. Es una réplica de un muñeco de Frato –año 1978–, seudónimo del educador italiano Francesco Tonucci, militante por una escuela alternativa desde hace décadas. Antes de llegar a las aulas, hay un patio con unos juegos de plástico para los hijos de los adultos que llegan para estudiar. Un banderín de colores y tres salitas del jardín maternal. El olor a comida sale de El Cabildo, el comedor que adoptó el nombre de la forma de organización en el barrio.
El bachillerato cuenta con una cursada de cuatro días, el quinto día es para talleres de recreación y oficios abiertos al barrio. Una vez por mes hay asamblea para docentes y estudiantes. Así se toman las decisiones. No hay directores ni preceptores. En este bachillerato los estudiantes defienden y luchan por la educación popular. Repudian la “educación bancaria”. De sus bocas, sale el término de la Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire, uno de los referentes de la educación popular en América latina. La “educación bancaria” refiere a la educación como el proceso de depositar los contenidos en el educando por el educador –se contempla al educando como sujeto pasivo ignorante que memoriza y repite contenidos que le inculca el educador, poseedor de verdades únicas–. Mientras que la “educación bancaria” es asistencialista, inhibe el acto creador, recalca la permanencia y es antidialógica, la “educación problematizadora” es crítica, concibe al mundo como escenario de conocimiento, considera la historicidad de los hombres y promueve la transformación social. Los Bachilleratos Populares defienden ese derecho. Son conscientes de la educación que están eligiendo. Una educación que no tiene en cuenta la visión del mundo del estudiante se transforma en invasión cultural.
 
Qué es política. Sobre la mesa de la clase de Educación Popular hay varios objetos. Sobre la pared, algunas cartulinas. Los estudiantes están parados alrededor de la mesa. Miran y tocan los objetos. Una biografía del Che, un frasco de yerba, un manual, un aerosol, una boleta electoral, una vela. Hay que elegir un objeto que retrate qué es la política y otro que no, es la consigna que da la pareja pedagógica. La estudiante de voz imponente no duda en arrancar mostrando el manual de Historia en sus manos. “Esto es la política: un manual de Historia, la Historia que cuentan los de arriba, en esas páginas no estamos”, dice sin titubeos. El mate pasa de mano en mano. La ronda empieza a identificar “política” con aquello que está sucio, “ganan los que tienen plata, los que mienten”, dice uno. Los profesores escuchan, dialogan. Una de las estudiantes viene aguantándose el exabrupto hasta que irrumpe: “Todos somos políticos. A veces nos confundimos y pensamos que la política son los que se postulan para una elección y nada más. Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos, dice la frase de Galeano. No encuentro nada que no sea política en esta mesa. Hasta el frasco de yerba puede representar la lucha por los medios de producción, ¿por qué no?”.
 
Escuela sin jerarquías. En simultáneo a la clase de Educación Popular, en otra aula están cursando Historia. Estudian las distintas formas de organización de los grupos humanos desde las sociedades preestatales en adelante, cuentan. Las sillas están puestas en ronda. “La forma de distribución del espacio habla de cómo pensamos el conocimiento. Si el docente está parado, solo, adelante, y los demás se miran la nuca entre sí, grafica que el conocimiento lo tiene sólo el profesor. Y el conocimiento se construye entre todos, sin jerarquías”, explica la profesora Gabriela.
 
Proyecto-político-pedagógico transformador y crítico. El Bachillerato de Soldati se encuentra frente a una nueva lucha junto a los otros Bachilleratos que conforman la Red de Bachilleratos Populares Comunitarios. El problema no en sí mismo el vínculo con el Estado, ya que los bachilleratos necesitan la garantía estatal en cuanto a los títulos para los estudiantes. El problema y riesgo actual es que ese vínculo no termine destiñendo un proyecto de naturaleza comunitario contrahegemónico. [Los bachilleratos que están negociando con la Cooperativa de Educadores e Investigadores Populares dejarán de llamarse como tales para adoptar la nomenclatura “Unidades de gestión experimentales”, producto de una normativa de los ’90 que surge durante el proceso más fuerte de privatización pública. “En una futura negociación, nosotros vamos a sostener la autonomía política pedagógica de la experiencia. Subordinar los proyectos de educación popular a la lógica de la educación pública tradicional implica perder la esencia del proyecto”, dice Irene Provenzano, integrante del equipo docente del Bachillerato de Soldati. De esta manera, la Red entiende que el sistema educativo formal construye e impone planes de estudio y modos de organización institucional que reproducen las relaciones de poder hegemónicas y perpetúan vínculos jerárquicos al interior de los establecimientos educativos. La otra escuela resiste.
 
Fuente: Miradas al Sur

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