“Sólo buscamos un poco de libertad”, dicen hombres de rudo aspecto pero de tierno corazón, que se juntan varias veces al año para compartir el rugir de sus motores.
Por Juan Ignacio Provéndola
Como un peaje viejo o un camino a medio terminar, parece haber quedado muy atrás en la ruta evolutiva del hombre aquel estereotipo reo y desaforado del motoquero que asediaba a la humanidad a bordo de su Harley–Davidson, enfrentando la ley y cometiendo tropelías a su paso. De aquellos tiempos violentos de mediados de siglo pasado, los amantes de las choperas conservan algunos clichés (el amor por el cuero y la carne traducidos en asados, camperas y chicas) y un inquebrantable sentimiento de pertenencia grupal refrendado cada vez que se largan en manada a disfrutar un poco de esa libertad que convidan tantas rutas y tantos caminos. El motivo de esos viajes ya no es el de asolar a la sociedad bien pensante fomentando el hedonismo más ruin o rindiéndose a cultos orgiásticos y bacanales sino, simplemente, el de caer en pandilla (como les gusta decir a ellos) a cualquiera de los tantos festivales que más de 300 motoclubes organizan donde sea, el fin de semana que sea. Los caminos se pueden cruzar en Villa María, Salta, Plottier, Puerto Iguazú, Río Negro o General Rodríguez, siempre empujados por el culto a esa venerada máquina libertaria.
“A veces renegamos del término ‘motoquero’ porque lo sentimos despectivo. Nos quieren ver como chicos malos y violentos. Simplemente somos ‘motociclistas’ que amamos a nuestras motos y, además, queremos manifestar nuestra forma de vivir, y expresarnos a través de determinados códigos”, aclara Claudio Ferros, cabecilla del motoclub Epidemia, que el fin de semana pasado organizó uno de los encuentros más importantes del calendario motor criollo anual, con diez mil fanáticos de todo el país.
Todo motoquero argento de ley sabe que debe rumbear su moto hacia el Polideportivo de General Rodríguez cada segundo fin de semana de marzo, porque allí va a encontrarse con música, motos, chicas, más música, más motos y más chicas. Cuatro días de comunión celebratoria en donde todo es bienvenido siempre y cuando sea caro a las choperas y al rugir de sus motores (aunque la oferta es liberal y no quedan excluidos modelos, ni cilindradas). Simplemente, un encuentro con parrillas incandescentes de brasas y carnes, vasos que se desbordan de tanto chocarse y abrazos fundidos en cuero a bordo de motos que cada quien exhibe con la misma baba del que cuenta que a su hijo le creció el primer diente o que comenzó el jardín de infantes. En el escenario, mientras tanto, se alterna un set de música con un espectáculo de muchachas livianas de pilchas. Así, Plan 4 y D-Mente –un día antes de su show solidario junto a León Gieco en la Capital– toca en medio de un ardiente número de baile en el caño, un tributo a White Zombie precede a un show de chicas en jaulas y el presentador del evento ofrece una remera o una gorra a quien se anime soltarse los breteles sobre tablas mientras de fondo suenan Alice Cooper, Pappo o Iron Maiden.
Aunque no sólo de cuero y de carne vive el hombre: también hay momentos de alta intensidad emotiva, como el desfile de antorchas en la noche del viernes a la memoria de todos los que murieron a bordo de sus motos, o la multitudinaria caravana por el centro de Rodríguez el sábado por la tarde, comandada por un camión en el que tocaba (en vivo, en simultáneo y sobre la marcha) la banda de covers Legendarios del ‘70.
El predio abierto se completa con un generoso campo flanqueado por carpas de todo tipo, cantinas de comida, stands que ofrecen productos y servicios afines a un motoquero que se precie de tal (como camperas y accesorios de cuero, repuestos, tatuajes) y hasta un toro mecánico que pretende ser domado sin éxito por chicos que apenas pasan la década de vida. “Hicimos todo pensando en una propuesta para que viniera la familia a pasarla bien. También trabajamos con médicos y policías por si sucede algo raro, ya que le damos mucha importancia a la seguridad y no queremos tener problemas que quemen nuestro evento”, dice Claudio Ferros.
Epidemia la sabe lunga en el asunto de reunir a los acólitos de las motos. Desde su fundación, en 1994, organizaron ciclos como Moto Fest, Moto Party y Gran Fiesta Motar’s, y actualmente mantienen el Custom Festival (que este año llega a su novena versión), desarrollado cada primer fin de semana de noviembre en su sede de Francisco Alvarez, un bunker con escenario, bar privado, quincho, pileta, oficinas y habitaciones que financian con lo que recaudan en festivales y, también, comercializando esos almanaques con chicas generosas que bien podrían encontrarse en el taller mecánico amigo.
Todo el trabajo corre a cargo del propio recurso humano del motoclub, que tiene puertas abiertas y reglas inalterables. Un aspirante interesado en sumarse a Epidemia, por ejemplo, deberá acreditar una moto custom (esto es: un modelo clásico y, además, personalizado) y luego desarrollar lo que ellos llaman “hacer carrera”, que no es lavarles los platos a los capos de la comisión directiva, ni patear kilómetros y kilómetros de ruta, sino, simplemente, compartir tiempo con sus posibles futuros compañeros para que éstos conozcan “a quién vamos a confiarle nuestras espaldas”. El pretendiente en ciernes recibirá entonces una parte del parche del club que, luego, irá completando como un rompecabezas en la espalda de su campera o chaleco conforme demuestre “que no es un estafador, un mentiroso, ni alguien que nos vaya a robar”. Eso sí: mujeres, abstenerse. “Es para problemas, porque las cosas se pueden mezclar. Sólo las queremos abajo, en la cama”, dice Claudio, entre risas, aunque valora la incesante proliferación de motoclubes femeninos y hasta admite respetar mucho “a aquellas que se ganaron un lugar después de mucho tiempo”.
Es que los fanáticos de las motos se enfrentan ante un dilema histórico al pretender reivindicarse y, a la vez, ponerse a tiro con los tiempos que corren. Hoy vemos mujeres al mando de comercios, empresas y hasta de países. Es lógico, entonces, que reclamen ocupar el asiento principal al cabo de tantos años en los que sólo sus únicos lugares posibles eran acompañando silenciosamente al fondo de la moto o desgajándose las ropas encima del escenario. Tal vez sea ésta la deuda pendiente en un país donde el uso de choperas atravesó horizontalmente estratos sociales, edades y profesiones: la misma ruta argentina que Pappo pudo haberle enseñado al Chizzo de La Renga, alguna vez la compartieron a toda velocidad el ex jefe montonero Rodolfo Galimberti y el Corcho Rodríguez, e incluso allí quizá quemó gomas la moto con la que el futbolista José “Garrafa” Sánchez se quitó la vida en una pirueta fatal.
Pero la intención de zanjar diferencias está latente y en La Masa eso se supo cuando, no sin sorpresa, muchos advirtieron en Radio Roots la presencia de un grupo reggae sobre el escenario. “Los conocimos cuando algunos de los miembros de Epidemia trabajamos en la seguridad del último Cosquín Rock –confiesa Ferros– y la verdad que nos encantó. Queremos divertirnos, pero también desplegar un espíritu de camaradería, porque nos costó muchos años combatir los prejuicios contra nosotros. Que tengas pelo largo, estés lleno de tatuajes y uses ropa de cuero no significa que seas un mal tipo porque, incluso, muchos de los que nos hacen daño tienen pelo corto y andan de traje. Sólo buscamos un poco de libertad”, concluye, resumiendo el espíritu del motoquero modelo 2010.
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