Alberto Korda abrió la puerta de su casa, en el barrio Miramar de la capital cubana, vestido con un simple pantalón de baño. Su rostro mostraba rastros innegables de una siesta reciente y profunda. Intentó una disculpa, innecesaria por otra parte, y contó que había llegado horas atrás de una localidad del interior de Cuba, donde había presentado una muestra de sus trabajos. Apenas entramos a la vivienda, advertimos que la habitación principal estaba dominada por la imagen del Che con la boina y la estrella. Korda se dio cuenta inmediatamente del impacto y comenzó con sus recuerdos.
"La tomé el 5 de marzo de 1960, en un mitín fúnebre por las víctimas del atentado al vapor La Coubre, anclado en el puerto de La Habana —recordó el fotógrafo—. Nuestro país había comprado armas que llegaban en ese barco y la CIA montó un atentado que costó 136 muertos. La ceremonia se hizo en la cercanía del cementerio de Colón. Fidel Castro fue el orador central y fue en esa oportunidad, que por primera vez dijo la frase «¡Patria o muerte!»".
Todo parecía transcurrir como uno de los tantos actos combativos, en los que resonaba la voz del comandante en jefe y Korda hacía su trabajo de rutina.
"El Che estaba en segundo plano, con otras figuras del gobierno. Yo me situé frente a la tribuna con mi máquina Leica, con una lente de 90 milímetros, dispuesto a trabajar para el periódico Revolución, donde era reportero gráfico", relató.
Mientras recordaba ese día de marzo, Korda repasaba su vida de fotógrafo Para despertarse definitivamente de la siesta, trajo una botella de ron con varios vasos. "Korda no es mi nombre verdadero. Lo tomé de dos actores del cine húngaro: Alexander y Zoltan Korda. Además de la sonoridad, ese apellido remite a Kodak, que en esos años era en Cuba sinónimo de fotografía. Fui fotógrafo de actos sociales, de modas, conocí a mujeres hermosas y con algunas de ellas me casé. Un día, me dí cuenta que en mi país había habido una revolución y yo no había hecho ninguna foto de Sierra Maestra. Sufrí un impacto y cambió mi vida profesional", confesó.
Contó entonces que tenía más de 500 fotos del Che pero que en las exposiciones en distintos países sólo exhibía 40, porque, a su juicio, un fotógrafo que se precie de tal sabe que no todas las fotos que toma son buenas, sino que debe escoger las más representativas de los distintos momentos de la vida del personaje.
Cuando supo que nuestro encuentro sería filmado pidió permiso para colocarse una camisa. Korda se levantó, cambió su ropa, fue a su estudio y produjo un momento mágico en la entrevista. Trajo en sus manos los pequeños negativos de 35 milímetros, que miramos al trasluz de una lámpara. En pocos centímetros, estaba el rostro inconfundible con la boina y la estrella.
"Yo tomé fotos de Fidel hablando, de los visitantes extranjeros, pero el Che no se veía. En un momento determinado da un paso al frente —detalló Korda—, se asomó en la tribuna y miró a la muchedumbre. Yo estaba revisando a los personajes con la cámara y su aparición me sorprendió. Alcancé a tomarle una foto con la cámara en posición horizontal y otra, vertical. Inmediatamente el Che se fue de la escena. Eso ocurrió en 20 ó 30 segundos, no más. Ningún otro fotógrafo, y había muchos, pudo registrar la imagen de Guevara".
Historia de un ícono
Cuando le pregunté sobre el camino que recorrió su foto me habló de la casualidad. "Llevé la foto al periódico, pero a ningún editor le interesó. A mí sin embargo me impactaba. Hice una copia y la colgué en mi estudio. Pasaron varios años hasta que llegó a mi casa Giangiacomo Feltrinelli, propietario de una casa editora en Milán. Feltrinelli venía desde Bolivia, donde había realizado gestiones por la libertad del francés Régis Debray. Aunque no lo hablé personalmente con él, siempre me quedó la impresión que Feltrinelli tenía la certeza que quien dirigía la guerrilla boliviana era el Che y pensó que no saldría vivo de allí".
Korda trata de transmitir con gestos el asombro del italiano cuando vio el retrato colgado en la pared. Inmediatamente la señaló y le dijo: "Me gusta, necesito por favor dos copias para mañana".
Feltrinelli no había llegado de casualidad a la casa de Korda. Quería llevarse a Italia fotos del Che. Lo había enviado, con una nota personal, Haydee Santamaría, asaltante del Cuartel de Moncada, directora de Casa de las Américas y una personalidad con gran historia en la Revolución Cubana. "Le hice las copias, pasó a retirarlas puntualmente el día siguiente y me preguntó el costo. Le dije que era un regalo, que él había llegado a mi casa enviado por una persona que yo estimaba mucho", recordó el fotógrafo.
Ignorada por los editores fotográficos de Cuba, la foto viajó a Milán. Poco tiempo después el Che fue asesinado en Bolivia y Feltrinelli, que si bien era un famoso editor de libros tenía un gran olfato periodístico, inmediatamente hizo un póster. El tamaño original fue aproximadamente de un metro por sesenta centímetros. La imagen se difundió en los cinco continentes y así comenzó la historia de la foto, que su autor llamó Guerrillero heroico.
La charla se prolongó varias horas. Acabamos con la botella de ron. Enumeramos los países, en que distintas demostraciones políticas llevaban la imagen como estandarte. Podía ser una manifestación en Palestina, una reunión de jubilados en Francia, un mitín antibélico en Asia, reuniones de mujeres africanas, batallas estudiantiles y obreras en América latina. Comentamos el fenómeno de la imagen del Che en los estadios de fútbol. Korda no abandonó en ningún momento su magnífica sencillez.
En el regreso al hotel, junto a los compañeros del equipo de televisión, tratamos de desentrañar el curioso y complejo mecanismo en el que se combinaron el ojo del fotógrafo, el carisma del modelo, la visión de un editor y la decisión de la gente para convertir a ese pequeño trozo de celuloide en la matriz del retrato más difundido en la historia de la fotografía.
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